12 de diciembre de 2013
Las
manifestaciones de las últimas semanas en varias ciudades de Ucrania, en favor
del proceso de integración en la Unión Europea, parecen haber alcanzado el
punto crítico. El sistema de poder, encabezado nominalmente por el Presidente
Yanúkovich, se enfrenta a un desafío mayor del que había previsto. Pero no sólo
por la determinación de los manifestantes y del respaldo que les brinda una
heterogénea oposición. Lo que quizás pueda ser más peligroso para el régimen y determinante
para el desenlace de la crisis son las actuaciones políticas y diplomáticas
exteriores.
El
actual conflicto comienza en 21 de noviembre. Ese día, el Parlamento, controlado por el gubernamental
Partido de las Regiones, suspende las negociaciones con Bruselas, cuando estaba
a punto de cerrarse un acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea. En
sólo unas horas, los partidos de la oposición y grupos cívicos europeístas, la
mayoría juveniles y dinamizados por las redes sociales, se concentran en la
Plaza de la Independencia, el lugar emblemático de la "revolución
naranja" de 2004, para exigir que el Presidente rectifique y vuelva a la
senda europea. Yanúkovich había dado
cerrojazo a las negociaciones en vísperas de la cumbre sobre las relaciones de
la UE con antiguos países comunistas euroasiáticos, a celebrar en Vilnius.
Las
negociaciones con Europa comportaban también unos compromisos paralelos de
ajuste económico. La situación de Ucrania, en plena recesión, es desesperada. La
deuda se negocia a un interés del 10%.El país necesita con urgencia un préstamo,
que negociaba con el FMI, de 14 mil millones de euros para eludir la suspensión
de pagos. El gobierno de Kiev asegura que las condiciones puestas en cada caso por
Europa y por el FMI ahogaría a medio plazo al país. De ahí que, con desagrado,
el Presidente se volviera hacia el vecino del Este. A Putin no le costaría demasiado
borrar con un cheque los números rojos de Yanúkovich. Y éste es el temor de muchos de los manifestantes.
EL
TEMIDO ABRAZO DEL OSO RUSO
Los
opositores no ponen mucha atención a las duras condiciones occidentales. Ven el
proceso europeo una oportunidad para cambiar el rumbo del país, ya que el borrador
del acuerdo contemplaba también unas exigencias de democratización y
transparencia. Pero, sobre todo, Europa significa para ellos una efectiva
póliza de seguros para alcanzar la independencia
efectiva de la tutela rusa. De hecho, la oposición de Moscú al acuerdo de
asociación era pública y notoria.
Ciertamente,
el Presidente Putin se había referido en términos muy negativos al proyecto europeo
de atraerse a Ucrania. Rusia cree que la "pérdida" del vecino
ucraniano representaría una amenaza para sus intereses estratégicos. Al
proyecto europeo de Ucrania, Moscú opone una especia de unión aduanera, de la
que ya forman parte, junto a Rusia, Bielorrusia y Kazastán. La incorporación de
Ucrania supondría recomponer el núcleo central de la desaparecida Unión
Soviética, una aspiración a la que nunca ha renunciado el propio Putin y los
herederos de los viejos aparatos comunistas que supieron adaptarse a los nuevos
tiempos y sacar el mayor provecho posible, tras los caóticos años finiseculares.
Ucrania
no es un país más de la antigua órbita soviética. Las vinculaciones históricas,
económicas y culturales con Rusia de esta gran nación -más extensa que Francia
y parecida población que España- no son en absoluto desdeñables. La mitad
oriental del país habla ruso y todo su
aparato productivo está ligado a su vecino. Rusia es la destinaria de la
tercera parte de las exportaciones ucranianas. En el último tramo de las
negociaciones con la UE, Moscú cerró la entrada a los productos ucranianos
durante unos días. Una advertencia expresa y brutal. Como en su momento lo fué
-y puede volver a serlo- el cierre del grifo o la subida drástica de la factura
del gas ruso que calienta las casas y hace funcionar las fábricas ucranianas
(1).
LA
GRAN 'FAMILIA'
Yanúkovich
es un antiguo exponente de la 'nomenklatura' soviética en Ucrania. Ex- director de una empresa estatal, se
enriqueció, como tantos otros, con la introducción de la economía de mercado y
los procesos de privatización. Su feudo era la región oriental de Doneskt,
núcleo de la desfasada industria pesada. La población allí es ruso parlante y,
por lo general, no comparte las simpatías europeas de los más dinámicos
sectores sociales de Kiev y el oeste del país, tradicionalmente más incómodos
con la influencia de Moscú.
El
Presidente ucraniano se ha beneficiado de esta escisión para consolidar una
base de poder y neutralizar a la oposición liberal. El antiguo partido
comunista le sirvió en su momento de aliado circunstancial. Pero, ya desde hace
tiempo, la corrupción del clan gobernante ha terminado por aislar a Yanúkovich.
Diversas investigaciones periodísticas cifran en miles de millones de dólares
la fortuna acumulada por el Presidente y sus parientes. En los círculos
políticos y mediáticos, se conoce a este grupo como la 'simia' o la 'familia'.
Los hijos del Presidente son riquísimos y no lo esconden. Tienen negocios en todos
los sectores de la economía. Este núcleo familiar se apoya en una red de altos
cargos y funcionarios originarios de la región de Donetsk y en negocios
compartidos con los principales oligarcas del país. Algunos dirigentes
opositores aseguran que la cúspide del Estado se asemeja a una mafia.
Y
sin embargo, estos lazos, que han servido para que Yanúkovich se haga con el
control de los recursos económicos y aparatos del Estado, pueden convertirse en
su peor pesadilla, si los magnates perciben que al Presidente puede írsele la
situación de las manos. No es un distanciamiento reciente. Antes de las
actuales protestas, algunos oligarcas habían mostrado ya su insatisfacción por
la codicia de los vástagos del patrón. La línea entre socios y rivales es cada
día más fina (2).
LA
PRESIÓN DIPLOMÁTICA
De
todo esto son muy conscientes los dirigentes europeos. Y norteamericanos, que han demostrado un
interés nada secundario por la situación en Ucrania. Ángela Merkel ha mostrado una hostilidad indisimulada frente a
Yanúkovich, hasta el punto de desairarle en público durante la mencionada
cumbre de Vilnius. La canciller alemana interrumpió al Presidente cuando éste
discursaba acerca de las insatisfactorias negociaciones con Bruselas. "No
es necesario que siga hablando. Ya sabemos que no va a firmar, de todos
modos", asegura el semanario alemán DER SPEIGEL que dijo Merkel. La
encargada de asuntos exteriores de la UE, Ashton, visitó Kiev a renglón seguido
para leerle la cartilla al presidente ucraniano.
Los
norteamericanos han sido más discretos, pero no menos contundentes, a tenor de
lo que los propios portavoces de Washington admiten. En los últimos días, han
llamado a los despachos de Kiev en serio tono de advertencia el Vicepresidente
Biden y los secretarios de Estado y de Defensa (además de la acción presencial en Kiev de la número dos de exteriores), tanto
para frenar la represión de los manifestantes como para 'convencer' al
Presidente ucraniano de que le conviene aceptar las recetas económicas que 'recomienda'
el FMI.
UNA
DUDOSA ALTERNATIVA
La
debilidad de la presión occidental radica en las dudas sobre la solvencia de la
oposición, como fuerza de relevo con garantías. El hombre de Merkel es Víctor
Klitschko, un ex-boxeador cuyo discurso se centra casi exclusivamente en la
lucha contra la corrupción. El nombre de su partido lo dice casi todo: Odar
("Puñetazo"). La conveniencia le ha hecho unirse a las otras dos
formaciones opositoras. La más conocida en Occidente es la encabezada por la
carismática Yulia Timoshenko, que sigue en prisión por supuestos delitos de
corrupción, y cuya liberación ha exigido en vano desde hace años la Unión
Europea y Estados Unidos. En su etapa de gobernante tampoco fue un ejemplo de
transparencia. Simplemente, demostró habilidad al alinearse con Occidente,
cuando Moscú la presionó. La tercera fuerza es liza es la Svoboda ("Libertad"),
ultranacionalista, cuyo objetivo fundamental es librarse al país del control
ruso.
Frente
a la rebelión cívica, Yanúkovich ha pretendido combinar la exhibición de fuerza
con la apariencia de diálogo, al aceptar la propuesta de tres anteriores
presidentes de organizar una 'mesa redonda' para explorar salidas a la crisis. No parece que esta iniciativa desactive la
protesta. La conjunción de las tres presiones -callejera, diplomática y mafiosa-
pueden suponer el golpe de gracia para Yanúkovich, pese a su mayoría
parlamentaria. Sobre todo porque el amparo interesado que podría encontrar en
Moscú parece tener un blindaje de insuficiente grosor.
(1) Leer en FOREIGN AFFAIRS,
"Five more years of Yanukovych". Octubre de 2012
(2) Leer en LE MONDE, "La
'famille' se porta bien", 11 de diciembre de 2013
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