26 de octubre de 2022
Las urgencias políticas
provocadas por la crisis económica derivada de la guerra de Ucrania (y de otros
factores menos publicitados) han agudizado los procesos de degradación del
sistema democrático en el mundo liberal occidental. Mientras desde despachos
políticos, mediáticos y académicos se sermonea sobre la necesidad de proteger
las democracias frente a la amenaza de las autocracias (Rusia, por supuesto; y
también China, Irán y otros enemigos habituales), se asiste en estos pagos a un
deterioro del funcionamiento político. Recientemente, se han avistado con más
claridad los casos de Reino Unido e Italia y, en modo menos aparatoso, también
el de Francia.
GRAN BRETAÑA: EN MANOS DE UN CLUB
REDUCIDO
Gran Bretaña ha tenido tres
jefaturas del gobierno desde el principio del verano. Lo que ha preocupado más
a los poderes reales es la denominada “inestabilidad política”, muy mala para los
“negocios”. En realidad, han sido esos “negocios” los que han propiciado la
inestabilidad, con sus reacciones determinantemente contundentes a las veleidades
políticas.
El Brexit desencadenó un proceso
de reconfiguración de las fuerzas políticas británicas. Han sido más visible
los cambios en el Partido Conservador, porque es el que ha desempeñado la
responsabilidad del gobierno en estos últimos siete años. Pero también el
laborismo se ha visto sacudido por el divorcio de Europa. O los liberales, en
su estrecho margen de maniobra. O los nacionalistas escoceses, a la espera de
una nueva oportunidad separatista. Y también los secesionistas católicos irlandeses,
alentados por tendencias demográficas favorables.
Los tories viven un drama permanente.
La trituradora de líderes funciona a pleno rendimiento, activada desde dentro,
en un reflejo de autodestrucción de una intensidad sin precedentes, incluso en
un partido que arrastra una tradición cainita muy refinada. El aprendiz de
brujo Cameron, la indecisa hamletiana May, el abrasivo devorador Johnson y la doctrinaria
oportunista Truss se han consumido en sus propios errores y en su mal definidas
y peor ejecutadas ambiciones. Sunak está llamado a terminar con esta saga de
los horrores. Pero no debe darse por descontado. Los cuchillos no se han
envainado en Westminster.
Rishi Sunak era una opción
cantada a principios del verano. Se le atribuía una competencia para el cargo,
que él era el primero en jalear. Un ejecutivo bancario para sostener el timón
de una economía a la deriva (1). Un hombre rico de orígenes relativamente
modestos. El mito del hombre hecho a sí mismo. Un perfil racial que resulta
novedoso y conveniente, en estos tiempos donde los gestos son más importantes
que la sustancia (2). Cierto es que también arrastra páginas oscuras (3), como
las declaraciones fiscales de su esposa, una multimillonaria perteneciente a
una de las nuevas dinastías pioneras de esa oficina del mundo en que se
convertido la India (su padre es el fundador y patrón de Infosys).
Para completar el expediente,
Sunak también cumplía con la tradición de matar al mentor o, si se prefiere, de
apuñalar al líder descarriado. Dimitió del gobierno cuando Boris Johnson aún
luchaba por mantenerse en el 10 de Downing St. La mayoría de los parlamentarios
lo auparon como el candidato preferido. Pero al brotar otros alternativos, se
quedó corto en los apoyos y hubo que activar la consulta a los militantes. En esa especie de primarias de los tories, la
base optó por Lizz Truss, ministra también de Boris Jonhson, leal hasta el
final, para guardar las apariencias. Ya se ha comentado aquí el camino que
escogió la efímera líder para marcar época: emular a Margaret Thatcher y desenterrar
del basurero de los dogmas económicos un neoliberalismo atroz. Se apoyo en Kuarteng,
un viejo camarada ideológico, al que hizo Jefe del Tesoro. Los números de su
programa de reducción de impuestos a ricos y empresas y de apoyo indefinido a
los hogares modestos no cuadraban. Pero los dos pensaron que, a la postre, funcionaría
esa economía vudú reaganiana, que consistía en favorecer primero a los
adinerados con la convicción de que la riqueza terminaría por filtrarse hacia abajo
(‘trickledown’).
Sin embargo, el mundo de los negocios
al que pretendían servir les dio la espalda. El momento era pésimo. En sólo
unos días, la libra se desmoronó y los fondos de pensiones quedaron expuestos a
las turbulencias financieras. El Banco de Inglaterra tuvo que ejercer de salvavidas.
Truss entregó la cabeza de Kuarteng a los mercados para salvar la suya. Pero
cuando ese tipo de furias se desata, no valen medias tintas. Ella estaba también
condenada a seguir el camino del cadalso.
La incompetente primera ministra
no tenía actualizadas sus lecturas. El neoliberalismo se ha refinado, se ha
hecho más prudente. Ahora se refugia en la seriedad fiscal, que consiste en no
apretar al capital, pero tampoco concederle impopulares avenidas ilimitadas. Sunak es un exponente de esa
línea más discreta. Trató de hacerse valer durante el pulso del verano con
Truss, pero el discurso de su rival resultó más convincente a una militancia que
ha sido emborrachada durante años con ensoñaciones nacional-populistas.
Con todo, lo más relevante de esta
crisis no es el debilitamiento de los conservadores, sino la degradación de la
democracia. El drama de los últimos meses ha eludido las urnas. La
responsabilidad de gobernar se ha dirimido en una disputa interna sin que el conjunto
del electorado haya sido convocado. Truss fue elevada al cargo por 160.000
militantes. Ahora, Sunak solo ha
necesitado el aval de un centenar largo de diputados de su partido para
disuadir a potenciales rivales internos de contestar su candidatura. Con su
cómoda mayoría en los Comunes (365 asientos), los tories podrán respirar. Al
menos de momento, porque Sunak está lejos
de ser un líder incontestado (4). Para cubrirse ante lo que viene, ya ha
anunciado medidas difíciles, dolorosas impopulares, con las que afrontar una
inflación que ha superado el 10%, un agujero fiscal de 35 mil millones de euros
y una recesión que podría alcanzar el 2%.
Los laboristas, a quienes los
sondeos conceden una ventaja de 30 puntos, han denunciado este escamoteo de la
democracia y exigido elecciones generales. Pero cabe preguntarse si ellos no hubieran
hecho lo mismo si se hubieran visto en semejante tesitura. Son las normas y no
la voluntad de cada cual en cada caso lo que degrada la democracia.
Políticos y analistas eluden este
aspecto estructural de la crisis británica. Prefieren destacar la coyuntura, el
momento. Es significativo que se haya evocado el fenómeno de la italianización.
‘Britaly’, ha sancionado THE ECONOMIST, para referirse a lo que se está
viviendo (5). Las semejanzas se quieren ver en ciertos apuros económicos y en
la volatilidad de los gobiernos, en una inestabilidad que se hace crónica. Sin
embargo, como el propio semanario liberal reconoce, Gran Bretaña e Italia se
parecen más bien poco. Como un huevo a una castaña.
El sistema electoral británico
favorece unas mayorías ficticias, en las que el partido vencedor es premiado
con un número de diputados mucho mayor que el porcentaje de votos reales
obtenido. Eso reduce las opciones políticas en el Parlamento. En Italia, en
cambio, se permite una mayor pluralidad, aunque las coaliciones corrigen o
limiten esa tendencia. En Gran Bretaña, la inestabilidad reciente se ha debido
al debate inacabado en las filas conservadoras (aunque se detecta también en
laboristas, liberales y nacionalistas). En Italia, los vaivenes políticos se
anclan en un descrédito general de la clase política, en el desdibujamiento de
los perfiles ideológicos y el cinismo de un electorado que cambia de humor sin
aparente sentido estratégico. Esta realidad se ha vuelto a manifestar estos
últimos días.
ITALIA: EL NEOFASCISMO DESCAFEINADO
La alarma de la elección de una
neofascista para encabezar potencialmente el gobierno se ha demostrado
exagerada, como ya advertimos aquí. Los puestos claves del equipo de gobierno
armado por Giorgia Meloni) ahuyentan los temores a una deriva ultra o populista
(6).
Los políticos italianos de
cualquier tendencia tienen desde hace tiempo muy claro que con las cosas de
comer no se juega. No parece que Meloni vaya a desafiar a Bruselas, porque
tiene una necesidad perentoria de recibir los fondos de recuperación. Tampoco
es previsible que se atreva a aplicar un programa muy radical de revisión de derechos
sociales e individuales, porque su observancia es un condicionamiento de las
ayudas mencionadas. Meloni no jugará a comportarse como Orbán, cuando éste último
juega a una cierta moderación para conseguir de nuevo la indulgencia de los liberal-conservadores
europeos.
De esta forma, el electorado que
ha elevado a los neofascistas con la esperanza de propiciar un cambio de rumbo real
se pueden ver pronto defraudados. Es otro factor de degradación de la democracia.
Se vota a unos líderes que proclaman y/o prometen cosas que no pueden cumplir (por
no decir que carecen de la mínima voluntad de hacerlo). El círculo infernal del
deterioro democrático continua.
FRANCIA: GOBERNAR POR DECRETO
En otros casos, la democracia se
atasca en la letra pequeña. Asistimos estos días en Francia, a una manifestación
concreta de esta tendencia. El gobierno del Presidente Macron, ante la falta de
una mayoría parlamentaria tras las elecciones de la pasada primavera, ha decido
recurrir al decreto ley (que allí se codifica en el artículo 49.3 de la
Constitución), para aprobar la ley de Presupuestos y la de financiación de la
Seguridad Social. La izquierda y la
extrema derecha han coincidido en promover y respaldar una moción de censura, sin
efectos prácticos. El uso del 49.3 ha sido empleado por Macron cuando se ve en
dificultades. Se escamotea en este caso la voluntad popular delegada en la
Asamblea Nacional. El reparto de poderes se transforma en una jerarquización de
los mismos con primacía del Ejecutivo, en nombre de la gobernabilidad. O de la “responsabilidad”,
como dijo la primera ministra, Elizabeth Borne, haciendose eco de pronunciamientos
similares efectuados en otro momento por el Jefe del Estado.
Macron hace pasar unos
Presupuestos que vuelven a reforzar las sospechas de protección de los más
favorecidos, de ser el “presidente de los ricos”, como acusa la izquierda o la
extrema derecha, por mucho que a él le duela (7). El espectro de la revuelta de
los ‘gilets jaunes’ aparece de nuevo en el horizonte de un otoño y un invierno
inciertos como pocos.
En esta danza turbia de las vicisitudes
políticas, dos líderes tan aparentemente opuestos como Macron y Meloni se dejan
fotografiar juntos para poner de manifiesto la superioridad de los intereses de
ambas naciones por encima de las diferencias ideológicas de sus dirigentes. Otra
escena habitual del teatro político. Macron, que se erige en baluarte frente a
la extrema derecha francesa, se muestra ahora conciliador con los afines italianos
de Marine Le Pen. Y Meloni, que atiza sonoramente el elitismo de la clase
política liberal italiana, comparte sonrisas con el líder europeo que más claramente
defiende lo que ella ataca con tanta pasión.
NOTAS
(1) “Rishi Sunak is anointed Britain’s new prime
minister”. THE ECONOMIST, 24 de octubre.
(2) “Rishi Sunak and curious arc of History”. ISHAAN
THAROOR. THE WASHINGTON POST, 25 de octubre.
(3) “Coke, car trouble and class: some awkward Rishi Sunar
moments”, THE GUARDIAN, 24 de octubre.
(4) “Will Rishi Sunak find the fractured Tory party is
ungovernable. THE GUARDIAN, 25 de octubre.
(5) “Welcome to ‘Britaly’”. THE ECONOMIST, 19 de
octubre.
(6) “Italie:
la dirigeante d’extrême droite Giorgia
Meloni presente un gouvernement destiné a rassurer les partenaires de Rome”. LE
MONDE, 22 de octubre.
(7) “L’examen du Budget reactive le procès contre Emmanuel
Macron, ‘president des riches’”. CLAIRE GATINOIS. LE MONDE, 25 de octubre.
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