5 de junio de 2024
Las elecciones europeas constituyen un dolor de cabeza para los partidos que gobiernan en sus estados respectivos. Así ha sido siempre y no parece que, al menos a la vista vaya a cambiar. Ni los políticos ni los medios se han esforzado demasiado por estimular un debate público plurinacional. Prima el oportunismo político y el ajuste de cuentas interno. Lo que estamos viendo en España es replicable en cualquier otro país del continente.
Ni una guerra en Europa, otra (una más) en Oriente Medio y otras muchos conflictos bélicos de esos que en Occidente se denominan de baja intensidad (en realidad, es baja la atención que les prestamos) han conseguido reorientar el debate. Por no hablar del debilitamiento de los servicios públicos o el incremento de la desigualdad social.
La guerra de Ucrania, por importante y trascendente que sea, sólo ha estado presente en la campaña europea como telonera de los discursos y proclamas electorales. Que figure como marco de actuación en los programas sirve de poco: ya sabemos que casi nadie se los lee y que casi nunca se cumplen.
EL FICTICIO MIEDO A LA ULTRADERECHA
Las elecciones europeas de este año vienen marcadas por el “gran miedo” al avance de la ultraderecha, término éste muy resultón, pero poco preciso. Los políticos, sobre todo en la izquierda, no quieren referirse a estas formaciones por su perfil ideológico, sino por su posición en el espectro político, que, como todos sabemos, no deja de ser una convención reduccionista. Esa ultraderecha, escindida en dos grandes bloques en el Parlamento europeo saliente, debería ser denominada “nacionalismo conservador, identitario y populista”. Esos tres rasgos se encuentran en la práctica totalidad de las formaciones.
Según nos dicen las numerosas encuestas y el pulso político en cada uno de los países, los nacionalistas conservadores, identitarios y populistas tienen muchas posibilidades de convertirse, temporalmente, en la primera fuerza política en ocho estados:
- Francia (lo que sería el hecho más relevante de estos comicios).
- Italia (confirmación de su auge de los últimos años).
- Holanda (lo que asentaría su triunfo en las legislativas de noviembre, que le han dado acceso al gobierno, aunque sus socios conservadores y liberales hayan blanqueado esa alianza mediante la constitución de un gobierno “técnico”).
- Bélgica (si sumamos los votos de las dos fuerzas flamencas, contra las que se han unido todos los partidos del consenso centrista en una alianza que esperan revalidar en los comicios legislativos que se celebran juntos a los europeos).
- Chequia (en coalición con la derecha liberal-conservadora afiliado al PPE, anticipando la más que probable orientación política dominante a partir en los próximos cinco años).
- Hungría (referencia heterodoxa pero potentísima de esta familia diversa).
- Croacia (aunque formalmente adscrito al PPE, la HDZ es, en todos los aspectos un partido ultranacionalista y ultraconservador fiel a sus postulados fundacionales; y, además, cuenta con el apoyo parlamentario de una formación aún más extrema).
- Eslovaquia (con la peculiaridad de que este nacionalismo es un quiste por fin escindido de la socialdemocracia)
Nótese que cuatro de estos ocho estados (los primeros de la lista) son fundadores del proyecto político europeo (fueron seis), lo que confiere no sólo importancia política, sino también simbólica a la deriva ultra en la UE.
Pero, además, en otros cuatro países, el nacionalismo conservador, identitario y populista será con casi toda probabilidad la segunda fuerza política:
-Alemania (la xenófoba AfD podría desplazar al SPD, actualmente al frente de la cancillería federal, a un humillante tercer puesto).
-Polonia (el PiS de hecho tiene garantizada esa plaza, pero no renuncia a poder recuperar el liderazgo que ha ejercido durante una década larga).
-Finlandia (los Verdaderos finlandeses han sido más exigentes que sus vecinos escandinavos y han conseguido ministerios desde los que imponer su agenda identitaria).
-Estonia (privados del cordón sanitario por una coalición de centroizquierda).
En tercer lugar, aparecen en:
-Suecia (los Demócratas suecos están fuera del gobierno, pero su apoyo parlamentario es lo que garantiza la estabilidad del ejecutivo conservador-liberal).
-España (donde VOX asegura la estabilidad del gobierno del PP en varias comunidades autónomas).
- Portugal, Rumanía, Austria, Bulgaria, Letonia y Estonia (privados de influencia relevante, pero en ascenso o en sólida consistencia).
Este auge se explica por dos factores. El más inmediato es el sistema electoral, que es proporcional y uninominal en las elecciones europeas, lo que priva de las barreras que estas formaciones afrontan en sus países respectivos. El segundo es el beneficio que obtienen del voto protesta o del malestar social, que lleve a numerosos ciudadanos a votar a formaciones hasta hace poco outsiders. Este comportamiento se perfila en los dos grandes países de la UE, Alemania y Francia. En cambio, los nacionalistas conservadores parecen salvarse en sitios donde gobiernan, singularmente Italia y Hungría.
LA RUPTURA DEL CORDÓN SANITARIO
La derecha conservadora ha dejado de demonizar a los nacionalistas hace tiempo. El cordón sanitario ya ha saltado en pedazos y estas elecciones europeas le darán patente continental.
Los partidos del PPE gobiernan, actualmente, en 17 países europeos:
-en solitario, en Grecia, Portugal y Croacia (en éste último con la observación antes reseñada);
-en coaliciones variadas, pero como fuerza dominante, en Polonia (con liberales y ecologistas), Suecia (con liberales y apoyo exterior de los nacionalistas), Austria (con ecologistas), Finlandia, Bulgaria, Lituania y Luxemburgo (con liberales), Letonia (con ecologistas y social-liberales).
-en coalición, como fuerza secundaria, en Italia (Forza Italia, en vías de desaparición), Holanda, Bélgica, Chequia, Irlanda, Rumanía
Es un secreto a voces que los líderes más influyentes del PPE (con los alemanes a la cabeza) parecen inclinados, para revalidar su liderazgo en Estrasburgo, a abandonar sus alianzas con liberales y socialdemócratas y forjar un pacto con los nacionalistas conservadores, identitarios y populistas. Lo que está por definir son las concesiones que tendrán que hacerles. Y esto depende, por supuesto, de la fuerza real que tengan estos nacionalistas a partir del lunes en LA Eurocámara, pero, sobre todo, de su capacidad para superar sus divisiones.
En efecto, desde hace meses se están celebrando contactos para fusionar los dos actuales grupos de la denominada ultraderecha: Conservadores y Reformistas Europeos e Identidad y Democracia. El gran escollo es la posición ante Rusia. ID ha mantenido relaciones de mayor o menor profundidad con el Kremlin, mientras CRE son ferozmente antirrusos (como fueron anticomunistas sus integrantes). Lideran el esfuerzo de fusión la francesa Le Pen (ID) y la italiana Meloni (CRE). La ruptura del RN francés y de la Lega Italiana con su hasta ahora aliada AfD, después de pronunciamientos de abierta simpatía nazi, han facilitado el acercamiento.
Pero esta partida no se juega a dos bandas, sino a tres. La actual presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, perteneciente a la democracia cristiana alemana (CDU) favorece muy activamente la confluencia de estas corrientes ultras con el PPE, con el apoyo del líder del PPE, el también germano Manfred Weber, miembro del ala bávara (CSU).
Como democristianos alemanes, Von der Leyen y Weber han practicado el cordón sanitario contra la AfD en su país, pero no les hacen en absoluto ascos a coaligarse con sus afines en Europa. No les basta con entenderse con Meloni, que desde el primer minuto de acceder al gobierno en Italia ha ido moderando su discurso, mostrándose cooperadora necesaria en asuntos como el endurecimiento del control migratorio, la consolidación del frente común contra Rusia y el abandono de sus vagas amenazas de Italexit.
El PPE necesita también a los polacos del PiS, con quien tan agrios debates ha mantenido en esta legislatura que termina por sus ataques al estado de derecho y al orden liberal. E incluso al FIDESZ húngaro de Víctor Orban, al que expulsó de sus filas tras repetidas e infructuosas llamadas al orden y que se encuentran hoy fuera de los dos bloques ultra, en el limbo de los no adscritos. Si el dirigente magiar pasa por el aro, podría aportar votos muy importantes para propiciar la mayoría derechista en la Eurocámara.
EL FINAL DEL CONSENSO CENTRISTA
De cuajar esta operación, socialdemócratas y liberales, segunda y tercera fuerza políticas actualmente y, como tales, integrantes de la coalición de gobierno europeo (Comisión), serían relegadas a la oposición. Es difícil evaluar cuál de las dos resultaría más perjudicada.
Los socialdemócratas están a la baja en toda la Unión. Participan en el poder ejecutivo, aunque con distintos grados de influencia, sólo en 9 estados:
-En solitario, solamente en Malta (el país más pequeño de la Unión).
-Al frente de gobiernos de coalición, en cinco países: Alemania (con liberales y verdes), España (con la izquierda crítica, más el apoyo parlamentario heterogéneo pero imprescindible de izquierdistas, nacionalistas y regionalistas), Bélgica, Dinamarca y Rumania (en estos tres casos, en coalición con liberales y conservadores).
-Como socio menor, en coaliciones dirigidas por los liberales en Eslovenia, Estonia y Chipre.
Las encuestas predicen que los socialdemócratas podrán a duras penas mantener su segundo puesto en el PE. Pero si los nacionalistas conservadores, identitarios y populistas terminaran por fusionarse, es muy posible que quedaran relegados a la tercera posición, algo que nunca ha ocurrido en Estrasburgo.
El retroceso sería aún mayor en los liberales, arrastrados por la previsible derrota en Franca, único país de la UE donde gobiernan en solitario. Lideran gobiernos de coalición con los socialdemócratas en las mencionadas Eslovenia, Estonia y Chipre y con los conservadores en Irlanda. Son fuerza secundaria de los conservadores en Bulgaria, Luxemburgo y de los socialistas en Alemania y Dinamarca. Las proyecciones demoscópicas atribuyen a los liberales una pérdida de al menos 8 escaños, lo que les relegaría al cuarto lugar incluso sin fusión ultra.
En consecuencia, el consenso centrista en la gobernanza global de la UE parece condenado. El Club gira a la derecha. El nacionalismo tendrá una voz más fuerte e influyente, confirmando su “colonización” de los discursos políticos europeos, principalmente en materia migratoria y de seguridad, clave del futuro inmediato.
AMARGA CONMEMORACIÓN
Las elecciones tendrán lugar cuando aún resuenen los fastos de la conmemoración del octogésimo aniversario del desembarco de Normandía, principio del fin del dominio nazi en Europa. En esta ocasión, Rusia ha quedado fuera de los festejos, a pesar de que la URSS tuvo un papel decisivo en la derrota del III Reich. Hace diez años, Rusia acababa de anexionarse Crimea y no solo fue invitada, sino que en Normandía se estableció un formato negociador para resolver la crisis ucraniana. La invasión a gran escala de 2022 y la guerra subsiguiente ha colocado a Europa en una posición de confrontación más severa con Rusia. Al suministro de armas cada vez más potentes a Ucrania, se añade ahora el permiso de utilizarlas para atacar posiciones en territorio ruso. La ficción de que Europa no está en guerra con Rusia sólo se sostiene en abstractos fundamentos técnicos y legales. Los partidos de la guerra copan todo el espectro político, salvo la izquierda crítica y algunos grupos marginales.
Rusia ha pasado de ser el obstáculo de la confluencia derechista a catalizador de su unión y paradójico desplazamiento de socialistas y liberales. Quién sabe si dentro de diez años será molesto y hasta imposible evocar Normandía, porque los herederos de los simpatizantes de la gran potencia germana derrotada quizás estuvieran en muchos de los gobiernos europeos de los países entonces vencedores. Amarga evolución histórica que exige una seria y profunda rectificación política.
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