29 de Mayo de 2024
En este año de alta
concentración electoral, tres grandes países del llamado Sur Global irán a las
urnas en apenas unos días: Suráfrica, México y la India. Matiz: India concluye
un proceso electoral que ha durado dos semanas, debido a la vastedad de su
territorio y a su compleja estructura política.
En ninguno de esos tres casos
parece haber espacio para la sorpresa sobre el vencedor, que será el partido
gobernante respectivo, aunque en México cambiará el titular de su líder: la
hasta hace poco alcaldesa de la capital federal, Claudia Sheinbaum, reemplazará
a Andrés Manuel López Obrador (AMLO en el lenguaje político-mediático), ambos
miembros del partido MORENA (Movimiento de Renovación Nacional).
India y Suráfrica (el
primero, la “I” de los BRICS; y el segundo, la “S”) son estados muy influyentes
en su continente respectivo y en la escena global. El signo político de ambos
es muy diferente (nacionalismo populista y conservador, el asiático;
anticolonialista e izquierdista antirracista, el africano). Pero muchos
analistas observan una evolución pareja.
En la India, después de
cuatro décadas, el partido que encarnó y lideró la independencia (El Congreso)
terminó cediendo su hegemonía a una formación nacionalista derechista: Bharatiya
Janata Party (Partido del Pueblo de la India: Bharat es el nombre
arcaico de la Nación).
En Suráfrica, la formación
que propulsó la liberación del régimen del apartheid, el African
National Congress (ANC), sigue la estela de su homólogo indio: mantiene
la hegemonía política después de 30 años de independencia, pero parece haber iniciado
un declive. Las causas del cambio de ciclo político-histórico presenta
características similares: alejamiento de los principios fundacionales, deficiente
gestión económica, desafección social, corrupción y envilecimiento del
liderazgo.
INDIA: EL POPULISMO
ULTRACONSERVADOR ENTIERRA A LOS GANDHI
En la India, los años
noventa marcaron el final del mito de la invencibilidad del partido fundado por
el Pandit Nehru y consolidado por la familia Gandhi (no relacionado
familiarmente con Mahatma Gandhi, el Padre de la Nación). En 1996, por vez
primera, el Bharatiya Janata Party (BJP) obtuvo más escaños (161) que el
Partido del Congreso (140), aunque tuvo casi 30 millones de votos menos (7,5
puntos porcentuales), debido al sistema electoral y al reparto de los sufragios
por el territorio nacional. Esta tendencia se mantuvo durante toda la década de
los 90. Con el nuevo siglo, el Congreso recuperó la hegemonía en escaños, hasta
que, hace ahora diez años, un nuevo líder del BJP, Narendra Modi, infligió una
derrota humillante al partido históricamente hegemónico, que pasó de 206 escaños
en 2009 a 44 en 2014.
Modi alcanzó ese año 282
escaños y confirmó su fortísimo empuje en la política india con más de 300
asientos en la Lok Sabha (Asamblea Nacional ), en 2019. En esta década, el
Congreso ha luchado por sobrevivir políticamente. La dinastía Gandhi, azotada
por atentados, por los ataques de sus enemigos y por la esclerosis de un
movimiento envejecido y en buena parte corrompido, ha sido incapaz de dar una
respuesta a la oleada reaccionaria del BJP.
La impotencia le llevó incluso a asumir o copiar con torpe disimulo
algunos de los discursos de su adversario, con estrepitoso fracaso.
El Congreso no ha realizado
la superación dinástica. Rahul, bisnieto de Nehru, nieto de Indira e hijo de Rajiv,
dirige el partido, pero no es candidato. El liderazgo es a día de hoy un factor
a resolver de cara al futuro. El prestigio del apellido, que sirvió durante
décadas como garantía de triunfo, se encuentra desde hace tiempo en cuestión.
Modi ha aprovechado la
decadencia de los Gandhi y la oleada nacionalista en todo el mundo para imponer
una agenda ultraconservadora en lo social y de tono neoliberal en lo económico.
La demagogia ha sido su marchamo. Amparado en sus orígenes humildes, Modi ha
presentado su BJP como el partido de los pobres (frente a las clases
medias urbanas que se han identificado más con el Congreso); pero, en realidad,
los verdaderos beneficiarios de sus políticas han sido los más favorecidos. El
nacionalismo identitario y populista ha atraído electoralmente a las masas de
las escalas bajas con un discurso racista y excluyente contra los musulmanes, a
base de la manipulación recurrente de símbolos y creencias por los general
falsas. Modi había ensayado ese estilo en el estado de Gujarat en los primeros
años del siglo y lo convirtió en su palanca para el éxito nacional.
El creciente autoritarismo
del BJP empieza a alarmar no sólo a sus rivales políticos más antiguos, sino a
nuevos y potenciales aliados, que temen verse marginados si la hegemonía se
refuerza aún más. Lo sucedido con el jefe del gobierno de Delhi, detenido por
supuesta corrupción (más tarde fue puesto en libertad), le ha servido a la
oposición para denunciar el autoritarismo nacionalista, en pleno proceso
electoral.
Desde el exterior, Occidente
ve con una mezcla de complacencia e inquietud el dominio del BJP. La
orientación conservadora hizo pensar inicialmente en una posible ruptura con la
política exterior tradicional de la India, no alineada. No ha sido así. Modi
gobierna con las dos manos. Mantiene una prudente relación con Rusia, con quien
comparte la orientación nacionalista; y, por imperativos económicos y
geoestratégicos, trata de gestionar la
hostilidad con China, aunque, como fue palpable en la crisis del Himalaya de 2020,
no siempre es posible. La enemistad con Pakistán, arrastrada desde el cisma
producido en el arranque de la independencia, sigue condicionando la política
exterior india: el vecino de mayoría musulmán es el aliado preferente de Pekín
en el Asia meridional.
SURÁFRICA: UN LEGADO EN
RUINAS
Suráfrica llega a las
elecciones en un ambiente de franca depresión del ANC. Treinta años de
independencia han erosionado el proyecto de Mandela y los suyos hasta niveles
irreconocibles. El país fue razonablemente bien en la primera mitad de este
periodo, bajo los gobiernos de Mandela y de Mbeki, pero el populismo
oportunista se adueñó del partido con el acceso al liderazgo de Jacob Zuma.
Apoyado en ciertos grupos de poder económico, como la familia india de los
Gupta y otras corporaciones nacionales y extranjeras, este dirigente de la
etnia zulú favoreció un régimen de corrupción y clientelismo devastador para el
país. Fue finalmente derrocado por su propio partido y aún se encuentra
atrapado en procesos judiciales.
Cyril Ramaphosa, el líder
que reemplazó a Zuma (multimillonarios los dos), ha corregido en parte una
deriva que llegó a parecer imparable. Se temió incluso por un conflicto civil.
El peligro parece conjurado, pero el daño provocado se antoja irreparable.
Suráfrica es hoy el país más desigual de África. Los servicios públicos
esenciales no funcionan. Los cortes de luz son realidad diaria. El desempleo
alcanza el 30%, y en los jóvenes un 70%. Muchos de los viejos luchadores contra
el apartheid han llegado a decir que, en ciertos aspectos, ahora se vive peor.
La amargura se extiende sobre todo en las capas populares, en los barrios de
Soweto y otros guetos de la era racista.
El CNA llegó al pico de su poder en 2004, al alcanzar prácticamente el 70% de los votos. Desde entonces, ha ido declinando lenta pero invariablemente. En las últimas elecciones, hace cinco años, no llegó al 58%. Ahora no parece confiado en franquear el 50%, lo que le obligaría a pactar con sus rivales. Por su izquierda, parece asentarse, con alrededor del 10%, un partido de orientación marxista no ortodoxa: los Luchadores por la Libertad económica (Economic Freedom Fighters). Por la derecha, se ha consolidado la Alianza Democrática (DA), partido interracial en teoría, aunque cada vez más dominado por las clases medias (y altas) blancas. Con un quinto de los escaños hasta ahora, no ha podido contestar la hegemonía del CNA, pero puede ser el gran beneficiario del descontento, incluso más que la izquierda crítica. Los zulúes de Inkhata, muy activos en los años finales del apartheid, han perdido fuerza.
Suráfrica ha practicado una política exterior de prestigio en el otrora Tercer Mundo Su última iniciativa ha sido llevar el caso de Gaza ante el Tribunal Penal Internacional, para gran irritación de Israel y malestar de Estados Unidos, que ha conseguido en estas tres décadas que el nuevo régimen moderara el ímpetu antioccidental de sus bases.
Como ha ocurrido en la
India, no se puede descartar que surja un populismo interracial e interclasista
que entierre o intente enterrar la herencia del CNA. El resentido Zuma ha
creado un Movimiento denominado La Lucha de la Nación (tomado de un
grupo vinculado al CNA en la clandestinidad). Los jueces han inhabilitado a
Zuma para presentarse a estas elecciones, pero desde su estado de Zulu-Natal irrumpirá
con efectos claramente disruptivos en todo el país.
MÉXICO: CONTINUIDAD PARA PROSEGUIR
EL CAMBIO
Finalmente, México afronta
también un importante reto: el de consolidar una alternativa progresista tras
décadas de partido casi único (PRI), aunque desde comienzos de siglo se alternó
con el conservador y neoliberal PAN (Partido de Acción Nacional).
Un disidente del PRI, Andrés
Manuel López Obrador creó el PRD (Partido Republicano Democrático), escisión que
se declaraba progresista, para quebrar una deriva conservadora y corrupta del
partido de la independencia, tras un siglo de empeoramiento y fracaso económico
y social. AMLO tuvo que afrontar la hostilidad asfixiante de un sistema de partido-Estado.
Denunció, con bastante verosimilitud, fraudes electorales, El PRD se partió en
varias tendencias y su fundador creó el Movimiento de Renovación Nacional
(MORENA), pretendidamente más homogéneo ideológicamente. Le valió al menos para
ganar, por fin, las elecciones de 2018. Para entonces, el confuso izquierdismo
inicial ya se había convertido en un populismo autóctono. Las derechas lo
presentaron como el sucesor del chavismo.
En la izquierda
latinoamericana conviven opiniones divergentes. El estilo muy personal de AMLO
es polémico. Sus ramalazos autoritarios perturban, pero el Presidente conecta
con una población pisoteada. Su conexión con Trump ha erosionado aún más su imagen
en Europa. El coste en política migratoria y de seguridad ha sido alto, ya que
se le ha percibido demasiado dócil con Washington. Sus defensores sostienen que
su actuación debe interpretarse como maniobras tácticas para evitar males
mayores. Al cumplir los dos mandatos legales, AMLO debía retirarse de la
primera línea. Para asegurar una sucesión que no pusiera en riesgo su legado (o
su influencia) tomó del PRI la criticada práctica del “dedazo”; es decir la
designación a dedo del futuro líder del partido.
La escogida fue Claudia Sheinbaum,
una profesional de origen judío, que ha hecho su rodaje en en la alcaldía de la
capital federal. El perfil político de la “sucesora” concita también opiniones
encontradas entre los sectores progresistas y un rechazo unánime de los partidos
conservadores y sus correspondientes bases sociales. Que sea una mujer
constituye una novedad fundamental en uno de los países más machistas del mundo.
Su principal rival, la representante de una coalición heterogénea que abarca
del centro-izquierda a la derecha, es también una mujer, Xochitl Gálvez,
empresaria del sector tecnológico, lo que confiere a estas elecciones una
perspectiva inédita de género.
Analizaremos en las próximas
semanas los resultados en estos tres grandes países. Valga decir, por ahora,
que, en el Sur Global, los ritos democráticos blanquean fracasos políticos de
fondo.
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