17 de agosto de 2022
Una nueva era de confrontación entre las grandes potencias ha desplazado del interés mediático los conflictos otrora denominados “de baja intensidad” en el mundo islámico. Se trata del “arco de la crisis”, figura empleada por el que fuera Secretario de Estado de Carter, Cyrus Vance, que él dibujaba desde Marruecos hasta Pakistán. La guerra de Ucrania, ya del todo internacionalizada, se admita o no, y las nuevas tensiones con China, desplazan del primer foco mediático a esa docena, al menos, de conflictos internos, fronterizos, bilaterales o de alcance regional, algunos combinados. Puede ser de interés repasarlos someramente.
En el Magreb, norte de África o África atlántica y mediterránea, se ha abierto de nuevo el riesgo de un rebrote de la guerra en el Sahara, tras el cambio de postura española en favor de un apoyo a la ambigua, indefinida y engañosa propuesta marroquí de una autonomía para el territorio. Los independentistas saharauis no parecen estar sobrados de fuerza para amenazar el control militar de Rabat, pero el reino alauí tampoco se puede permitir otro periodo de inestabilidad en el Sahara.
Este conflicto ya ha agudizado la rivalidad argelino-marroquí hasta límites peligrosos. Aunque ambos regímenes tratarán de evitar una confrontación mayor, el riesgo estriba en la ausencia de canales de diálogo y en cualquier malentendido o incidente que pueda desatar un choque directo. Francia y España tienen un papel reducido como potenciales mediadores, debido a la desconfianza de Argel.
En Túnez, la deriva autoritaria del Presidente Kais Saïed se afianza tras el referéndum constitucional del mes pasado. A pesar de la baja participación (apenas un 30%), lo que implica un relativo éxito de la campaña de boicot de la oposición, el jefe del Estado ha conseguido formalmente legalizar su giro presidencialista casi absoluto. Muchos de los sectores sociales que lo apoyaron tras su elección, por representar un aparente intento de superar el bloqueo político e imprimir un toque populista a la revolución de 2011, están ahora decepcionados y asustados, en un entorno de agobiante crisis económica. El Ejército es la clave. Pero hasta ahora parece posicionarse en favor del poder fuerte que Saïed pretende consolidar (2).
En Libia, el caos continúa imperando. Dos gobiernos se disputan la legitimidad. Las alianzas de hace unos años se han modificado un tanto, en parte por realineamientos internos, pero también por el diferente grado de presión de las potencias que ejercen presión sobre el país: Egipto, Turquía, los Emiratos o Rusia, con Estados Unidos y Europa en el asiento de atrás. El flujo del petróleo se ha visto interrumpido en algún periodo (3).Los esfuerzos de la ONU han sido inoperantes.
En Egipto, la situación de los derechos humanos ya es pavorosa y la presión económica se asemeja a una bomba de relojería. La represión cimenta el control del Presidente-general Al Sisi tanto o más que en la era de Mubarak. La situación de las cárceles, revelada por recientes informes periodísticos, es terrible (4). El peligro islamista sigue reducido al Sinaí. Pero el malestar social podría favorecer su extensión al resto del país.
Palestina se ha convertido en un gran pudridero. Deterioro de las condiciones de vida, bloqueo sin aparente salida del mal llamado proceso de paz, esclerosis del liderazgo palestino, indiferencia más que impotencia de las potencias occidentales y desesperación creciente de la población. El último episodio de violencia en Gaza refleja el estado actual de las cosas. Israel se siente más seguro que nunca de liquidar a su antojo lo que considera riesgos para su seguridad con la desproporción habitual y mayor impunidad que nunca. La resistencia palestina se divide aún más, incluso entre las fuerzas que no aceptan la vía política negociadora, como Hamas y la Yihad. (5).
Israel se encamina hacia las quintas elecciones en poco más de dos años, sin que se vislumbre la superación del estancamiento político. El primer ministro interino, Yair Lapid, se ha ganado sus oportunas credenciales guerreras este verano en Gaza, algo que podría servirle para intentar neutralizar el discurso belicoso de Netanyahu y reconstruir la híbrida alianza que ha gobernado los últimos meses. Bibi lucha no sólo por su supervivencia política, sino también para escapar del cerco judicial que amenaza con enviarle a prisión o, en el mejor de los casos, inhabilitarlo para los restos (6).
Líbano se hunde en el estancamiento económico y en el inmovilismo político, dos años después de la gigantesca explosión en el puerto de Beirut (7). Ni las presiones de Macron, ni las protestas sociales recurrentes han alterado un pacto político artificial que asegura el reparto de poder entre castas sectarias y grupos de interés.
Siria asiste a la prolongación de una guerra inacabada. Atrás queda el conflicto total que asoló el país durante una década e hizo perder a la mitad de su población, por fallecimiento, desplazamiento o exilio. Pero continúan focos bélicos en el norte, donde Turquía aspira a consolidar una especie de protectorado para neutralizar a las guerrillas kurdas. Erdogan quiere que Putin le permita hacer las operaciones de limpieza pertinentes, a cambio de ese papel ambivalente que el presidente turco está jugando en la guerra de Ucrania (8). El régimen sirio sigue dependiendo más que nunca de Moscú y Teherán. La filial de Al Qaeda conserva férreamente su enclave en el noroeste y los herederos del Daesh aspiran a restablecerse en zonas desérticas (9).
Irak se instala en la confrontación permanente. A las luchas sectarias que dieron lugar al nacimiento y auge de los extremistas sunníes del Daesh, se unen ahora las agrias disputas entre distintas facciones chiíes. Proiraníes y nacionalistas luchan por controlar el gobierno y las instituciones políticas y de seguridad. Las ocupaciones recientes del Parlamento por los partidarios de Moktada Al-Sadr reflejan el descontrol actual. Vencedor de las elecciones, pero sin mayoría absoluta, el clérigo sempiternamente disidente pretende llevar a su terreno a unas masas descontentas con todos (10). El riesgo de explosión social es altísimo.
Irán está a punto de dotarse de la capacidad nuclear. Biden se ha quedado a mitad de camino entre la negociación y la presión. Parece que, en los últimos días, se han producido avances en Viena. Israel calla y actúa: mata a científicos y prepara actos de sabotaje, con la complicidad, cuando no la cooperación de Washington. A la postre, los israelíes confían en que, incluso si hay acuerdo, éste se convierta en papel mojado y esta o la próxima administración de Estados Unidos se avenga a proporcionar la munición que el estado judío necesita para destruir el operativo nuclear iraní (11).
Yemen se encuentra en estado de tregua, en todo caso precario. No hay indicios de compromisos políticos o de seguridad que permitan concebir esperanzas de acuerdo a largo plazo. El alto el fuego actual se debe al agotamiento temporal de los beligerantes: los rebeldes hutis apoyados por Irán y las fuerzas saudíes y emiratíes que respaldan a un gobierno central que ha dejado de existir, privado de poder real (12).
Afganistán cumple estos días el primer aniversario del regreso de los talibán. A las potencias internacionales les preocupa que el país vuelva a ser santuario de terroristas internacionales. Pero al afgano medio y pobre le laceran otras lacras. El ambiente social es tétrico. La pobreza crece hasta amenazar ya al 97% de la población y el hambre es la realidad cotidiana de la mitad de los ciudadanos. Explican esta catástrofe la destrucción provocada por la guerra, la mala gestión, el aislamiento internacional y el bloqueo de los fondos externos del Estado por parte de Estados Unidos. Un periodista local acaba de hacer un diagnóstico muy realista de la situación (13). En el movimiento talibán ya hay grietas entre los sectores más inmovilistas y los pragmáticos que estarían abiertos a cierta apertura para conseguir un respiro de Occidente. De no abrirse una vía de compromiso, podrían generarse revueltas, de las que podría aprovecharse Jorrasán, filial local del ISIS, mucho más fuerte que Al Qaeda. Tampoco atraviesan por buen momento las relaciones con el vecino y protector/ dominador Pakistán, cuyo nuevo gobierno se ve sacudido por una deuda externa que ya alcanza el 30% del PIB.
NOTAS
(1) ”North Africa’s frozen conflict”. HANNAH RAE ARMSTRONG. FOREIGN AFFAIRS, 12 de mayo.
(2) “The end of the Tunisian model”. SARAH YERKES. FOREIGN AFFAIRS, 15 de Agosto; “The major issue in Tunisia remains the ailing economy”. JAKES WALLES. CARNEGIE, 3 de Agosto.
(3) “Libya: crisis watch”. INTERNATIONAL CRISIS GROUP, julio 2022.
(4) “’Slow death’: Egypt’s political prisoners recount horrific conditions”. VIVIAN YEE. THE NEW YORK TIMES, 8 de agosto.
(5) Entrevista con la investigadora Leila Seurat, sobre las diferencias entre Hamas y la Yihad Islámica. LE MONDE, 9 de agosto.
(6) “Israel and Gaza keep up their precarious dance”. NEIL ZILBER e “Israel likely headed to another election: outlining the political battle ahead. DAVID MAKOVSKY. THE WASHINGTON INSTITUTE, 9 de Agosto y 24 de junio.
(7) “Deux ans après la double explosion au port de Beyrouth, l’enquête toujours entrevée”. LAURE STEPHAN. LE MONDE, 4 de Agosto.
(8) “Erdogan and Putin: complicated relations with mutual benefits. STEVEN ERLANGER. THE NEW YORK TIMES, 11 de Agosto
(9) “Containing a resilient ISIS in Central and North-eastern Syria”. INTERNATIONAL CRISIS GROUP, 18 de julio.
(10) “Big Bang in Baghdad?”. MARSIN ALSHAMARY). CARNEGIE, 3 de agosto; “Is Moqtada al-Sadr trying to stage a Jan 6 insurrection in Iraq?”. SIMONA FOLTYN. FOREIGN POLICY, 11 de agosto.
(11) “Iran on the nuclear brink”. ERIC BREWER. FOREIGN AFFAIRS, 17 de junio.
(12) “Yemen. Truce or consequences”. AHMED NAGY. CARNEGIE, 8 de agosto.
(13) “Can the Taliban be contained”. SAAD MOSHENI. FOREIGN AFFAIRS, 16 de agosto.
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