31 de mayo de 2012
En
los últimos años de conflictos armados en el interior de un país con dimensión
internacional, ha habido siempre un episodio ‘insoportable’ que precipitaba una
escalada hacia la acción militar coordinada de la llamada comunidad
internacional. Para que eso ocurriera, debían darse dos circunstancias
imperativas: que hubieran madurado las condiciones políticas y que los cálculos
operativos de una intervención armada resultaran favorables. Ocurrió en Bosnia,
ocurrió en Kosovo y, más recientemente, ocurrió en Libia.
La
reciente matanza de Houla presenta –todo lo indica- las características propias para convertirse en ese episodio
‘insoportable’ de la crisis siria. Pero, ¿se han cumplido las dos condiciones?
No lo parece.
UNA
RESPUESTA INCÓMODA
Después de
varios días de indecisión, el sistema de Naciones Unidas se ha decantado por
denunciar lo ocurrido en la pequeña localidad cercana a Homs como una masacre
perpetrada por fuerzas obedientes al Gobierno sirio. Lo que no quiere decir por
fuerzas regulares del Ejército. Se trataría más bien de milicias irregulares,
pero bien controladas y aleccionadas para ese tipo de acciones sucias… y
sangrientas. Ejemplarizantes, sin duda.
Inicialmente,
los observadores militares destacados por la Liga Árabe habían mostrado sus
dudas sobre la autoría. Circularon versiones sobre posibles acciones de
provocación, que parecían rebajar de alguna forma la responsabilidad del
régimen. Pero a medida que las respuestas occidentales se hacían más
contundentes (sólo verbalmente, por supuesto), las dudas de los funcionarios
internacionales se fueron disipando.
Las
últimas evaluaciones establecen que la tragedia se inició cuando fuerzas
militares rebeldes atacaron posiciones del Ejército sirio con armas ligeras.
Ante la eventualidad de que la localidad pudiera caer bajo el control de una
población sunní suficientemente importante, las milicias de tres núcleos
alauíes (la minoría dirigente de Siria) se movilizaron rápidamente en apoyo del
Ejército regular. La respuesta militar fue contundente: los carros de combate y
la artillería dispararon contra la población civil, entre la que se ocultaban
algunos de los insurrectos. Para no
dejar ‘cabos sueltos’, las milicias paramilitares alauíes habrían penetrado en
las casas de sospechosos de dar cobijo a los rebeldes y habrían disparado o
pasado a cuchillo a sus moradores.
De
ser cierto, este espantoso crimen no podía pasar como uno más en la larga serie
de atrocidades y agresiones contra la población civil. Las potencias
occidentales se vieron en la obligación de escalar su presión contra el
régimen. Tras las sanciones económicas, sólo cabía la adopción de medidas de
fuerza. El problema –muy típico de estos casos- es que no se está seguro de
poder hacerlo. O, más exactamente, se teme desencadenar una situación
indeseable, tan complicada o más que la que se quiere liquidar. Consecuencia: a la espera de clarificar las
opciones, se opta por una medida más bien clásica pero poco contundente:
retirar embajadores del país condenado. La diplomacia tiene sus códigos y este
gesto no carece de importancia. Pero el nivel que ha alcanzado la crisis lo
convierte en claramente insuficiente para forzar un cambio de actitud en
Damasco.
LA
OPCION YEMENÍ
Para llegar a
la intervención militar, las potencias occidentales tendrían que asegurarse al
menos la inhibición de Moscú (Pekín parece haber delegado en su ‘aliado de
conveniencia’ ruso). Aunque el Kremlin parece harto de la intransigencia y la
huida hacia adelante del otrora ‘razonable’ Bashar el Assad, la opción militar
sigue repugnando. Básicamente, porque no hay garantías de que su resultado
permitiera conservar los intereses rusos en el país (económicos, militares,
estratégicos). Se atribuye a Putin el convencimiento de que Siria sería otra
Libia: que una vez desplegado el aparato militar, los occidentales impondrían
sus planes sin la menor consideración a los intereses rusos. Por ello, la
diplomacia rusa parece actuar bajo las instrucciones de seguir ganando tiempo
(o de perderlo, según se mire) y está anclada en la ambigüedad cómplice con la
que actúa desde el comienzo de la guerra interna siria.
La
administración Obama creía haber presentado a Moscú una opción favorable para
el cambio de actitud. Es la llama ‘solución yemení’: el método empleado para alejar
del poder al Presidente Saleh, sin alterar bruscamente el equilibrio de poder
en el país, pero permitiendo a la oposición optar legítimamente a participar de
sus beneficios. Esta ‘voladura controlada’ del régimen favorecía el
restablecimiento de las operaciones contra las células de Al Qaeda. En el caso
de Siria, lo que Washington pretende ofrecer a Moscú son similares garantías.
La sacrificada sería la familia Assad, no los legítimos y razonables intereses
rusos, que serían convenientemente respetados. Pero, de momento, el Kremlin no
se ha mostrado convencido de que la oferta esté libre de trampas.
OTRAS
IMPLICACIONES, OTROS TEMORES
Paradójicamente,
la paralización impuesta por la postura de Moscú sirve a las potencias
occidentales para no dar el paso hacia la intervención militar. Algunos
analistas citados estos días por los principales medios occidentales siguen
convencidos de que las cancillerías occidentales no han despejado los temores
de que la caída de Assad podría beneficiar fundamentalmente a los radicales
islámicos, por ser los mejores organizados ante una situación de vacío de
poder.
Pero
más allá de este recurrente ‘fantasma islámico’, inquieta también en Occidente que
una victoria de los militares rebeldes representantes de la mayoría sunní
precipite acciones de represalia contra los alauíes, que se han beneficiado
abusivamente del poder desde hace décadas. La tutela occidental no duraría
mucho, como se ha visto en Libia.
Otro
motivo de reticencia es la posible respuesta iraní. El régimen de Assad es el
principal aliado de los ayatollahs. Resulta más que probable que Teherán no
interpretará una acción militar contra Siria como una maniobra –directa o
indirecta- para aislarlo y hacer más favorable la neutralización por la fuerza
de su programa nuclear. El nerviosismo iraní puede ser causa suficiente para
arruinar las ya de por si débiles perspectivas de éxito de la vía diplomática. Aunque
los ‘halcones’ vean en la crisis siria una doble oportunidad de liquidar las
resistencias anti-occidentales en Oriente Medio, lo cierto es que en la
administración Obama y en la mayoría de las capitales europeas sigue
prevaleciendo una posición más prudente. En definitiva, Houla podría ser ese
caso ‘insoportable’ que haga volver a plantearse la opción militar en Siria.
Pero las cartas aún no parecen jugadas.
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