19 de junio de 2024
El intenso ciclo electoral
de 2024 está resultando una pesadilla política para la práctica totalidad de
los gobiernos, en el Norte y en el Sur (con la excepción de México). Y lo que
queda. En menos de un mes se tiene que dilucidar el futuro inmediato en Francia
y Gran Bretaña y en otoño el de Estados Unidos, sin olvidar las elecciones regionales
en el Este de Alemania, que pueden confirmar el declive de la actual coalición
en el poder y la confirmación del nacionalismo xenófobo como la segunda fuerza
política del país.
Las cuatro potencias
aludidas dirigen el mundo, en sus distintas aspectos. Pero a otras que aspiran
a tener una voz más fuerte en el concierto internacional no les ha ido mejor. En India, el
nacionalismo ha revalidado su triunfo, pero ha perdido gas y tendrá que
coaligarse para seguir gobernando y renunciar a sus planes de reforma
constitucional para profundizar en la hinduización del país. En
Suráfrica, el Congreso Nacional Africano ha sufrido algo similar: por primera
vez desde el final del apartheid, tendrá que apoyarse en otras fuerzas para
gobernar, lo que ya está generando polémica y división en sus filas.
OCCIDENTE: URNAS AMARGAS
La reciente cumbre del G-7
(un directorio mundial cada vez menos informal) nos ha dejado una foto de
perdedores “in pectore”. Salvo la anfitriona italiana, los líderes pasan apuros
mayores. El más poderoso de ellos, Biden,
afronta una agónica recta final de una larga campaña contra un rival que es ya
formalmente un felón, a pesar de lo cual cada día que pasa parece más cerca de
regresar a la Casa Blanca para dinamitar la decadente democracia americana.
Trump saca rédito de sus pleitos judiciales (aunque le estén costando mucho
dinero) y de un establishment liberal que lo hace más poderoso cuanto
más lo critica. A sólo unos días del primer debate electoral, el nerviosismo es
palpable en Washington y en los canales atlánticos.
El más audaz, Macron, ha
respondido al varapalo de las europeas con una apuesta a doble o nada en la
peligrosa ruleta de la política francesa. En su propio campo no
están convencidos del riesgo contraído. Los creyentes en su audacia confían en
que el “encanto” del Presidente pueda revertir un estado de opinión
desfavorable. Los cínicos consideran que Macron quiere forzar el acceso de los
ultraderechistas al gobierno para quemarlos y hacer inviable su triunfo en las
presidenciales de 2027. Pero el cálculo temerario del Presidente ha dado vida
a un tercer agente en esta carrera al
sprint: una izquierda unida (o reunida), bajo la inesperada fórmula de un “Nuevo
Frente Popular”, que aspira a discutirle la victoria al partido Reagrupación
Nacional (RN) de Marine Le Pen. Por lo pronto, el partido exgaullista ha
quedado triturado, con una división de opereta entre resistentes y entreguistas
al cambio de ciclo histórico en la derecha.
Macron hace virtud de la
necesidad y presenta al partido presidencial como la única opción para frenar a
los dos extremismos, “que arruinarían a Francia”. Ha encontrado un aliado en la
estrella futbolística del país, el joven multimillonario Kilyan Mbappé, a quien
no pudo convencer para que se quedara en el club del petrodólar qatarí y
olvidara su compromiso con el Real Madrid. El astro del balompié ha entrado en
campaña, sin una petición expresa de apoyo a Macron, pero con una clara alusión
crítica a los “extremos”. El Presidente necesitará de mucho más para dar la
vuelta al marcador. La bolsa ha caído ya un 5%. Los analistas anticipan las
claves de una nueva cohabitación entre Eliseo y Matignon. Pero en este dilema
corneliano en que Macron ha puesto a millones de franceses todo puede
ocurrir.
Otros protagonistas de la
foto de Apulia esperan su momento sacrificial. Sobre el canadiense Trudeau
pesan malos augurios electorales y el japonés Fuchida afronta una rebelión
interna en su partido. En fase terminal está el Premier británico Sunak, al
que las encuestas le sitúan no ya en línea de salida, sino al borde de un
cataclismo histórico. Ni supo, ni pudo, ni quiso amortiguar los efectos del
Brexit. Ha encabezado un gobierno roto, sin la confianza de sus propias
bases y ferozmente antisocial, con una política económica ultraliberal que casi
nadie defiende ya en Europa y una política migratoria que firmaría cualquier
formación xenófoba.
También al canciller alemán Scholz,
se le resquebraja su gobierno. Las europeas han sido
crueles; las regionales de otoño pueden ser fatales. Juegan a aprendices de
brujo sus rivales democristianos, ganadores de las europeas. Con evidente
hipocresía proclaman el cordón sanitario a la ultraderecha en casa mientras favorecen
una alianza con ella en Europa. El líder del PPE, el socialcristiano bávaro
Manfred Weber, coquetea políticamente con la italiana Meloni como fuerza de
reserva si la “gran eurocoalición” con los socialdemócratas y liberales deja
de ser rentable. En este empeño participa la Presidenta de la Comisión, la
democristiana (CDU) Úrsula Von der Leyen, que quiere repetir en el cargo a toda
costa. Estos días se habla más de nombres que de programas, principios o
valores en Europa.
Giorgia Meloni es la única
jefa de gobierno de la foto de Apulia que pudo sonreír sin forzar el gesto. Incluso
se apuntó el triunfo de sacar el derecho al aborto del comunicado final del G7.
Le ha ido bien en las europeas. Pero tiene sombras que disipar. Sobre ella recae
gran parte de la responsabilidad de la unificación de las derechas
nacionalistas duras en Europa. Ella es ahora la estrella que más brilla, pero
sabe que pronto Marine Le Pen puede privarla del cajón más alto en ese pódium.
Ambas lideran las dos formaciones en las que está escindida la extrema derecha
europea (ECR e ID). La tercera dama de la política europea es Úrsula. A
la dirigente alemana, y a su partido, les viene bien que se mantenga la división
ultra. No hay que olvidar que la CDU ha sido superada por el RN como primer
partido de la Eurocámara. Úrsula y el PPE pueden negociar con las dos facciones
nacionalistas por separado en condiciones ventajosas.
Pero en el Parlamento
Europeo no están las cuentas cerradas. Conforme se van completando los
resultados, se atisba lo que advertíamos en un comentario anterior. La
ultraderecha aún está en condiciones de convertirse en la fuerza política más
numerosa. De los 44 flamantes diputados aún por definirse, una mayoría tiene
claras simpatías extremistas.
Un triunfo de Le Pen en
julio puede precipitar las cosas. O complicarlas. Si el RN gana las
legislativas francesas, Le Pen confirmaría su prevalencia sobre Meloni. Pero,
en Estrasburgo, la italiana comanda un grupo que supera al de la francesa. Esta
rivalidad beneficia al PPE, al que interesa
que Meloni se mantenga como Jefa de un ERC autónomo.
Una de las claves de este
equilibrio está en manos del ultra húngaro Orban, cuyos 10 diputados están
ahora en el grupo limbo de los No Inscritos. Meloni tiene difícil captarlos
para el ECR, porque los polacos del PiS abominan del buen entendimiento del
magiar con Putin. Para Le Pen eso no habría sido un problema, hasta hace poco.
Pero en ese proceso de “desdiabolización” y “normalización”, los
vínculos con el Kremlin se han vuelto demasiado tóxicos.
Hay maniobras paralelas que pueden
incidir en la configuración y los equilibrios de las fuerzas nacionalistas
identitarias. El neerlandés Rutte, jefe de un gobierno que agoniza, le habría
ofrecido un pacto a Orban. A cambio de que éste no lo vete como nuevo
Secretario General de la OTAN, los húngaros disfrutarían de una suerte de opt-out
en las decisiones sobre Rusia. En lenguaje sencillo, Hungría podría
desentenderse de la presión contra Putin. En esto quedan los “principios” o los
“valores” que invoca el orden liberal, cuando son confrontados a las lógicas
del poder y a las ambiciones personales.
RESULTADOS DESIGUALES EN EL
SUR GLOBAL
Las elecciones en tres
grandes del Sur Global han arrojado resultados desiguales. Los tres partidos
gobernantes han repetido victoria, pero dos de ellos han sufrido un retroceso
importante (el CNA, en Suráfrica) o han quedado
muy por debajo de sus expectativas (el BJP, en India). En el tercero
(México), la izquierda ha revalidado su victoria en las presidenciales y ha
reforzado su dominio en las dos Cámaras legislativas.
En Suráfrica, como se
esperaba, el Congreso Nacional Africano, movimiento de liberación y lucha
contra el apartheid, ha caído por primera vez desde 1994 por debajo del 50%.
Los electores han castigado duramente dos décadas largas de corrupción y mal
gobierno, de ineficacia y deslealtad hacia los principios motores de sus
fundadores. Suráfrica se ha convertido en el país más desigual del mundo,
muchos dirigentes políticos se han hecho millonarios, las infraestructuras
básicas son un desastre y la confianza ciudadana está por los suelos. Si el
CNA, con el 40% de los votos y 159 escaños, conserva el liderazgo político es,
en gran parte, por la inercia de unos simpatizantes que aún en una
rectificación.
Ante esta coyuntura de
coalición obligada, el CNA ha optado por el “giro al centro”. Alianza
Democrática es un partido formalmente interétnico, pero dominado aún por los
blancos de clase media. Estas elecciones le han confirmado con el segundo
partido del país, con el 22% de los votos y 87 escaños. La coalición se
completará con los 17 diputados de Inkhata, partido afincado en
Kwazulu-Natal, de orientación liberal-conservadora y viejo rival del CNA en los
últimos años del apartheid. La fórmula tripartita asegurará los dos
tercios de la Asamblea. En el CNA hay muchos que no se sienten a gusto, pero
las otras variantes tampoco entusiasmaban.
El MK, un partido creado por
el expresidente Zuma, destituido y procesado hace años por corrupción, ha
montado un discurso oportunista, populista y victimista, con el objetivo de
cobrarse la revancha frente a sus antiguos camaradas y regresar al poder, del
que salió cubierto por la ignominia. Los electores le han respaldado con un 15%
de los votos y 58 escaños, insuficiente para dejarse llevar por la euforia,
pero sípara evitar la mayoría absoluta del CNA.
El otro socio potencial del
partido gobernante era el izquierdista EEF (Luchadores por la Libertad
económica), que ha cerca del 10% y 39 escaños. El acuerdo presentaba conflictos
programáticos importantes. El EEF quería ampliar las nacionalizaciones y repartir
tierras de los blancos entre los negros desposeídos. No es esa la línea actual del
CNA.
En India, la sorpresa ha
sido notable. El BJP (Bharatiya Janata Party,
Partido del Pueblo de la India) disfrutará de un tercer mandato consecutivo,
pero tendrá que contar con sus aliados tradicionales para gobernar. Proclamó su
aspiración de llegar a los 400 escaños y no ha llegado siquiera a 303 que tenía
hasta ahora. Ni siquiera a los 277 que le hubieran dado la mayoría absoluta en
la Lok Sabha (Parlamento). Por si solo ha obtenido 240. Sus aliados le
aportarán una cincuentena más, lo que le permitirá seguir en el poder.
El Primer Ministro Modi ha
sufrido una fuerte decepción. La ciudadanía le ha negado esa mayoría
cualificada con la que contaba para profundizar en la hinduización del
país. El BJP no ha conseguido penetrar en el sur y sureste del país (su
asignatura pendiente) y, además, ha perdido posiciones en el norte. Es
significativo es retroceso que ha sufrido en Uttar Pradesh, el más populoso,
donde ha perdido casi la mitad de los escaños. Incluso ha sido derrotado en
Ayodhya, donde Modi hizo instalar un templo al dios Ram sobre el solar de una
ancestral mezquita. Este proyecto ha sido uno de los faros del hinduismo
extremista y fuente de conflictos étnicos desde hace décadas.
Por el contrario, el Partido
del Congreso, promotor de la independencia, se ha recuperado de forma notable.
Duplica su representación en la Asamblea (de 52 a 99). Con el apoyo de
numerosos aliados por todo el país liderará un grupo de 234, sesenta menos que
los del BJP, pero suficientes para una eficaz labor de oposición. La dinastía
Gandhi se ha salvado de nuevo.
Al Primer Ministro Modi le
ha terminado pasando factura su arrogancia, la exhibición de fuerza y
autoritarismo y la injusticia social que han provocado sus políticas
ultraliberales, que ha tratado de compensar inútilmente con programas
populistas de apoyo social y grandes obras de infraestructura para dar músculo
a su discurso nacionalista. El experimento identitario, que tan buenos
resultados está obtenido en Estados Unidos, Europa y otras partes del Sur
Global, ha encontrado sus límites en la India. Debe esperarse que Modi sea
ahora más prudente en la negociación de alianzas, pero tampoco es descartable
que, para conjurar cualquier sensación de debilidad, opte por la huida hacia
adelante e intente profundizar en sus políticas radicales.
México ha sido la única
excepción en este ciclo electoral desfavorable para los partidos en el poder. La
victoria de Claudia Sheinbaum, con el 60% de los votos, mejora el resultado de
su antecesor y mentor, Antonio Manuel López Obrador (AMLO), y obtiene un fuerte
mandato para profundizar en las políticas progresistas. En su condición de
primera Presidenta de la República, es de esperar que acometa medidas más
eficaces contra el feminicidio, como las que puso en marcha como alcaldesa del
Distro Federal capitalino. Su personalidad es distinta a la de AMLO, menos
populista, más tecnocrática.
Los medios del sistema
esperan que detenga el debilitamiento de los contrapesos institucionales que
atribuyen a su antecesor. En realidad, las élites mejicanas temen que la
izquierda intente deshacer el sistema de privilegios que el PRI (y luego el
derechista PAN) han construido durante más de cien años.
MORENA (el partido de
Sheinbaum y AMLO) y sus aliados comunistas y ecologistas han obtenido 373
diputados y 69 senadores, una fuerza parlamentaria más que suficiente para
doblegar la resistencia de los partidos de la derecha y el centro. El PRI y el
PAN han visto reducida casi a la mitad su presencia en el Congreso, aunque
aguantan en el Senado. Además, MORENA ha ganado la gobernación de siete de los
nueve estados en disputa. México está más a la izquierda que nunca. Los
progresistas, que siempre han defendido un giro histórico pero recelaban del
populismo de AMLO, confían ahora en un cambio de estilo y de sustancia.
Desde el exterior, el primer
mensaje no ha sido halagüeño. Biden ha firmado una orden ejecutiva para
endurecer el control de la inmigración. La medida es claramente electoralista,
pero supone también una advertencia a la nueva Presidenta para que no se aparte
de los compromisos de vigilancia de la frontera, contraídos en su día
por AMLO con Trump.
No hay comentarios:
Publicar un comentario