4 de diciembre de 2013
El
pulso entre China y Japón por las islas Sensaku-Diayu está provocando
situaciones de tensión que afecta no sólo a los dos grandes colosos asiáticos.
También se encuentran concernidas otras países vecinos y, desde luego, la
superpotencia que ha garantizado el actual equilibrio de seguridad en la zona
durante medio siglo.
En
el actual proyecto de consolidación de China como potencia mundial de primer
orden, los aspectos estratégicos constituyen uno de los pilares fundamentales,
junto con el impulso económico y el reforzamiento de la arquitectura
institucional. Nos ocupamos de los dos últimos en un comentario reciente.
El
conflicto, latente desde hace tiempo, se agravó el año pasado, cuando el
gobierno de Japón decidió recuperar algunos de estos islotes despoblado a un
ciudadano que las tenía en alquiler, supuestamente para evitar que cayeran en
poder de un grupo ultranacionalista que deseaba adquirirlas para desarrollar
una campaña nacionalista hostil a China. Sin embargo, Beijing interpretó esta
iniciativa como una provocación. Los dirigentes chinos aseguran que las islas
pertenecen a China y que les fueron arrebatas durante la expansión japonesa a
finales del siglo XIX. Tokio rechaza esta versión y sostiene que se anexionó
las islas sin intervención militar porque estaban vacías y nadie las reclamaba.
CHINA
SUBE LA APUESTA
En
los últimos años, Beijing ha incrementado sus gestos de afirmación en las islas,
con frecuentes incursiones de patrulleras navales en las aguas circundantes. La
última medida ha sido crear una zona aérea de identificación (ZAI) en torno a
las islas, obligando a todos los aparatos aéreos que transiten por ella a
comunicar su bandera, matriculación y plan de vuelo, además de mantenerse en
contacto permanente por radio. En caso contrario, incurrirían en el riesgo de
ser interceptados o algo peor, ya que el mando militar chino anunció que "adoptaría medidas defensivas
de emergencia".
Es
la primera vez desde 1949 que la República Popular de China expande su espacio
estratégico marítimo. Y lo hace solapando la zona de defensa aérea nipona. Con
esta decisión, Beijing afirma responder a la "arrogancia japonesa" y
quiere dejar claro que no piensa aceptar el actual 'status quo'. Lo que, sin
duda, pone a prueba la alianza entre
Washington y Tokio.
Como
era de esperar, Japón protestó enérgicamente y reclamó el amparo a Estados
Unidos, en virtud de compromiso de seguridad mutua que vincula a ambos estados.
La reacción de Washington fué rápida y todo lo contundente que merecía la
ocasión. El Pentágono invocó la libertad de navegación y tránsito por el
espacio aéreo internacional y confirmó una misión, previamente decidida, de dos
aviones B-52 no armados, que atravesaron la zona sin cumplir con las exigencias
chinas. Poco después, hicieron lo mismo aviones F-15 japoneses. Beijing se
inhibió de cualquier respuesta coercitiva. Aparentemente, la apuesta china se
quedó en farol. Pero lo cierto es que las autoridades norteamericanas
recomendaron a las compañías aéreas de su país que cumplieran con las órdenes
chinas. No hay confianza, por tanto, en que puede producirse un incidente que
tendría graves consecuencias para la seguridad de la región.
Estos
episodios podrían resolverse en unos días si no reflejaran una dinámica de
inestabilidad en la región. Desde hace años, China está acometiendo importantes
inversiones en su aparato militar y ha formulado cambios relevantes en su
estrategia de poder regional. No se ha quedado atrás Japón, país que hasta hace
sólo unos años estaba todavía purgando los pecados expansionistas del pasado. Esta
escalada ha arrastrado a otros países, incluida la India, a realizar
importantes inversiones en sus aparatos militares.
JAPON
REFUERZA SU APARATO MILITAR
En
Japón, la supuesta 'amenaza china' ha servido de motivación al gobierno para incrementar
en casi un 3% el presupuesto militar del próximo año y revisar la directiva de
seguridad nacional.
De
forma coherente con estos cambios de naturaleza estratégica, se ha embarcado en
un ambicioso programa armamentístico. En los últimos meses, se han botado
varios navíos de gran tonelaje y se han desplegado varios porta-helicópteros de
veinte mil toneladas en vacío, los barcos más grandes del archipiélago desde el
final de la segunda guerra mundial. El nombre de este navío no puede ser
casual. Se le ha 'bautizado' Izumo, un crucero que participó en la
guerra contra China en los años treinta.
Este despliegue naval (que se ampliará en años venideros) se complementa con la creación de una unidad anfibia de 700 hombres, especializada en la toma de islas, y el despliegue de nuevos aviones de vigilancia de alta tecnología, de fabricación norteamericana.
LA
INCOMODIDAD DE WASHINGTON
Varios
analistas norteamericanos califican este duelo como "juego del gato y el
ratón" entre los dos gigantes asiáticos y consideran que se trata de un
asunto de fanfarronería por ambas partes, pero admiten que se pueden producir
errores de cálculo que provoquen un acontecimiento grave. De ahí la seriedad con
la que la administración se ha tomado el asunto.
La
doctrina Obama de pivotar sobre Asia las prioridades estratégica norteamericana
de los años venideros exige un compromiso de convivencia con Beijing, pero
también una política firme de los pactos existentes con sus aliados en la zona,
que contemplan el despliegue de la potencia china con creciente inquietud. La
gira que el Vicepresidente Biden está realizando por la zona -programada desde
hace tiempo- no puede resulta más oportuna. La embajadora en Tokio, Caroline
Kennedy, recientemente nombrada, fue muy explícita al declarar, en plena
crisis, que la creación de la ZAI "sólo sirve para incrementar la tensión
en la región". Un asesor chino en
la materia se limitó a decir que la respuesta norteamericana resulta
"negativa para una sólida relación entre grandes potencias". Lenguaje
muy prudente para el tono habitualmente elevado de China en estos asuntos
presentados como de dignidad nacional.
A
Washington le inquietan estas actitudes de fuerza de los dirigentes chinos,
pero tampoco comulga con el exhibicionismo nacionalista del actual gobierno
japonés, liderado por el primer ministro Shinzo Abe. Lo que menos desea Obama es verse implicada en
un conflicto artificial, cuando en realidad lo que pretende es fortalecer
reglas de comportamiento que aseguren la estabilidad regional y garantice un
entorno comercial y económico sin riesgos.
En
algunos círculos estratégicos y políticos de Estados Unidos se tiene la idea de
que el nuevo equipo exterior y de seguridad de la administración Obama carece
de suficiente experiencia y conocimiento
de las tensiones estratégicas y los manejos en Asia. Parece una crítica
excesiva, porque, de momento, las respuestas del Secretario de Defensa, del
equipo de Seguridad Nacional y del Departamento de Estado han resultado
eficaces. Pero nadie confía en que se registren muy pronto nuevos episodios de
tensión.
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