13 de noviembre de 2024
La
triple derrota del Partido Demócrata en Estados Unidos (Casa Blanca, Senado y
todo indica que también Cámara de Representantes) está provocando una marejada
interna monumental. Como suele ocurrir en estos casos, la acrimonia en la
identificación de las responsabilidades es muy aguda. La derecha culpa a la
izquierda; la izquierda, a la derecha; y el centro, a las dos corrientes
anteriores. Hasta ahora, los portavoces del reproche han sido principalmente
los comentaristas afines al Partido y algunos dirigentes locales. Los notables
callan. Pero se sospecha que, al cabo, se expresan a través de esas voces desenfundadas.
La
interpretación de unos resultados electorales son siempre escurridizas, porque
cada cual arrima el ascua a su sardina y desplaza el fracaso hacia el amigo
rival. En la política norteamericana, aún más, debido a la descentralización
del sistema. Las estructuras partidarias son relativamente débiles. Cada
candidato se gana la posición recolectando dinero, con o sin ayuda del partido,
cultivando los intereses de su circunscripción y calculando la ecuación
coste-beneficio de apoyar o no a los peces gordos propios.
Lo
publicado, emitido y posteado desde la madrugada del 5 de noviembre refleja una
tendencia general al lamento sesgado y al reckoning (reflexión de fondo,
podría decirse). Pero las orientaciones de esa supuesta autocrítica son diversas
y enfrentadas.
Hay
quienes han disparado ya sin retirarse al rincón de pensar. Hasta la fecha, las
criticas a la cúspide se pueden agrupar en dos: las condiciones materiales de
los norteamericanos y las “guerras culturales”.
LAS
COSAS DE COMER
Algunos
dirigen sus dardos a Biden. Aparte de afearle que tardara tanto en retirarse,
le reprochan que se enredara demasiado en abstracciones democráticas en lugar
de atajar más firmemente el problema de la inflación y el deterioro del nivel
de vida (1). Lo que antes de ayer se presentaba como una gestión económica
brillante, envidia del resto de Occidente, se torna ahora fallida. La inyección
de dinero público sin precedentes en las últimas décadas para superar la
depresión del COVID se defendió en su momento como contraste positivo frente a
la austeridad neoliberal que gripó al país en la década anterior. Biden fue
mucho más lejos que Obama y, desde luego, que Clinton. Y no sólo con el manejo
puntual del keynesianismo, sino con ciertos gestos populistas, como
calzarse la gorra y participar en manifestaciones junto a obreros huelguistas
del automóvil (2).
Ahora
resulta que no ha sido suficiente. De hecho, una de las polémicas más ácidas de
los últimos días ha sido provocada por la crítica de Bernie Sanders, un senador
que no pertenece a la disciplina del partido pero aparece asociado a él: una
peculiaridad más de la política norteamericana. El senador que atormentó la
campaña de Hillary Clinton en 2016 con sus propuestas obreristas e
izquierdistas ha manifestado “que no debe sorprender que la clase obrera haya
abandonado a los demócratas, ya que los demócratas han sido los primeros en
abandonar a los trabajadores norteamericanos”. Muchos comentaristas liberales
afines al Partido han salido en tromba para desautorizar este juicio, mientras figuras
del ala izquierda, como Alexandra Ocasio-Cortez lo han defendido (3).
Desde
sensibilidades centristas se han escuchado análisis más moderados. Se admite
ahora que la cúspide del partido del burrito debería haber permanecido más
atentas a las preocupaciones cotidianas de sus bases (4). A Harris le señalan
debilidades que contrastan con los exagerados elogios recibidos cuando su
candidatura recibía dinero y sondeos favorables. Otros consideran un error que acudiera
a cortejar a los republicanos más moderados, como Liz Cheney, para que le
ayudaran a extraer votos de las clases medias acomodadas conservadoras. La
candidata demócrata tardó mucho en perfilar sus planes económicos y ni siquiera
a última hora supo hacerlos creíbles (5). En general, el análisis de la
estrategia de campaña demócrata ha sido demoledor (6).
La
recuperación de la clase trabajadora se antoja, a día de hoy, una quimera (7). Un
destacado comentarista de la izquierda europea ha constatado sobre el terreno la
repugnancia que le producen a muchos obreros y empleados blancos las peroratas
de líderes demócratas demasiados aseados sobre los derechos de las minorías
sociales (gays, transgénero), la igualdad de género o el derecho al
aborto, mientras descuidaban las raíces de la prosperidad americana. Buena
parte de esa población se ha sentido cautivada por la ultraderecha populista y
xenófoba (8).
A
esas bases enfadadas y radicalizadas, Biden las denominó “basura”, en lo que
ahora se considera como otro de sus patinazos habituales. Trump se aprovechó
de ello y apareció con el chaleco de los recogedores de residuos, para solaz de
sus seguidores.
LAS
CONTRADICCIONES MIGRATORIAS Y CULTURALES
El
otro factor vulnerable ha sido la gestión migratoria. Los demócratas han
pretendido encajar dos discursos contradictorios: el “humanismo” hacia los
inmigrantes y la dislocación provocada por la demagogia sobre la inseguridad.
Muchos votantes potenciales de los demócratas son inmigrantes a los que, sin
embargo, les preocupa que la entrada de ilegales de dudosa reputación dañe la
percepción que se tiene de ellos en las clases medias y acomodadas. Muchos han
comprado el discurso simplista de Trump, que se dedicó en campaña a ensalzar a
los latinos buenos y denigrar a los malos.
Esta
manipulación se observa también en el debate de las llamadas “guerras
culturales”. A los latinos no les seducen los avances de los que están tan
orgullos los “progresistas” de cuello blanco. Es la famosa polémica del wokismo,
vocablo confuso que sirve para un roto y para un descosido, pero que, en todo
caso, los ultraconservadores le han endilgado a Harris y a su entorno. Trump ha
preferido tildarla de “marxista” (¿?) y, en su habitual juego de palabras, referirse
a ella como “Camarada Kamala”.
Las
penitencias demócratas durarán mucho tiempo. El triple poder (trifecta) de
que van a disfrutar los republicanos en Washington no se producía desde 2008,
cuando Obama arrastró mayorías en las dos Cámaras del Capitolio. Duró poco ese
privilegio. En sólo dos años el movimiento reaccionario Tea Party socavó
el discurso optimista del primer Presidente afro-americano de la historia y
recuperó para los republicanos la Cámara Baja. La división subsiguiente en el Great
Old Party durante los cuatro años de Trump propició que los demócratas volvieran
a tener una barrera de contención frente a las tropelías del ahora retornado Presidente.
Ahora ese poder se esfuma de nuevo.
Trump
regresa con una agenda feroz, y sin frenos. Los primeros cargos conocidos
(algunos a expensas de confirmación senatorial) indican que se avecina una
gestión extremista, caprichosa e incompetente (9). Hará falta mucho coraje,
imaginación y sensibilidad política y social para frenar la ola
ultraderechista. Justo lo que no parece sobrar en el Partido Demócrata.
NOTAS
(1) “This is
all Biden’s fault”. JOSH BARRO. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.
(2) “Maybe now
Democrats will address working-class pain”. NICHOLAS KRISTOF. THE NEW YORK
TIMES, 9 de noviembre.
(3) “Democrats
got clobbered. Bernie Sanders and AOC thint they know why”. PHILIP ELLIOT. TIME,
7 de noviembre.
(4) “What the
Democrats do now”. LORA KELLY. THE ATLANTIC, 11 de noviembre.
(5) “Harris
had a Wall Street-approved economic pitch. It felt flat”. NICHOLAS NEHAMAS y
ANDREW DUEHREN. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.
(6) “How
Kamala Harris -and Joe Biden- lost to Donald Trump and left Democrats in
shambles. THE WASHINGTON POST, 9 de noviembre; “How Trump won y how
Harris lost”. THE NEW YORK TIMES, 7 de noviembre.
(7) “Democrats
have to understand: Americans think they are worse”. THE ECONOMIST, 7 de
noviembre.
(8) “I’ve on
the road speaking to US right. Trump’s victory was not a surprise”. OWEN JONES.
THE GUARDIAN, 6 de noviembre.
(9) “Trump’s
first picks”. TOM NICHOLS. THE ATLANTIC, 11 de noviembre.
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