24 de Febrero de 2011
La contrarrevolución árabe necesitaba un estandarte. ¿Y quien mejor que el coronel Gaddafi para jugar ese papel? Mesiánico -aunque venido a menos- , incendiario reducido a fuegos artificiales, aislado más que nunca, convertido en caricatura de sí mismo, lastrado por la humillación que supuso el cierre del caso Lockerbie... Del 'perro rabioso' estigmatizado por Reagan en 1986 apenas queda un eco vacío. Después de amortizar, uno tras otro, todos sus delirios revolucionarios, el ‘coronel’ ha rendido no pocos ‘servicios’ a Occidente durante los últimos años: en la lucha contra el terrorismo de Al Qaeda, en el control de la inmigración africana, en las garantías concedidas a las compañías extranjeras.
Ahora, con todo su tinglado en amenaza de extinción, el converso Gaddafi habría querido venderle a Occidente su ‘último servicio’: frenar el proceso revolucionario en el mundo árabe. Como están las cosas, tal objetivo sólo podría lograrse mediante una escalada represiva. Para hacer retroceder a los suyos y para prevenir levantamientos populares en otros países donde la tensión es creciente.
Por lo que se conoce, la matanza está en marcha. El panorama que pintan los 'informadores ciudadanos' (valga la expresión) es dantesco. Una carnicería. Salvando errores y exageraciones -que suele haberlos, como hemos aprendido en décadas de profesión-, la represión está siendo desproporcionada, inaceptable y seguramente criminal. Sin ambages.
Hasta ahora nadie se había atrevido a ejecutar una respuesta represiva de este calibre, sin contemplaciones. En parte, por presiones de Estados Unidos y sus aliados. Aunque, se diga lo que se quiera en público, los poderes occidentales (gobiernos, empresas...) están inquietos por el proceso y no han sabido o no han podido canalizarlo.
LA ‘UTILIDAD’ DE LA REPRESION
Para Estados Unidos hubiera sido una tragedia no haber contenido el reflejo represivo de las autoridades de Bahréin el pasado fin de semana. A Washington no le hubiera cabido otro remedio que replantearse ciertas políticas en el Golfo. Todo el discurso oficial hacia las reaccionarias monarquías petroleras se hubiera cuarteado mucho más que en Egipto.
El NEW YORK TIMES asegura que los saudíes no se fiaban de la 'lealtad' de los Estados Unidos y habían decidido proporcionar apoyo militar al gobierno de Al-Jalifa, si resultara necesario. Esta opción habría incomodado mucho a la Casa Blanca, no tanto al Pentágono.
Arabia Saudí había levantado la voz sin disimulo, advirtiendo a Estados Unidos que el cortafuegos de la península arábiga es innegociable. Para los jeques de la familia Saud, la pesadilla es que los chiíes triunfantes en Bahréin pudieran encender ínfulas contestatarias en los chiíes que pueblan las provincias petroleras orientales. Ignoramos hasta donde ha llegado la preocupación, pero han corrido rumores de que las autoridades religiosas chiíes han sido llamadas a capítulo para mantener a sus fieles a raya. En todo caso, este riesgo de contagio del malestar de los chiíes de Bahréin a sus correligionarios del oriente saudí había servido de alarma útil para aplacar el entusiasmo de las simpatías revolucionarias, más propagandísticas que reales en las cancillerías occidentales.
Por lo tanto, si alguien iba a decidirse a apretar con entusiasmo el gatillo, lo más conveniente es que no fuera 'uno de los nuestros'. A falta de los ayatollahs iraníes, más astutos, Gaddafi era el villano adecuado. Su pretendido ‘heroísmo revolucionario’ ('resistir hasta la última bala', 'morir por la revolución', 'sacrificio hasta el final’) resulta ahora patético. ¿Y qué decir de su hijo predilecto, Saif Al Islam? Con su pose entre paternalista y matona, su traje de corte occidental y sus argumentos de sociología tribal, con sus palabras blandas para trasladar amenazas duras, el reputado sucesor ha hecho trizas su pedigrí 'reformista'.
Si fracasa en esta estrategia de huida hacia adelante, como parece que está ocurriendo, Gadaffi será hombre muerto. Si prevalece, no tardará en ser un cadáver. Las tribus, que han soportado su excentricidad porque era rentable, se aprestarán a buscar otra fórmula para mantener el equilibrio en el país.
La cuestión es si, pase lo que pase en Libia, este ‘sacrificio’ de Gaddafi puede haber servido como medicina preventiva. Está por ver si la revolución queda confinada a Túnez y Egipto (y aún en estos dos casos restan muchas dudas por despejar). En el resto de países leales, Occidente se conformaría con ajustes políticos y sociales cosméticos, retóricos, pequeñas concesiones a la oposición, mucho de democracia electrónica y poco de justicia social. Sería un cierre que haría respirar a más de uno. Los autócratas, con o sin corona, volverían a dormir tranquilos.
DAÑOS COLATERALES
En todo caso, la deriva libia y está comportando otras consecuencias inmediatas. La más inmediata, si la represión no remite, es el riesgo de una afluencia masiva de ciudadanos libios aterrados a los puertos italianos, sobre todo. La obsequiosa amabilidad de Berlusconi con el 'compañero dirigente' libio en los primeros momentos de la crisis se explica en parte por esta razón. Pero no únicamente. IL GIORNALE, uno de los periódicos de Il Cavalieri, comentaba contrito que tanto si cae como si triunfa, será muy incómodo seguir cultivando esa amistad, y añade: 'los contratos millonarios de las empresas italianas estarán en peligro'. Más claro, agua.
La otra gran preocupación es el petróleo. Si se prolonga mucho la crisis libia, el precio seguirá aumentando. Lo que constituye una amenaza suplementaria sobre las dificultades de la recuperación económica y la salida de la crisis. Otra razón para que Gaddafi creyera que la represión del levantamiento podría ser secretamente contemplada con alivio en Occidente.
UNA REFLEXION PRESTADA
Finalmente, quisiera traer aquí una reflexiones sobre las 'revoluciones árabes', realizadas en el diario CLARIN por el sociólogo aléman Ulrich Beck, tan querido en estas páginas. Bajo la divisa de que 'en política también puede haber milagros', Beck recupera el mensaje de Hanna Arendt acerca del milagro de la acción política: 'la posibilidad irreductible, presente siempre y en todo lugar, de poder empezar de nuevo'.
Beck establece unos paralelismos entre las revoluciones de 1989 en Europa central y oriental. A saber: el carácter pacífico de los levantamientos, la ruina económica y moral de los países, la privación de oportunidades, el anhelo de una vida digna, entre otras semejanzas, que compartimos. Pero lo más interesante de su análisis es la diferencia que establece entre ambos procesos revolucionarios. La caída del muro se celebró y se festejó en todo el mundo. En cambio, las revueltas árabes han provocado sentimientos contradictorios. "Se puede entender el levantamiento árabe también como una protesta paradójica en nombre de valores occidentales contra el dominio todavía vigente de Occidente", afirma con mucha razón Beck.
Las revueltas árabes han desmentido la exageración del terrorismo islamista o del virus del extremismo religioso como antídotos contra la apertura y la democratización. Los tiranos lo han empleado con obscenidad con el consentimiento, la complicidad y el respaldo militar de Occidente.
LA CRECIDA DEMOCRÁTICA
17 de febrero de 2011
Egipto, don del Nilo, proclamó Herodoto. Las crecidas del río daban vida al país, porque regaban sus campos y alimentaban a sus gentes. En el arranque del siglo XXI, ha sido otra crecida, ésta política, de carácter democrático, la que puede convertirse en semilla promisoria de un futuro distinto y mejor para Egipto. Y para todos sus vecinos.
CON LA GUARDIA EN ALTO
Es muy posible que tengan razón los que aconsejan prudencia ante la evolución de los acontecimientos en Egipto, después de la aceleración histórica provocada por la crecida democrática de las últimas tres semanas. Tranquiliza, no obstante, que los propios líderes del movimiento juvenil que ha jubilado precipitadamente al raïs aseguren que mantienen de momento la confianza en la cúpula militar.
La situación es paradójica, cuando menos. Es verdad que el régimen sigue intacto, y que, salvo algunos policías expedientados y ciertos ex-ministros bajo la lupa, sólo Mubarak ha pagado los platos rotos. Es verdad que, nominalmente, en la cabeza del Estado se encuentra el militar más significado de la etapa anterior, el ministro de Defensa Tantawi, a quien los propios dirigentes de la revuelta motejaban como "el perrito faldero de Mubarak". Es verdad que las promesas de una democracia plena y sin trampas han conseguido por fin disolver las manifestaciones populares, después de dos semanas de seducción militar fallida.
Pero no es menos cierto que los primeros pasos prácticos resultan alentadores. El panel de juristas que prepara una nueva Constitución presenta una composición plural y hasta inesperada, con la presencia al frente de un destacado crítico del presidente depuesto, de un prestigioso jurista abiertamente identificado con los Hermanos Musulmanes y de otro cristiano de credo copto, la principal minoría del país. O que los pronunciamientos públicos de la cúspide castrense parecen negar cualquier eventualidad de permanencia en el poder más allá de lo que lleve organizar la consagración de una democracia abierta y pluralista. Incluso se ha autorizado la recogida de fondos para asistir a familias de los caídos durante las protestas. Y muchos detalles más que hacen mostrar un semblante de confianza a los 'jóvenes egipcios' que se han ganado la admiración mundial.
Y con eso y todo, en la medida en que nadie se convierte a la democracia de la noche a la mañana, los que se resistían a dejar la Plaza de Tahrir o los que no bajan la guardia merecen respeto y atención.
PERFIL DE UNA REVOLUCIÓN
En espera de que se despejen todas esas dudas, lo más interesante de estos días han sido los análisis y disecciones de las fuerzas revolucionarias. Con escasas discrepancias, éste sería el retrato robot del primer agente revolucionario en el mundo árabe desde mitad del siglo pasado:
- persona joven, en su treintena, como edad dominante;
- hombre o mujer, sin distinción significativa de género;
- liderazgo competente, preparado, reflexivo y flexible.
- mensaje laico, moderno, abierto y tolerante, que no ha excluido a la juventud de los Hermanos Musulmanes, en gran parte porque en ningún momento los islamistas han intentado pescar en río revuelto
- conocedores de los recursos comunicativos electrónicos (al menos a nivel de usuario, y más avanzado entre los líderes)
- inspiración en el propio movimiento tunecino, con viajes significativos en momentos cruciales de la apuesta revolucionaria.
- influencia de asociaciones democráticas horizontales y partidarias de la no violencia, poco conocidas en Occidente, como la serbia Otpor (que resultó decisivo en la caída de Milosevic), y el pensador norteamericano Gene Sharp, a quien de momento nadie cuelga sospechosas vinculaciones.
- madurez inesperada de una oposición acostumbrada a la humillación y el ninguneo, que ha sabido dejar el control del movimiento a sus verdaderos inspiradores y no apuntarse de forma oportunista un falso protagonismo.
PARTE PROVISIONAL DEL CONTAGIO
A medida que pasan los días, brotan los focos de tensión, se amplían y extienden las protestas y el virus contestatario gana pie en otros países islámicos: Argelia, Libia, Yemen, Irán, Irak (¡Irak!), Jordania, Marruecos, Bahrein... No hay tiempo para detenerse en todos. Los dos últimos han sorprendido a algunos, por cuando se consideraba que los tronos concitan un respeto reverencial que no infunden las repúblicas. ¿Será otra falsa creencia, como las que han quedado ridiculizadas a orillas del Nilo? A la hora de escribir esta crónica, Bahrein se perfila como el escenario más caliente. Tropas en las calles, contestación abierta, dinamismo bloguero, fuerte sensación de marginación de la mayoría chií (80% de la población) frente a un gobierno poco querido, el de la familia Jalifa, no por ser sunní, sino por su estilo autoritario y nepótico.
Con especial interés aguardamos los acontecimientos en Marruecos. La manifestación prevista para el domingo puede sacar a nuestro vecino de la falsa sensación de estabilidad en la que se agazapaba desde el comienzo de las protestas en la inmensa plaza pública árabe de este invierno.
Irán es un caso ciertamente aparte. Se trata del único país en el que los occidentales han alentado expresamente a los opositores que pretenden acabar con el régimen gobernante. Ni siquiera le acompaña Libia en esta categoría, después de que Gadaffi entrara ya hace años por el aro y perdiera hasta el mínimo eco contestatario de la hegemonía occidental. Importante e inoportuno ejercicio de hipocresía occidental: por muy despreciables que resulten los dirigentes de la República islámica, resulta obsceno el descaro con que se acude a la doble vara de medir.
DOBLE RASERO OCCIDENTAL
Estados Unidos ha hecho el mayor gasto hasta el momento en la gestión de la crisis, aunque su capacidad de influencia haya resultado limitada, como subrayan los atónitos analistas norteamericanos. Estos días se han ido conociendo con más detalle las contradicciones, dobles lenguajes y raseros, mensajes equívocos y fricciones en el interior de la administración Obama.
La preocupación de Obama ante la posibilidad cierta de ser colocado en el 'lado equivocado de la historia' por las poblaciones árabes desconcertó a muchos de sus más cercanos colaboradores, que tiraron del manual de los intereses y escondieron el de los valores. Quizás porque él mismo resultó por momentos preso de la ansiedad ante un cambio demasiado rápido. Al final, tuvo que convencer a algunos de sus irritados aliados, que le aconsejaban mantener la 'cabeza fría' y no llevar demasiado lejos la aplicación práctica de su famoso discurso pronunciado precisamente en El Cairo durante su primera gira por Oriente Medio.
Más allá del desconcierto, el papel de Occidente en este proceso abierto y de resultado aún incierto merece una profunda reflexión, aunque no hay que hacerse demasiadas ilusiones. No deja de resultar grotesco que, mientras las poblaciones árabes parecen decididas a levantarse contra sistemas de gobierno autoritarios, ineficaces, insensibles y caducos, una de las democracias con más carga de historia, la italiana, arrastre lo que arrastra. El caso Berlusconi resulta casi un guiño de la Historia, una coincidencia asombrosa y un signo del empobrecimiento democrático en Occidente.
Egipto, don del Nilo, proclamó Herodoto. Las crecidas del río daban vida al país, porque regaban sus campos y alimentaban a sus gentes. En el arranque del siglo XXI, ha sido otra crecida, ésta política, de carácter democrático, la que puede convertirse en semilla promisoria de un futuro distinto y mejor para Egipto. Y para todos sus vecinos.
CON LA GUARDIA EN ALTO
Es muy posible que tengan razón los que aconsejan prudencia ante la evolución de los acontecimientos en Egipto, después de la aceleración histórica provocada por la crecida democrática de las últimas tres semanas. Tranquiliza, no obstante, que los propios líderes del movimiento juvenil que ha jubilado precipitadamente al raïs aseguren que mantienen de momento la confianza en la cúpula militar.
La situación es paradójica, cuando menos. Es verdad que el régimen sigue intacto, y que, salvo algunos policías expedientados y ciertos ex-ministros bajo la lupa, sólo Mubarak ha pagado los platos rotos. Es verdad que, nominalmente, en la cabeza del Estado se encuentra el militar más significado de la etapa anterior, el ministro de Defensa Tantawi, a quien los propios dirigentes de la revuelta motejaban como "el perrito faldero de Mubarak". Es verdad que las promesas de una democracia plena y sin trampas han conseguido por fin disolver las manifestaciones populares, después de dos semanas de seducción militar fallida.
Pero no es menos cierto que los primeros pasos prácticos resultan alentadores. El panel de juristas que prepara una nueva Constitución presenta una composición plural y hasta inesperada, con la presencia al frente de un destacado crítico del presidente depuesto, de un prestigioso jurista abiertamente identificado con los Hermanos Musulmanes y de otro cristiano de credo copto, la principal minoría del país. O que los pronunciamientos públicos de la cúspide castrense parecen negar cualquier eventualidad de permanencia en el poder más allá de lo que lleve organizar la consagración de una democracia abierta y pluralista. Incluso se ha autorizado la recogida de fondos para asistir a familias de los caídos durante las protestas. Y muchos detalles más que hacen mostrar un semblante de confianza a los 'jóvenes egipcios' que se han ganado la admiración mundial.
Y con eso y todo, en la medida en que nadie se convierte a la democracia de la noche a la mañana, los que se resistían a dejar la Plaza de Tahrir o los que no bajan la guardia merecen respeto y atención.
PERFIL DE UNA REVOLUCIÓN
En espera de que se despejen todas esas dudas, lo más interesante de estos días han sido los análisis y disecciones de las fuerzas revolucionarias. Con escasas discrepancias, éste sería el retrato robot del primer agente revolucionario en el mundo árabe desde mitad del siglo pasado:
- persona joven, en su treintena, como edad dominante;
- hombre o mujer, sin distinción significativa de género;
- liderazgo competente, preparado, reflexivo y flexible.
- mensaje laico, moderno, abierto y tolerante, que no ha excluido a la juventud de los Hermanos Musulmanes, en gran parte porque en ningún momento los islamistas han intentado pescar en río revuelto
- conocedores de los recursos comunicativos electrónicos (al menos a nivel de usuario, y más avanzado entre los líderes)
- inspiración en el propio movimiento tunecino, con viajes significativos en momentos cruciales de la apuesta revolucionaria.
- influencia de asociaciones democráticas horizontales y partidarias de la no violencia, poco conocidas en Occidente, como la serbia Otpor (que resultó decisivo en la caída de Milosevic), y el pensador norteamericano Gene Sharp, a quien de momento nadie cuelga sospechosas vinculaciones.
- madurez inesperada de una oposición acostumbrada a la humillación y el ninguneo, que ha sabido dejar el control del movimiento a sus verdaderos inspiradores y no apuntarse de forma oportunista un falso protagonismo.
PARTE PROVISIONAL DEL CONTAGIO
A medida que pasan los días, brotan los focos de tensión, se amplían y extienden las protestas y el virus contestatario gana pie en otros países islámicos: Argelia, Libia, Yemen, Irán, Irak (¡Irak!), Jordania, Marruecos, Bahrein... No hay tiempo para detenerse en todos. Los dos últimos han sorprendido a algunos, por cuando se consideraba que los tronos concitan un respeto reverencial que no infunden las repúblicas. ¿Será otra falsa creencia, como las que han quedado ridiculizadas a orillas del Nilo? A la hora de escribir esta crónica, Bahrein se perfila como el escenario más caliente. Tropas en las calles, contestación abierta, dinamismo bloguero, fuerte sensación de marginación de la mayoría chií (80% de la población) frente a un gobierno poco querido, el de la familia Jalifa, no por ser sunní, sino por su estilo autoritario y nepótico.
Con especial interés aguardamos los acontecimientos en Marruecos. La manifestación prevista para el domingo puede sacar a nuestro vecino de la falsa sensación de estabilidad en la que se agazapaba desde el comienzo de las protestas en la inmensa plaza pública árabe de este invierno.
Irán es un caso ciertamente aparte. Se trata del único país en el que los occidentales han alentado expresamente a los opositores que pretenden acabar con el régimen gobernante. Ni siquiera le acompaña Libia en esta categoría, después de que Gadaffi entrara ya hace años por el aro y perdiera hasta el mínimo eco contestatario de la hegemonía occidental. Importante e inoportuno ejercicio de hipocresía occidental: por muy despreciables que resulten los dirigentes de la República islámica, resulta obsceno el descaro con que se acude a la doble vara de medir.
DOBLE RASERO OCCIDENTAL
Estados Unidos ha hecho el mayor gasto hasta el momento en la gestión de la crisis, aunque su capacidad de influencia haya resultado limitada, como subrayan los atónitos analistas norteamericanos. Estos días se han ido conociendo con más detalle las contradicciones, dobles lenguajes y raseros, mensajes equívocos y fricciones en el interior de la administración Obama.
La preocupación de Obama ante la posibilidad cierta de ser colocado en el 'lado equivocado de la historia' por las poblaciones árabes desconcertó a muchos de sus más cercanos colaboradores, que tiraron del manual de los intereses y escondieron el de los valores. Quizás porque él mismo resultó por momentos preso de la ansiedad ante un cambio demasiado rápido. Al final, tuvo que convencer a algunos de sus irritados aliados, que le aconsejaban mantener la 'cabeza fría' y no llevar demasiado lejos la aplicación práctica de su famoso discurso pronunciado precisamente en El Cairo durante su primera gira por Oriente Medio.
Más allá del desconcierto, el papel de Occidente en este proceso abierto y de resultado aún incierto merece una profunda reflexión, aunque no hay que hacerse demasiadas ilusiones. No deja de resultar grotesco que, mientras las poblaciones árabes parecen decididas a levantarse contra sistemas de gobierno autoritarios, ineficaces, insensibles y caducos, una de las democracias con más carga de historia, la italiana, arrastre lo que arrastra. El caso Berlusconi resulta casi un guiño de la Historia, una coincidencia asombrosa y un signo del empobrecimiento democrático en Occidente.
UN GRAN DÍA PARA EGIPTO
11 de febrero de 2011
… Y para todos los pueblos árabes. Nadie habría aventurado hace apenas unas semanas que el moderno faraón pudiera ser abatido del pedestal blindado por décadas de autoritarismo, abuso de poder, miedo, embrutecimiento y complicidad exterior.
Mubarak no se ha ido. Lo han echado centenares de miles de personas, la mayoría jóvenes, que ha convertido su condición de esperanza potencial en auténtica realidad ilusionante de un futuro mejor para el país.
A media tarde del viernes no sabemos todos los detalles que han terminando doblegando la resistencia del raïs, cuyo último testimonio fue el decepcionante discurso de la noche del jueves.
Es más que probable que haya sido finalmente el Ejército el que le ha señalado la puerta de salida a un presidente que se había escondido y atrincherado en el Palacio de Heliópolis. En todo caso, es la institución militar la que toma el mando. Se trata de la mejor opción posible, siempre y cuando los militares interpreten correctamente y sin trampas la voluntad popular.
El actual Jefe de las Fuerzas Armadas, General Sami Hafez Enam, es un hombre de sesenta años que ha tenido una formación distinta a la de Mubarak, Suleiman y Tantawi (Ministro de Defensa), pertenecientes a una generación anterior. Pero se sabe muy poco de las deliberaciones que han celebrado estos días los altos mandos castrenses. Es significativo que se haya reunido el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, ya que sólo lo había hecho anteriormente en 1967 y 1973, durante las dos guerras contra Israel.
El portavoz de la oposición con mejor predicamento en Occidente y entre la juventud laica egipcia, Mohamed ElBaradei, había solicitado ese esfuerzo patriótico a las Fuerzas Armadas. Reconociendo su importancia en la estabilización de una ‘transición ordenada’ (pero también inequívoca) hacia una verdadera democracia pluralista que garantice una mayor justicia social, ElBaradei propone que un militar forme parte de un Consejo Presidencial provisional junto a otros dos miembros por determinar. La hoja de ruta de la revolución propuesta por la oposición es sensata y de libro: disolución del Parlamento, abolición de la Constitución y redacción de un nueva bajo la que se celebren elecciones en el plazo de un año.
Queda por aclarar si se legalizarán todos los partidos, incluidos los más radicales o los islamistas, Aparte de otros muchos detalles que se irán dilucidando en los próximos días….
De momento, este viernes este día ocupa ya un lugar destacado en el calendario moderno de Egipto.
Por cierto, y como curiosidad, un día como hoy, hace 32 años (en 1979), triunfaba otra revolución en el mundo islámico. Los seguidores de Jomeini forzaban el final de la dictadura del Sha. Sólo una casualidad, por supuesto, ya que ni el momento, ni el contexto, ni el propósito de ambos acontecimientos históricos pueden o deben ser comparados.
… Y para todos los pueblos árabes. Nadie habría aventurado hace apenas unas semanas que el moderno faraón pudiera ser abatido del pedestal blindado por décadas de autoritarismo, abuso de poder, miedo, embrutecimiento y complicidad exterior.
Mubarak no se ha ido. Lo han echado centenares de miles de personas, la mayoría jóvenes, que ha convertido su condición de esperanza potencial en auténtica realidad ilusionante de un futuro mejor para el país.
A media tarde del viernes no sabemos todos los detalles que han terminando doblegando la resistencia del raïs, cuyo último testimonio fue el decepcionante discurso de la noche del jueves.
Es más que probable que haya sido finalmente el Ejército el que le ha señalado la puerta de salida a un presidente que se había escondido y atrincherado en el Palacio de Heliópolis. En todo caso, es la institución militar la que toma el mando. Se trata de la mejor opción posible, siempre y cuando los militares interpreten correctamente y sin trampas la voluntad popular.
El actual Jefe de las Fuerzas Armadas, General Sami Hafez Enam, es un hombre de sesenta años que ha tenido una formación distinta a la de Mubarak, Suleiman y Tantawi (Ministro de Defensa), pertenecientes a una generación anterior. Pero se sabe muy poco de las deliberaciones que han celebrado estos días los altos mandos castrenses. Es significativo que se haya reunido el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, ya que sólo lo había hecho anteriormente en 1967 y 1973, durante las dos guerras contra Israel.
El portavoz de la oposición con mejor predicamento en Occidente y entre la juventud laica egipcia, Mohamed ElBaradei, había solicitado ese esfuerzo patriótico a las Fuerzas Armadas. Reconociendo su importancia en la estabilización de una ‘transición ordenada’ (pero también inequívoca) hacia una verdadera democracia pluralista que garantice una mayor justicia social, ElBaradei propone que un militar forme parte de un Consejo Presidencial provisional junto a otros dos miembros por determinar. La hoja de ruta de la revolución propuesta por la oposición es sensata y de libro: disolución del Parlamento, abolición de la Constitución y redacción de un nueva bajo la que se celebren elecciones en el plazo de un año.
Queda por aclarar si se legalizarán todos los partidos, incluidos los más radicales o los islamistas, Aparte de otros muchos detalles que se irán dilucidando en los próximos días….
De momento, este viernes este día ocupa ya un lugar destacado en el calendario moderno de Egipto.
Por cierto, y como curiosidad, un día como hoy, hace 32 años (en 1979), triunfaba otra revolución en el mundo islámico. Los seguidores de Jomeini forzaban el final de la dictadura del Sha. Sólo una casualidad, por supuesto, ya que ni el momento, ni el contexto, ni el propósito de ambos acontecimientos históricos pueden o deben ser comparados.
EL SECUESTRO DE LA REVOLUCION
10 de febrero de 2011
A medida que pasan los días, crece la incertidumbre sobre la suerte de la revolución egipcia. Todos los actores de la crisis tratan de fortalecen sus posiciones conscientes de que no se ha dicho la última palabra.
LA PEREGRINACION DE TAHRIR
El actor principal, el pueblo egipcio que desea el cambio y desea que empieza ya, sin demoras, ni condiciones, ni trampas, se prepara para un pulso largo, complicado y peligroso. La plaza Tahrir se ha convertido en núcleo y símbolo de la protesta popular. ‘República Tahrir’ como le ha denominado el analista norteamericano Roger Cohen, uno de los editorialistas de NEW YORK TIMES. El otro, el afamado Thomas Friedman cita a un amigo cairota que ve la congragación del céntrico enclave como la “hajj a la Meca”; es decir, la peregrinación al principal sitio sagrado del Islam.
Con este analogía, el amigo de Friedman invita a una brillante reflexión sobre la naturaleza que, día a día, adopta la rebelión popular contra el autoritario régimen egipcio. No se trata de un movimiento religioso, ni de un ejemplo más de la amenaza islámica, como durante décadas ha esgrimido Mubarak para garantizarse el apoyo blindado de Washington.
Estos días se han leído en la prensa árabe, en Al Jazeera (que ahora descubren con ingenuo asombro muchos comentaristas norteamericanos) y los medios internacionales numerosos reportajes con los portavoces de la protesta. La reaparición esta semana del gerente de Google en Egipto , Wael Ghonim, en la Plaza Tahrir y en una entrevista posterior con un canal de televisión, después de haber sido detenido el 28 de enero por las fuerzas de seguridad, provocó un impulso de entusiasmo entre los resistentes. Ghonim favoreció la propagación de los primeros conatos de protestas al abrir una página en la red social Facebook con el título “Todos somo Jaled Said”, el joven que resultó muerto a palos en Alejandría y que se ha convertido, de alguna manera, en el ‘bouazizi egipcio’.
El protagonismo juvenil en la revolución es el elemento clave. Como se ha dicho estos días, los 100 millones de árabes entre 18 y 30 años parecen haber dado el paso definitivo hacia la liberación de su países, con una agenda en la que resulta difícil percibir un aroma islámico, sino más bien una aspiración de bienestar y modernidad. El efecto de las redes sociales, de la conectividad global ha sido condición necesaria pero no suficiente de la movilización, por mucho que se quiera seguir aventando el riesgo de extremismo religioso.
ENTENDER A LA HERMANDAD
Estos días se han publicado análisis interesantes en la prensa internacional acerca de la estrategia de los Hermanos Musulmanes (HM), el principal grupo político egipcio con identidad islámica. En LE MONDE, bajo el título ‘Qué quieren los Hermanos Musulmanes’ se pasa revista a la realidad actual de esta formación política, social y cultural, con la aportación de varios es expertos que han venido estudiando sus planteamientos y su evolución reciente.
Existe cierto consenso en considerar que en los Hm cohabitan varias sensibilidades, que podrían agruparse en tres tendencias fundamentales: los teocráticos, partidarios de un régimen a lo iraní; los salafistas, que avalarían una interpretación rigorista de los textos, en la línea de los saudíes; y, finalmente, los ‘demócratas’ o ‘reformistas’, para los cuales es preciso, al menos de momento, conciliar la charía con la democracia.
Los expertos consultados por LE MONDE ofrecen distintas visiones sobre la estrategia de los HM ante la revolución en marcha que vive Egipto.
Tewflik Aklimandos, historiador en el Colegio de Francia, estima que esa división es doctrinal pero no política y que, en caso de necesidad, el aparato ordenará una movilización de las bases con presupuestos todavía alejados de la ‘conversión democrática’. “Como los bolcheviques en 1917”, asegura.
En cambio, otros dos expertos discrepan de esta visión crítica. Stéphan Lacroix, islamista en la Facultad de Ciencias Políticas de París, admite que los militantes no se han definido sobre la estrategia a seguir y que el proceso de depuración estratégica sigue pendiente. La actitud conciliadora surge del convencimiento de que, “si fracasan las negociaciones, ellos saben que serán las primeras víctimas de la represión”. En todo caso, Lacroix considera que esta prudencia no es simplemente táctica y parece convencido de que, si el espacio político se abre, los HM se conformarán como partido islámico-conservador, porque saben que “el islamismo triunfante de los primeros setenta se ha apaciguado”.
Con esta apreciación coincide Joshua Stacher, un investigador de la universidad norteamericana de Kent. El modelo sería el APK turco, el partido del primer ministro Erdogan. Lo que no quiere decir que la Hermandad abandonara definitivamente su programa máximo: simplemente aplazaría su ejecución hasta fortalecer sus posiciones sociales e institucionales.
En el NEW YORK TIMES, un inestigador de las actuaciones de la CIA en Oriente Medio se muestra también confiado en la evolución democrática de los HM, no tanto por convicción, cuanto por necesidad. Reuel Marc Gerecht afirma que esta formación está intentando conciliar el islam con la libertad, en una especia de ‘confluencia de civilizaciones’ (frente a ese choque inevitable tan denostado que aventuraba Huttington), porque sabe que no tiene otro camino para llegar al poder.
LA ANESTESIA DE SULEIMÁN
El régimen egipcio está consiguiendo ganar tiempo, pero aún no ha conseguido ‘secuestrar la revolución’. Las maniobras de Suleimán son todo lo hábiles que se esperaban, porque se conocía la sutileza con que se conduce este personaje, el preferido por Israel para la sucesión de Mubarak, según confirmaron algunos de los despachos de Wikileaks. Promete un calendario de reformas y un compromiso democrático. Pero la presión de la calle le ha obligado a mostrar la fiereza autoritaria, al decir que ‘Egipto no estaba maduro para la democracia’, que la retirada inmediata de Mubarak conduciría al caos, o que no se puede descartar un ‘golpe’ (no dijo de quien) si los manifestantes desbordaban los límites.
Los contactos que ha mantenido Suleimán con las fuerzas políticas de la oposición permiten interpretar la estrategia del poder: retrasar compromisos, asegurar el control de la calle, debilitar a la oposición mediante maniobras divisorias y alentar el desasosiego árabe para favorecer las presiones sobre Washington.
EL EMBROLLO DE OBAMA
La administración Obama se ha enredado. En Washington se ha diluido las expresiones de simpatía ante las manifestaciones de entusiasmo popular, tan del gusto presidencial. Las consideraciones pragmáticas han recobrado en Washington el papel dominante que ocuparon los primeros días de revuelta. No poco habrán influido las llamadas implorantes desde Ryad, Amann y otras capitales árabes. Pero sobre todo el intenso teléfono rojo con Tel Aviv.
Fuentes oficiales norteamericanas se empeñan en quitar importancia al atasco y afirman que las partes se han dado un respiro. Pero esta fase de espera hace que emerjan las consideraciones críticas. La elección de Frank Wisner como enviado especial ante el raïs durante la fase álgida de las protestas resultó una torpeza incomprensible, debido a su perfil sospechoso por sus relaciones personales de larga data con Mubarak y su condición de abogado del Ejército egipcio.
Probablemente, Obama persiga una equidistancia entre la ‘República Tahrir’ y sus aliados regionales. Sería lo ideal para conservar intereses y preservar su imagen de líder idealista comprometido con libertad y el cambio. Pero no le será fácil que la dupla Mubarak-Suleimán acepte algunos puntos de su plan para esa “transición ordenada”. Lo más inmediato, el levantamiento del estado de sitio y la renuncia a todo tipo de práctica represiva. Y, lo esencial: que las negociaciones con la oposición estén basadas en propuestas ‘significativas’ sobre el futuro político de Egipto.
Por segunda vez desde el comienzo de la crisis, el Vicepresidente Biden le ha leído esta cartilla Suleiman, aunque quizás en esta ocasión con otras provisiones más discretas. Lo que no sabemos es si han sido ‘conminaciones’ o ‘recomendaciones’ para evitar que los intereses pro-occidentales no corran riesgos innecesarios.
En todo caso, no se habla, públicamente, por supuesto, de la renuncia de Mubarak, que los revolucionarios han convertido en ‘arco de su estrategia’ de combate y que la Casa Blanca, por razones obvias, elude. No sólo por conveniencia, sino por estética diplomática.
El problema para Washington es que la tozudez de los revolucionarios es inatacable, mientras que la de Mubarak y Suleimán resulta cada día más incómoda. En THE NATION, RICHARD DREYFFUS cree que ‘declinante el poder y la influencia de los Estados Unidos en Oriente Medio. El analista del semanario progresista norteamericano considera que la suspensión de la ayuda militar a Egipto resultaría ahora inconveniente, no porque esté a favor de ella, sino porque se podría repetir el garrafal error cometido con Pakistán, país al que se retiró la ayuda a finales de los noventa, tras el golpe de Musharraf, para luego restablecerla e incrementarla para ganarse el favor de los militares pakistaníes contra Al Qaeda.
El NEW YORK TIMES, periódico tan defensor de la causa judía como de las visiones mundiales de los progresistas templados, añade a las demandas de la Casa Blanca una serie de exigencias para Suleimán; a saber: la creación de una comisión independiente para vigilar el proceso democrático, el criterio pactado para el registro de partidos políticos, el acceso garantizado de todos los participantes a los medios de comunicación oficiales y la presencia de observadores internacionales en las elecciones para supervisar el voto y el recuento.
En Heliópolís, un aislado pero astuto Mubarak debe también ocupar su tiempo en asegurar que su fortuna, más entre 40 y 70 mil millones de dólares, según THE GUARDIAN, se encuentra a buen recaudo. Para eso también necesita este tiempo precioso.
A medida que pasan los días, crece la incertidumbre sobre la suerte de la revolución egipcia. Todos los actores de la crisis tratan de fortalecen sus posiciones conscientes de que no se ha dicho la última palabra.
LA PEREGRINACION DE TAHRIR
El actor principal, el pueblo egipcio que desea el cambio y desea que empieza ya, sin demoras, ni condiciones, ni trampas, se prepara para un pulso largo, complicado y peligroso. La plaza Tahrir se ha convertido en núcleo y símbolo de la protesta popular. ‘República Tahrir’ como le ha denominado el analista norteamericano Roger Cohen, uno de los editorialistas de NEW YORK TIMES. El otro, el afamado Thomas Friedman cita a un amigo cairota que ve la congragación del céntrico enclave como la “hajj a la Meca”; es decir, la peregrinación al principal sitio sagrado del Islam.
Con este analogía, el amigo de Friedman invita a una brillante reflexión sobre la naturaleza que, día a día, adopta la rebelión popular contra el autoritario régimen egipcio. No se trata de un movimiento religioso, ni de un ejemplo más de la amenaza islámica, como durante décadas ha esgrimido Mubarak para garantizarse el apoyo blindado de Washington.
Estos días se han leído en la prensa árabe, en Al Jazeera (que ahora descubren con ingenuo asombro muchos comentaristas norteamericanos) y los medios internacionales numerosos reportajes con los portavoces de la protesta. La reaparición esta semana del gerente de Google en Egipto , Wael Ghonim, en la Plaza Tahrir y en una entrevista posterior con un canal de televisión, después de haber sido detenido el 28 de enero por las fuerzas de seguridad, provocó un impulso de entusiasmo entre los resistentes. Ghonim favoreció la propagación de los primeros conatos de protestas al abrir una página en la red social Facebook con el título “Todos somo Jaled Said”, el joven que resultó muerto a palos en Alejandría y que se ha convertido, de alguna manera, en el ‘bouazizi egipcio’.
El protagonismo juvenil en la revolución es el elemento clave. Como se ha dicho estos días, los 100 millones de árabes entre 18 y 30 años parecen haber dado el paso definitivo hacia la liberación de su países, con una agenda en la que resulta difícil percibir un aroma islámico, sino más bien una aspiración de bienestar y modernidad. El efecto de las redes sociales, de la conectividad global ha sido condición necesaria pero no suficiente de la movilización, por mucho que se quiera seguir aventando el riesgo de extremismo religioso.
ENTENDER A LA HERMANDAD
Estos días se han publicado análisis interesantes en la prensa internacional acerca de la estrategia de los Hermanos Musulmanes (HM), el principal grupo político egipcio con identidad islámica. En LE MONDE, bajo el título ‘Qué quieren los Hermanos Musulmanes’ se pasa revista a la realidad actual de esta formación política, social y cultural, con la aportación de varios es expertos que han venido estudiando sus planteamientos y su evolución reciente.
Existe cierto consenso en considerar que en los Hm cohabitan varias sensibilidades, que podrían agruparse en tres tendencias fundamentales: los teocráticos, partidarios de un régimen a lo iraní; los salafistas, que avalarían una interpretación rigorista de los textos, en la línea de los saudíes; y, finalmente, los ‘demócratas’ o ‘reformistas’, para los cuales es preciso, al menos de momento, conciliar la charía con la democracia.
Los expertos consultados por LE MONDE ofrecen distintas visiones sobre la estrategia de los HM ante la revolución en marcha que vive Egipto.
Tewflik Aklimandos, historiador en el Colegio de Francia, estima que esa división es doctrinal pero no política y que, en caso de necesidad, el aparato ordenará una movilización de las bases con presupuestos todavía alejados de la ‘conversión democrática’. “Como los bolcheviques en 1917”, asegura.
En cambio, otros dos expertos discrepan de esta visión crítica. Stéphan Lacroix, islamista en la Facultad de Ciencias Políticas de París, admite que los militantes no se han definido sobre la estrategia a seguir y que el proceso de depuración estratégica sigue pendiente. La actitud conciliadora surge del convencimiento de que, “si fracasan las negociaciones, ellos saben que serán las primeras víctimas de la represión”. En todo caso, Lacroix considera que esta prudencia no es simplemente táctica y parece convencido de que, si el espacio político se abre, los HM se conformarán como partido islámico-conservador, porque saben que “el islamismo triunfante de los primeros setenta se ha apaciguado”.
Con esta apreciación coincide Joshua Stacher, un investigador de la universidad norteamericana de Kent. El modelo sería el APK turco, el partido del primer ministro Erdogan. Lo que no quiere decir que la Hermandad abandonara definitivamente su programa máximo: simplemente aplazaría su ejecución hasta fortalecer sus posiciones sociales e institucionales.
En el NEW YORK TIMES, un inestigador de las actuaciones de la CIA en Oriente Medio se muestra también confiado en la evolución democrática de los HM, no tanto por convicción, cuanto por necesidad. Reuel Marc Gerecht afirma que esta formación está intentando conciliar el islam con la libertad, en una especia de ‘confluencia de civilizaciones’ (frente a ese choque inevitable tan denostado que aventuraba Huttington), porque sabe que no tiene otro camino para llegar al poder.
LA ANESTESIA DE SULEIMÁN
El régimen egipcio está consiguiendo ganar tiempo, pero aún no ha conseguido ‘secuestrar la revolución’. Las maniobras de Suleimán son todo lo hábiles que se esperaban, porque se conocía la sutileza con que se conduce este personaje, el preferido por Israel para la sucesión de Mubarak, según confirmaron algunos de los despachos de Wikileaks. Promete un calendario de reformas y un compromiso democrático. Pero la presión de la calle le ha obligado a mostrar la fiereza autoritaria, al decir que ‘Egipto no estaba maduro para la democracia’, que la retirada inmediata de Mubarak conduciría al caos, o que no se puede descartar un ‘golpe’ (no dijo de quien) si los manifestantes desbordaban los límites.
Los contactos que ha mantenido Suleimán con las fuerzas políticas de la oposición permiten interpretar la estrategia del poder: retrasar compromisos, asegurar el control de la calle, debilitar a la oposición mediante maniobras divisorias y alentar el desasosiego árabe para favorecer las presiones sobre Washington.
EL EMBROLLO DE OBAMA
La administración Obama se ha enredado. En Washington se ha diluido las expresiones de simpatía ante las manifestaciones de entusiasmo popular, tan del gusto presidencial. Las consideraciones pragmáticas han recobrado en Washington el papel dominante que ocuparon los primeros días de revuelta. No poco habrán influido las llamadas implorantes desde Ryad, Amann y otras capitales árabes. Pero sobre todo el intenso teléfono rojo con Tel Aviv.
Fuentes oficiales norteamericanas se empeñan en quitar importancia al atasco y afirman que las partes se han dado un respiro. Pero esta fase de espera hace que emerjan las consideraciones críticas. La elección de Frank Wisner como enviado especial ante el raïs durante la fase álgida de las protestas resultó una torpeza incomprensible, debido a su perfil sospechoso por sus relaciones personales de larga data con Mubarak y su condición de abogado del Ejército egipcio.
Probablemente, Obama persiga una equidistancia entre la ‘República Tahrir’ y sus aliados regionales. Sería lo ideal para conservar intereses y preservar su imagen de líder idealista comprometido con libertad y el cambio. Pero no le será fácil que la dupla Mubarak-Suleimán acepte algunos puntos de su plan para esa “transición ordenada”. Lo más inmediato, el levantamiento del estado de sitio y la renuncia a todo tipo de práctica represiva. Y, lo esencial: que las negociaciones con la oposición estén basadas en propuestas ‘significativas’ sobre el futuro político de Egipto.
Por segunda vez desde el comienzo de la crisis, el Vicepresidente Biden le ha leído esta cartilla Suleiman, aunque quizás en esta ocasión con otras provisiones más discretas. Lo que no sabemos es si han sido ‘conminaciones’ o ‘recomendaciones’ para evitar que los intereses pro-occidentales no corran riesgos innecesarios.
En todo caso, no se habla, públicamente, por supuesto, de la renuncia de Mubarak, que los revolucionarios han convertido en ‘arco de su estrategia’ de combate y que la Casa Blanca, por razones obvias, elude. No sólo por conveniencia, sino por estética diplomática.
El problema para Washington es que la tozudez de los revolucionarios es inatacable, mientras que la de Mubarak y Suleimán resulta cada día más incómoda. En THE NATION, RICHARD DREYFFUS cree que ‘declinante el poder y la influencia de los Estados Unidos en Oriente Medio. El analista del semanario progresista norteamericano considera que la suspensión de la ayuda militar a Egipto resultaría ahora inconveniente, no porque esté a favor de ella, sino porque se podría repetir el garrafal error cometido con Pakistán, país al que se retiró la ayuda a finales de los noventa, tras el golpe de Musharraf, para luego restablecerla e incrementarla para ganarse el favor de los militares pakistaníes contra Al Qaeda.
El NEW YORK TIMES, periódico tan defensor de la causa judía como de las visiones mundiales de los progresistas templados, añade a las demandas de la Casa Blanca una serie de exigencias para Suleimán; a saber: la creación de una comisión independiente para vigilar el proceso democrático, el criterio pactado para el registro de partidos políticos, el acceso garantizado de todos los participantes a los medios de comunicación oficiales y la presencia de observadores internacionales en las elecciones para supervisar el voto y el recuento.
En Heliópolís, un aislado pero astuto Mubarak debe también ocupar su tiempo en asegurar que su fortuna, más entre 40 y 70 mil millones de dólares, según THE GUARDIAN, se encuentra a buen recaudo. Para eso también necesita este tiempo precioso.
EL ENROQUE DE MUBARAK
3 de Febrero de 2011
¿Por qué Mubarak se resiste a abandonar el poder?
Las reticencias del raïs egipcio a entregar de forma inmediata e inequívoca el poder podría deberse a las siguientes razones: intentos de manipular a la oposición, límites en la neutralidad del Ejército, vacilaciones y temores en las potencias occidentales y, por qué no admitirlo, la cuestión particular, el orgullo personal.
UNA OPOSICIÓN UNIDA, ¿POR CUANTO TIEMPO?
Mubarak confía en que las contradicciones empiecen a cuartear el frente unido que hoy exhibe la oposición. Eso no ocurrirá de inmediato, pero si se demora la 'rendición' del presidente, su habilidoso hombre de confianza y ahora vicepresidente, Omar Suleimán, puede contar con un tiempo precioso. En su calidad de Jefe de los servicios de inteligencia, Suleimán puede sacar estupendo partido de la información de que dispone (la real y la maquillada) para explotar las indudables diferencias que la actual coalición anti-régimen mantiene con respecto al futuro del país.
Hoy por hoy, la línea argumental básica consistiría en convencer a nacionalistas, demócratas, liberales e izquierdistas de que todos ellos quedarían aplastados bajo la hegemonía de los islamistas, por ser estos la fuerza opositora más numerosa y mejor estructurada. Para prevenir este escenario a medio plazo, Suleimán puede persuadirles de que es preciso arbitrar desde ahora garantías y mecanismos institucionales. Y eso exigiría tiempo y orden, que en estos momentos sólo puede garantizar Mubarak, con el apoyo de los militares.
LA NEUTRALIDAD DEL EJÉRCITO PUEDE CADUCAR
Efectivamente, en ningún caso, el Ejército toleraría que de las crisis emergiera la perspectiva futura de una alternativa islamista, siquiera moderada, como la que representan los Hermanos Musulmanes, quienes cada día que pasa se sienten más seguros de que su momento está cercano. Aunque se hayan resignado a aceptar el final de Mubarak, los militares también pedirán tiempo, y su calendario puede coincidir más con los cálculos del raïs que con las últimas revisiones de la Casa Blanca y sus aliados.
Los límites de la neutralidad militar también tienen que ver con el mantenimiento del orden público y la paz en las calles. El envío de supuestos seguidores de Mubarak (policías encubiertos, paramilitares, es igual) a la plaza de Tahrir y a otros lugares donde se celebran las concentraciones ciudadanas tendrían el propósito de elevar la tensión, propiciar y favorecer enfrentamientos físicos (y hasta armados) y justificar una intervención menos elegante que la desempeñada hasta ahora por el Ejército.
En un escenario de caos total, si el número de muertos aumenta, los soldados no pueden limitarse a bailar con los manifestantes o a poner flores en las bocanas de los carros de combate. No es que los militares vayan a jugarse su prestigio por defender el destino personal de Mubarak. Pero tampoco pueden tolerar, por instinto y tradición, una deriva descontrolada de los acontecimientos. El orgullo impediría cualquier solución que les dejara en evidencia.
VACILACIONES Y TEMORES OCCIDENTALES
El cambio de tono en Obama -y, en cascada, en el resto de dirigentes occidentales- puede haber sido interpretado por Mubarak de dos formas, no necesariamente contradictorias o excluyentes: como una traición después de una impresionante hoja de servicios en favor de los intereses occidentales; y como una exigencia de imagen para no dar la impresión de que el mundo opulento es insensible a los valores que defienden cuando son otros pueblos quienes los reclaman.
Mubarak puede tener motivos, por lo tanto, para considerar que las invocaciones occidentales en favor de una transición pacífica son modificables o negociables si él consigue invertir la dinámica actual de los acontecimientos. Mubarak debe imaginarse, con bastante razón, que en el ánimo de las cancillerías mundiales pesará mucho más el pánico al caos que las aspiraciones democráticas del pueblo egipcio. Por eso, la presión que Obama pueda ejercer -por ejemplo congelando la ayuda de 1.500 millones de dólares- es un arma de doble filo.
¿Qué pasaría si la caída del régimen egipcio propiciara la extensión del contagio revolucionario a otros países 'sensibles'.
El primero en la lista de potenciales infectados es Yemen, en estos momentos el frente más activo -aunque contradictorio- en la lucha contra Al Qaeda. El presidente Saleh ya ha anunciado que no se presentará a las próximas elecciones, siguiendo la misma línea de apaciguamiento en la que ha fracasado su colega egipcio. En la línea de riesgo, aparece, a continuación, Jordania. El rey Abdullah ya se ha visto obligado a cambiar de nuevo el gobierno bajo la presión de la calle reclamando cambios profundos. Si el monarca hachemí no consigue dominar la situación, el clima de revuelta podría ganar adeptos en Marruecos y, aunque menos probablemente, en las petromonarquías del Golfo. En este último caso, ya no es el freno del islamismo o la contención de Irán lo que estaría en juego, sino la estabilidad del abastecimiento petrolero occidental.
ISRAEL, EN GABINETE DE CRISIS
La tesis del contagio está siendo aireada profusamente estos días por la prensa israelí más cercana al gobierno y por no pocos 'expertos' norteamericanos que durante años han justificado doctrinariamente el apoyo a regímenes dictatoriales o autoritarios en Oriente Medio.
Israel trata de hacer virtud de la necesidad. La inestabilidad en Egipto le preocupa más que a cualquier otra potencia occidental. De ahí que el Ministerio de Exteriores haya hecho circular una nota entre las principales cancillerías mundiales advirtiendo que abandonar ahora al régimen de Mubarak puede comportar 'serias consecuencias'. Israel está enviando el claro mensaje de no arrojar al niño con el agua de la bañera. En otras palabras, en esta hora, ante todo, cabezas frías.
Netanyahu teme que, una vez más, Obama se deje llevar por una aparente cuestión de principios. En realidad, lo que debe preocuparle más del presidente norteamericano no es su supuesto idealismo, sino la retórica del idealismo. Es decir, que se vea preso de sus declaraciones de simpatía por las aspiraciones de libertad, democracia y prosperidad, si los acontecimientos en Egipto se salen definitivamente de cauce. Probablemente, se trate de temores infundados. En Washington se asiste a un reparto de papeles. Obama juega el rol de defensor de las grandes causas populares, mientras es de esperar que la secretaria Clinton y el Pentágono asuman el discurso pragmático de la 'estabilidad'.
EL ORGULLO DE UN OCTOGENARIO
Y finalmente, tampoco debe descartarse que en el ánimo numantino del raïs haya pesado la ambición de no pasar a la historia como un dictadorzuelo que se escapa por la puerta de atrás. Probablemente, no quiere ser un Ben Ali. Arruinados sus designios dinásticos, a sus 82 años debe esperar ya poco de la vida, salvo concluirla con honor. En su discurso del martes por la noche se encuentran inflamadas referencias a su honor más de soldado que de líder político. Suena a morir con las botas puestas.
¿Por qué Mubarak se resiste a abandonar el poder?
Las reticencias del raïs egipcio a entregar de forma inmediata e inequívoca el poder podría deberse a las siguientes razones: intentos de manipular a la oposición, límites en la neutralidad del Ejército, vacilaciones y temores en las potencias occidentales y, por qué no admitirlo, la cuestión particular, el orgullo personal.
UNA OPOSICIÓN UNIDA, ¿POR CUANTO TIEMPO?
Mubarak confía en que las contradicciones empiecen a cuartear el frente unido que hoy exhibe la oposición. Eso no ocurrirá de inmediato, pero si se demora la 'rendición' del presidente, su habilidoso hombre de confianza y ahora vicepresidente, Omar Suleimán, puede contar con un tiempo precioso. En su calidad de Jefe de los servicios de inteligencia, Suleimán puede sacar estupendo partido de la información de que dispone (la real y la maquillada) para explotar las indudables diferencias que la actual coalición anti-régimen mantiene con respecto al futuro del país.
Hoy por hoy, la línea argumental básica consistiría en convencer a nacionalistas, demócratas, liberales e izquierdistas de que todos ellos quedarían aplastados bajo la hegemonía de los islamistas, por ser estos la fuerza opositora más numerosa y mejor estructurada. Para prevenir este escenario a medio plazo, Suleimán puede persuadirles de que es preciso arbitrar desde ahora garantías y mecanismos institucionales. Y eso exigiría tiempo y orden, que en estos momentos sólo puede garantizar Mubarak, con el apoyo de los militares.
LA NEUTRALIDAD DEL EJÉRCITO PUEDE CADUCAR
Efectivamente, en ningún caso, el Ejército toleraría que de las crisis emergiera la perspectiva futura de una alternativa islamista, siquiera moderada, como la que representan los Hermanos Musulmanes, quienes cada día que pasa se sienten más seguros de que su momento está cercano. Aunque se hayan resignado a aceptar el final de Mubarak, los militares también pedirán tiempo, y su calendario puede coincidir más con los cálculos del raïs que con las últimas revisiones de la Casa Blanca y sus aliados.
Los límites de la neutralidad militar también tienen que ver con el mantenimiento del orden público y la paz en las calles. El envío de supuestos seguidores de Mubarak (policías encubiertos, paramilitares, es igual) a la plaza de Tahrir y a otros lugares donde se celebran las concentraciones ciudadanas tendrían el propósito de elevar la tensión, propiciar y favorecer enfrentamientos físicos (y hasta armados) y justificar una intervención menos elegante que la desempeñada hasta ahora por el Ejército.
En un escenario de caos total, si el número de muertos aumenta, los soldados no pueden limitarse a bailar con los manifestantes o a poner flores en las bocanas de los carros de combate. No es que los militares vayan a jugarse su prestigio por defender el destino personal de Mubarak. Pero tampoco pueden tolerar, por instinto y tradición, una deriva descontrolada de los acontecimientos. El orgullo impediría cualquier solución que les dejara en evidencia.
VACILACIONES Y TEMORES OCCIDENTALES
El cambio de tono en Obama -y, en cascada, en el resto de dirigentes occidentales- puede haber sido interpretado por Mubarak de dos formas, no necesariamente contradictorias o excluyentes: como una traición después de una impresionante hoja de servicios en favor de los intereses occidentales; y como una exigencia de imagen para no dar la impresión de que el mundo opulento es insensible a los valores que defienden cuando son otros pueblos quienes los reclaman.
Mubarak puede tener motivos, por lo tanto, para considerar que las invocaciones occidentales en favor de una transición pacífica son modificables o negociables si él consigue invertir la dinámica actual de los acontecimientos. Mubarak debe imaginarse, con bastante razón, que en el ánimo de las cancillerías mundiales pesará mucho más el pánico al caos que las aspiraciones democráticas del pueblo egipcio. Por eso, la presión que Obama pueda ejercer -por ejemplo congelando la ayuda de 1.500 millones de dólares- es un arma de doble filo.
¿Qué pasaría si la caída del régimen egipcio propiciara la extensión del contagio revolucionario a otros países 'sensibles'.
El primero en la lista de potenciales infectados es Yemen, en estos momentos el frente más activo -aunque contradictorio- en la lucha contra Al Qaeda. El presidente Saleh ya ha anunciado que no se presentará a las próximas elecciones, siguiendo la misma línea de apaciguamiento en la que ha fracasado su colega egipcio. En la línea de riesgo, aparece, a continuación, Jordania. El rey Abdullah ya se ha visto obligado a cambiar de nuevo el gobierno bajo la presión de la calle reclamando cambios profundos. Si el monarca hachemí no consigue dominar la situación, el clima de revuelta podría ganar adeptos en Marruecos y, aunque menos probablemente, en las petromonarquías del Golfo. En este último caso, ya no es el freno del islamismo o la contención de Irán lo que estaría en juego, sino la estabilidad del abastecimiento petrolero occidental.
ISRAEL, EN GABINETE DE CRISIS
La tesis del contagio está siendo aireada profusamente estos días por la prensa israelí más cercana al gobierno y por no pocos 'expertos' norteamericanos que durante años han justificado doctrinariamente el apoyo a regímenes dictatoriales o autoritarios en Oriente Medio.
Israel trata de hacer virtud de la necesidad. La inestabilidad en Egipto le preocupa más que a cualquier otra potencia occidental. De ahí que el Ministerio de Exteriores haya hecho circular una nota entre las principales cancillerías mundiales advirtiendo que abandonar ahora al régimen de Mubarak puede comportar 'serias consecuencias'. Israel está enviando el claro mensaje de no arrojar al niño con el agua de la bañera. En otras palabras, en esta hora, ante todo, cabezas frías.
Netanyahu teme que, una vez más, Obama se deje llevar por una aparente cuestión de principios. En realidad, lo que debe preocuparle más del presidente norteamericano no es su supuesto idealismo, sino la retórica del idealismo. Es decir, que se vea preso de sus declaraciones de simpatía por las aspiraciones de libertad, democracia y prosperidad, si los acontecimientos en Egipto se salen definitivamente de cauce. Probablemente, se trate de temores infundados. En Washington se asiste a un reparto de papeles. Obama juega el rol de defensor de las grandes causas populares, mientras es de esperar que la secretaria Clinton y el Pentágono asuman el discurso pragmático de la 'estabilidad'.
EL ORGULLO DE UN OCTOGENARIO
Y finalmente, tampoco debe descartarse que en el ánimo numantino del raïs haya pesado la ambición de no pasar a la historia como un dictadorzuelo que se escapa por la puerta de atrás. Probablemente, no quiere ser un Ben Ali. Arruinados sus designios dinásticos, a sus 82 años debe esperar ya poco de la vida, salvo concluirla con honor. En su discurso del martes por la noche se encuentran inflamadas referencias a su honor más de soldado que de líder político. Suena a morir con las botas puestas.
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