4 de agosto de 2022
Dos acontecimientos sobre la gestión norteamericana de sus intereses mundiales han ocurrido a la par estos días: la visita de la Presidenta de la Cámara de Representantes a Taiwán y el asesinato del líder formal de Al Qaeda en Afganistán. Distantes y distintos en apariencia, la coincidencia podía no haber sido tan casual.
La política exterior de Biden era, a priori, un valor seguro de la actual administración: por la dilatada experiencia del Presidente en la materia y por contraste con el embrollo causado por su antecesor. Pero, por lo visto hasta la fecha, las expectativas no se han cumplido. La “vuelta a la normalidad”, es decir, la restauración de las alianzas y la “sensatez” en las decisiones se daban por descontado. Pero más allá de eso, se han producido incoherencias y precipitaciones, algo de confusión y cierto oportunismo. Todo ello en un clima de debilitamiento de liderazgo y de incógnitas sobre la salud física y la agilidad mental del Comandante en Jefe. Crece la sensación de que su tiempo se agotará prematuramente.
Con la guerra de Ucrania sin un final claro ni próximo y con la inesperada amenaza de la inflación, han reaparecido los fantasmas de la segunda mitad de los sesenta. Ya es un hecho, aunque todavía sea meramente técnica, la recesión económica. La exhibición de fuerza de la ronda de cumbres de julio (G-7, OTAN, Quad) ha tenido vuelo corto. La gira fallida por Oriente Medio puso más en evidencia las carencias del poderío americano.
En ese contexto de dudas e inquietud, la decisión de Nancy Pelosi de visitar Taiwán sentó muy mal en la Casa Blanca. Se consideró inoportuna, como revela el influyente y bien informado comentarista Thomas Friedman (1) o el cercano Washington Post (2). Biden se abstuvo de abrir otro frente en su partido, cuando el senador demócrata disidente, Joe Manchin, acababa poner fin al veto de su paquete de inversión tecnológica y transición energética. Prefirió poner en labios del Pentágono la opinión desfavorable sobre la visita. Con todo, Xi no se privó de la advertencia con la fórmula indirecta marca de Pekín: “quien juega con fuego, se acaba quemando”.
Pelosi tenía su propia agenda. En el crepúsculo avanzado de su carrera política, como el propio Biden, creyó imprescindible mantener su palabra y seguir adelante con su plan, alentada por republicanos y algunos analistas (3). A estas alturas, no le debió parecer coherente echarse atrás en su desafío al régimen chino, con el que ha protagonizado sonados encontronazos. No le quedaba tiempo para aplazamientos. Es probable que los republicanos ganen las elecciones de medio mandato en noviembre y tenga que dejar su puesto. Sobre ella pesa también la impresión de que es un pato cojo.
Estas gesticulaciones sobre Taiwán forman parte del protocolo rutinario de relaciones chino-norteamericanas. No porque se trate de un problema artificial, sino porque ninguna de las partes quiere que los acontecimientos se salgan del guion. China considera irrenunciable la recuperación de la soberanía sobre la isla disidente desde que los nacionalistas de Chang se atrincheraran allí tras su derrota continental en la guerra revolucionaria. Pero los dirigentes de Pekín proclaman que el calendario de tal restauración les pertenece en exclusiva. No aceptan que se vean empujados a ello.
Con la invasión rusa de Ucrania, han reverdecido los temores a que China lance una operación militar en Taiwán, aprovechando que Estados Unidos está implicado en una guerra europea (8 mil millones de dólares ya en asistencia militar a Kiev). Se trata de cálculos apresurados. China pasa por un mal momento económico, por la COVID y por sus problemas estructurales, que han aterrizado su otrora imparable crecimiento. Políticamente, el momento resulta también delicado, porque faltan tres meses para el 20º Congreso del Partido Comunista, que debe consagrar la perpetuación del poder de Xi Jinping y su control absoluto del país. No es tiempo de crisis exterior (4).
A la postre, el paso de Pelosi por Taiwán ha sido discreto. Las propias autoridades taiwanesas han sido las primeras en calmar las aguas. Aparte de las muestras inevitables de agradecimiento y simpatía, la presidenta Tsai Ing-wen (partidaria del status quo) y las organizaciones económicas y sociales del país se han abstenido de excesos que pudieran irritar más a Pekín. Es lógico: el gigante vecino es receptor del 30% de sus exportaciones. Lo último que se quiere es un sobresalto.
Pero se trata de la calma que precede a la tormenta, avisan otros observadores. Las fuerzas armadas chinas han comenzado unos ejercicios con fuego real que pueden superar cualquiera de las exhibiciones anteriores y dejar pequeña a las crisis de mediados de los noventa. La penetración de aviones en espacio aéreo taiwanés o de buques de guerra en aguas más allá de las 12 millas que marcan el límite marítimo constituirían una violación de las normas internacionales. Pero como China no acepta la existencia formal de Taiwán, no se siente obligada a respetar esas convenciones.
Washington tampoco reconoce a la pequeña China insular como Estado independiente. De ahí que la defensa de Taiwán sea un motivo sempiterno de debate. El propio Biden resultado confuso, también en esto: unas veces ha dicho que los Estados Unidos acudirían en defensa de la isla si es atacada y en otras ha reafirmado la política de una sola China. Brechas en la política oficial de la “ambigüedad calculada”. No sólo es una muestra más de la contradicción entre principios e intereses. Washington quiere que Pekín tenga una duda irresoluble sobre la respuesta americana en caso ataque chino. Es una de las claves de la disuasión actual. Taiwán es la Berlín de estos tiempos (5).
Mientras se cocía la crisis de Pelosi, Biden decidió acabar con Aymar Al-Zawahiri, el compadre de Bin Laden y sucesor formal en la estructura debilitada de Al Qaeda. Al dirigente yihadista se le tenía vigilado desde hace meses, cuando regresó a Afganistán, precedido por su familia. Es inevitable preguntarse si Biden vio la ocasión de desviar la atención del viaje de Pelosi con una operación que concitaría la aprobación general en su país. Oficialmente, la demora se explica por el tiempo que han llevado las estrictas comprobaciones y la evitación de víctimas ajenas a la operación. Misiles hellfire disparados con alta precisión por drones liquidaron al anciano líder islamista. Sin daños colaterales, dicen. Este elemento es importante. La caza justiciera de yihadistas ha matado a miles de civiles. Según la organización Airwars, entre 22.000 y 48.000 personas sin relación con el terrorismo islamista han sido asesinadas por las agencias militares o paramilitares norteamericanas (6). Si nos quedamos con una cifra media de víctimas, eso supone que, por cada ciudadano muerto en los atentados del 11 de septiembre, Washington ha matado a diez personas ajenas al terrorismo islamista.
Esto no importa mucho en Estados Unidos, salvo en sectores críticos de la sociedad y en la minoría demócrata más progresista. Los términos del debate giran en torno a si la retirada apresurada de Afganistán ha favorecido la reconstrucción terrorista. Para los republicanos, que el líder formal de Al Qaeda se encontrara de nuevo allí, protegido por el nuevo régimen talibán, es una demostración del fracaso de Biden. Pero el presidente considera que estos reproches son infundados. Al acabar tan eficazmente con Al-Zawahiri, cree haber demostrado que se puede combatir el yihadismo sin botas sobre el terreno, sin el desgaste humano y económico de un despliegue militar masivo.
En las próximas semanas se hablará menos o casi nada del éxito antiterrorista, y mucho más de hasta dónde llevará Xi el alarde militar y los riesgos que ello comporta (7). Estos días, las redes sociales chinas han estado dominadas por un ánimo de revancha de los sectores nacionalistas y cierta decepción anticipada por la percibida falta de contundencia del régimen (8). Es de esperar, no obstante, que la crisis se resuelva por cauces diplomáticos, siempre que Pekín consiga alguna satisfacción. Real o aparente.
NOTAS
(1) “Why Pelosi’s visit to Taiwan is utterly reckless”. THOMAS FRIEDMAN. NEW YORK TIMES, 1 de agosto.
(2) “The damage from Pelosi’s unwise Taiwan visit must be contained”. EDITORIAL. WASHINGTON POST, 2 de Agosto.
(3) “The last thing we needed was Pelosi backing down from a bully”. BRENT STEPHENS. NEW YORK TIMES, 2 de Agosto.
(4) “Beijing is still playing the long game on Taiwan. Why China isn’t poised to invade”. ANDREW J. NATHAN (Universidad de Columbia, NY). FOREIGN AFFAIRS, 23 de junio.
(5) “How to survive the next Taiwan strait crisis”. DAVID SACHS (Council of Foreign Relations). FOREIGN AFFAIRS, 29 de julio.
(6) “Zawahiri’s killing and the bleak legacy of the ‘war on terror’”. ISHAAN THAROOR. WASHINGTON POST, 3 de Agosto.
(7) “As China plans drills circling Taiwan, U.S. officials fear a squeeze play”. DAVID SANGER y AMI QIN. NEW YORK TIMES, 4 de agosto.
(8) “Ripple effects from Pelosi’s Taiwan visit”. JAMES PALMER. FOREIGN POLICY (CHINA BRIEF), 3 de Agosto.
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