7 de junio de 2012
Contrariamente
al industrial alemán Oskar Schindler, empeñado en añadir nombres a una lista de
empleados reales o ficticios de su empresa, con la secreta intención de
salvarlos del Holocausto nazi, el presidente Obama se ha convertido, por
decisión propia y personal, en el autor de una lista de personajes señalados
para morir bajo los disparos más o menos certeros de los aviones pilotados a
distancia, los 'drones'.
El
último nombre de esa lista es Abou Yahia
Al-Libi, el supuesto 'número dos' de Al Qaeda, o responsable de su
aparato operativo o militar (aunque su historial le avala también como
estratega y teórico). Es la segunda vez que se da por muerto a Al-Libi
(literalmente 'el libio', porque es originario del país norte-africano). La
primera vez fue en diciembre de 2009.
Ahora, los servicios secretos pakistaníes afirman que, como consecuencia del
ataque de un 'drone', "parece que Al-Libi ha muerto". Un jefe
local de la milicia islamista -citado por LE MONDE- lo vuelve a desmentir y
afirma que se trata de un intento norteamericano de camuflar los éxitos de la
resistencia de las últimas semanas.
Más allá de este último nombre
de la lista de Obama, hace apenas unos días el diario NEW YORK TIMES publicó un
extenso y muy documentado artículo (firmado por Jo Becker and Scott Shane) en
el que se confirmaba algo que, en círculos políticos, militares y diplomáticos
de Washington, se daba por bastante cierto: el presidente está personal y
profundamente involucrado en las decisiones cruciales de las operaciones contra
el 'terrorismo'. Pero, sobre todo, Becker y Shane ofrecen un valioso análisis
sobre la metodología de la Casa Blanca y las motivaciones políticas, legales y
morales de su principal morador.
UN PRESIDENTE AL QUE NO LE
TIEMBLA LA MANO
Obama comprendió pronto que un
atentado de envergadura arruinaría con toda seguridad su presidencia. Estuvo a
punto de suceder en la Navidad de 2009, cuando 'in extremis' se evitó
que un estudiante de origen nigeriano destruyera el avión en que viajaba cuando
sobrevolaba Detroit, a punto de aterrizar.
Para ese tiempo, Obama ya había
corregido su política antiterrorista, hasta el punto de hacer poco reconocibles
algunas de sus propuestas electorales. La nueva política se alejaba del enfoque
estricto en los derechos y libertades y ponían más foco y atención en la
prevención y contención de la 'amenaza'.
Ese cambio -señalan los autores del artículo- "desconcertaron a sus
seguidores liberales y confundieron a los críticos conservadores". Lo que
ocurrió en realidad es que Obama rectificó y mantuvo tres grandes pilares de la
política de George W. Bush: el traslado de sospechoso a terceros países para
interrogarlos ('renditions'), las comisiones militares y la detención
indefinida (bases éstas dos del funcionamiento de Guantánamo). Justamente, lo
que las organizaciones cívicas de defensa de derechos humanos habían criticado
mas ferozmente. Igual que el propio Obama, pero éste con otro cálculo.
El artículo señala las
contradicciones, indecisiones y 'debilidades' de Obama ante las críticas de la
derecha en Guantánamo, lo que fue plagando de fallos y rectificaciones su
actuación sobre la mayor vergüenza reciente de la justicia norteamericana.
Obama se puso duro. Después de congelado
el cierre de Guantánamo, la intensificación de la actividad de talibanes y
aliados jihadistas en las zonas tribales afgano-pakistaníes y el surgimiento de
nuevos focos de amenaza en Yemen y Somalia, 'empujaron' al presidente a decidir
eliminar la mínima percepción de debilidad o indecisión.
Desde fuera, este proceso se
vivió como una transformación. Pero los analistas citan algunas fuentes
próximas al presidente que avalan la teoría de una adaptación. Es algo que ya
hemos escuchado en otros análisis sobre el pragmatismo de Obama. El actual
presidente no ha sido nunca un progresista convencido, sino un táctico
brillante. Sabe tocar la tecla que suena mejor en cada momento político. Se lo
afean los conservadores y se lo reprocha la izquierda. Pero a él parece
importarle poco, como suele ocurrir en ese perfil de político. Obama procedió a
hacer sustituciones en su equipo y confió en el juicio de Brennan. Lo quiso
colocar de director de la CIA y al encontrarse con la resistencia del Congreso,
lo convirtió en su asesor en materia de terrorismo. Brennan, un irlandés y
veterano de la CIA, lo ha acompañado en cada paso de este proceso.
La liquidación de Bin Laden sin
demasiados miramientos es tan sólo un ejemplo de esa firmeza sin vacilaciones.
Obama asumió la convicción de que es preferible equivocarse y matar a un
objetivo civil que dejar un peligroso terrorista suelto. Más aún: ante el
riesgo de que no pueda condenarse a un sospechoso capturado, es preferible
eliminarlo. Esta actitud ha hecho levantar la sospecha de que "Obama ha
evitado las complicaciones de la detención decidiendo no tomar
prisioneros", dicen los autores del artículo.
No
es que al Presidente le resulte indiferente el incremento lacerante de víctimas
inocentes, causadas por los 'drones'. Todo lo contrario. Pero justamente para
reducir en la mayor medida posible ese riesgo, decidió que los ataques aéreos
sobre cada objetivo exigieran su consentimiento. De esta forma, la lista de
'eliminables' ya no era la de la CIA o la del Pentágono, sino la 'lista de
Obama'.
El
articulo menciona algún comentario del Presidente bastante revelador de la afirmación
de Thomas Donillon, su Consejero de Seguridad Nacional: a Obama no le repugna
utilizar la fuerza para defender la seguridad de Estados Unidos. En una
ocasión, cuando comprobó que en la lista de potenciales objetivos había mujeres
y adolescentes, hizo algunas preguntas
aclaratorias y sentenció: 'todos tienen que ser militantes'.
Otro
caso singular fue la decisión de eliminar a Al Awliki, el predicador
norteamericano de origen yemení que ha inspirado a numerosos militantes
radicales, incluido el nigeriano que quiso volar el avión sobre Detroit. Que el
objetivo fuera norteamericano planteaba serios problemas legales. Obama encargó
un dictamen -como hizo W.Bush en su tiempo- y en ellos se apoyó para dar luz
verde. A continuación -imitando de nuevo a Bush- decidió mantener en secreto el
citado informe y las deliberaciones subsiguientes.
Algunas
publicaciones de izquierda no han perdido la oportunidad de reprochar a Obama
esta aparente renuncia a los principios. El mordaz Tom Engelhardt, en THE
NATION, comenta que " sea cual sea el candidato elegido en las elecciones
de noviembre, no se está eligiendo solamente al presidente de los Estados
Unidos; se está eligiendo al asesino en jefe".
Sabe
la Casa Blanca que estos cambios, giros o adaptaciones de la política
antiterrorista no le costará muchos votos a Obama; al revés: le robará algunos
a los conservadores; de ahí la incomodidad experimentada por éstos.
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