10 de agosto de 2022
Las maniobras militares aeronavales de China en torno a Taiwán (al parecer inconclusas aún) han avivado las especulaciones acerca de las “verdaderas intenciones” de los dirigentes de Pekín. El debate no es nuevo. Desde la guerra revolucionaria, con el triunfo de los comunistas en el continente y el atrincheramiento de los nacionalistas en la isla (e islotes anejos) frente a la provincia de Fujian se hacen predicciones sobre el futuro de una de las crisis latentes más perdurable de las últimas décadas.
En setenta años no ha cambiado el designio chino de reunificar el país, como es lógico. Lo que ha variado, quizás, son las estrategias, la percepción de los tiempos y la gestión de prioridades, en función de los equilibrios geoestratégicos, de las necesidades del país y, no menos importante, de los cálculos de poder de la élite comunista.
Los dirigentes y habitantes de la isla han vivido una evolución más clara. Del periodo nacionalista intransigente se pasó a una cohabitación menos militante, luego a la consideración de una unificación pactada (al estilo del acuerdo sobre Hong Kong, hoy en cuestión), hasta llegar a la situación actual, dominada claramente por el deseo de resistirse a la unificación, que una parte cada vez mayor de la población contempla como una pura absorción y el final de un modo de vida.
Los vecinos de China y Taiwán se han sentido relativamente cómodos con el statu quo, porque les permitía sacar beneficio del comercio diferencial con ambas. Pero han vivido con la inquietud de saber que, al cabo, estaban disfrutando de una estabilidad incierta. Estados Unidos, hasta hace muy poco poder omnímodo en el Pacífico, se adaptó a una realidad que no podía ni quería cambiar debido al alto precio que se vería obligado a pagar. En los primeros setenta sacrificó la retórica de la libertad y la democracia cuando se le abrió la oportunidad de acercarse a China, con un triple propósito: neutralizar a un gigante que se despertaba, posicionarse ante una inmensa oportunidad de mercado y aprovecharse de la inquina intracomunista entre Moscú y Pekín para cercar a la URSS. Sacrificó para ello el reconocimiento oficial de la realidad de la entonces Formosa, sin dejar de apuntalar su existencia con ambiguas políticas de apoyo militar y vigorosa cooperación económica.
Los tiempos han cambiado. China se ha convertido en una superpotencia económica y cree llegado el tiempo de dotarse de un poderío militar equivalente a su nuevo estatus internacional. El viejo designio de la unificación nacional renace, acorde con el lema con el que el actual número uno del régimen, Xi Jinping, pretende definir su mandato: el “rejuvenecimiento nacional”.
En los análisis y comentarios que se pueden leer estos días sobre esta última crisis de Taiwán, hay un denominador común, por encima de la diferencia de percepciones y calibramiento de las capacidades de China para llevar a cabo su proyecto nacional. Todo son especulaciones o estimaciones de lo que puedan estar considerando los dirigentes chinos. Se sabe poco a ciencia cierta, a pesar de cuarenta años de una creciente cooperación con Pekín en todo tipo de ámbitos. Pero casi todos los expertos admiten que resulta muy difícil predecir la conducta de una élite política en apariencia más fuerte que nunca, pero últimamente sometida a gran presión por el frenazo del desarrollo económico que hasta solamente tres años parecía imparable, pese a los indudables problemas estructurales.
Analistas estadounidenses como Oriana Skylar-Mastro (Universidad de Stanford, entre otras instituciones), Bonnie Lin (Centro de estudios estratégicos de Georgetown), David Sachs (Consejo de Relaciones Exteriores), Andrew J. Nathan (Universidad de Columbia), o Ryan Hass (Brookings y asesor jefe para China en la administración Obama) entre otros otros han publicado estos días sus reflexiones en publicaciones especializadas ajenas al gran público (1) y ofrecido sus apreciaciones en una gran cantidad de artículos y piezas audiovisuales más asequibles. No se deben olvidar las opiniones expresadas por autores taiwaneses tanto oficiales como oficiosas (2), ni, naturalmente, las valoraciones de Pekin, expresadas a través de sus canales institucionales (3)
Los análisis de todos ellos, con sus diferentes enfoques y orientaciones, giran en torno a las siguientes variables:
¿Ha renunciado Pekín definitivamente a una unificación pacífica o por decantación, como parecía ser el caso en el periodo inicial del despegue económico? ¿Está dispuesta esta China a correr el riesgo de una intervención militar para recuperar el control de Taiwán? ¿Están preparadas las Fuerzas Armadas para acometer una tarea semejante, pese al incremento del gasto militar de las últimas décadas? ¿Existe una opinión compartida en la jerarquía china sobre el grado de implicación que está dispuesto a asumir Washington? ¿Dispone el alto mando de una estrategia solvente para afrontar una eventual respuesta militar norteamericana? ¿Cuáles son las estrategias ante las diversas eventualidades militares y con qué flexibilidad se podrían implementar en la práctica ante escenarios cambiables sobre el terreno? ¿Le puede ser de utilidad los errores y dificultades de la operación rusa en Ucrania?¿Cuenta Pekín con poder neutralizar a los vecinos, en caso de un posicionamiento activamente hostil liderado por Washington? ¿Se contempla el uso del armamento nuclear en caso de que todo saliera realmente mal?
Estos mismos especialistas se ocupan también de elucidar la posición de Estados Unidos y sus aliados asiáticos en caso de crisis mayor. Y, aunque las incógnitas, deberían ser menores, a priori, no hay un convencimiento claro sobre el alcance de una implicación militar de Washington en caso de invasión o de gran acción militar china.
Las consideraciones sobre la eventual conducta de China son especulativas, por lo general, aunque se disponga de un conocimiento considerable sobre los recursos y la capacidad de las fuerzas armadas y los mecanismos de actuación del liderazgo político. Sobre este último factor, que es clave para determinar la decisión final, hay también muchos prejuicios, tanto ideológicos como políticos. La inteligencia académica no es independiente de los grandes intereses económicos y estratégicos desde el momento en que sus trabajos y su estatus social y profesional está sustentada por ellos.
La tradicional opacidad del poder político en China contribuye a esta clima neblinoso en la percepción de los dilemas y las disyuntivas que pueden pesar en el proceso de toma de decisiones en Pekín. El juicio que se hace al actual presidente chino es prácticamente unánime en el establishment político, militar, diplomático y académico de Estados Unidos y de la inmensa mayoría de sus aliados regionales y occidentales. Se trata de una figura de una gran ansia de poder (no sólo corporativo, también personal), expansionista ante su entorno, convencido de su misión como conductor del proceso de liderazgo chino en esta fase de la civilización. Este dibujo de la personalidad política de Xi tiene base razonablemente justificada en sus actuaciones, discursos y proclamas, pero a los hechos se añaden las motivaciones y los juicios de intención. No es que se haya vuelto a la lógica de la guerra fría, porque, en realidad, nunca se abandonó del todo. Pero sí asistimos a un recrudecimiento de la demonización en la conformación de los análisis y en el diseño de los perfiles de los dirigentes juzgados como hostiles o más bien como peligrosos.
La unanimidad de los medios adeptos al orden liberal resulta un poco inquietante, si tenemos en cuenta las experiencias de desinformación, manipulación, ocultamiento, sesgos narrativos o falseamiento que hemos padecido en las últimas décadas. El autoritarismo y el ejercicio vicioso del poder de los “enemigos” favorece esta modelación de la opinión pública y hace más difícil una comprensión cabal de los problemas internacionales, que no pueden reducirse a un cuento de buenos y malos.
NOTAS
(1) Relación de trabajos consultados:
-“Implicaciones for Taiwan of the divergences in narrative on China’s future”. RYAN HASS. BROOKINGS, 8 de Agosto.
-“The Taiwan temptation. Why Beijing might resort to force”. ORIANA SKYLAR-MASTRO. (Instituto Freeman Spogli , Universidad de Stanford). FOREIGN AFFAIRS, julio-agosto 2021.
-“Beijing is still playing the long game on Taiwan. Why China is not poised to invade”. ANDREW J NATHAN (Profesor de la Universidad de Columbia). FOREIGN AFFAIRS, 23 de junio.
-“How to survive the next Taiwan strait crisis”. DAVID SACHS (Consejo de Relaciones Internacionales). FOREIGN AFFAIRS, 29 de julio.
“China’s Taiwan invasion plans may get faster and deadlier”. BONNY LIN (Director de China en el Centro de Estudios estratégicos internacionales de la Universidad de Georgetown) y JOHN CULVER (Oficial retirado de inteligencia). FOREIGN POLICY, 29 de abril.
(2) “China’s military exercices aren’t a crisis- yet”. LEV NACHMAN (Profesor de la Universidad Nacional de Chengchi, Taiwan). FOREIGN POLICY, 5 de Agosto; “Xi Jin-ping may attack Taiwan to secure his legay”. LEE HSI-MIN. (Almirante y ex-jefe del Estado Mayor de las Fuerzas armadas de Taiwan). THE ECONOMIST, 3 de agosto.
(3) Se encuentra una amplia y muy accesible muestra en Global Times, publicación on line sobre asuntos mundiales. https://www.globaltimes.cn/
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