29 de diciembre de 2021
No
hay en el panorama político europeo occidental dos dirigentes con estilos de
liderazgo más distintos que el presidente francés y el primer ministro
británico. Macron es un buen ejemplo del estilo francés, pretendidamente
elevado en sus posiciones, grandilocuente no pocas veces, investido de un tono
de universalidad que trata de hacer compatible con un patriotismo liberal.
Johnson juega a rompedor, arropado en un populismo que, sin renunciar a sus
orígenes elitistas, aspira a consolidar su cabeza de puente en la Inglaterra
obrera.
Como
ya se temía y anticipaba, después del Brexit han continuado las vías de
fricción entre ambos dirigentes. El conflicto bilateral pesquero ha sido muy
agrio. Lejos de estar resuelto, se ha desviado al terreno pantanoso de las
consideraciones tecno-burocráticas.
No
menor fue el daño ocasionado por el pacto AUKUS, por el que, en un abrir y
cerrar de carpetas, a Francia le volaron
un negocio armamentístico suculento con Australia, en beneficio de Estados
Unidos, con la complicidad/colaboración) del Reino Unido.
Y
finalmente, las escaramuzas interminables por la gestión de la inmigración en
el Canal de la Mancha han terminado de poner a Londres y París en un estado de
incomodidad casi permanente, a pesar del esfuerzo permanente en las cocinas
diplomáticas.
Macron y Johnson hicieron amagos de cruzar guantes, sólo para dejar claro ante sus respectivos electorados que no se arrugaban ante el otro. Luego, cada cual a sus problemas internos, que son muchos.
MACRON: EXCUSAS OBLIGADAS... Y A SEGUIR
El
presidente francés compareció hace algo más de una semana ante toda Francia, en
una entrevista por TV que no fue rica en titulares, sino más bien un ejercicio de
relaciones públicas. No confirmó su candidatura a la reelección, aunque se da
por hecha. Prefirió abonar el terreno con una combinación de aparente humildad
y una exhibición más de ambición europeísta y reformista. Los dos pilares sobre
los que pretenden prolongar su mandato.
Macron
entonó un mea culpa por algunos comentarios que pudieron “herir a algunos
ciudadanos”, como cuando alardeó de lo fácil que era encontrar empleo (sólo hay
que cruzar la calle, dijo una vez) o el contraste que estableció entre “los que
triunfan” y “los que no son nada”. Rechazó, claro, que se le considere como el presidente
de los ricos y se empeñó en prometer un cambio de estilo, de sensibilidad,
de modales.
Este
Macron más “empático” que nos espera en una campaña ya en marcha considera superado
el purgatorio de las disculpas. A partir de ahora lo veremos defendiendo fieramente
su gestión y proyectando su ambición de seguir dirigiendo Francia y ofertando
un programa de liderazgo para Europa. Como hizo en 2017, pero ahora, con Merkel
fuera, con la oportunidad de ser reconocida como el primus inter pares en la
UE.
Las
aguas electorales están revueltas. Macron cuenta razonablemente, encuestas en
la mano, con ser uno de los dos contendientes finales en la segunda vuelta de
las presidenciales. Su adversario aparece menos claro que hace cinco años,
cuando Le Pen confirmó sin apuros su condición de aspirante. A la presidenta
nacionalista-identitaria le ha salido un rival correoso en la figura de Eric
Zemmour, un polemista con quien los medios están cometiendo el mismo error que
con Trump: alimentarlo y agrandarlo.
La
derecha (Los Republicanos) han elegido a Valérie Pécrese como candidata. No era
la favorita al inicio de las primarias. Actual presidenta de la región de l'Ile
de France, fue ministra con Sarkozy.
Pero más que su experiencia, lo más peligroso para Macron es que se trata de la
candidata más cercana ideológicamente a él. Le será más difícil, por tanto,
jugar a marcar distancia con una adversaria “conservadora”. No es que el
antiguo partido gaullista haya hecho uno de esos “viajes al centro” que airea la
derecha europea cuando le conviene. En
realidad, el triunfador de la primera vuelta de las primarias de LR fue Cioti,
el aspirante más ultra, muy cercano y amigo de Zemmour. Al final, los otros
candidatos descartados recomendaron
votar a Pécrese en segunda ronda. Pero el pálpito de un tercio del
electorado conservador está mas cerca que nunca de la ultraderecha.
Ante
un eventual escenario de reagrupamiento de la derecha touts azimuts, Macron
está afinando su discurso para asegurarse votos en el centro-izquierda. Ya ha
empezado a hablar de “trabajadores mal pagados”, de “justicia social”, de
“solidaridad e integración”. Y, sobre todo de presentar su programa de
estímulos durante la pandemia (“cueste lo que cueste”) como una prueba de su
distancia con la política de rigidez fiscal de la derecha. En esta impostura,
el estado comatoso de la izquierda francesa le facilita la estrategia.
JOHNSON:
LA OLA CRECIENTE DEL DESCONTENTO
Boris
Johnson está en otro tipo de apuros. Le quedan técnicamente dos años para
someterse a las urnas, pero esa asombrosa mayoría que obtuvo en diciembre de
2019 se le ha descompuesto demasiado pronto. En apenas tres meses se han
acumulado reveses políticos de consideración.
La
derrota en una reciente elección parcial en un feudo histórico de los tory
ha sido un serio toque de atención. El conservador derrotado estaba lastrado
por un turbio caso de incompatibilidades. Pero Johnson lo había defendido, como
a otros políticos de su partido, de ahí que él mismo asumiera personalmente su
responsabilidad por la derrota.
No
ha tenido menor impacto negativo en la credibilidad de su liderazgo el escándalo
provocado por la publicación de las fotos de un party en el jardín
trasero del 10 de Downing Street, en pleno confinamiento, después de que la
oficina del PM negara que hubiera tenido lugar. Al propio Johnson le cogieron
en renuncio al negar mentirosamente que había utilizado fondos de donaciones
políticas para redecorar su residencia.
La
gestión de la última ola del COVID ha resquebrajado aún más las filas tories.
Un centenar de diputados tories votaron en contra de las tardías medidas de
protección presentadas por el gobierno. Previamente, el ministro del Brexit,
David Frost presentaba su dimisión por disconformidad con Downing Street.
Las
encuestas sitúan ahora a los laboristas por delante de los tories, hasta
por diez puntos de diferencia. Los números del PM son aún peores: apenas un 24%
de aceptación.
El
liderazgo de Boris Johnson entre los conservadores británicos siempre ha sido
una anomalía, sólo explicada por el gigantesco fiasco del Brexit. Johnson
confía aún en esa impostura populista que le ha permitido conseguir votos en el
norte de Inglaterra, antes laborista. Johnson cree contar todavía con la baza
de su instinto político, para salir a flote, como ha hecho otras veces. Pero ahora
está expuesto y cualquier chispa puede encender una revuelta parlamentaria tory
y cobrarse la cabeza del primer ministro, como es bien sabido.
Hasta
ahora no se avistaba que al Rey Boris pudiera salirle un rival interno capaz
de desafiarlo durante su actual mandato. Sin embargo, una encuesta reciente
indica que bajo el hipotético liderazgo del ministro de Finanzas, Rishi
Sunak (de origen indio), los tories obtendrían
sesenta escaños más. No obstante, estos barómetros son aún muy volátiles. La
evolución de la pandemia y la habilidad para sortear los interminables estragos
del Brexit serán decisorios a medio plazo. Por lo pronto, un invierno de
descontento surge en el horizonte próximo.
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