24 de abril de 2014
El presidente de Estados Unidos,
Barack Obama, realiza la esperada gira por Extremo Oriente que tuvo que
cancelar el pasado otoño, por la amenaza republicana de bloquear la liberación
de fondos para que la administración pudiera seguir funcionando.Este
aplazamiento hace que el viaje de Obama se produzca en un momento de gran
tensión internacional, debido a la crisis de Ucrania, cuya repercusión se deja
sentir también en Asia Oriental, debido al clima de desconfianza y antagonismo
que domina las relaciones entre las grandes potencias regionales.
UN
DIFICIL EQUILIBIO REGIONAL
Más allá de la
tensión con Rusia, Obama afronta este viaje como declaradas ambiciones, pero con limitaciones evidentes, como señala el NEW YORK TIMES. El
presidente norteamericano quiere hacer de Asia el nuevo ‘pivote’ de la
estrategia geopolítica de Washington, por entender que allí se concentran las
oportunidades más evidentes de crecimiento económico y dinamización comercial.
Asia como continente del siglo XXI es una visión que Obama ha aireado
profusamente.
Sin
embargo, las contradicciones y tensiones regionales son amplias y pillan a Estados
Unidos en una difícil posición. No siempre puede la superpotencia
estadounidense conciliar posiciones y neutralizar conflictos, muy arraigados
históricamente e impulsados por motivaciones emocionales crecientes.
La
hostilidad chino-japonesa se ha visto agravada por el diferendo territorial de
la islas Sensaku-Diayu, en el que Washington ha tratado de no irritar demasiado a Pekín, sin cuestionar la
alianza con Tokio, . En ciertos círculos de poder
nipones, se considera que la posición estadounidense es ambigua, mientras en
Pekín se tiene la percepción, sincera o interesada, de que Estados Unidos está
respaldando si no promoviendo el nuevo nacionalismo japonés. Que iría más allá
del conflicto territorial. Es la nueva política de defensa de Japón, cada vez
más activa, intensa y expansiva lo que alarma en los núcleos políticos y militares
de poder chino.
A
ello se suma la siempre irresuelta cuestión de Taiwán. A Obama, como a
cualquier presidente anterior, le resulta muy difícil actuar en beneficio de
Pekín y en contra los chinos insulares, porque Taiwán tiene estupendas
relaciones con sectores muy influyentes del Congreso. Tibet fue otro elemento
de fuerte tensión entre Washington y Pekín, durante el primer mandato de Obama,
debido a la recepción brindada al Dalai-Lama en la Casa Blanca.
No
menor, aunque menos aireado, es el asunto de Filipinas. En Manila se comparte la
angustia de los aliados asiáticos por lo que se considera falta de firmeza o de
claridad de Washington frente a las políticas de reafirmación regional de
China. Obama suscribirá acuerdos de cooperación naval, en la operación más
importante de las relaciones bilaterales desde el cierre de la base de Subic
Bay, al término de la guerra fría.
De
forma menos dramática, pero también inquietante, Estados Unidos es criticado
por sus dos aliados mayores en la región, Japón y Corea del Sur, por entender
cada cual que el amigo americano es más solicito con la otra parte que con la
suya. El neonacionalismo japonés irrita en Seúl tanto como en China. Las ostentaciones del primer ministro Abe en
venerar los mitos japoneses de la segunda guerra mundial y su indisimulado
revisionismo histórico constituye una afrenta difícil de asumir por los
dirigentes y el pueblo surcoreano, víctima directa del imperialismo japonés del
siglo pasado.
A
todos los asuntos relacionados, debe añadirse la permanente amenaza del
proyecto nuclear norcoreano. Algunos análisis abundan en el pesimismo sobre la
reanudación de las negociaciones, aunque se haya registrado un mejor clima Pyongyang-Seúl;
y, lo que es más sorprendente, un
acercamiento entre el régimen paleocomunista y los nacionalistas japoneses.
TEMOR
A MANIPULACIONES RUSAS
La
desestabilización de Ucrania puede tener consecuencias indeseables para el
sistema internacional establecido por el triunfante Estados Unidos en Asia tras la
segunda guerra mundial. El factor más inquietante para Washington es la
capacidad de Rusia para actuar en unas alianzas sometidas a crecientes presiones.
Putin tiene
cierto margen de maniobra para ‘manipular’ a las dos grandes potencias
asiáticas, China y Japón, en función de la atención que Estados Unidos preste a
sus deseos e intereses, ya que Washington no puede agradar a ambas partes a la
vez. No al menos completamente o por mucho tiempo, debido a la amplitud de la
discordia sino-nipona. Esta opción de Putin es desarrollada por el diplomático
francés de origen taiwanés Yo-Jung Chen, en un artículo para THE DIPLOMAT,
una publicación electrónica especializada en asuntos de la región Asia-Pacífico.
Como
ya se dijo aquí al comienzo de la crisis ucraniana, el agravamiento de las
relaciones entre Moscú y las capitales occidentales puede provocar un reforzamiento
de los vínculos entre Rusia y China, cada día más intensos. Aunque muchos de
los elementos de desconfianza entre las dos potencias no se han superado
completamente, lo cierto es que en los últimos años el acercamiento es notable.
Por razones económicas (energía y
comercio), pero también estratégicas.
En
este momento, Moscú y Pekin pueden ensayar la utilidad de una pinza frente a
Washington. Rusia puede dar un paso
adelante en la habitual discreción con que se posiciona en las diferencias
entre Pekín y Tokio por cuestiones territoriales y militares (el diferendo de
las islas Sensaku-Diayu) , a cambio de que la cúpula china ignore la presiones
diplomáticas occidentales en relación con la crisis ucraniana. Por otro lado, se
tema que la retención occidental después de Crimea pudiera incitar a China a ensayar
iniciativas militares en las zonas de disputa.
De
forma alternativa, si Estados Unidos se muestra comprensivo o no del todo
insensible a los intereses chinos, hasta el punto de irritar a su aliado japonés,
Putin podría abonar la amistad con Japón, que ha venido cultivando con especial
esmero en los últimos años . Contrariamente a Washington, el presidente ruso se
ha abstenido de criticar las derivas nacionalistas del actual primer ministro
Abe. Introducir un cuña en la alianza entre Estados Unidos y Japón no es fácil,
pero podría ocasionar una creciente incomodidad hacia el aliado norteamericano.
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