7 de noviembre de 2022
Benjamín Netanyahu lo ha
conseguido. Ha necesitado cinco elecciones en dos años y medio para anclarse en
el poder, tras varios espejismos sobre su ocaso e, incluso, su liquidación
política, no por las urnas sino por vía judicial. Pero el político israelí más
decisivo desde Ben Gurion ha demostrado su férrea voluntad de resistencia a
toda costa. Incluso al precio de degradar sin disimulo el sistema democrático.
Israel se encuentra ante un abismo político,
que excede de su indefendible actitud hacia los palestinos: son los propios
ciudadanos israelíes los que deberían temer la deriva extremista en que se ha
abandonado su clase política ante la debilidad institucional (1).
Con sus 32 escaños, el líder del Likud,
el gran partido de la derecha nacionalista conservadora, cumple con su designio
de reagrupar bajo su control a todas las formaciones a su derecha, una ultraderecha
plural y cada vez más numerosa en votos y en adhesiones sociales, a saber:
-
Las dos alas étnicas de la ortodoxia religiosa:
la sefardí (agrupada en el partido Shas, que bate todos sus récords y
obtiene 11 diputados) y la ashkenazi (la
formación Yahudat Hatorah o Unión de la Torá, anclada desde hace años en
sus 7 diputados).
-
El pujante ultraderechismo religioso sionista
(es decir, partidarios de la idea política de Israel, contrariamente a los
ortodoxos), que agrupa a colonos fascistoides y segmentos de tradición
terrorista (herederos del partido del rabino Kahane) bajo el liderazgo de Ytamar
Ben Gvir y Belazel Smotrich, partidarios de la anexión del territorio palestino
y de una represión brutal y sin contemplaciones (2). Reclaman incluso la
expulsión de los árabes israelíes que se opongan a la línea dura (3). Han
obtenido 14 escaños, ocho más que hace año y medio, cuando emergieron de la
marginalidad y entraron con fuerza en el Parlamento. Su crecimiento ha sido a
costa de las pequeñas formaciones de derecha que brotaron en parte por
cansancio o irritación por las manipulaciones de Netanyahu.
-
La ultraderecha nacional-conservadora
tradicionalmente procedente de los núcleos de inmigrantes procedentes de la
antigua Unión Soviética y los países del Este durante el periodo final de los
regímenes comunistas; el partido que mejor les representa es Ysrael Beitenu
(Nuestra casa Israel), del muy radical Avigdor Liebermann, que , a pesar de un
relativo debilitamiento, ha conseguido asegurar 6 escaños. En sus años como ministro de Defensa de Netanyahu, el Tsahal
protagonizó algunos de los episodios más oscuro en la persecución de la
resistencia palestina.
En total, el bloque de las
derechas (más radicalizado y extremista que nunca) reúne 70 de los 120 asientos
de la Knesset y se asegura una mayoría absoluta aparentemente cómoda. El riesgo
puede producirse por la intransigencia de los religiosos sionistas en la
política represiva hacia los palestinos o de los ortodoxos en materia
socio-cultural. De Liebermann pueden esperarse peticiones más prosaicas. Sin
duda, Netanyahu tendrá que ejercer sus consumadas habilidades de maniobrero,
siempre con la mira puesta en blindar a su persona de las pesquisas judiciales
por corrupción y abuso de poder.
Desde Estados Unidos, el gran
protector de Israel, se contempla con incomodidad esta deriva extremista, en
particular en el campo demócrata. Es conocida la falta de sintonía de Biden con
Netanyahu, desde que éste rozara la humillación cuando el actual Presidente era
el segundo de Obama. El consabido lobby judío norteamericano se encuentra muy
dividido desde hace años. Los sectores más jóvenes o abiertos no aceptan a pies
juntillas todo lo que se hace en Jerusalén, y mucho menos el flirteo con el
autoritarismo envuelto en retórica religiosa y providencialista.
Incluso un diplomático como Denis
Ross, que ha defendido sin disimulo los intereses de Israel en las desequilibradas
negociaciones del proceso de paz con los palestinos, se confiesa alarmado por
el peso que personajes como Ben Gvir y Smotrich van a tener en el próximo
gabinete y, a buen seguro, en el futuro político israelí a medio plazo, en particular
en lo que se refiere a las relaciones con Washington (4).
El regreso de Netanyahu a lomos
de estos extremistas pujantes se produce en un momento relevante de la
desesperación palestina. Han aparecido organizaciones de base, lideradas por
activistas jóvenes, en ciudades con Nablus y Jenin que trascienden las divisiones
ideológicas y partidarias clásicas (5) . Son grupos por lo general radicalizados,
debido a la persistencia de duras condiciones de vida. Esta nueva forma de
lucha supone un desafío tanto para las fuerzas de seguridad israelí como para las
anquilosadas estructuras burocráticas de la Autoridad Nacional Palestina o para el liderazgo islamista.
NOTAS
(1) “Eléctions en Israël: l’
enjeu n’est pa Nétanyahu, mais l’avenir de la démocratie”. PASCAL FENAUX. COURRIER
INTERNATIONAL, 1 de noviembre.
(2) “Ben Gvir, le mauvais génie
de la droite israélienne. LOUIS IMBERT. LE MONDE, 3 de noviembre.
(3 ) “What do Israel’s new far-right kingmakers
want?” ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 3 de noviembre.
(4) “A narrow government with Ben Gvir and Smotrich
threatens US-Israel ties”. DENNIS ROSS y
DAVID MAKOVSKY. TIMES OF ISRAEL, 2 de noviembre (reproducido por THW
WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST).
(5) “À Naplous et à Jénine, les
nouveaux visages de la résistance palestinienne”. STEPHANIE KHOURIE. L’ORIENT-LE
JOUR, 27 de octubre.
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