2 de noviembre de 2022
Lula será presidente de Brasil
por tercera vez, a partir de enero... si no sucede algo dramático o o
inesperado, improbable pero no descartable a tenor del ambiente generado por el
sector más extremista de la élite socio-económica. Bolsonaro se ha quedado a
medio camino entre aceptar los resultados del 30 de octubre y fomentar la
rebelión, seguramente aconsejado por quienes han favorecido su mandato.
Desde fuera, en los sectores
liberales y moderados de Occidente, se percibe un doble alivio por los resultados.
El primero y más proclamado se deriva de la derrota del actual presidente
ultraderechista, que se vende como una victoria de la democracia sobre la
autocracia, en línea con uno de los pilares ideológicos y propagandísticos de Biden
y con el actual relato con el que se encuadra la guerra de Ucrania.
El segundo alivio se debe a la
estrecha victoria de Lula (apenas dos millones de votos de diferencia). Esto resulta
más decisivo y práctico para el futuro inmediato de Brasil. Se destaca,
ciertamente, el riesgo de desestabilización que puede generar la polarización
subyacente. Pero eso es algo que trasciende la cita electoral: es una realidad
convenientemente abonada, con especial énfasis durante el gobierno de Dilma
Roussef. El alivio de los poderes económicos se deriva de la necesidad que
tendrá Lula de gobernar “desde el centro”; es decir, en realidad, sin alterar la
actual estructura de poder socio-económico, ni efectuar sacudidas importantes
en el reparto de la riqueza, en un país tan desigual como Brasil (1).
La alianza que ha propiciado esta
victoria estrecha de Lula ya prefiguraba esta orientación de su tercer mandato.
La presencia de grupos políticos de centro e incluso de la derecha un tanto
espantada por las exhibiciones ultras de Bolsonaro condicionaron el mensaje del
expresidente candidato y envolvieron su programa en una evidente ambigüedad.
Los analistas liberales han venido destacando estos meses las incógnitas sobre
los propósitos de Lula (2).
Nada de esto constituye una
novedad. En sus dos mandatos consecutivos anteriores (elección primera y reelección
posterior), Lula gobernó desde el centro-izquierda, sin socavar los fundamentos
socio-económicos del país. Se apoyó en los recursos generados por el aumento de
la venta de materias primas alentadas por la enorme demanda de la economía
china y de otras potencias emergentes para hacer llegar fondos de rescate de la
pobreza (como el programa Bolsa Familia y otros).
Más que intentar poner las bases
de un sistema socialista democrático, Lula construyó un populismo social en
sintonía parcial con otras experiencias progresistas de la primera década del
siglo, pero sin la retórica bolivariana que impregnó los gobiernos de Chávez,
Morales o Correa. En cierto modo, conectó más con la gestión de los Kirchner en
Argentina, aunque las diferencias políticas y sociales entre los dos países y una
difícil sintonía personal entre los líderes imposibilitó un eje regional
cohesionado. En las dos izquierdas que cohabitaron esa década en América Latina,
Lula estuvo más cerca de Chile que los ensayos izquierdistas.
En una interesante entrevista con
la revista izquierdista norteamericana JACOBIN, el que fuera Secretario de
Comunicación de Lula, André Singer, expone la transformación de las bases
sociales y políticas del entonces presidente del primer al segundo mandato (3).
En sus primeros años de Presidente, Lula y el PT se apoyaron en el favor de las
clases medias para abordar una estrategia de reducción de la pobreza, no de transformación
de las estructuras económicas. Programas sociales como Bolsa Familia y otros (similares
a las misiones chavistas, pero sin la mística revolucionaria de éstas)
contribuyeron a crear una base socio-política que dio lugar al “lulismo”, según
expresión de Singer. Las clases medias comenzaron a sentirse inquietas y encaminaron
sus preferencias políticas hacia el PSDB (Partido Socialdemócrata), que sólo en
sus orígenes fue de centro-izquierda para situarse enseguida en el muy disputado
terreno de la derecha brasileña.
El subproletariado urbano y la
incorporación de las muy pobres masas rurales del nordeste constituyeron el
apoyo nuclear de Lula en su segundo mandato. Mientras hubo dinero en los cofres
del Estado, la atención coyuntural a estas masas míseras de la población cimentaron
la popularidad de Lula. Cuando la demanda de materias primas se contrajo, el
lulismo se debilitó. Pero el desencanto se produjo en la etapa política
siguiente, con Dilma en Planalto. La derecha percibió el descontento social y
orquestó una despiada campaña contra la heredera de Lula. Luego vinieron los
casos de corrupción, o, para ser más preciso, las sucesivas manipulaciones
políticas, mediáticas y callejeras campañas de demolición de esa izquierda
populista. No le importó a la derecha socavar incluso los pilares del sistema
democrático, lo que favoreció el triunfo electoral de Bolsonaro.
La chapuza del procedimiento
judicial que llevó a Lula a la cárcel se volvió contra sus propios instigadores.
El expresidente recuperó su libertad, mientras el peligroso Bolsonaro se
saltaba todos los controles e iba mucho más lejos de lo que el sector más
razonable de la oligarquía brasileña habría deseado. Sin Trump y con el
nacional-populismo en relativo retroceso, era hora de volver a los cauces de la
democracia liberal. Pero la derecha no había generado una figurar para liderar
la normalización. Lula sabía que no podía regresar a la Jefatura del Estado con
un programa populista y se ha dedicado en estos últimos años a construir una
alianza amplia, interclasista, si se quiere, pero sin abandonar, al menos de
palabra, a esa base de pobres absolutos y de obreros y empleados urbanos desconfiados
(4).
Si echamos un ojo al mapa
electoral del 30 de octubre, observamos que Bolsonaro se ha impuesto claramente
en el sudeste industrializado y más rico. Las tradicionales bases obreristas
del PT no han podido derrotar al presidente-candidato ultraderechista en esas
regiones. Lula ha vencido claramente, en cambio, en las regiones más míseras y
atrasadas (de donde él procede, por cierto), donde la población ha votado más
que nunca. Pero el antiguo líder sindical no hubiera ganado sin los votos
minoritarios pero imprescindible de obreros y empleados del sudeste.
Lula ha dicho que quiere gobernar
para todo el país, que quiere ser el Presidente de todos los brasileños. Es una
fórmula tan manida como hueca, más destinada a tranquilizar a unos adversarios
que velan armas que a alimentar la ilusión de quienes sueñan con el cambio
social.
En esa contradicción residen los
riesgos del tercer mandato de Lula. Como en todas las sociedades dominadas por una
abrumadora desigualdad, el equilibrio entre la estabilidad económica (divisa de
las élites) y la justicia social suele ser precario y casi siempre se resuelve a
favor de lo primero. Es difícil gobernar como socialdemócrata en un país tan
escindido. Las clases medias brasileñas tienen más miedo a las masas pobres (el
subproletariado del que habla Singer) que rechazo a la oligarquía financiera y
agroindustrial
Por si la debilidad de los apoyos
sociales no fuera poco, en el aspecto político, el horizonte político que se le
presenta a Lula no puede ser más perturbador. Bolsonaro no ha ganado la presidencia,
pero los suyos, afines y potenciales aliados se han impuesto claramente en las
legislativas del 6 de octubre, hasta obtener una mayoría que, a buen seguro, obstaculizará
la labor del ejecutivo. Si a eso se suma el estado inquietante de la economía
(5) y un panorama internacional desfavorable no es difícil augurar un tercer
mandato de Lula plagado de riesgos.
NOTAS
(1) “Lula da un giro al centro.
Jair Bolsonaro, el adversario ideal”. BRENO ALTMAN. LE MONDE DIPLOMATIQUE, septiembre
de 2022.
(2) “How left-wing on economics is Luiz Inácio
Lula Da Silva?” THE ECONOMIST, 19 septiembre.
(3) “Lula’s former press Secretary on the
meaning of ‘lulismo’”. Interview with André Singer. JACOBIN, 30 de octubre
2022.
(4) “Lula se rapproche du centre-droit
‘pour renforcer l’idée d’un front républicaine’”.
COURRIER INTERNATIONAL (resumen de prensa brasilena)., 12 de octubre; “Pour
gouverner le Brésil, Lula devra négocier et construir des alliances”. LE MONDE, 1 de noviembre;
(5) “Lula will be Brazil’s next President. Now
for the hard part”. THE ECONOMIST, 1 de noviembre.
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