28 de octubre de 2010
Cristina Fernández se ha levantado viuda este jueves. Aunque, contrariamente a los que les ocurre a las protagonistas de la inteligente novela de Claudia Piñeiro, no haya sido por voluntad deliberada de su esposo. Néstor Kirchner no se ha suicidado estrictamente. Pero si ha vivido al límite, sobre todo últimamente.
Desde hace quince meses, el futuro del kirchnerismo se debatía entre la fragilidad física del líder peronista y su discutida debilidad política. De la primera no se quería hablar, o no se admitía como relevante, en el entorno presidencial, a pesar de dos avisos serios en febrero (operación de carótida) y en septiembre (obstrucción coronaria). La segunda se escamoteaba oficialmente con la tenacidad habitual de la pareja gobernante. Sin embargo, una y otra sobrevolaban la agenda política. La amenaza del corazón y la derrota electoral legislativa del pasado año operaban como hipoteca insoslayable en el haber de los Kirchner.
Los analistas resaltan la evidente apertura de una lucha por el poder en el peronismo tras la repentina, que no sorprendente, desaparición física de su líder más carismático. Más popular, si, pero no necesariamente mejor colocado para obtener el respaldo necesario para liderar el país. Hasta ayer, el apoyo innegable de sectores populares e intelectuales de izquierdas que Néstor y Cristina han sabido reunir, consolidar y mantener desde 2003, pese a las inevitables usuras del poder, podía servirles para afrontar los desafíos internos en su familia ideológica y partidaria, pero no era descartable que su utilidad se volviera precisamente contra ellos si al cabo resultara contraproducente para obtener la confianza prestada de otros sectores de clases medias, imprescindible para mantener al peronismo en la Casa Rosada.
A partir de hoy, Cristina Fernández tendrá que gestionar sola esa previsible paradoja y, aunque el reparo de tareas entre ella y su marido no acarreaba perfiles ideológicos diferenciados, no parece claro que pueda salir airosa del desafío. Incluso más: es dudoso que se desee siquiera hacerlo en tal situación de falta de amparo personal.
Es cierto que el líder de la poderosa central sindical peronista (CGT), Hugo Moyano, ha prometido seguir apoyando a Cristina Fernández en su gestión presidencial, pero habrá que ver si la invita a intentar un segundo mandato. No era ningún secreto que los sindicalistas justicialistas contemplaban con ilusión el regreso de Néstor Kirchner a la Casa Rosada. Aunque el momento se preste a los excesos emotivos, Moyano no se ha cortado en atribuir el tercer puesto del panteón histórico del peronismo al fallecido dirigente, después, obvio es decirlo, del propio Perón y de la legendaria Evita. Nunca Cristina ha estado tan cerca de las alturas míticas tan del gusto justicialista.
Pero más frágil se antoja la posición de la presidenta frente a sus rivales peronistas, los llamados federalistas, que le han acusado abiertamente de personalizar el poder y entregarse a derivas populistas, como si hubiera alguien en el peronista libre de ese virus. Si bien esta corriente opositora era muy crítica con el fallecido, éste resultaba una pieza más correosa y temida. Cristina, pese a su carácter combativo y sus asperezas ocasionales, podría resultarles más vulnerable. Máxime en su condición de viuda.
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