LA ENÉSIMA CRISIS

20 de junio de 2008

Los líderes europeos se tomaran su tiempo antes de decidir qué hacer después del NO irlandés al Tratado de Lisboa. Dirán que es lo prudente, y hay parte de razón en ello. Pero estarán haciendo virtud de la necesidad. No hay plan B. O, mejor dicho, hay un buen número de planes alternativos, pero ninguno concluyente.

Uno de los principales dirigentes pro-europeos de Irlanda, Ciaran Toland, se ha tomado el trabajo de desgranar esos planes B, en un inspirado artículo publicado en THE IRISH INDEPENDENT.

Algunos son claramente “inaceptables” para casi todos los países europeos, a saber:

- no hacer nada; es decir, continuar con Niza y esperar a la adhesión de Croacia (hacia 2010) para recalcular el peso de cada Estado en las decisiones

- renegociar completamente el Tratado de Lisboa

- colocar la figura del presidente europeo y el reconocimiento jurídico de la Carta de Derechos fundamentales en el proceso legislativo comunitario

- “maximizar Niza”: o sea, invocar el procedimiento de revisión contenido en el Tratado de Niza para reemplazar el voto por unanimidad por el voto por mayoría cualificada en algunas cuestiones, mecanismo que no exigiría referéndum para ser adoptado.

Otras tres opciones que podrían adoptar los 26, pero que serían “catastróficas” para Irlanda, serían:

- la fórmula de “Europa a varias velocidades”, siguiendo el modelo Schengen, para favorecer las cooperaciones reforzadas en ciertos asuntos

- la consagración del “núcleo duro”: es decir, el establecimiento de un sistema institucionalizado de cooperación profundizada, dentro o fuera de las estructuras de la UE.

Son opciones demasiado radicales, que posibilitarían otra Europa, libre de bloqueos, pero minimizada y descosida políticamente. Por eso, sólo se contemplarían si la negativa irlandesa se complica con ulteriores presiones de los países habitualmente euroescépticos, como Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia o, más explícitamente, Chequia.

Por ello, Toland invoca tres “soluciones” minimalistas:

- la renegociación bilateral, concediendo a Irlanda ciertas satisfacciones como las garantías en materia de fiscalidad o el tamaño de la Comisión, para someter la revisión de nuevo a referéndum.

- aligerar el Tratado de Lisboa, eliminando la transferencia de competencias, lo que no obligaría a otro referéndum

- la opción de un Microtratado que contuviera disposiciones tranquilizadoras sobre la fiscalidad, garantías de que la legislación antiabortista o la neutralidad de Irlanda se mantendrán, aparte, claro está de los compromisos sobre el tamaño de la Comisión y la exclusión de la transferencia de competencias: no sería necesario un referéndum.

Más allá –o más acá- de este análisis de los europeístas irlandeses hay un elemento fundamental: las agendas europeas. Sin duda, la más agobiante es la británica. De crecer la debilidad de Brown (hipótesis muy probable teniendo en cuenta la gravedad de la crisis), es de esperar que los tories presionen a favor de un referéndum, o bien que lo impulsen si conquistan Downing St. En Alemania, no es descartable una ruptura de la gran coalición gubernamental, lo que congelaría las energías europeas en Berlín. Y de Francia, con la sombra del constitucionicidio todavía presente, no es previsible tampoco una posición muy vindicativa de París durante su presidencia de los próximos meses.

El especialista en asuntos europeos del FINANCIAL TIMES, Tony Barber, apunta una fórmula de alquimia político-jurídica: declarar al Tratado de Lisboa en “estado de suspensión operacional”.

Dicho todo lo cual, es la crisis económica y no las ambiciones institucionales lo que preocupa a los ciudadanos europeos y lo que terminarán fijando las prioridades de los líderes.

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