10 de Junio de 2010
Dentro de un mes exactamente se cumple el decimoquinto aniversario de la masacre de Srebrenica, uno de los episodios más dramáticos de la guerra de Bosnia y también de los más decisivos a la hora de precipitar el final del conflicto. He visitado estos días en lugar, con la emoción que supone evocar el asesinato a sangre fría de ocho mil bosnios musulmanes por parte de las tropas serbo-bosnios, que mantuvieron el asedio más largo y ominoso de la historia europea reciente. Las victimas de Srebrenica no son solo esas ocho mil personas a las que se les ha dedicado un Memorial a cinco kilometros el enclave, frente al ruinoso cuartel de las inoperantes fuerzas de la ONU que debían “proteger” a la población de esta “zona segura”. Lo fueron también las miles de personas civiles, o no combatientes, que murieron reventadas por las bombas, o de hambre, en plena calle, porque no había sitio para las decenas de miles de refugiados musulmanes que habían sido expulsados de otras ciudades y pueblos del Este de Bosnia. Srebrenica llegó a tener cuarenta mil habitantes, amontonados, hambrientos, desesperados, ignorados y olvidados durante meses por la comunidad internacional y rodeados por fuerzas militares bien abastecidas.
UNA RAZONABLE RECONCILIACIÓN
Hoy, Srebrenica cuenta con 9.000 habitantes (dos mil más en verano); de ellos, seis mil serbios y tres mil bosnios musulmanes. El control serbio se consumó y el pueblo, como otros de esta orilla del Drina, forma hoy parte de la República Srpska (serbios), que junto con la Federación croata-musulmana componen un especie de Confederación o estado bipartito de dificil explicación y peor gestión.
La limpieza étnica prevaleció, pero no a todos los efectos. Srebrenica constituye una excepción electoral en toda Bosnia: es la única circunscripción en la que los habitantes que estuvieran empadronados aquí antes de la guerra pueden elegir votar aquí o en su actual lugar de residencia. El privilegio es temporal, pero refleja la atención internacional que se ha tenido con este enclave, después de la dificil digestión de la mala conciencia por la impotencia para prevenir el sufrimiento masivo y prolongado de su población local y agregada durante tres largos años. En todo caso, esa excepción explica que, a pesar de la mayoría serbia de población, el alcalde sea miembro del principal partido musulmán, por el decisivo influjo del voto de la emigración. Esa circunstancia no provoca grandes tensiones, al menos en la vida cotidiana. Aunque quince años sea poco tiempo, la percepción es de normalización progresiva. La tensión se limita a los periodos de campaña electoral o a los aniversarios de la masacre: los musulmanes recuerdan a sus muertos; los serbios proclaman la liberación. Pero los protagonistas de esos actos reivindicativos y confrontativos son gente que viene de fuera, de otros sitios de Bosnia, intentando explotar el filón propagandístico que suponen la memoria y el símbolo de Srebrenica.
EL ESFUERZO DE RECONSTRUCCIÓN
El PNUD, programa de la ONU para el desarrollo, tiene abierta una oficina en Srebrenica y actua como pulmón y asesor de la reconstrucción. Al frente se encuentra, Alex Prieto, un belga, hijo de un ingeniero bilbaíno antifranquista y exiliado. Prieto me ha hecho un retrato completo de la situación de Srbrenica, sus problemas, desafíos, avances y logros.
Lo más importante es que la reconciliación se abre camino. Serbios y musulmanes hacen vida ciudadana común, aunque persisten ciertas cautelas y se tiende a evitar los asuntos espinosos (del pasado y del presente). Pero, más importante aún, se aventuran en proyectos comunes de desarrollo, articulados en forma de cooperativas o pequeñas iniciativas empresariales. “Saben que un proyecto interétnico tiene un plus a la hora de evaluarse sus posibilidades de financiación –me señala Prieto- y no dudan en aprovechar la oportunidad”.
Srebrenica es un pueblo encajado entre montañas al final de una pronunciada cuesta, con una dificil salida al fondo, a la derecha, por una ruta que conduce a la frontera con Serbia. La sensación de aislamiento y enclaustramiento es muy intensa. El ambiente que se respira ahora en la ciudad es de tranquilidad y cierto relajo. El paro oficial es del 50%. Pero Prieto me advierte que las estadísticas son dudosas: “es uno de los grandes problemas del país: no hay estadísticas fiables, lo que complica la tarea de la asistencia internacional”. Mucha gente se apunta al paro, para acceder a subsidios y servicios sociales básicos. En todo caso, la precariedad es perceptible fácilmente.
La ONU se ha gastado 24 millones de dólares en programas de reconstrucción de infraestructuras, inversión en servicios básicos y fomento de iniciativas productivas privadas fundamentalmente agrarias y silvestres. Esa inyección económica ha supuesto cierto alivio y una mejora en la vida diaria. Las casas completamente destruidas y ruinosas se alternan con las flamantemente nuevas y pintadas con colores exhultantes, en una extraña convivencia de pesadumbre y esperanza.
Prieto reconoce que Srebrenica, como otros lugares de Bosnia, tiene una angustiosa necesidad de acceso al crédito para poner en marcha la maquinaria productiva. Y también queda mucho por hacer en la sostenibilidad de los servicios sociales esenciales, como la educación o la salud. Las escuelas de las pedanías más distantes resultan inaccesibles para muchos niños en los periodos más crudos del invierno, que aquí bloquea caminos y vías. “Lo más importante es que ha habido un cambio de mentalidad: se ha pasado de la dono-dependencia por lo ocurrido a la conciencia de la responsabilidad, ya no se demanda ayuda sino asesoramiento para mejorar las condiciones productivas”, resalta Prieto.
Este cambio de mentalidad favorece también la reconciliación efectiva de las comunidades enfrentadas, de forma efectiva y no sólo retórica o moral. Serbios y musulmanes comparten intereses en cooperativas locales, forman parte de los mismos sindicatos. O incluso se aventuran a poner en marcha pequeñas empresas conjuntamente. “Saben que una empresa sin distinción étnica constituye un criterio adicional de valoración positivo a la hora de decidir la financiación de proyectos y aprovechan la oportunidad”.
La reconciliación empieza, por tanto, por las cosas de comer. Por la vida diaria. Se ha recuperado parte del espíritu de convivencia existente antes de la guerra. Para evitar confrontaciones, se eluden los asuntos más espinosos. Se mira más hacia adelante que hacia atrás. Srebrenica, la antigua mina de plata, podría ser pronto emblema de una nueva Bosnia tolerante y multiétnica.
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