30 de abril de 2014
Afganistán
e Irak -las dos naciones dominadas formalmente por el primer ejército del
planeta- se encuentran inmersos en procesos electorales. Así dicho, la
intervención militar de Estados Unidos habría alcanzado los objetivos
declarados de promoción de la democracia. Lamentablemente, no es así.
AFGANISTÁN:
PELIGROS APARENTES Y OCULTOS
En
Afganistán, la primera vuelta de las elecciones presidenciales han transcurrido
con cierta normalidad, aceptable participación y ausencia de apariciones
armadas de los talibán. Los dos candidatos en liza para la contienda final,
Abdullah Abdullah y Ashraf Ghani, son pro-occidentales y han prometido
suscribir el BSA (Bilateral Security Agreement), una especie de contrato que
garantiza el control norteamericano sobre los asuntos de seguridad en un
Afganistán sin fuerzas militares extranjeras. El todavía Presidente Karzai se
ha negado a firmarlo, disgustado por lo que él considera como una serie
inaceptable de desaires y conductas inapropiadas de sus antiguos protectores.
La
narrativa dominante proclama que, sin el BSA, los talibán se encontrarían en
inmejorables condiciones para asaltar la 'democracia' afgana, poner en jaque al
nuevo gobierno, desarbolar a un ejército nacional todavía en consolidación y
hacerse con el poder.
Algunos
analistas, aunque pocos, ponen en duda la debilidad del Ejército afgano. Uno de
ellos, Paul Miller, acaba de publicar un artículo en FOREIGN AFFAIRS, en el que desarrolla una
interesante y provocadora tesis, resumida perfectamente en el título:
"El Ejército de Afganistán no es demasiado débil; es demasiado
fuerte".
Las
fuerzas armadas y de seguridad afganas reúnen más de 350.000 hombres, han
recibido formación, asesoramiento, entrenamiento y armamento de Estados Unidos
y de la OTAN, goza de una composición étnica variada, han generado un espíritu
institucional y cuentan con un grado de aceptación y reconocimiento popular
(con todas las dudas que esto pueda generar) superior al 90 por ciento. En
definitiva: constituyen una suerte de Estado dentro del Estado.
A
esta fortaleza operacional y política se opone la debilidad del resto de las
instituciones, y particularmente del gobierno. La percepción que domina es que
el poder civil es profundamente corrupto y altamente ineficaz (por este orden).
Tanto si los problemas de seguridad se agudizan como si no, Miller sostiene que
las fuerzas armadas representan una alternativa (peligrosa, no deseable) al
gobierno constitucional.
Cabe
preguntarse si, ya sea Abdullah (más probable) o Ghani el sucesor de Karzai, el
nuevo presidente podrá manejar las dos amenazas: externa (los talibán) o
interna (las fuerzas armadas). La clave -o al menos una de ellas- estará en la
actitud de Washington; y, en caso positivo, en la intensidad del apoyo al
proceso constitucional. Abdullah sería un presidente muy cercano a los
intereses norteamericanos. Pero también lo parecía Karzai, y ya se ve el
resultado. Por otro lado, es de origen mixto (pastún y tayiko), lo que asegura
un valioso equilibrio étnico. Si las cosas se torcieran y la amenaza de un
triunfo talibán creciera, no sería descartable que Estados Unidos se decantara
por apoyar una alternativa militar.
IRAK:
SECTARISMO Y FRAGMENTACIÓN
El
antecedente de ese escenario en los lindes de la catástrofe lo encontramos en
Irak. Un año después de la retirada militar norteamericana, la estabilización
no se ha producido, la percepción de deriva se ha acentuado y el país parece
precipitarse en un panorama sombrío de múltiples divisiones y enfrentamientos.
Las
elecciones de este miércoles podrían dar ventaja al primer ministro chií, Nuri
Al Maliki, pero es muy dudoso que éste pueda forjar una mayoría estable y
conciliadora al mismo tiempo. Quizás ni una ni otra.
Como
explica el investigador noruego Reidar Visser en FOREIGN AFFAIRS, no supone
mucho alivio que los comicios se planteen como un pulso cerrado entre los
bloques confesionales, sunníes y chiíes. En realidad, el sectarismo sigue
vigente. Lo que ocurre es que se ve camuflado por la intensa fragmentación en
el interior de cada uno de ellos, motivada por las ambiciones personales y un
clima político envenenado.
Los
sunníes moderados ya no se fían del actual primer ministro, porque ha
defraudado sus promesas de integración. Los líderes tribales se sienten
traicionados y le ha vuelto la espalda. Y los insurgentes radicales, próximos
al Al Qaeda o disidentes de esta organización y más fanáticos aún, han
declarado la guerra sin cuartel al gobierno y dominan una franja de terreno al
oeste y norte de Bagdad, que conecta de forma alarmante con las posiciones
doctrinarias afines en Siria.
Maliki
tampoco ha sido capaz de consolidar un entendimiento con los kurdos, debido a
las desavenencias sobre el control de la exportación del petróleo, el principal
recurso nacional: aquellos quieren reservarse una cuota para venderlo
directamente a Turquía y el primer ministro quiere mantener el actual sistema
centralizado para garantizar los ingresos.
En
este contexto de discordia persistente y violencia enquistada, no habrá
elecciones efectivas en muchas localidades sunníes dominadas por la insurgencia (por huida de la población o por intimidación
de la que aún permanece allí). Ni siquiera puede contarse con la influencia
positiva de las tribus, renuentes a la insurgencia en otro tiempo pero cada vez
más inclinadas a aceptar colaborar con ella antes que con el gobierno central.
De
poco parece haberle servido a Estados Unidos el dinero, los recursos y las
vidas entregadas. Irak sigue en terreno demasiado cercano al abismo, sin
fórmulas políticas solventes y sin soluciones militares claras.
Las
elecciones en Irak y Afganistán, por muy defendibles que puedan ser desde la
coherencia democrática, se antojan como dudosamente eficaces para encarrilar la
convivencia en ambos países.
Con
cierta irritación, el propio Presidente Obama contestaba esta semana, desde
Filipinas, a los críticos que le imputan "blandura" e indecisión en
política exterior: "¿Por qué se muestran tan dispuestos a usar la fuerza
militar, después de lo que nos ha ocurrido durante una década de guerra, con un
coste tan enorme, en tropas y en presupuesto? ¿Qué piensan estos críticos que
se ha conseguido con ello?".