10 de marzo de 2021
Después
de un año, más de dos millones y medio de muertos y ciento veinte millones de seres
humanos afectados directamente por la COVID-19 en todo el mundo, un conflicto político y
diplomático amenaza con reforzar la desprotección frente al virus y sus
variantes.
En
su momento, desde la trumpiana Casa Blanca se señaló a China como el
origen del mal (“el virus chino”), con insinuaciones sobre la voluntariedad de
la catástrofe, lo que añadió un elemento más a un escenario de nueva guerra fría
sui generis entre superpotencias que rivalizan por la hegemonía mundial.
EUROPA,
EN EL OJO DEL HURACÁN
En
la UE, el proceso de vacunación ha sido una tortura institucional y política
desde el principio. Primero fueron los incumplimientos de los suministradores
farmacéuticos, a los que la Comisión intentó presionar para luego echar marcha
atrás, en medio de críticas sobre unos procesos de autorización demasiado burocráticos
o más lentos de las urgentes exigencias del momento. Luego, brotaron las discrepancias entre los
países miembros sobre la gestión de las vacunas y su exportación a terceros. Las
cifras acreditan el retraso europeo. Sólo el 6% de la población europea ha sido
vacunado, frente a casi el 17% de los norteamericanos o el 33% de los
británicos... por no mencionar la tasa israelí (57%). Todo ello con 600.000
muertos (1).
Finalmente,
ha estallado el encontronazo con potencias amigas, con quienes se cruzan
recriminaciones y reproches inusuales. Durante
semanas se ha tratado de librar esta polémica con discreción relativa. Pero la
falta de acuerdo y el ruido mediático por el decepcionante desarrollo de la vacunación
ha hecho que la pelea se libre en abierto.
El
presidente del Consejo europeo, Charles Michel, ha asumido la tarea de defender
públicamente la actuación de la UE, tanto en el proceso de vacunación de sus
ciudadanos como en la disponibilidad para hacer extensiva las vacunas a la
mayor parte del mundo. Lo chocante ha sido su reproche directo y explícito a
sus dos socios preferenciales. Michel señala a Gran Bretaña y a Estados Unidos por
“haber impuesto la prohibición de exportar vacunas y/o sus componentes
producidos en sus territorios” (2).
El
propio Presidente del Consejo admite la irritación que ha provocado en Bruselas
las acusaciones de “nacionalismo” dirigidas previamente de forma más o menos
velada contra la UE por su gestión del procesos de producción, adquisición,
autorización, distribución y administración de las vacunas.
El Foreign Office ha respondido elevando el tono y calificando como “falsas” las imputaciones de Michel. El representante de la UE en Londres ha sido llamado a capítulo. Como se ve, el Brexit blando es (siempre lo fue) una quimera. Esta bronca por las vacunas es sólo una de las que se han sucedido, con menos ruido, desde enero (3).
El malestar transatlántico está más soterrado. A la espera de la reconciliación post-Trump, ambas partes han tratado de minimizar sus diferencias. Más por necesidad que por convicción. La preocupación por China y Rusia obliga, aunque la perspectiva que se tiene en Washington y en algunas capitales europeas sea distinta, y más si se tiene en cuenta que en absoluto hay una posición compartida en Europa. La COVID-19, paradójicamente, ha ampliado el campo de propaganda de Pekín y Moscú.
Lo que el mando europeo reprocha a su socio norteamericano es el uso de la ley denominada Defensa de la producción, que se diseñó para tiempos de guerra y supone, en la práctica, el aseguramiento de productos esenciales para la población nacional. A eso se suma la agresiva campaña de apoyo financiero a las farmacéuticas emprendida por Trump y aún vigente, conocida como Operación Ward Speed (velocidad de la luz), cuyo monto se estima en unos 12.000 millones de euros, cuatro veces más de lo invertido en ese esfuerzo por la UE.
Más allá de los argumentos de unos y otros, parece evidente que la ansiedad por tener a sus poblaciones vacunadas cuanto antes y eliminar o atenuar las facturas sanitarias, políticas y económicas de esta megacrisis planetaria ha primado sobre la solidaridad o, para ser más preciso, la corresponsabilidad. Pero mientras los ricos riñen por los recursos y se enredan en las artimañas del proceso, los pobres se desesperan ante una carencia endémica. Y todo ello cuando se acumulan las dudas sobre la eficacia de las vacunas frente a las nuevas variantes (4).
UN
TERCIO DE LA HUMANIDAD SIN PROTECCIÓN
La
iniciativa COVAX, emprendida por la OMS y financiada por los países más
potentes del mundo iba teóricamente a ser la herramienta de alivio de las
desigualdades sanitarias y, en particular, del déficit de vacunas en el mundo
subdesarrollo. Meses después, los resultados son decepcionantes, como denunció
hace un mes el Sº General de la ONU, Antonio Guterres. En ese momento, ni una
sola dosis vacunal había sido administrada en los 130 países más pobres, que
albergan a 2.500 millones de personas. Los fondos llegan a cuentagotas, y no de
todos los que se comprometieron (5).
Después
de este toque de atención, Biden o Macron aseguraron que incrementarían su apoyo.
El Presidente norteamericano ha prometido destinar otros 2 mil millones de dólares
más a COVAX y duplicar esta cantidad si otros países también hacen el esfuerzo preciso.
Su colega francés propuso que los aliados occidentales dediquen el 0,5% de sus
stocks vacunales a los países pobres. Pero ellos, como otros dirigentes, están
consumidos por la necesidad de proteger primero a sus poblaciones.
En
esta curva del fracaso institucional o político, se debe incluir también el sesgo
industrial de las grandes multinacionales farmacéuticas. Las empresas que han
ganado la posición frente al COVID-19 no son los líderes del sector. Gigantes
como GlasoSmithKline, Merck o Sanofi se han visto superadas por concurrentes
menores. La razón no es técnica, sino comercial o estratégica. El mercado de
las vacunas frente a epidemias no ha sido, hasta la fecha, un buen negocio (6).
UNA
PROPUESTA ÉTICA
Así
las cosas, es inevitable que surjan planteamientos éticos en los márgenes de la
discusión política. Un grupo multidisciplinar de intelectuales de distintos
países ha propuesto que, para evitar el acaparamiento de vacunas y conjurar el
egoísmo nacional, se emplee un modelo de administración compartida basado en el
umbral de mortalidad de la gripe ( ).
Se
trataría de fijar como referente el 70% de una población nacional inmunizada. A
partir de ahí, no se acumularían más dosis para uso interno y se facilitaría su
distribución en los países más desfavorecidos. Estos promotores pretenden así superar la
polémica entre los “nacionalistas”, que defienden el empeño de cada Estado por
cumplir con su obligación de proteger a sus ciudadanos (al fin y al cabo
contribuyentes del apoyo financiero a las compañías farmacéuticas) y los “cosmopolitas”
que presionan a favor de una mayor solidaridad mundial.
Ésta
y otras propuestas similares difícilmente encajarán en las urgencias de una
situación que ha hipotecado prioridades políticas y debilitado respuestas
compartidas. Los enemigos y críticos de la globalización siguen ganando
adeptos.
NOTAS
(1) “Vaccins
contre le COID-19: comment l’Europe tente de combler son retard”. LE MONDE,
9 de marzo.
(2) “Unas
palabras del Presidente” [Newsletter] . CONSEJO EUROPEO, 9 de marzo. https://nsl.consilium.europa.eu/104100/Newsletter/jzdplbo3pahrhalxxvpfysnmodokddwig74ibwkwljke5i37yyrq?culture=en-GB
(3) “Londres y Bruselles s’echarpent autour des
exportations des vaccins”. COURRIER INTERNATIONAL, 10 de marzo.
(4) “The Pandemic that won’t end. COVID-19 variants
and the peril of vaccine inequity”. MICHAEL T. OSTERHOLM y MARK OLSHAKER. FOREIGN
AFFAIRS, 8 de marzo.
(5) “The pandemic lead to a new forms of inequality”.
ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 19 de febrero.
(6) “Why the biggest vaccine makers failed on COVID-19”.
HANNAH KUCHLER y LEILA
ABBOUD. FINANCIAL TIMES, 16 de febrero.
(7) “How many vaccine doses can nations ethically hoard?”
[VARIOS AUTORES]. FOREIGN AFFAIRS, 9 de marzo.
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