29 DE OCTUBRE DE 2010
Sondeos, pronósticos y pálpitos predicen una derrota de los demócratas en las elecciones legislativas del martes en Estados Unidos; y, en consecuencia, una alteración en el equilibrio de poder. Nótese el significado del augurio: derrota de los demócratas, no triunfo de los republicanos.
No es una cuestión semántica ni baladí. El cambio de mayoría, más probable en la Cámara de Representantes que en el Senado, obedecería, según casi todos los análisis y desde casi todas las sensibilidades políticas, fundamentalmente a los errores o cortedades del partido que ha dominado estos dos años la Casa Blanca y el Congreso, y no tanto al entusiasmo o las ilusiones que despertarían las propuestas de sus oponentes republicanos.
Pero este análisis es demasiado incompleto, porque resulta de capital importancia para entender el sentido de estas elecciones identificar quienes son los demócratas y que han hecho para llegar a esta situación, teniendo en cuenta que hace apenas dos años parecían investidos de un vigoroso caudal de confianza ciudadana.
PÉRDIDA DE IDENTIDAD
La primera consideración es que el Partido Demócrata no ha sabido presentar y defender una estrategia integral y no ha tenido el coraje de apostar decididamente por el cambio que se prometía desde la Casa Blanca, bajo el liderazgo inicialmente poderoso del Presidente Obama.
Esas vacilaciones existían ya antes del triunfo en 2008. A duras penas, importantes grupos y dirigentes del partido se sintieron participes de un rumbo político del que desconfiaban profundamente. Unos, porque no compartían el potencial de cambio que impulsaban ciertos sectores más progresistas que el propio candidato presidencial; otros, porque nunca creyeron en la determinación del exitoso líder, más allá de slogans eficaces e ilusiones con fecha de caducidad demasiado cercana; y no pocos, porque anticipaban que las consecuencias de algunos políticas reformistas presentarían dificultades y contradicciones insalvables a corto plazo en sus ámbitos territoriales de poder, estados o distritos.
El caso de la vacilante reforma sanitaria representa el caso más claro. Pero no menos importante han sido el débil blindaje ante un nuevo ciclo de finanzas especulativas, las insuficientes medidas de estimulo económico y los desmayados esfuerzos por recuperar el empleo. En ninguno de estos grandes ejes de la gestión presidencial, los demócratas han sabido presentar un frente común y un esfuerzo decidido, mientras sus adversarios se empleaban a fondo en la descalificación, la manipulación, la confusión y la demagogia, como ha vuelto a señalar Paul Krugman en su último comentario para THE NEW YORK TIMES.
La inmensa falacia de que Obama representaba la vuelta del Big Government, de la intervención estatal masiva, ha terminado prendiendo en una clase media obsesivamente conservadora por instinto y por (mala) educación. De ahí a presentar una révalida demócratas en las dos Cámaras como preludio de una presión fiscal creciente, un gasto público desmandado e inevitable tensiones deficitarias en las cuentas estatales sólo iba un paso.
No obstante, insistimos en que no debe verse en la movilización antigubernamental, de distinta procedencia y alcance, la clave de la crisis demócrata y su probable derrota electoral. El foco habría que ponerlo en la debilidad de la estrategia gobernante a ambos lados de la Avenida de Pensylvania.
Las vacilaciones de Obama en todas las políticas señaladas provocó la indecisión de sus correligionarios en distritos tensionados por la combatividad conservadora, ya fuera de los republicanos, ya de los pseudo-ácratas derechistas del Tea Party. A su vez, la inhibición, cuando no la hostilidad, de importantes núcleos demócratas incrementó las dudas de la Casa Blanca y agudizó la tendencia de Obama a contentar a todo el mundo, pensando que de esa forma apaciguaría a la oposición, ganaría tiempo y el alivio de la incipiente recuperación alumbraría un escenario político más propicio para recuperar la dinámica reformista.
Como quiera que la recuperación económica se ha hecho esperar más de lo previsto, poniendo en evidencia la debilidad del estimulo público, y las divisiones entre los demócratas más intensas de lo habitual en la ya de por si escasamente solidaria dinámica política estadounidense, la estrategia electoral de los demócratas se ha quedado sin tiempo y sin discurso ganador. Ni siquiera reconocible.
Lo paradójico del asunto es que aquellos demócratas que, por convicción o por oportunismo, marcaron sus distancias con respecto a la Casa Blanca y se posicionaron más rotundamente contra el impulso reformista, son los que ven más comprometida su posición electoral. Una evaluación del WALL STREET JOURNAL , esta misma semana, señalaba que la mitad de los llamados Blue Dogs (Perros azules), los demócratas situados más a la derecha del partido, corren peligro de perder su puesto en la Cámara Baja. Algunos incluso se han retirado ante y la mayoría pasarán una noche de infarto. Ni siquiera sus líderes tiene asegurada la reelección, sino todo lo contrario. El diario estima que los “perros azules” pueden verse recortados a la mitad en la nueva Cámara. En cambio, algunos de los representantes con opinión más progresistas (es un decir: liberales, en la jerga política estadounidense), afrontan un panorama más prometedor. Lo cual significará que, si se confirman los augurios, los demócratas volverán a ser minoría parlamentaria, pero el peso de la izquierda, o más precisamente del centro izquierda, será mucho mayor que ahora.
TRES ESCENARIOS Y MEDIO.
Esta ironía electoral se contempla con distinto humor por analistas neutrales -ni claramente partidarios ni declaradamente hostiles- al proyecto político de Obama. Es evidente que reforzará la polarización política en Washington, lo que no debe ser del agrado del presidente, porque le obligará a dedicar más tiempo a extender puentes ya acreditadamente zozobrantes. Pero, por el contrario, le exigirá menos energía para asegurar la coherencia en el respaldo de los suyos. A partir de esta situación, se abren tres escenarios y medio.
-Que los resultados superen a los pronósticos más catastróficos de derrumbamiento demócrata, con superioridad clara de los republicanos en la Cámara y suficiente en el Senado: de poco le valdría entonces a Obama un caucus demócrata más progresista.
-Que la nueva mayoría republica se instaure en las dos Cámaras, pero con números muy justos que le otorguen a la Casa Blanca capacidad de maniobra para acuerdos bipartidarios: la cohesión del discurso progresista no está garantizada, por mucho que se hubiera debilitado la corriente derechista, porque aflorarán nuevos oportunismos.
-Que los republicanos obtengan la mayoría en la Cámara de Representantes pero los demócratas conserven un margen suficiente de ventaja en el Senado: el Presidente podría apoyarse en esta división del legislativo para reforzar el liderazgo de la Casa Blanca y apelar al patriotismo en favor de sus políticas, en todo caso forzosamente retocadas y desnaturalizadas.
Y hay un medio escenario añadido. Si los candidatos republicanos más moderados salen debilitados en favor de quienes han flirteado con los ultraconservadores de los teaparty, podría producirse otra paradoja interesante. La estrategia a largo plazo del partido republicano se convertiría en rehén de propuestas más radicales que podrían alentar la movilización en 2012 no sólo de la base social claramente progresista, sino incluso de los sectores centroizquierdistas más moderados.
VIUDA EN JUEVES
28 de octubre de 2010
Cristina Fernández se ha levantado viuda este jueves. Aunque, contrariamente a los que les ocurre a las protagonistas de la inteligente novela de Claudia Piñeiro, no haya sido por voluntad deliberada de su esposo. Néstor Kirchner no se ha suicidado estrictamente. Pero si ha vivido al límite, sobre todo últimamente.
Desde hace quince meses, el futuro del kirchnerismo se debatía entre la fragilidad física del líder peronista y su discutida debilidad política. De la primera no se quería hablar, o no se admitía como relevante, en el entorno presidencial, a pesar de dos avisos serios en febrero (operación de carótida) y en septiembre (obstrucción coronaria). La segunda se escamoteaba oficialmente con la tenacidad habitual de la pareja gobernante. Sin embargo, una y otra sobrevolaban la agenda política. La amenaza del corazón y la derrota electoral legislativa del pasado año operaban como hipoteca insoslayable en el haber de los Kirchner.
Los analistas resaltan la evidente apertura de una lucha por el poder en el peronismo tras la repentina, que no sorprendente, desaparición física de su líder más carismático. Más popular, si, pero no necesariamente mejor colocado para obtener el respaldo necesario para liderar el país. Hasta ayer, el apoyo innegable de sectores populares e intelectuales de izquierdas que Néstor y Cristina han sabido reunir, consolidar y mantener desde 2003, pese a las inevitables usuras del poder, podía servirles para afrontar los desafíos internos en su familia ideológica y partidaria, pero no era descartable que su utilidad se volviera precisamente contra ellos si al cabo resultara contraproducente para obtener la confianza prestada de otros sectores de clases medias, imprescindible para mantener al peronismo en la Casa Rosada.
A partir de hoy, Cristina Fernández tendrá que gestionar sola esa previsible paradoja y, aunque el reparo de tareas entre ella y su marido no acarreaba perfiles ideológicos diferenciados, no parece claro que pueda salir airosa del desafío. Incluso más: es dudoso que se desee siquiera hacerlo en tal situación de falta de amparo personal.
Es cierto que el líder de la poderosa central sindical peronista (CGT), Hugo Moyano, ha prometido seguir apoyando a Cristina Fernández en su gestión presidencial, pero habrá que ver si la invita a intentar un segundo mandato. No era ningún secreto que los sindicalistas justicialistas contemplaban con ilusión el regreso de Néstor Kirchner a la Casa Rosada. Aunque el momento se preste a los excesos emotivos, Moyano no se ha cortado en atribuir el tercer puesto del panteón histórico del peronismo al fallecido dirigente, después, obvio es decirlo, del propio Perón y de la legendaria Evita. Nunca Cristina ha estado tan cerca de las alturas míticas tan del gusto justicialista.
Pero más frágil se antoja la posición de la presidenta frente a sus rivales peronistas, los llamados federalistas, que le han acusado abiertamente de personalizar el poder y entregarse a derivas populistas, como si hubiera alguien en el peronista libre de ese virus. Si bien esta corriente opositora era muy crítica con el fallecido, éste resultaba una pieza más correosa y temida. Cristina, pese a su carácter combativo y sus asperezas ocasionales, podría resultarles más vulnerable. Máxime en su condición de viuda.
Cristina Fernández se ha levantado viuda este jueves. Aunque, contrariamente a los que les ocurre a las protagonistas de la inteligente novela de Claudia Piñeiro, no haya sido por voluntad deliberada de su esposo. Néstor Kirchner no se ha suicidado estrictamente. Pero si ha vivido al límite, sobre todo últimamente.
Desde hace quince meses, el futuro del kirchnerismo se debatía entre la fragilidad física del líder peronista y su discutida debilidad política. De la primera no se quería hablar, o no se admitía como relevante, en el entorno presidencial, a pesar de dos avisos serios en febrero (operación de carótida) y en septiembre (obstrucción coronaria). La segunda se escamoteaba oficialmente con la tenacidad habitual de la pareja gobernante. Sin embargo, una y otra sobrevolaban la agenda política. La amenaza del corazón y la derrota electoral legislativa del pasado año operaban como hipoteca insoslayable en el haber de los Kirchner.
Los analistas resaltan la evidente apertura de una lucha por el poder en el peronismo tras la repentina, que no sorprendente, desaparición física de su líder más carismático. Más popular, si, pero no necesariamente mejor colocado para obtener el respaldo necesario para liderar el país. Hasta ayer, el apoyo innegable de sectores populares e intelectuales de izquierdas que Néstor y Cristina han sabido reunir, consolidar y mantener desde 2003, pese a las inevitables usuras del poder, podía servirles para afrontar los desafíos internos en su familia ideológica y partidaria, pero no era descartable que su utilidad se volviera precisamente contra ellos si al cabo resultara contraproducente para obtener la confianza prestada de otros sectores de clases medias, imprescindible para mantener al peronismo en la Casa Rosada.
A partir de hoy, Cristina Fernández tendrá que gestionar sola esa previsible paradoja y, aunque el reparo de tareas entre ella y su marido no acarreaba perfiles ideológicos diferenciados, no parece claro que pueda salir airosa del desafío. Incluso más: es dudoso que se desee siquiera hacerlo en tal situación de falta de amparo personal.
Es cierto que el líder de la poderosa central sindical peronista (CGT), Hugo Moyano, ha prometido seguir apoyando a Cristina Fernández en su gestión presidencial, pero habrá que ver si la invita a intentar un segundo mandato. No era ningún secreto que los sindicalistas justicialistas contemplaban con ilusión el regreso de Néstor Kirchner a la Casa Rosada. Aunque el momento se preste a los excesos emotivos, Moyano no se ha cortado en atribuir el tercer puesto del panteón histórico del peronismo al fallecido dirigente, después, obvio es decirlo, del propio Perón y de la legendaria Evita. Nunca Cristina ha estado tan cerca de las alturas míticas tan del gusto justicialista.
Pero más frágil se antoja la posición de la presidenta frente a sus rivales peronistas, los llamados federalistas, que le han acusado abiertamente de personalizar el poder y entregarse a derivas populistas, como si hubiera alguien en el peronista libre de ese virus. Si bien esta corriente opositora era muy crítica con el fallecido, éste resultaba una pieza más correosa y temida. Cristina, pese a su carácter combativo y sus asperezas ocasionales, podría resultarles más vulnerable. Máxime en su condición de viuda.
EL MAR DE LA MANCHA
21 de octubre de 2010
Es lugar común entre los comentaristas internacionales resaltar con frecuencia el contraste entre Francia y Gran Bretaña. Ya sea en lo referente a la visión de la construcción europea, a las relaciones con Estados Unidos, al posicionamiento en el conflicto de Oriente Medio o a la gestión del modelo económico y social europeo, entre otros asuntos. Esta semana, hemos presenciado un ejemplo más de esa marcada diferenciación en las dos orillas del Canal de la Mancha.
Como en la mayoría del hemisferio occidental, unos y otros han acometidos programas de austeridad y recortes de beneficios sociales y de inversión pública. Naturalmente, pueden señalarse diferencias temáticas considerables. Pero la dimensión y el significado de esos ajustes son equiparables. En los dos países gobiernan partidos de centro-derecha: una coalición liberal conservadora en Londres y una formación casi monocolor, con adornos, en París.
En cambio, la respuesta social a estas políticas restrictivas está resultando muy distinta. En Francia, el malestar ha ganado la calle y está empezando a generar tensión, crispación creciente entre defensores y detractores y amagos de violencia. En Gran Bretaña, por el contrario, la protesta es tenue, al menos por ahora, las críticas se canalizan a través de discretos mensajes escritos y la resignación parece impregnar la mayor parte del tejido social.
ESTILO ALTIVO, RESPUESTAS IRRITADAS
Los analistas franceses, de cualquier lado del espectro ideológico, coinciden en hablar de "radicalización" del escenario político y social. El proyecto de reforma del sistema de pensiones emprendido por el gobierno constituye el principal y más sensible polo de fricción, pero no el único. A estas alturas, son muy conocidos los rasgos básicos de la reforma (retraso de la edad de jubilación de los 60 a los 62, ampliación de los años de cotización, etc.). También resultan familiares los argumentos de unos y otros, y recientemente en esta web el profesor Navarro ha analizado los datos del debate y señalado algunos mitos y equívocos sobre la viabilidad de este pilar esencial del modelo social europeo. Concentrémonos, por tanto, en la expresión del malestar y en la gestión de ese malestar por los dirigentes políticos.
Aparte de rechazar ciertos puntales de la reforma, sindicatos, partidos de izquierda y movimientos sociales están desafiando un estilo de gobierno y, más específicamente, su personificación en la figura de su presidente. Nicolás Sarkozy es uno de esos políticos que rara vez provoca indiferencia, incluso a los más neutros, porque se empeña a conciencia en lo contrario. Un punto de arrogancia y cierto perfume de autoritarismo, de maneras fuertes, de gusto por convertir en pulso cualquier discrepancia, ha envenenado el ambiente y abortado las opciones de negociación. El editorialista político de LE MONDE, Michel Noblecourt, escribía esta semana que "la intransigencia de Sarkozy, deseoso de mostrar a su electorado su firmeza, incluso su inflexibilidad, y de hacer valer su reforma, sea cual sea el precio político, es percibida por los sindicatos como una expresión de desprecio, que alimenta la radicalización".
La anterior valoración es ampliamente compartida por observadores independientes. El NEW YORK TIMES, a pesar de reconocer la "urgente necesidad" de la reforma y apoyar los principales aspectos del proyecto, considera que "Sarkozy había hecho un terrible trabajo para venderla" y recomienda al presidente que abra negociaciones con los sindicatos y con la oposición "para hacer la transición lo más justa posible para los más vulnerables".
Podrían añadirse opiniones equivalentes, que avalarían la degradación de la imagen internacional de Sarkozy. Sin embargo, es probable que el presidente actúe guiado por un cálculo político, apuntado en el comentario de Noblecourt. Para su base social, sería importante transmitir que no se arruga ante las presiones, y más aún cuando adoptan formas intimidatorias. "La Republica no se somete a bloqueos", ha proclamado. En la gestión de crisis quedan muchos capítulos por escribir y es importante no acumular reveses, sería la máxima presidencial.
ESTILO SUAVE, RESPUESTAS TIBIAS
Esta altivez sarkozyana contrasta con el tono "piadoso" de la pareja Cameron-Clegg, en el Reino Unido. La delicada operación de ensamblaje y convivencia que supone en sí misma la coalición tory-lib aconseja la contención. Además, claro, del factor personal de los dirigentes. Estos días, los comentaristas progresistas e incluso los más conspicuamente izquierdistas se lamentaban de la indolencia social ante el paquete de recortes más voluminoso desde la Segunda Guerra Mundial. La supresión de medio millón de empleos públicos encabeza una lista abrumadora que, en puridad, tendrá un impacto sobre los ciudadanos menos favorecidos abrumadoramente mayor que las reformas francesas.
Estos días se habla de "polite protest", de prudencia, de responsabilidad, para calificar la respuesta sindical. El flamante nuevo líder laborista, Ed Miliban, también se anda con pies de plomo en el Parlamento, aunque antes de ser elegido fuera presentado como "Edi el Rojo", en contraposición al otro candidato, su hermano, el blairista David.
En THE GUARDIAN, Simon Carr afirma que los laboristas no son capaces de frenar a esta "embalada coalición": no pueden con su "encanto". Otro analista del mismo diario de centro izquierda, Polly Curtis, en referencia a la actitud sindical, asegura que los "Trade Unions quieren evitar los errores del pasado y sembrar apoyo popular para su causa, en vez de alienarse a la gente y echarla en los brazos del gobierno".
En definitiva, parece descartarse un "invierno del descontento" como el que destrozó al gobierno laborista de Callagham en 1978-79 o los episodios de lucha frontal contra la primera Thatcher de los ochenta. Que Cameron no es la "dama de hierro" es una obviedad. Pero la tautología se refiere al estilo no a la sustancia. Porque, como valora el nada sospechoso THE ECONOMIST, "la dimensión de los recortes de gasto de la coalición es mucho más grande de lo que la señora Thatcher siquiera intentó". Hamish Mc Rae, en THE INDEPENDENT, proclama que el miércoles 20 de octubre quedará como una "fecha eje", un antes y un después en la historia reciente del Reino Unido, "la señal de una nueva era de ambiciones reducidas de los gobiernos y un sector público en hundimiento".
En el mismo periódico, desde posiciones notoriamente contestatarias, Mark Steel arremete contra el "vergonzoso espíritu" de la endeble protesta social. Recuerda las manifestaciones de Francia (incluso de España) y el malestar expreso de griegos y belgas, para compararlos con el "servilismo" y la "docilidad" de los británicos. Le exaspera que, como explicación, se argumente que este gobierno ha sido bendecido por las urnas y recuerda Steel que muchas de las medidas adoptadas no figuraban en el programa electoral. Resulta de una especial pertinencia este punto, porque los conservadores edulcoraron su propuesta y los liberales plantearon cosas diferentes, lo que ya ha provocado mareas internas en su bancada. Pero lo peor de todo es que los principales perjudicados por reformas y recortes no sean los que han causado la crisis, sino los que han sufrido con mayor crudeza sus consecuencias.
Seguramente, el propio desenvolvimiento de la crisis modificará estos panoramas a ambos lados del Canal. Ni el sentimiento de humillación ni el impulso de la irritación podrán perdurar mucho tiempo.
Es lugar común entre los comentaristas internacionales resaltar con frecuencia el contraste entre Francia y Gran Bretaña. Ya sea en lo referente a la visión de la construcción europea, a las relaciones con Estados Unidos, al posicionamiento en el conflicto de Oriente Medio o a la gestión del modelo económico y social europeo, entre otros asuntos. Esta semana, hemos presenciado un ejemplo más de esa marcada diferenciación en las dos orillas del Canal de la Mancha.
Como en la mayoría del hemisferio occidental, unos y otros han acometidos programas de austeridad y recortes de beneficios sociales y de inversión pública. Naturalmente, pueden señalarse diferencias temáticas considerables. Pero la dimensión y el significado de esos ajustes son equiparables. En los dos países gobiernan partidos de centro-derecha: una coalición liberal conservadora en Londres y una formación casi monocolor, con adornos, en París.
En cambio, la respuesta social a estas políticas restrictivas está resultando muy distinta. En Francia, el malestar ha ganado la calle y está empezando a generar tensión, crispación creciente entre defensores y detractores y amagos de violencia. En Gran Bretaña, por el contrario, la protesta es tenue, al menos por ahora, las críticas se canalizan a través de discretos mensajes escritos y la resignación parece impregnar la mayor parte del tejido social.
ESTILO ALTIVO, RESPUESTAS IRRITADAS
Los analistas franceses, de cualquier lado del espectro ideológico, coinciden en hablar de "radicalización" del escenario político y social. El proyecto de reforma del sistema de pensiones emprendido por el gobierno constituye el principal y más sensible polo de fricción, pero no el único. A estas alturas, son muy conocidos los rasgos básicos de la reforma (retraso de la edad de jubilación de los 60 a los 62, ampliación de los años de cotización, etc.). También resultan familiares los argumentos de unos y otros, y recientemente en esta web el profesor Navarro ha analizado los datos del debate y señalado algunos mitos y equívocos sobre la viabilidad de este pilar esencial del modelo social europeo. Concentrémonos, por tanto, en la expresión del malestar y en la gestión de ese malestar por los dirigentes políticos.
Aparte de rechazar ciertos puntales de la reforma, sindicatos, partidos de izquierda y movimientos sociales están desafiando un estilo de gobierno y, más específicamente, su personificación en la figura de su presidente. Nicolás Sarkozy es uno de esos políticos que rara vez provoca indiferencia, incluso a los más neutros, porque se empeña a conciencia en lo contrario. Un punto de arrogancia y cierto perfume de autoritarismo, de maneras fuertes, de gusto por convertir en pulso cualquier discrepancia, ha envenenado el ambiente y abortado las opciones de negociación. El editorialista político de LE MONDE, Michel Noblecourt, escribía esta semana que "la intransigencia de Sarkozy, deseoso de mostrar a su electorado su firmeza, incluso su inflexibilidad, y de hacer valer su reforma, sea cual sea el precio político, es percibida por los sindicatos como una expresión de desprecio, que alimenta la radicalización".
La anterior valoración es ampliamente compartida por observadores independientes. El NEW YORK TIMES, a pesar de reconocer la "urgente necesidad" de la reforma y apoyar los principales aspectos del proyecto, considera que "Sarkozy había hecho un terrible trabajo para venderla" y recomienda al presidente que abra negociaciones con los sindicatos y con la oposición "para hacer la transición lo más justa posible para los más vulnerables".
Podrían añadirse opiniones equivalentes, que avalarían la degradación de la imagen internacional de Sarkozy. Sin embargo, es probable que el presidente actúe guiado por un cálculo político, apuntado en el comentario de Noblecourt. Para su base social, sería importante transmitir que no se arruga ante las presiones, y más aún cuando adoptan formas intimidatorias. "La Republica no se somete a bloqueos", ha proclamado. En la gestión de crisis quedan muchos capítulos por escribir y es importante no acumular reveses, sería la máxima presidencial.
ESTILO SUAVE, RESPUESTAS TIBIAS
Esta altivez sarkozyana contrasta con el tono "piadoso" de la pareja Cameron-Clegg, en el Reino Unido. La delicada operación de ensamblaje y convivencia que supone en sí misma la coalición tory-lib aconseja la contención. Además, claro, del factor personal de los dirigentes. Estos días, los comentaristas progresistas e incluso los más conspicuamente izquierdistas se lamentaban de la indolencia social ante el paquete de recortes más voluminoso desde la Segunda Guerra Mundial. La supresión de medio millón de empleos públicos encabeza una lista abrumadora que, en puridad, tendrá un impacto sobre los ciudadanos menos favorecidos abrumadoramente mayor que las reformas francesas.
Estos días se habla de "polite protest", de prudencia, de responsabilidad, para calificar la respuesta sindical. El flamante nuevo líder laborista, Ed Miliban, también se anda con pies de plomo en el Parlamento, aunque antes de ser elegido fuera presentado como "Edi el Rojo", en contraposición al otro candidato, su hermano, el blairista David.
En THE GUARDIAN, Simon Carr afirma que los laboristas no son capaces de frenar a esta "embalada coalición": no pueden con su "encanto". Otro analista del mismo diario de centro izquierda, Polly Curtis, en referencia a la actitud sindical, asegura que los "Trade Unions quieren evitar los errores del pasado y sembrar apoyo popular para su causa, en vez de alienarse a la gente y echarla en los brazos del gobierno".
En definitiva, parece descartarse un "invierno del descontento" como el que destrozó al gobierno laborista de Callagham en 1978-79 o los episodios de lucha frontal contra la primera Thatcher de los ochenta. Que Cameron no es la "dama de hierro" es una obviedad. Pero la tautología se refiere al estilo no a la sustancia. Porque, como valora el nada sospechoso THE ECONOMIST, "la dimensión de los recortes de gasto de la coalición es mucho más grande de lo que la señora Thatcher siquiera intentó". Hamish Mc Rae, en THE INDEPENDENT, proclama que el miércoles 20 de octubre quedará como una "fecha eje", un antes y un después en la historia reciente del Reino Unido, "la señal de una nueva era de ambiciones reducidas de los gobiernos y un sector público en hundimiento".
En el mismo periódico, desde posiciones notoriamente contestatarias, Mark Steel arremete contra el "vergonzoso espíritu" de la endeble protesta social. Recuerda las manifestaciones de Francia (incluso de España) y el malestar expreso de griegos y belgas, para compararlos con el "servilismo" y la "docilidad" de los británicos. Le exaspera que, como explicación, se argumente que este gobierno ha sido bendecido por las urnas y recuerda Steel que muchas de las medidas adoptadas no figuraban en el programa electoral. Resulta de una especial pertinencia este punto, porque los conservadores edulcoraron su propuesta y los liberales plantearon cosas diferentes, lo que ya ha provocado mareas internas en su bancada. Pero lo peor de todo es que los principales perjudicados por reformas y recortes no sean los que han causado la crisis, sino los que han sufrido con mayor crudeza sus consecuencias.
Seguramente, el propio desenvolvimiento de la crisis modificará estos panoramas a ambos lados del Canal. Ni el sentimiento de humillación ni el impulso de la irritación podrán perdurar mucho tiempo.
SOBRE HEROES, TUMBAS... Y CÁMARAS
14 de Octubre de 2010
El rescate de los mineros chilenos ha concluido con éxito. Son momentos de alegría y de felicidad para todos. Pero, más allá de la angustia y el drama soportados durante sesenta y nueve días, este acontecimiento ha revelado, nuevamente, reflejos inquietantes en los medios de comunicación y un irresistible impulso de aprovechamiento político y exaltación nacionalista.
Como ya algunos pusieron de manifiesto en el momento del accidente, las condiciones de seguridad en la mina San José y en otras instalaciones semejantes en Chile resultan indignantes. Ya entonces, algunos medios se hicieron eco de ello, pero enseguida se concentraron en el "drama humano", código que debe traducirse como la peripecia particular, el aspecto emotivo, la dimensión impactante. Cuando los técnicos lograron implantar un sistema de visión que permitía visualizar a los mineros y comunicarse "rentablemente" con ellos, los medios encontraron un filón que no han soltado hasta ahora. Una versión espontánea de Gran Hermano: los protagonistas viviendo una situación dramática, no deseada por ellos, al alcance del mundo entero, atrapada en la espiral de la incertidumbre, dotada de un tempo envidiable. Un reality-show insuperable.
Que los responsables de los medios -y sus intérpretes, los periodistas de a pie- compartieran la angustia de los familiares y el deseo de un final satisfactorio no neutraliza el instinto de perseguir el espectáculo. A medida que se iban conociendo las estrategias e instrumentos de salvamento, se iba debilitando lo poco que quedaba de la dimensión social y política del acontecimiento. Fuera de Chile, poco o casi nada se ha escuchado estos dos meses sobre las consecuencias que este accidente televisado puede tener no solamente sobre el régimen de seguridad de las explotaciones mineras, sino sobre las relaciones laborales o la política de privatización del sector minero que estaba en la agenda del presidente chileno. Que el rescate fuera la tarea prioritaria no debería haber impedido una atención suficiente a esos otros aspectos informativos. Por cierto, no menos interesantes, por cuanto que su conocimiento podría contribuir a reforzar la prevención de ulteriores accidentes. Pero no se está en eso. Ni se ha estado estos dos meses, ni se estará ahora, cuando la epopeya nacional se vaya diluyendo en el olvido o sea sepultada por el atropello de otras catástrofes rentables.
Una destacada comunicadora radiofónica española se preguntaba en las ondas si no estaban todos los medios incurriendo en un alarde excesivo, en la cobertura del rescate. Lo hacía con un punto presumido de mala conciencia, de difuso malestar. Y recordaba, con pertinencia, lo ocurrido con el terremoto de Haití. Pero participaba del aluvión. Hasta medios que tradicionalmente se cuidaban de dejarse arrastrar por los entusiasmos de los "acontecimientos especiales", como la BBC británica (su canal internacional de noticias) transmitieron en directo y de forma ininterrumpida las primeras horas del rescate. En boca de mina, el reportero dotaba de relato verbal a la secuencia repetitiva pero emotiva de la emergencia de los mineros a bordo de la cápsula mágica. Lo mismo hacía la CNN y hasta la FOX. Es lícito preguntarse qué interés han tenido estos cadenas estadounidenses por los mineros chilenos antes de este accidente, e incluso si dedicaron siquiera diez segundos a contar el anterior derrumbe en la mina San José, ocurrido hace tres años, en esa ocasión con resultado mortal.
El circo ha agotado su número más emotivo, pero queda tiempo y espacio de espectáculo todavía. Los mineros han recibido instrucción especial para afrontar a la tribu periodística que en los próximos días caerá sobre ellos para que den a conocer sus "sentimientos" sobre lo experimentado, las vivencias en el fondo de una mina que pudo ser una tumba, pero que al final sólo resultó el episodio final de una explotación condenada al cierre definitivo.
El diario chileno LA TERCERA, en su editorial del día del inicio del rescate, calificaba de héroes a los 33 mineros."Es sabido que las sociedades democráticas son poco dadas a creer en los héroes, y por eso nos cuesta aceptar que todavía pueda haberlos", se leía debajo de un título que proclamaba. "Los héroes no están fatigados". Pero un sacerdote católico de la región minera de Atacama, el Padre Pauvif, ofrece al NEW YORK TIMES un testimonio seguramente mucho más ajustado a la realidad: “A estos mineros se les llama héroes, pero son, en realidad, víctimas de una gran injusticia en las condiciones de trabajo". El religioso, con una sensatez encomiable, reprocha a los medios que eludan la historia real para relatar "puros cuentos".
LA UTILIZACIÓN POLÍTICA
Se comprende el clima de exaltación nacionalista en los medios chilenos, la euforia provocada por el desenlace con éxito de una operación que ha sido merecido el "reconocimiento mundial de Chile", como exalto con orgullo EL MERCURIO, el diario conservador más conocido del país. No es sólo que el país haya dado "una prueba de admirable unidad solidaria", sino que se ha demostrado "madurez de organización". Una vez más, Chile como "país que funciona", en un entorno que no se caracteriza por la eficacia. Ésa es la otra dimensión censurable de este acontecimiento: la utilización política, el empeño propagandístico, las invocaciones a lo que Chile puede hacer "cuando está unido". Incluso la demostración de que Chile es "otra cosa" en la zona. Esto último no ha debido pasarle desapercibido al Presidente de Bolivia, Evo Morales, que también acudió a la recuperación de "su" minero atrapado y no resistió la tentación de considerar este acontecimiento como estímulo para unas mejores relaciones bilaterales, tradicionalmente tensas y difíciles.
El propio Presidente chileno, Sebastián Piñera, se ha puesto a la cabeza de la exhibición grandilocuente. Se instaló en primera fila de tribuna durante el rescate hasta la foto final con el último minero rescatado. Bajo la coartada de compartir la incertidumbre para ganarse el derecho de participar también en la fiesta del final feliz, el culebrón del accidente ha resultado un momento inigualable para lucirse en su especialidad. Como empresario de la comunicación y criatura política mediática sin parangón en Chile, Piñera no ha podido tener mejor oportunidad para blindar su gestión, precisamente cuando todavía se encuentra en la fase inicial de su mandato.
Ahora poco parece importar que cuando era candidato defendiera la privatización parcial de CODELCO, la empresa estatal de la minería. Como recuerda la agencia REUTER, las intenciones de Piñera se han vuelto más opacas desde el derrumbamiento de la mina. Porque ha sido precisamente la experiencia, la tecnología y la capacitación del personal técnico de CODELCO (junto a la cooperación de la NASA y de otros agentes externos) lo que ha hecho posible el rescate con éxito de los mineros atrapados. El prestigio de la empresa pública ha crecido enormemente: es de esperar que los planes de privatización queden aplazados. En cambio, se anuncia ahora en el círculo presidencial el reforzamiento de las exigencias al sector privado en materia de seguridad (deficientes, para decirlo con suavidad). Algunos patronos de poca monta han manifestado su temor a convertirse en chivos expiatorios.
La "gesta de San José" también reforzará a los sindicatos chilenos en futuras negociaciones y en una cierta reivindicación del sector, puesto que a pesar de las deficiencias en las condiciones de trabajo, los mineros son todavía considerados como trabajadores privilegiados en Chile, por sus salarios por encima de la media, como ocurre en los países desarrollados. Confiemos en que se aproveche la oportunidad para que el Estado mejore las inspecciones, porque hasta ahora sólo dispone de 16 personas para controlar cuatro mil minas, lo que ayuda a explicar por qué se autorizo la reapertura de San José después de la catástrofe de 2007. Como dicen los portavoces sindicales al diario LE MONDE. "Nosotros vemos a más largo plazo que los periodistas. Cuando todos se hayan ido, aquí los mineros continuarán muriendo". Quizás esas futuras víctimas tendrán unos segundos en los telediarios. Luego vendrá la fatiga y el interés se concentrará en otras catástrofes más visibilizables. Más rentables.
El rescate de los mineros chilenos ha concluido con éxito. Son momentos de alegría y de felicidad para todos. Pero, más allá de la angustia y el drama soportados durante sesenta y nueve días, este acontecimiento ha revelado, nuevamente, reflejos inquietantes en los medios de comunicación y un irresistible impulso de aprovechamiento político y exaltación nacionalista.
Como ya algunos pusieron de manifiesto en el momento del accidente, las condiciones de seguridad en la mina San José y en otras instalaciones semejantes en Chile resultan indignantes. Ya entonces, algunos medios se hicieron eco de ello, pero enseguida se concentraron en el "drama humano", código que debe traducirse como la peripecia particular, el aspecto emotivo, la dimensión impactante. Cuando los técnicos lograron implantar un sistema de visión que permitía visualizar a los mineros y comunicarse "rentablemente" con ellos, los medios encontraron un filón que no han soltado hasta ahora. Una versión espontánea de Gran Hermano: los protagonistas viviendo una situación dramática, no deseada por ellos, al alcance del mundo entero, atrapada en la espiral de la incertidumbre, dotada de un tempo envidiable. Un reality-show insuperable.
Que los responsables de los medios -y sus intérpretes, los periodistas de a pie- compartieran la angustia de los familiares y el deseo de un final satisfactorio no neutraliza el instinto de perseguir el espectáculo. A medida que se iban conociendo las estrategias e instrumentos de salvamento, se iba debilitando lo poco que quedaba de la dimensión social y política del acontecimiento. Fuera de Chile, poco o casi nada se ha escuchado estos dos meses sobre las consecuencias que este accidente televisado puede tener no solamente sobre el régimen de seguridad de las explotaciones mineras, sino sobre las relaciones laborales o la política de privatización del sector minero que estaba en la agenda del presidente chileno. Que el rescate fuera la tarea prioritaria no debería haber impedido una atención suficiente a esos otros aspectos informativos. Por cierto, no menos interesantes, por cuanto que su conocimiento podría contribuir a reforzar la prevención de ulteriores accidentes. Pero no se está en eso. Ni se ha estado estos dos meses, ni se estará ahora, cuando la epopeya nacional se vaya diluyendo en el olvido o sea sepultada por el atropello de otras catástrofes rentables.
Una destacada comunicadora radiofónica española se preguntaba en las ondas si no estaban todos los medios incurriendo en un alarde excesivo, en la cobertura del rescate. Lo hacía con un punto presumido de mala conciencia, de difuso malestar. Y recordaba, con pertinencia, lo ocurrido con el terremoto de Haití. Pero participaba del aluvión. Hasta medios que tradicionalmente se cuidaban de dejarse arrastrar por los entusiasmos de los "acontecimientos especiales", como la BBC británica (su canal internacional de noticias) transmitieron en directo y de forma ininterrumpida las primeras horas del rescate. En boca de mina, el reportero dotaba de relato verbal a la secuencia repetitiva pero emotiva de la emergencia de los mineros a bordo de la cápsula mágica. Lo mismo hacía la CNN y hasta la FOX. Es lícito preguntarse qué interés han tenido estos cadenas estadounidenses por los mineros chilenos antes de este accidente, e incluso si dedicaron siquiera diez segundos a contar el anterior derrumbe en la mina San José, ocurrido hace tres años, en esa ocasión con resultado mortal.
El circo ha agotado su número más emotivo, pero queda tiempo y espacio de espectáculo todavía. Los mineros han recibido instrucción especial para afrontar a la tribu periodística que en los próximos días caerá sobre ellos para que den a conocer sus "sentimientos" sobre lo experimentado, las vivencias en el fondo de una mina que pudo ser una tumba, pero que al final sólo resultó el episodio final de una explotación condenada al cierre definitivo.
El diario chileno LA TERCERA, en su editorial del día del inicio del rescate, calificaba de héroes a los 33 mineros."Es sabido que las sociedades democráticas son poco dadas a creer en los héroes, y por eso nos cuesta aceptar que todavía pueda haberlos", se leía debajo de un título que proclamaba. "Los héroes no están fatigados". Pero un sacerdote católico de la región minera de Atacama, el Padre Pauvif, ofrece al NEW YORK TIMES un testimonio seguramente mucho más ajustado a la realidad: “A estos mineros se les llama héroes, pero son, en realidad, víctimas de una gran injusticia en las condiciones de trabajo". El religioso, con una sensatez encomiable, reprocha a los medios que eludan la historia real para relatar "puros cuentos".
LA UTILIZACIÓN POLÍTICA
Se comprende el clima de exaltación nacionalista en los medios chilenos, la euforia provocada por el desenlace con éxito de una operación que ha sido merecido el "reconocimiento mundial de Chile", como exalto con orgullo EL MERCURIO, el diario conservador más conocido del país. No es sólo que el país haya dado "una prueba de admirable unidad solidaria", sino que se ha demostrado "madurez de organización". Una vez más, Chile como "país que funciona", en un entorno que no se caracteriza por la eficacia. Ésa es la otra dimensión censurable de este acontecimiento: la utilización política, el empeño propagandístico, las invocaciones a lo que Chile puede hacer "cuando está unido". Incluso la demostración de que Chile es "otra cosa" en la zona. Esto último no ha debido pasarle desapercibido al Presidente de Bolivia, Evo Morales, que también acudió a la recuperación de "su" minero atrapado y no resistió la tentación de considerar este acontecimiento como estímulo para unas mejores relaciones bilaterales, tradicionalmente tensas y difíciles.
El propio Presidente chileno, Sebastián Piñera, se ha puesto a la cabeza de la exhibición grandilocuente. Se instaló en primera fila de tribuna durante el rescate hasta la foto final con el último minero rescatado. Bajo la coartada de compartir la incertidumbre para ganarse el derecho de participar también en la fiesta del final feliz, el culebrón del accidente ha resultado un momento inigualable para lucirse en su especialidad. Como empresario de la comunicación y criatura política mediática sin parangón en Chile, Piñera no ha podido tener mejor oportunidad para blindar su gestión, precisamente cuando todavía se encuentra en la fase inicial de su mandato.
Ahora poco parece importar que cuando era candidato defendiera la privatización parcial de CODELCO, la empresa estatal de la minería. Como recuerda la agencia REUTER, las intenciones de Piñera se han vuelto más opacas desde el derrumbamiento de la mina. Porque ha sido precisamente la experiencia, la tecnología y la capacitación del personal técnico de CODELCO (junto a la cooperación de la NASA y de otros agentes externos) lo que ha hecho posible el rescate con éxito de los mineros atrapados. El prestigio de la empresa pública ha crecido enormemente: es de esperar que los planes de privatización queden aplazados. En cambio, se anuncia ahora en el círculo presidencial el reforzamiento de las exigencias al sector privado en materia de seguridad (deficientes, para decirlo con suavidad). Algunos patronos de poca monta han manifestado su temor a convertirse en chivos expiatorios.
La "gesta de San José" también reforzará a los sindicatos chilenos en futuras negociaciones y en una cierta reivindicación del sector, puesto que a pesar de las deficiencias en las condiciones de trabajo, los mineros son todavía considerados como trabajadores privilegiados en Chile, por sus salarios por encima de la media, como ocurre en los países desarrollados. Confiemos en que se aproveche la oportunidad para que el Estado mejore las inspecciones, porque hasta ahora sólo dispone de 16 personas para controlar cuatro mil minas, lo que ayuda a explicar por qué se autorizo la reapertura de San José después de la catástrofe de 2007. Como dicen los portavoces sindicales al diario LE MONDE. "Nosotros vemos a más largo plazo que los periodistas. Cuando todos se hayan ido, aquí los mineros continuarán muriendo". Quizás esas futuras víctimas tendrán unos segundos en los telediarios. Luego vendrá la fatiga y el interés se concentrará en otras catástrofes más visibilizables. Más rentables.
BOSNIA: EL RIESGO DEL OLVIDO
7 de octubre de 2010
¿Se acuerdan los medios españoles de Bosnia? No demasiado, a juzgar por el escaso interés demostrado no sólo en la cobertura de las elecciones presidenciales y legislativas del domingo pasado, sino en el proceso político y social de la posguerra y menos aún en los riesgos de recrudecimiento del conflicto.
El olvido es una conducta habitual de los medios en el tratamiento de guerras, conflictos y catástrofes del Tercer Mundo. Por lo que se ve, en esta categoría se encuentran ya algunas zonas de Europa, incluso aquellas en las que se ha invertido tanto esfuerzo, dinero, prestigio, sangre y vidas.
Alguien podrá decir que las elecciones han despertado poco interés, porque no traerán un cambio o mejora en el país. No es un argumento válido. Lo cierto es que Bosnia vive momentos decisivos y, más que nunca desde el final de la guerra, hace quince años, afronta el riesgo de una nueva crisis generalizada.
"Las elecciones de la última oportunidad", escribía recientemente un prestigioso analista bosnio, Darko Brkan, director de la ONG Zasto ne ("¿Por qué no?"), que se ocupa de escrutar a la clase política. Brkan considera que Bosnia necesita un cambio profundo y urgente para evitar el hundimiento en el caos y un nuevo descenso a los infiernos. Aunque hay una alta coincidencia en que nadie quiere otra guerra, no debe descartarse un enfrentamiento radical y la implosión del país.
UN ESTADO FANTASMA
Bosnia es un Estado fantasma. Ese fue el precio que se pagó por los acuerdos de paz de Dayton. La paz no fue el resultado de un compromiso político sino del agotamiento de los contendientes y de la irritación internacional (sobre todo americana). A los serbios de Bosnia se les obligó a renunciar a ciertas partes del territorio conquistado, a cambio del reconocimiento de su miniestado (la República Srpska) dentro del Estado (una entidad de características confederales). A los bosnios musulmanes se les compensó con el mantenimiento de ese Estado unitario ficticio, pero se les la preexistente fórmula de la Federación con los croatas (el otro mini-estado), a lo que se avinieron con la nariz tapada. Los bosnio-croatas, la minoría más pequeña de las tres, se conformó con una solución que vivieron como transitoria, a la espera de que la imposible ecuación deviniera en una descomposición pacífica que les permitiera integrarse en la madre patria Croacia, de igual manera que los serbo-bosnios no dejaron de aspirar a la unión con la atormentada madre Serbia.
Esa pléyade nacionalista fue privada de su capacidad de guerrear, pero no se ha relajado. A día de hoy, el discurso nacionalista sigue dominando las relaciones políticas en Bosnia y condicionando el desarrollo social, económico y cultural. Como señala el enviado especial del diario británico THE INDEPENDENT, esta separación comienza en la escuela, con curriculums completamente diferentes, un empeño obsesivo en diferenciar unas lenguas que hasta hace poco eran comunes o casi idénticas y una exaltación enfermiza de los mitos nacionales propios y el desprecio de los ajenos.
Muy pocos creían en el Estado unitario, y la mayoría de los que creían lo concebían como mecanismo de coerción, caso de los musulmanes intransigentes. En consecuencia, se construyó un edificio institucional de dudosa viabilidad. Aparte de la Constitución Estatal (con su Presidencia tripartita, su gobierno central y su legislativo bicameral), cada entidad bosnia (la serbia y la musulmano-croata) dispone de su propia Constitución, su gobierno, parlamento, sistema judicial, policía, burocracia, etc. A ello hay que añadir el aparato institucional de los diez cantones que componen la Federación musulmano-croata y el distrito de Brcko, que no pertenece a ninguna de las dos entidades. En total, cinco presidentes, catorce primeros ministros, más de 180 ministros, 14 parlamentos, 760 diputados y centenar y medio de ayuntamientos. Todo en un país con cuatro millones de habitantes. El bloqueo institucional es continuo, porque los representantes de cada comunidad pueden acudir al veto aduciendo defensa del "interés nacional vital".
Este sistema fragmentado no sólo es ineficaz. Es insoportable. El aparato institucional consume el 60% del PIB bosnio (en la Federación, el 70 %). ¿Y para qué? La calidad de vida de la población ha mejorado muy escasamente en quince años. El desempleo supera el 40%. La cuantiosa ayuda económica, subsidios, préstamos, etc. se han diluido sin apenas fruto. La corrupción atenaza el funcionamiento del país. La alianza entre la clase política y la clase criminal y delincuente, forjada durante la guerra en todos los bandos y entre ellos, se ha reforzado y consolidado.
Bosnia necesita otra constitución. Así lo ha sancionado el Consejo de Europa. El Parlamento europeo exigió en 2005 la revisión de Dayton. Los observadores y analistas están de acuerdo. Pero los líderes nacionalistas que sacan tajada de la endiablada situación actual han conseguido abortar las negociaciones emprendidas para pactar la reforma constitucional.
PRIMERA LECTURA ELECTORAL
Es cierto que han surgido voces y proyectos sensatos que proclaman la necesidad de desmontar la inservible arquitectura de Dayton y las perversiones consentidas desde entonces. Pero son minoritarios y están sometidos a presiones sin cuento. Las elecciones han consagrado el dominio de los nacionalistas en la Presidencia colegiada. Con algunas correcciones, en todo caso. Haris Siladzjic, que fuera ministro de Exteriores y primer ministro durante distintas etapas de la guerra, no ha sido revalidado por los musulmanes. Hace unos años, rompió con el gran partido nacionalista musulmán (SAD) y créo el suyo propio, con bases doctrinarias más radicales. Su sucesor en esa Jefatura del Estado sui generis será, como se esperaba, el candidato del SAD, y no cualquiera, sino Bakir Izetbegovic, el hijo del que fuera padre de la independencia bosnia. En el lado croata, la escisión de los nacionalistas parece haber beneficiado a los más dialogantes.
Lo más positivo es el triunfo del interétnico Partido Socialdemócrata en una de las cámaras legislativas estatales y en el parlamento de la Federación croata-musulmana. Este resultado permite albergar cierta confianza en que es posible erosionar la base social del nacionalismo y desmontar su respaldo electoral. También han obtenido resultados interesantes algunos disidentes de las formaciones dominantes o nuevas figuras emergentes, en ámbitos locales.
En el bando serbo-bosnio, el hasta ahora primer ministro Mirolad Dodik, se convierte ahora en Presidente de la República Srpska y coloca en su antiguo puesto a uno de sus seguidores. El Presidente de Serbia, Boris Tadic, optó por participar en la campaña de Dodik y su partido, también nacionalista, pero menos agresivo que el Partido Democrático serbo-bosnio de los herederos de Radovan Karadzic. Alentado por el reconocimiento internacional de la independencia de Kosovo, Dodik ya ha anunciado que seguirá presionando por una "autonomía reforzada" de su República, lo que sería antesala de la escisión para unirse a Serbia (el designio de la guerra).
Frente a estos augurios preocupantes, la comunidad internacional dispone todavía de ciertos elementos de presión. Bosnia sigue siendo un protectorado. El Alto Representante Internacional oficia de virrey. Veta leyes, suspende cargos, interfiere en la dinámica ejecutiva. Frente a la amenaza de desintegración, la UE puede decidir bloquear el proceso de incorporación de Bosnia, para favorecer la sensatez. Si los serbo-bosnios se empeñan en su proyecto secesionista, podrían aplicar el modelo chipriota; es decir, dejar a la comunidad serbo-bosnia fuera de la UE, como le ocurre a la autoproclamada República turco-chipriota. Pero tales palancas no son semilla de futuro, sino contenciones que se viven como insidiosas e injustas por una población a la que no se ha alentado a convivir del todo.
¿Se acuerdan los medios españoles de Bosnia? No demasiado, a juzgar por el escaso interés demostrado no sólo en la cobertura de las elecciones presidenciales y legislativas del domingo pasado, sino en el proceso político y social de la posguerra y menos aún en los riesgos de recrudecimiento del conflicto.
El olvido es una conducta habitual de los medios en el tratamiento de guerras, conflictos y catástrofes del Tercer Mundo. Por lo que se ve, en esta categoría se encuentran ya algunas zonas de Europa, incluso aquellas en las que se ha invertido tanto esfuerzo, dinero, prestigio, sangre y vidas.
Alguien podrá decir que las elecciones han despertado poco interés, porque no traerán un cambio o mejora en el país. No es un argumento válido. Lo cierto es que Bosnia vive momentos decisivos y, más que nunca desde el final de la guerra, hace quince años, afronta el riesgo de una nueva crisis generalizada.
"Las elecciones de la última oportunidad", escribía recientemente un prestigioso analista bosnio, Darko Brkan, director de la ONG Zasto ne ("¿Por qué no?"), que se ocupa de escrutar a la clase política. Brkan considera que Bosnia necesita un cambio profundo y urgente para evitar el hundimiento en el caos y un nuevo descenso a los infiernos. Aunque hay una alta coincidencia en que nadie quiere otra guerra, no debe descartarse un enfrentamiento radical y la implosión del país.
UN ESTADO FANTASMA
Bosnia es un Estado fantasma. Ese fue el precio que se pagó por los acuerdos de paz de Dayton. La paz no fue el resultado de un compromiso político sino del agotamiento de los contendientes y de la irritación internacional (sobre todo americana). A los serbios de Bosnia se les obligó a renunciar a ciertas partes del territorio conquistado, a cambio del reconocimiento de su miniestado (la República Srpska) dentro del Estado (una entidad de características confederales). A los bosnios musulmanes se les compensó con el mantenimiento de ese Estado unitario ficticio, pero se les la preexistente fórmula de la Federación con los croatas (el otro mini-estado), a lo que se avinieron con la nariz tapada. Los bosnio-croatas, la minoría más pequeña de las tres, se conformó con una solución que vivieron como transitoria, a la espera de que la imposible ecuación deviniera en una descomposición pacífica que les permitiera integrarse en la madre patria Croacia, de igual manera que los serbo-bosnios no dejaron de aspirar a la unión con la atormentada madre Serbia.
Esa pléyade nacionalista fue privada de su capacidad de guerrear, pero no se ha relajado. A día de hoy, el discurso nacionalista sigue dominando las relaciones políticas en Bosnia y condicionando el desarrollo social, económico y cultural. Como señala el enviado especial del diario británico THE INDEPENDENT, esta separación comienza en la escuela, con curriculums completamente diferentes, un empeño obsesivo en diferenciar unas lenguas que hasta hace poco eran comunes o casi idénticas y una exaltación enfermiza de los mitos nacionales propios y el desprecio de los ajenos.
Muy pocos creían en el Estado unitario, y la mayoría de los que creían lo concebían como mecanismo de coerción, caso de los musulmanes intransigentes. En consecuencia, se construyó un edificio institucional de dudosa viabilidad. Aparte de la Constitución Estatal (con su Presidencia tripartita, su gobierno central y su legislativo bicameral), cada entidad bosnia (la serbia y la musulmano-croata) dispone de su propia Constitución, su gobierno, parlamento, sistema judicial, policía, burocracia, etc. A ello hay que añadir el aparato institucional de los diez cantones que componen la Federación musulmano-croata y el distrito de Brcko, que no pertenece a ninguna de las dos entidades. En total, cinco presidentes, catorce primeros ministros, más de 180 ministros, 14 parlamentos, 760 diputados y centenar y medio de ayuntamientos. Todo en un país con cuatro millones de habitantes. El bloqueo institucional es continuo, porque los representantes de cada comunidad pueden acudir al veto aduciendo defensa del "interés nacional vital".
Este sistema fragmentado no sólo es ineficaz. Es insoportable. El aparato institucional consume el 60% del PIB bosnio (en la Federación, el 70 %). ¿Y para qué? La calidad de vida de la población ha mejorado muy escasamente en quince años. El desempleo supera el 40%. La cuantiosa ayuda económica, subsidios, préstamos, etc. se han diluido sin apenas fruto. La corrupción atenaza el funcionamiento del país. La alianza entre la clase política y la clase criminal y delincuente, forjada durante la guerra en todos los bandos y entre ellos, se ha reforzado y consolidado.
Bosnia necesita otra constitución. Así lo ha sancionado el Consejo de Europa. El Parlamento europeo exigió en 2005 la revisión de Dayton. Los observadores y analistas están de acuerdo. Pero los líderes nacionalistas que sacan tajada de la endiablada situación actual han conseguido abortar las negociaciones emprendidas para pactar la reforma constitucional.
PRIMERA LECTURA ELECTORAL
Es cierto que han surgido voces y proyectos sensatos que proclaman la necesidad de desmontar la inservible arquitectura de Dayton y las perversiones consentidas desde entonces. Pero son minoritarios y están sometidos a presiones sin cuento. Las elecciones han consagrado el dominio de los nacionalistas en la Presidencia colegiada. Con algunas correcciones, en todo caso. Haris Siladzjic, que fuera ministro de Exteriores y primer ministro durante distintas etapas de la guerra, no ha sido revalidado por los musulmanes. Hace unos años, rompió con el gran partido nacionalista musulmán (SAD) y créo el suyo propio, con bases doctrinarias más radicales. Su sucesor en esa Jefatura del Estado sui generis será, como se esperaba, el candidato del SAD, y no cualquiera, sino Bakir Izetbegovic, el hijo del que fuera padre de la independencia bosnia. En el lado croata, la escisión de los nacionalistas parece haber beneficiado a los más dialogantes.
Lo más positivo es el triunfo del interétnico Partido Socialdemócrata en una de las cámaras legislativas estatales y en el parlamento de la Federación croata-musulmana. Este resultado permite albergar cierta confianza en que es posible erosionar la base social del nacionalismo y desmontar su respaldo electoral. También han obtenido resultados interesantes algunos disidentes de las formaciones dominantes o nuevas figuras emergentes, en ámbitos locales.
En el bando serbo-bosnio, el hasta ahora primer ministro Mirolad Dodik, se convierte ahora en Presidente de la República Srpska y coloca en su antiguo puesto a uno de sus seguidores. El Presidente de Serbia, Boris Tadic, optó por participar en la campaña de Dodik y su partido, también nacionalista, pero menos agresivo que el Partido Democrático serbo-bosnio de los herederos de Radovan Karadzic. Alentado por el reconocimiento internacional de la independencia de Kosovo, Dodik ya ha anunciado que seguirá presionando por una "autonomía reforzada" de su República, lo que sería antesala de la escisión para unirse a Serbia (el designio de la guerra).
Frente a estos augurios preocupantes, la comunidad internacional dispone todavía de ciertos elementos de presión. Bosnia sigue siendo un protectorado. El Alto Representante Internacional oficia de virrey. Veta leyes, suspende cargos, interfiere en la dinámica ejecutiva. Frente a la amenaza de desintegración, la UE puede decidir bloquear el proceso de incorporación de Bosnia, para favorecer la sensatez. Si los serbo-bosnios se empeñan en su proyecto secesionista, podrían aplicar el modelo chipriota; es decir, dejar a la comunidad serbo-bosnia fuera de la UE, como le ocurre a la autoproclamada República turco-chipriota. Pero tales palancas no son semilla de futuro, sino contenciones que se viven como insidiosas e injustas por una población a la que no se ha alentado a convivir del todo.
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