27 de diciembre de 2019
En
el norte de África parece haber llegado el tiempo de la resolución a las crisis
que sacuden a esos países desde hace semanas, meses o años, según el caso. Tres
son los escenarios que merecen especial atención inmediata: Argelia, Libia y el
Sahara Occidental.
ARGELIA:
UNA DESAPARICIÓN INESPERADA
En
Argelia, el anuncio de la muerte repentina del Viceministro de Defensa, jefe del
Estado Mayor y, ante todo, auténtico “hombre fuerte” del régimen, el general
Ahmed Gaïd Salah, ha trastocado todos los cálculos sobre el futuro del proceso
de liberación/adaptación del sistema político. Salah había conseguido mantener
con firmeza el timón a pesar de las fuertes turbulencias ocasionadas por el
movimiento popular de protesta (Hirak) que lleva diez meses exigiendo la
democratización del país, la erradicación de la corrupción y la renovación
completa y absoluta de los cuadros dirigentes.
El
Hirak, pacífico pero persistente, ha forzado dimisiones, encausamientos
judiciales, encarcelamientos y jubilaciones definitivas de numerosos altos cargos.
El anciano y enfermo Abdelaziz Butteflika, jefe aparente de un Estado sacudido
por la calle, tuvo que renunciar a una nueva y esperpéntica reelección. La contestación popular desencadenó una lucha entre
los distintos clanes por arrojar sobre los demás la responsabilidad de los
males que aquejan a la población, por hacerse con la herencia. En definitiva,
por prevalecer.
El
general Salah, en su día aliado de Butteflika, terminó por enviar a la historia
al amortizado jefe del Estado y abrió un combate feroz con el hermanísimo Saïd,
que aspiraba a controlar la sucesión después de aceptar que ya era imposible la
prolongación. Aparatos burocráticos, poderosos intereses económicos privados y
mafias puras y duras han participado en esta guerra sorda, a decir de quienes
intentan desentrañar uno de los sistemas más herméticos del mundo árabe.
A
sus 79 años, el general Salah pretendía agotar la protesta y seguir “manejando
los hilos” hasta su retirada. (1). Salah tomó el mando de la transición y, contra
la voluntad del Hirak, mantuvo un proceso electoral desacreditado. Los
cinco candidatos eran figuras del régimen, aunque alineados en facciones
distintas. Con una participación que no llegó al 40%, un éxito del movimiento
de protesta, se impuso Abdelmajid Tebboune, uno de los primeros ministros efímeros y decorativos
de Butteflika (2). Como era de esperar, enseguida tendió la mano a la oposición
popular (3). El último acto público de Salah, cuatro días antes de su muerte,
fue, precisamente, la asistencia a la toma de posesión de Tebboune, que condecoró
al general con la medalla al Mérito Nacional en su distinto más alto. “Quizás
hasta sea cierto que lo ha matado un infarto”, ha escrito mi compañero Paco
Audije, atento seguidor de Argelia (4).
Según
el diario independiente EL WATAN, la desaparición del último mujahid
supone un “giro en la vida nacional” (5). Veremos en qué sentido. De momento,
el relevo de Salah al frente del Ejército ha sido rápido. El general Saïd Chengriha,
hasta ahora un mando regional, es el nuevo jefe militar: el primero en su
puesto que no luchó en la guerra de la independencia. Ese ha sido el factor
legitimador de las fuerzas armadas argelinas en estos 60 años. Los militares no
han sido el único poder, pero sí el más decisorio, desde que el coronel
Bumedian derribara a Ben Bella y acabara con el romanticismo de la liberación.
En los 90, un directorio de media docena de generales aplastó a un islamismo
combatiente que se había subido a las barbas del régimen: la “guerra civil”
costó 200.000 muertos. Butteflika fue una apariencia de normalidad civil. Salah
afianzó el control militar. La guerra de clanes podría reabrirse.
LIBIA:
¿HACIA LA BATALLA FINAL?
En
la vecina Libia, después de años de sangriento pulso por hacerse con la
herencia de Gaddafi, los dos grandes bloques en que se han sustanciado las
distintas milicias, corrientes y gobiernos podrían estar preparándose para el combate
final. La solvencia del Gobierno de Unidad Nacional (GNA), reconocido por la
mayoría de la comunidad internacional, es discutible. Sus apoyos externos aún
son más dudosos que los internos. Enfrente tiene a un autodenominado Ejército
Nacional Libio, que es, más bien, una banda armada (pero muy armada), liderada
por el autoritario general Jalifa Haftar, un tipo con una historia truculenta,
disidente del régimen de Gaddafi, luego agente de la CIA, más tarde enemigo a
muerte de los islamistas y ahora cuidado por Rusia, que le aporta mercenarios
curtidos (6). La mayoría de los gobiernos europeos dicen despreciarlo, pero Francia
mantiene un doble juego. Las potencias árabes involucradas en la guerra libia favorecen
cada cual a un bando distinto.
El
último movimiento público lo ha hecho Turquía. Erdogan ha sido un
intervencionista compulsivo en las crisis de Oriente Medio durante toda la presente
década. En algunos casos, por interés directo, como en Siria; en otros, por una
cuestión de influencia y prestigio, que, en estos momentos, y ante la política norteamericana
de saldos, adquiere una importancia notable. Erdogan ya apoya al jefe del gobierno
reconocido, Fayed al-Sarraj, con armas y logística; ahora promete también
soldados, policías y asesores (7).
Este
posicionamiento turco coloca a Erdogan en el bando opuesto al escogido por
Putin, algo que cuestiona el acercamiento entre Moscú y Ankara, claramente
manifiesto en la gestión de la posguerra siria. El “nuevo sultán” demuestra,
una vez más, que no se casa con nadie, más allá de sus conveniencias. Sarraj representa
un intento de conciliación con los islamistas más o menos moderados, que es la
línea que defiende Erdogan en la región, aunque esa política genere una
profunda desconfianza en Arabia Saudí o en Egipto, donde no se tolera otro uso
político del Corán que el dictado por la cúspide del poder.
El
embargo de armas a todos los contendientes es una farsa, como en otras guerras.
Hace unos meses, Haftar estuvo a punto de asaltar Trípoli, tras una agresiva
campaña envolvente desde el este y el sur. Hay cierta sensación de que es ahora
o nunca. Trump se inhibe, aunque Haftar es ese tipo de líderes que le gustan. Pero
el aparato diplomático-militar de Washington tratará de neutralizar a su errático
jefe cuando llegue la fase definitoria.
SAHARA:
¿LA HORA DE LA VERDAD?
El
Sahara Occidental es el tercer escenario de este análisis. El reciente 15º congreso
del Frente Polisario ha confirmado una línea más dura, ya iniciada con la
llegada al poder de Brahim Ghali, tras la muerte de Mohammed Abdelaziz, hace
cuatro años. De forma explícita, los dirigentes saharauis hablan de lucha
armada, tras tres décadas de fracaso diplomático (8).
El
retraso sine die del referéndum y el ninguneo de la misión de la ONU (MINURSO),
por las obstrucciones de Marruecos y la falta de interés efectivo de la
comunidad internacional, parecen haber condenado la solución pacífica. En las
bases saharauis hay un deseo de acabar con un proceder que se ha demostrado
ineficaz y frustrante. La normalización de la vida de refugiados recuerda cada
vez más al caso palestino. La radicalización es una reacción anunciada, pero no
necesariamente más fructífera, porque el Polisario no dispone de fuerza suficiente
para plantear un desafío militar serio al reino alauí. La suerte de los
saharauis seguirá siendo ajena a sus decisiones y voluntades. La inestabilidad
regional y los planes de las potencias internacionales no favorecen las
aspiraciones saharauis.
NOTAS
(1) “Mort de Ahmed Gaïd Salah,
homme fort du pouvoir algérien devenu la bête noir des manifestants”. CHRISTOPHE
AYAD. LE MONDE, 23 de diciembre. El mismo autor había publicado días
antes un perfil del jefe militar: “Le general Gaïd Salah, dernière figure del ‘sistème’
en Argélie”. LE MONDE, 15 de diciembre.
(2) “Qu’est Abdelmajid Tebboune,
le vainqueur de l’élection présidentielle en Algérie”. AMIR AKEF. LE MONDE, 14
de diciembre.
(3) TODO SOBRE ARGÉLIE (TSA),
13 de diciembre
(4) “Incertidumbre ante la muerte
repentina del hombre fuerte de Argelia”. PACO AUDIJE. PERIODISTAS.ES, 23 de
diciembre.
(5) “¿La fin d’une époque?”. EL
WATAN, 24 de diciembre.
(6) “With the help of russian fighters, Libya’s
Haftar could take Tripoli”. FREDERIC WEHREY. FOREIGN POLICY, 5 de diciembre.
(7) “Newly aggressive Turkey forges alliance
with Libya”. KEITH JOHNSON. FOREIGN POLICY, 23 de diciembre; “Turkey pivots to
Tripoli: implications for Libya’s civil war and U.S. policy”. SONER CAGAPTAY
y BEN FISHMAN. THE WASHINGTON INSTITUTE, 19 de diciembre.
(8) “El Frente Polisario pone la
vuelta a las armas encima de la mesa. GEMA SUÁREZ (enviada especial a Tinduf). LA
VANGUARDIA, 20 de diciembre.
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