18 de agosto de 2014
La
limitada operación decidida por Obama el 8 de agosto para impedir el avance de
los combatientes del Estado Islámico y romper el cerco a miles de refugiados yazidíes
en el Monte Sinjar ha concluido con aparente "éxito", pero también
con alguna "sorpresa" (1).
EL
"ÉXITO" Y LA "SORPRESA"
Vayamos
primero con el "éxito". Se considera tal por haberse frenado el
avance de los 'yihadistas' hacia el corazón del Kurdistán. Es razonable
pensar que el bombardeo intensivo realizado por drones y F18A haya
debilitado considerablemente el aparato militar del EI en la zona. No obstante,
también es muy probable que el mando del 'Califato' haya decidido lo que
ya viene siendo habitual desde su ofensiva a comienzos del verano: no
entregarse a un avance precipitado, sobre todo en entornos hostiles o poco
favorables, y consolidar posiciones hasta que llegue el momento propicio para
acometer nuevas conquistas.
Y
ahora la "sorpresa". Resulta que al relajarse el cerco del Estado
Islámico sobre el Monte Sinjar, se ha podido comprobar que los 'yazidíes'
allí refugiados no eran tantos como se había estimado: sólo unos pocos miles, y
no decenas de miles (40.000). Más aún: su situación no era tan deplorable como
se había temido. De hecho, algunos se sentían seguros en ese entorno, porque
consideraban que sus perseguidores no le seguirían hasta allí. Esta evaluación ha
sido cuestionada por un portavoz de la minoría 'yazidí' en Estados
Unidos, quizás porque se teme que Washington empiece a desentenderse muy pronto
de la suerte de los huidos.
Resulta
"sorprendente" la "sorpresa", si se permite la figura.
Aunque estos días expertos en vigilancia y procesamiento de datos de inteligencia
recogidos desde el aire han estado evaluando el posible "error" sobre
el número de personas atrapadas en el Monte Sinjar y haya un cierto consenso en
señalar las dificultades de ofrecer datos exactos, lo cierto es que los
antecedentes de equivocaciones, informes exagerados o mentiras descaradas en
Irak invitan al escepticismo cuando no a una abierta incredulidad.
Los
pocos analistas críticos que pueden leerse o escucharse en los medios
occidentales señalan estos días que las razones oficiales de esta última
intervención militar de Estados Unidos en Irak pueden estar basadas en
motivaciones no exclusivamente -ni preferentemente- humanitarias: prevenir el
genocidio 'yazidí' y garantizar la seguridad de los norteamericanos.
El
conocido periodista e historiador Robert Fisk, gran conocedor de Oriente Medio
y abiertamente crítico con la política occidental, asegura que "el
petróleo es el nervio de la guerra"(2). Señala Fisk que los bombardeos tenían como verdadero
objetivo asegurar una zona, el Kurdistán iraquí, donde se localiza una tercera
parte de las extracciones iraquíes de petróleo, una buena parte de las reservas
supuestas y también importantes yacimientos de gas. En Erbil, la capital kurda
de Irak, residen miles de occidentales, hombres de negocios, diplomáticos,
agentes y otros, que vigilan la estabilidad de unas inversiones cifradas en
10.000 millones de dólares, con unos rendimientos netos, en el caso del
petróleo, del 20%. Lo que habrían 'protegido' los bombardeos norteamericanos son
los intereses de compañías como MOBIL, CHEVRON, EXXON o TOTAL, tanto o más que a
los desventurados 'yazidíes'.
CONVERGENCIAS
CRUZADAS ENTRE RIVALES
La
intervención militar norteamericana ha coincidido, no por casualidad, con el
desenlace de la crisis política en Irak. El cambio de primer ministro en Bagdad
se presenta como la mejor oportunidad de los últimos años para devolver la
estabilidad política al país. La Casa Blanca ya ha prometido al nuevo gobierno
más ayuda militar para frenar la amenaza extremista. Aún no se han explicitado
los detalles.
Las
circunstancias del relevo en el poder ejecutivo iraquí son inquietantes. El
primer ministro saliente, Nuri Al Maliki, ha sido presentado como el máximo
responsable de la degradación política y militar: por su autoritarismo, su
sectarismo y su incompetencia. Maliki es un 'bis' del afgano Karzai:
elegidos inicialmente por Washington, han terminado siendo unos obstáculos a
eliminar (políticamente, claro).
Maliki
ha sido un desastre en muchos sentidos, pero los manejos para sacarlo de la
cancha tienen cierto olor a golpe de Estado, como el propio político ahora
apartado denunció. Las últimas elecciones confirmaron al partido de Maliki como
el más numeroso del Parlamento, pero sin mayoría suficiente para formar
gobierno estable. Ciertamente, sunníes y kurdos se opusieron a prestarle los
votos que le faltaban. No por ello, los líderes chíies se atrevieron a
discutirle el liderazgo, quizás asustados por las lealtades paramilitares de
Maliki.
El
bloqueo era total. Hasta que se produjo la crisis de agosto; es decir el avance
'yihadista' en el norte. Washington, que se había negado a las
solicitudes de armamento de Maliki, decidió intervenir entonces, claramente en
apoyo de los kurdos, sin consultar con el primer ministro. Un desplante en toda
regla. En paralelo, el cortejo norteamericano de prominentes otros líderes
chíies envenenaron las relaciones internas en el partido mayoritario (Dawa), en
la coalición electoral (Estado de Derecho) y en el grupo parlamentario (Alianza
Nacional) hasta hacer trizas la continuidad de Maliki. La posición favorable al
relevo por parte del Gran Ayatollah chií Ali Al-Sistani, cuyas indicaciones son
órdenes para la mayoría de la población chií, terminó de decidir a los colegas
del primer ministro enrocado. El régimen de Irán, principal protector de Maliki,
después de haber enviado asesores militares a Bagdad, se terminó por dar cuenta
de que su "hombre en Bagdad" estaba ya quemado. La suerte de
Al-Maliki estaba echada (3).
El
elegido para reemplazar a Maliki es Al Abadi, un exiliado como su antecesor y 'hermano',
según el lenguaje oficial. Estos días, altos cargos y medios norteamericanos
doran el blasón del nuevo jefe del ejecutivo iraquí, para enaltecer un
liderazgo que sólo podrá ganarse en el ejercicio del poder. Que Al-Abadi cuente
también con el beneplácito explícito de Irán parece una exigencia del guión. En
Teherán no importa quien mande en Bagdad sino la garantía de fidelidad a una
alianza estratégica.
DESIGNIOS
CONTRADICTORIOS
Esta
convergencia de intereses entre Washington y Teherán pudiera parece otra
"sorpresa" de la última crisis iraquí. Pero tampoco lo es. Más allá
del propósito compartido en impedir un triunfo extremista sunní en Irak, ¿es descabellado
suponer que el clima de trabajo desarrollado en las negociaciones sobre el
programa nuclear iraní puede estar creando un positivo caldo de cultivo para el
deshielo entre ambas potencias? Obama coincide con Jamenei o Rohaní es apostar
por la estabilidad regional.
El
fantasma de la recuperación del eje Washington-Teherán, aún con fundamentos y
propósitos muy diferentes a los existentes en los años del Sha, provoca
auténticas pesadillas tanto en los austeros despachos israelíes como en los
suntuosos palacios reales saudíes. De ahí que, desde ambos polos, se estén
haciendo esfuerzos intensos para evitarlo. Israel ha apostado por una guerra
desmedida en Gaza para reventar la unidad palestina, sin duda, pero también
para mantener el 'status quo' regional. Hay motivos para sospechar que Arabia
Saudí dejó que desde el reino se ayudara y financiara al ISIS y otros
extremistas sunníes, para combatir indirectamente a los regímenes enemigos de
Damasco y Bagdad, sin duda, pero también para provocar una amenaza regional que
Estados Unidos no puede pasar por alto, obligándolo a una intervención militar
que supondría una nueva ruptura con Irán.
Quizás
no por casualidad, esta aparente doble resolución de la crisis iraquí (en el
frente político y en el militar) esté siendo cuestionada por analistas bien
conectados con el 'establishment' norteamericano (3) y, por extensión,
con Israel. El tono general en estos sectores es claramente favorable a una
intervención directa más intensa y comprometida de Estados Unidos (claramente,
una 'tercera guerra') para destruir el EI ("más peligroso y potente que Al
Qaeda, repiten insistentemente estos analistas) y consolidar los intereses estratégicos en
Oriente Medio (terminar el trabajo que dejaron pendiente los dos Bush y que
Clinton no quiso acometer). Tal empeño implica, obviamente, abortar de cuajo la
colaboración entre Washington y Teherán y, seguramente, hacer naufragar las
negociaciones nucleares.
(1) "Sorpresa" es el
término empleado por GORDON LUBOLD, uno
de los editores de FOREIGN POLICY, y coordinador del principal resumen
internacional de la revista, en un artículo para la web, el 14 de agosto.
(2) THE INDEPENDENT, 11 de Agosto
de 2014
(3) En un comentario de la web
MUFTAH, crítica con la perspectiva oriental en Oriente Medio, se hace un buen
análisis del desarrollo de la crisis política iraquí. 13 de agosto.
(4) En sú última edición, FOREIGN
AFFAIRS, habitual portavoz de ese 'establishment' publica artículos de MICHEL
O´HANLON, ROBIN SIMCOX Y REIDAR VISSER que inciden en que la "operación
limitada" de Obama no resolverá los dilemas norteamericanos en Irak. Menos
explícito, pero igualmente partidario de un esfuerzo militar más resuelto, se
muestra el ex-comandante de la OTAN y ex-Consejero de Seguridad Nacional de
Obama, el general Jones, en el WALL STREET JOURNAL, del 14 de agosto.
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