11 de noviembre de 2022
Las elecciones de mitad de
mandato en Estados Unidos han dejado un sabor de desgracia evitada o de alivio
inesperado. La llamada “ola roja” (color del Partido Republicano) o el impulso
decisivo para el regreso de Trump a la Casa Blanca no se han confirmado.
Según los resultados aún provisionales,
el Partido Demócrata tiene serias posibilidades de mantener el control del
Senado. Tardará en saberse. El escrutinio es muy apretado en Arizona y Nevada,
donde se cuenta y verifica ahora el voto anticipado. Uno de los escaños de Georgia
tendrá que dirimirse de nuevo (como hace dos años), al no conseguir ninguno de
los contendientes el 50% de los votos. En la Cámara de Representantes, los reds
avanzan, pero menos de lo esperado. La
mayoría de los candidatos que han hecho carrera al rebufo del anterior presidente
hotelero han sido derrotados, en algunas ocasiones por otros concurrentes más tradicionales
de Partido Republicano. Y no menos importante, la movilización demócrata ha
permitido que en algunos estados (California, Michigan, Kentucky y Vermont) se
hayan aprobado medidas para garantizar el derecho al aborto (1)
EL FRENAZO DE TRUMP
Los liberales o los conservadores
tradicionales pueden sentirse moderadamente contentos, pero conviene señalar
que el trumpìsmo no ha sufrido un daño irreparable. Por lo siguiente:
a) Trump es él y sólo él. Su
popularidad es personal, no ideológica o política. Los proyectos de
ultraderecha que respalda (como el racismo o el supremacismo blanco, la
xenofobia, el odio racial, la persecución u hostigamiento de las minorías, el
ataque a los avances y conquistas socio-culturales, etc.) son puramente
instrumentales. Le sirvieron para dinamizar a una masa social descontenta con los
cambios culturales impulsados por los sectores más activos de la democracia
norteamericana.
b) Los que se han aprovechado del
tirón de Trump en los últimos seis años pueden deshacerse con relativa facilidad
de su legado y reivindicar nuevos enfoques ultraconservadores más presentables,
pero no menos dañinos. Uno de los vencedores en estas elecciones, el candidato
al Senado por Ohio, J. D. Vance, no mencionaron ni siquiera de pasada al expresidente
en sus primeras palabras tras resultar electo. Otros incluso ya dejaron
traslucir cierto alejamiento de su aparente “inspirador” político.
c) Los republicanos utilizaron a
Trump en 2016 para canalizar el rechazo a Obama y la repulsa contra Hillary.
Luego, el asunto se les fue de las manos. Después del 6 de enero (asalto al
Congreso), el partido ha adoptado una posición ambivalente. Sin adoptar por
completo el discurso incendiario del derrotado, han dejado que flotaran las
dudas sobre la legitimidad de las elecciones de 2020. Perciben la debilidad de
la administración Biden y harán lo que haga falta para que eso tenga consecuencias
políticas concluyentes en 2024. Por ahora, nada está decidido. El establishment
republicano puede lidiar con la disminución del impulso de Trump o volver a
subirse a su carro si ocurre lo contrario (2).
d) Se ignora sobre qué bases va a
construir Trump su plataforma política de regreso, aparte de la patraña del
fraude electoral. La inflación ha sido el factor más rentable ahora y, de no
aclararse el panorama internacional, puede serlo también en 2024, si continua
la guerra. Algunos reps ya plantean limitar o condicionar el apoyo a
Ucrania (nada de cheques en blanco, dicen). Asesores de política exterior debaten
si el Partido debe volver al internacionalismo activista de Reagan o
atrincherarse en un aislacionismo de miras más estrechas (3).
EL DILEMA DEMÓCRATA
En el campo demócrata, más allá
de haber parado el impacto de una derrota sin paliativos que hubiera condenado
irremisiblemente a la actual administración, las incógnitas de la segunda parte
del mandato de Biden siguen abiertas.
La primera (no necesariamente la
más importante, pero sí la que genera más atención mediática y politiquera)
es si el actual Presidente aspirará a la reelección, debido a su edad y al
alcance limitado de sus ambiciones reformistas. En realidad, hay un falso
enfoque en la significación de estos años en la Casa Blanca. Biden quiso
aprovechar el desafío del cambio climático y de la creciente hegemonía china
para lanzar un ambicioso programa de inversiones públicas. Pero el
obstruccionismo de algunos senadores de su propio partido y una estrategia un tanto
confusa, así como su escaso vigor personal y político, echaron su empeño por
tierra. Al menos parcialmente. A base de presiones y pasteleos, el programa se
diluyó y minoró y, aunque aún se trata de un esfuerzo importante, la sociedad
no lo percibe. Y lo que es más importante, tampoco las propias bases del
partido demócrata.
En la plutocracia norteamericana
se tiende a confundir los intereses de las élites políticas, económicas,
mediáticas y sus correas de transmisión sociales (como sindicatos, grupos
religiosos o asociativos) con las necesidades de la mayoría. Lo cierto es que
más de la mitad del electorado potencial no tiene el mínimo interés de participar,
y resulta insensible a las contiendas políticas, incluso cuando vienen adobadas
del picante trumpiano o de episodios dramáticos como el del 6 de
enero. Para una sociedad que asiste con escepticismo a la conculcación del
derecho básico a la salud, la violencia policial, las matanzas en escuelas y
lugares públicos por el uso y abuso de armas privadas, la degradación imparable
de las condiciones de vida en las inner cities (medios urbanos
degradados), o al perverso sistema de designación de los jueces del Supremo, el
tibio discurso demócrata no tiene la fuerza motivadora suficiente para generar
una nueva dinámica política.
LA DEBILIDAD DE FONDO
Estos días asistimos a los análisis
casi unánimes de la prensa liberal sobre la salvación de la democracia, sólo
porque los “candidatos de Trump” han sufrido, por lo general, un severo correctivo.
Y se tiende a exagerar el éxito del esfuerzo de Biden por defender el sistema
democrático, la credibilidad de las elecciones y la fortaleza de las
instituciones. El formalismo del Presidente sólo llega a quienes no se sienten
marginados o castigados por el sistema.
Lo cierto es que todo ello es
cuestionable. Las elecciones en Estados Unidos no serían homologables en
Europa. Pero no por las razones arteras que despliegan Trump y sus acólitos
interesados, sino por todo lo contrario. No es el fraude el problema, sino las limitaciones
al ejercicio del derecho de voto, la mil y una trapacerías que privan a los
ciudadanos de emitir su sufragio (disenfranchisement). Por no hablar de
una estructura socio-política que desincentiva la participación y genera un
rechazo pasivo pero sostenido del sistema.
De todo ello se habla poco o nada
en los grandes medios, liberales o conservadores, y ese relato dominante es el
que se filtra a Europa y el que se asume con naturalidad y sin apenas espíritu
crítico. Las elecciones de mitad de mandato, como cualquier otra, solo producen
La promoción de carreras en curso (como la del presidenciable Ron de Santis, en
Florida) y ajustes entre familias políticas más afines de lo que admiten unos y
otros. El frenazo a Trump contenta a los sectores liberales y pone en guardia a
los conservadores. Con eso basta para construir los discursos políticos en este
tiempo. El resto permanece en la oscuridad de análisis y debates.
NOTAS
(1) “These are Tuesday’s most important midterm election results.
THE WASHINGTON POST (Editorial), 10 de noviembre; “6 takeaways from the
2022 elections”. AARON BLAKE. THE WASHINGTON POST, 9 de noviembre.
(2) “Election denial didn’t play as well as
Republicans hope”. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.
(3) “The fight for the future of Republican foreign
policy”. WILLIAM INBODEN. FOREIGN AFFAIRS, 9 de noviembre; “The ‘Florida
man’ shaping U.S. foreign policy”. AMELIA CHEATHAM. FOREING POLICY, 26 de
octubre.
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