9 de Julio de 2015
¿Tiene
la socialdemocracia europea una posición común ante la crisis griega? No lo
parece. Peor aún: ¿tiene alguna? Más allá de generalidades, no se ha escuchado.
Corren
tiempos de 'renacionalización' de las políticas europeas. Todo aquello que no
puede ser explicado o vendido desde posiciones estrictamente nacionales tiene
poco futuro y ningún presente político.
Puede decirse incluso de forma más terminante: cualquier postura o
aproximación a una problemática, por global que sea, que responda a un criterio
ideológico o de valores que supere el enfoque nacional (ista) está condenado al
fracaso o al escarnio.
Los
medios, de cuando en cuando, airean el 'peligro' de eventuales victorias o
avances de los partidos populistas, o ultranacionalistas, o xenófobos. En
realidad, no hace falta que el actual clima se sustancie en triunfos
electorales de esa naturaleza, completos
o relativos. Sin que tal cosa ocurra, las consecuencias ya se están detectando
ampliamente en el mapa europeo. El populismo nacionalista (en sus variadas
manifestaciones) ha conseguido envenenar el debate político europeo y
condicionar las agendas, nacionales y comunitarias.
Lo
hemos visto en el monumental fiasco de la política migratoria, con una decisión
que remite a otra decisión futura, mientras la llegada de desamparados
continúa. Y lo estamos viendo, aunque con perspectivas distintas, en el desarrollo de la crisis griega, donde se
alienan las posturas más por países que por ideas o planteamientos políticos. En
ese torbellino demagógico de lo que 'interesa' a cada país, se ha visto
arrastrada, de forma decepcionante, la socialdemocracia europea. Lo que
confirma su crisis, largo tiempo incubada.
En la crisis griega, hemos apreciado la cacofonía provocada por las declaraciones divergentes, en el fondo y en la forma, en el propósito y en la metodología, de diferentes líderes socialistas europeos. La única alternativa a esta confusión ha sido el silencio de quienes o no estaban seguros de lo que debían decir, o ni siquiera sabían si debían decir algo.
Este
desconcierto socialdemócrata contrasta con la aparente uniformidad del discurso
liberal-conservador (defensor a ultranza
de la política de austeridad por fracasada, absurda y dañina que esté
resultando) y, por supuesto, de la posición izquierdista (donde se reúnen los
críticos acérrimos de lo anterior y se propaga una especie de ética de la resistencia).
Los
socialistas europeos no siempre, o casi nunca, han sintonizado sus mensajes. Generalmente,
se han refugiado en una prudente moderación, en vagas invocaciones al diálogo y
a la negociación, sin cuestionar a fondo las políticas de austeridad y sus
derivados. Cuando no, en algunos casos estridentes, incluso han encabezado el rechazo a Grecia. El
caso más claro es el del Presidente del Eurogrupo, el socialista holandés
Dijsselbloem. Aparte de sus choques de ego con el dimitido Varufakis, algunas
de sus manifestaciones han sido espacialmente agrias y quizás innecesariamente descalificadoras.
Por
lo demás, resulta llamativo que, en la noche del domingo, las dos únicas voces
europeas que se escucharon, entre el tumulto del entusiasmo de los seguidores
de Syriza, fueron las de dos socialdemócratas alemanes, Gabriel el jefe del SPD
y Vicecanciller, y Shultz, el Presidente del Parlamento Europeo. Ambos
reprocharon al primer ministro griego que con su actitud hubiera hecho casi
imposible un acuerdo y empujado a su país fuera del euro. O casi. Ambos
decidieron hablar como "alemanes"; es decir, cerraron filas con el gobierno
de gran coalición, donde el SPD juega el papel de socio menor (como les ocurre
a los socialistas en Holanda). Tal circunstancia no les hace ser más
conciliadores, sino al contrario: quizás se ven obligados a mostrar una dureza
que no les enajene el apoyo de unas bases poco comprensivas con la situación de
emergencia en Grecia.
EL INSUFICIENTE ESFUERZO FRANCÉS
Frente
a este coro dudosamente constructivo, los socialistas franceses han ensayado
una posición más conciliadora, sobre todo en este tramo último de la crisis,
pero no sin contradicciones o discordancias. François Hollande recibió a Merkel
la noche siguiente al varapalo del referéndum griego, con la declarada
intención de recuperar el control político y orientar una salida que no
estuviera dominada por el enfoque tecno-burocrático. Esta semana, Hollande y
Valls han sido los vocales más activos en favor de la permanencia griega en el
euro.
Este
esfuerzo de París en pos de una solución negociada, que obligue a cesiones de
ambas partes (para simplificar la ecuación), no quiere decir que no haya
contradicciones en el socialismo francés. Sería imposible, si atendemos a lo
que está ocurriendo en el terreno propiamente nacional, con un sector del
partido clara y ruidosamente enfrentado al gobierno, precisamente por la
oportunidad y la justicia de las políticas de ajuste ( o de rigor, como le
gusta decir al primer ministro Valls, para escapar de la odiosa etiqueta de la
'austeridad).
Nuevamente,
en algunos casos, la presión institucional se ha impuesto a la ideológica. El
mensaje del Comisario de Economía, Pierre Moscovici, un veterano de la política
europea, no ha sido exactamente el mismo que el del Eliseo, por ejemplo, aunque
en los últimos días haya optado por el silencio.
Tampoco
han faltado los patinazos. El polémico Ministro de Economía, Emmanuel Macron, ha
expresado opiniones un tanto desconcertantes. Dijo que Syriza era asimilable al
Frente Nacional (una especie de 'boutade'
de la que tuvo que retractarse y pedir disculpas) y, al mismo tiempo, afirmar
que no se debería activar de nuevo el Tratado de Versalles, en referencia a las
penosas condiciones impuestas a Alemania tras su derrota en la Primera Guerra
Mundial (otra exageración fuera de contexto).
En
los países del sur, sometidos siempre a la sospecha de mal gobierno por los
celosos austeros septentrionales, el discurso tampoco ha sido clarificador. El
italiano Matteo Renzi gusta de realizar declaraciones altisonantes. No se ha
privado incluso de sermonear a sus colegas europeos, como hizo tras
consagrarse el enésimo fracaso en la conformación de una política migratoria
común, hace un par de semanas. Con Grecia demostró el mismo lenguaje de
franqueza brusca, cuando compareció en compañía de Ángela Merkel, aunque en
compañías menos severas se haya mostrado más proclive al acuerdo.
Finalmente,
para no eludir el caso más cercano, el PSOE ha mantenido un 'perfil bajo' en
estas últimas dos semanas. Los dirigentes que han comparecido ante la opinión
pública se han protegido bajo un discurso institucional, con apelaciones a la
negociación, en un tono similar al del Presidente francés, pero evitando señalar
la discrepancia con los correligionarios
alemanes.
¿Se
teme en la dirección socialista que una posición flexible hacia Tsipras pueda
ser utilizada por el PP para seguir vendiendo esa deriva hacia el radicalismo
que implicaría un acercamiento a PODEMOS? ¿O es que se prefiere mantener la
ambigüedad para no resultar desacreditado, en caso de que triunfe la línea dura
en Europa?
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