20 de septiembre de 2023
En el mundo actual, cada vez más
multipolar (o multilateral, según se quiera), las alianzas (estables o flexibles)
ya no son lo que eran, no ya durante la guerra fría, sino en la etapa unipolar
corregida que la siguió.
En el hemisferio occidental, esta
percepción es menos sentida, porque la OTAN (alianza euro-norteamericana) no ha
dejado de crecer, en tamaño y en poder, aunque haya atravesado por momentos de
zozobra, de “crisis de utilidad” o de cierta parálisis (“muerte cerebral”, que
dijera Macron, tan aficionado al
aparente franc-parleur). La guerra de (en) Ucrania le ha insuflado nueva
vida a la OTAN, dicen sus benignos exégetas. No hay nada mejor para una alianza
político-militar que una exhibición de fuerza de su adversario. Y éste, Rusia,
ha concedido una oportunidad excelsa, aunque, para ser rigurosos, la OTAN no
dejó de crecer durante los años en los que desde el Kremlin se pretendía la
reconciliación con Occidente.
En el otro hemisferio, en el
oriental, las alianzas nunca fueron tan duras o tan sólidas, ni siquiera durante
la guerra fría, salvo en la fase de congelación de los años 50 (momento
álgido: la guerra de Corea). El deshielo fue largo y discontinuo. Incluso durante
las guerras de Oriente Medio, las dos superpotencias cooperaron para evitar males
mayores, eso que se conoce como escalada, es decir el riesgo de mundialización
de un conflicto bélico; o en términos cualitativos, de nuclearización,
lo que implicaría el alto riesgo de destrucción planetaria.
ASIA NUNCA FUE COMO EUROPA
Tras esa señalada fase de
congelación, la clave de diferenciación entre los dos hemisferios residía
en la diferencia en el sistema de equilibrios. En Europa estaba sustentado en
dos patas; en Asia, en tres, una vez consumado el cisma comunista. Estados
Unidos jugó la carta china para forzar a la URSS a avenirse a ciertos pactos en
Europa y en el otrora Tercer Mundo (ahora Sur Global). Moscú y
Pekín competían por imponer su relato revolucionario en los países marginados /esclavizados
por el capitalismo. Pero la ecuación no era tan sencilla como se puede deducir
de la afirmación anterior.
En Vietnam, durante la agresión
norteamericana, ambos países cooperaron o defendieron al mismo bando: Vietnam
del Norte y la guerrilla del Vietcong en el sur. Cada cual, en función de sus
intereses, naturalmente, pero en contra de los designios de Washington. El
acercamiento chino-norteamericano, iniciado hace 50 años, coincidió con la fase
agónica de esa guerra, en la que Washington blandía con una mano la diplomacia con
la otra los bombardeos de alfombra de los campos y el minado de los puertos
vietnamitas. Aquellos años demostraron que las consideraciones ideológicas
siempre terminan sometidas a los poderes que dominan las naciones. No hemos
aprendido la lección.
Asia es ahora el teatro de un
mundo multipolar, donde las alianzas (o pactos, o ententes, o acuerdos)
rígidas son apenas una rareza o una excepción. Lo que domina es la
multilateralidad, es decir, la alineación flexible, según las condiciones (1).
Aparentemente, todo parece ordenado en función del crecimiento de China hacia
el liderazgo (¿compartido?) mundial. El libreto occidental dice que “hay que
temer a China”, o “desconfiar de China”. A todo diagnóstico debe seguir un
tratamiento, pero se ha tardado en elaborar la prescripción. Los más radicales
(o lo más irreflexivos) han presionado a favor del decoupling (el
desacople de las economías respectivas), para no verse condicionado por la dependencia
de las cadenas de suministros en el
tráfico comercial. Se trataba de una estrategia suicida. La URSS sólo
representaba el 1% de los intercambios comerciales y económicos de Occidente. China
es un cliente imprescindible. Por tanto, se ha terminado por renunciar al decoupling
en beneficio del derisking. Dicho en castellano, eliminar los
riesgos de la cooperación. Se trataría, simplemente, de eliminar el intercambio
de bienes y servicios que puedan ser susceptibles de debilitar la seguridad de
Occidente y sus aliados regionales, es decir, los de “doble uso” (civil, pero
también militar), o que puedan acrecentar la capacidad tecnológica de China, lo
que redundaría también en el refuerzo de su poderío militar. En eso se está:
una cuadratura del círculo.
La operación es compleja, porque las
potencias medianas de Asia temen y a la vez necesitan a China. Temen lo que
perciben como amenaza militar, con sus fortificaciones, despliegues, el crecimiento
de sus fuerzas navales en el Mar del Sur de China y su negativa a reconocer los
dictámenes de las convenciones internaciones sobre frontera marítimas, etc. Pero
necesitan seguir comerciando con China, recibiendo sus fondos de inversión en
infraestructuras, por mucho que llevan aparejadas riesgos deudores y trampas
crediticias. China, además, no pone condiciones políticas o ideológicas , contrariamente
a lo que suele dice hacer Occidente.
UN COMPLEJO MECANO
Estados Unidos (y en alguno modo,
Europa) han sido conscientes de ello, razón por la cual han diseñado un
complejo mecano diplomático-militar, que permite garantizar ciertas
provisiones de defensa, sin parecer agresivo. Se ha huido deliberadamente de la
noción de bloque, como en Europa, para privilegiar una arquitectura multipolar,
diversa, heterogénea y lo menos ideologizada posible, salvo una vaga referencia
a la democracia o a la soberanía de los pueblos, pero sin contraste práctico.
El núcleo duro del hemisferio occidental
en Asia (Australia, Reino Unido y EE.UU) han forjado el pacto AUKUS (acrónimo
trilateral) para coordinar la cooperación militar. El espejo regional de esta
coalición es el “partenariado estratégico” muñido por la administración Biden
con Japón y Corea del Sur, sus dos aliados tradicionales en Asia, pero mal
avenidos entre sí por las heridas de la II Guerra Mundial, aún por cauterizar
del todo (2). Era de esperar la
irritación china (3).
En cambio, la otra “novedad” diplomática
de los últimos años, el QUAD (abreviatura de Cuadrilátero, en inglés) tiene una
vocación más amplía, tanto geográfica como temáticamente. En el ámbito acuñado
como Indo-Pacífico, reúne a las tres potencias orientales recelosas de China (Japón,
India y Australia) bajo el paraguas de EE.UU, en un esquema que trasciende lo
militar para ampliarse a multitud de áreas de cooperación (social, sanitaria, tecnológica...).
Con esta ambición de agrandar el perímetro
de la seguridad en sentido amplio (no sólo militar), se ha creado también el
grupo I2U2, que conecta el Extremo y el Medio Oriente. El acrónimo responde a sus
participantes (en inglés): Israel, India, EE.UU (USA) y Emiratos Árabes Unidos (United Arab
Emirates), con un agenda centrada en la cooperación tecnológica, que no oculta,
empero, su eventual dimensión militar.
En Occidente se justifica todo
este esfuerzo de cooperación reforzada como réplica a la denominada diplomacy
warrior, traducible como “diplomacia guerrera o agresiva”, destinada a
tejar una tupida red de alianzas y dependencias que favorezca la extensión del
poderío de China, o a la neutralización de las resistencias, por omisión o por
amenaza. China, en efecto, ha liderado la consolidación de entidades como la
Organización de Cooperación de Shanghai (OSC), de la que forman parte Rusia y
los estados exsoviéticos de Asia Central. Pero, y este detalle importa, también
la India, e incluso el enemigo estratégico de ésta, Pakistán. Difícilmente, se
dice en Pekín, puede considerarse una alianza contra alguien aquella que
alberga en su seno a dos miembros antagónicos. O incluso dos rivales con
disputas fronterizas, como India y China.
Esta superación aparente de antagonismos
se encuentra también en los BRICS, donde el liderazgo que Occidente atribuye a
China, está muy compensado por las influencias regionales de India, Brasil y
Suráfrica y el poderío militar (sobre todo nuclear) de Rusia.
A esta arquitectura asiática compleja,
que el profesor indio C. Rajan Mohan ha definido como “minilateralismo” (4), se
suman los acuerdos bilaterales, profusos y en aumento. Acabamos de asistir a
dos puestas en escena opuestas.
La visita del líder de Corea del Norte
a Rusia parece consagrar el acercamiento entre dos países que otrora fueron
aliados, luego se alejaron y ahora, empujados por la necesidad, se
reencuentran, aún no se sabe con qué propósito. Los intérpretes del mundo
occidental han disparado las alarmas sobre esta convergencia de “dos dictadores
en apuros” (5), predecible licencia propagandística.
Putin y Kim pueden ayudarse, sin
duda, pero con límites muy marcados, como han admitido algunos analistas en
EE.UU (6). El supuesto suministro de munición norcoreana, compatible con la
rusa, para reponer el arsenal vaciado en la guerra contra Ucrania podría no ser
tan útil, por la cuestionable calidad y modernidad de la mercancía. A la
inversa, la tecnología nuclear y espacial que Pyongyang esperaría obtener de Moscú
está muy acotada por las sanciones impuestas al régimen norcoreano, del que
Rusia participa, y que Putin asegura que seguirá respetando (7).
Hay otro factor que constriñe
esta cooperación bilateral: las renuencias de China. Aunque Pekín ve en el
hermético régimen paleocomunista un aliado de conveniencia, ha llovido
mucho desde la guerra de los 50 y los actuales dirigentes chinos no comparten
ni el fondo ni las formas del sistema político, económico y social de su
protegido coreano, al que también tienen en la lista negra de las sanciones. Putin
no querría desagradar a Xi Jinping jugando a la ruleta rusa con un socio tan
imprevisible (8). Es más que probable que el Kremlin haya dado ya garantías a
Pekín de que no premiará a la dinastía coreano con material demasiado sensible
o peligroso.
El otro referente de estas coaliciones
líquidas es el acercamiento ambiguo entre Vietnam y EE.UU. Enemigos sistémicos
en un combate desigual con resultado inicialmente imprevisto, ambos países han
atravesado décadas de anestesia, neutralización y acercamiento cauteloso.
Vietnam ha tenido un aliciente enorme para acercarse a su némesis: la amenaza
de China, que en su caso, no es puramente especulativa, ya que se plasmó en la invasión
de 1979, repelida con éxito, y que Pekín camuflara como operaciones de castigo
y advertencia.
La evolución del régimen
vietnamita del comunismo de guerra a un cierto capitalismo de Estado es similar
a la operada en China, pero con perfiles propios, como es natural. Y esa
singularidad le ha llevado a entenderse con los países prooccidentales de la
región, reunidos en la ASEAN, pero también a seguir avanzando en la cooperación
con Washington (9).
La reciente visita de Biden a Hanoi
consagra este largo viaje con la constitución de un “amplio partenariado
estratégico” (10), cuya traducción del arcano diplomático viene a significar un
pacto de cooperación que no llega formalmente a alianza, pero se mueve en sus
contornos (líquidos). En la disputas marítimas con China, se asegura cierto
apoyo, no definido, de Estados Unidos. Pero como las guerras, o los conflictos,
son en estos tiempos más económicos que militares, el campo de cooperación
comercial, tecnológico y social es muy amplio (como en el QUAD). Pero,
atención, Vietnam no coloca a EE.UU por encima de China en su escala de
preferencias, sino en el mismo nivel: el acuerdo firmado con Washington es casi
una réplica del suscrito con China, pero también con India, Rusia o Corea (11) .
Una señal más de que, en Asia, no hay alianzas contra nadie, sino a favor de
todos. Un sistema líquido, pero engañoso.
NOTAS
(1) “Asia’s third way”. KISHORE MAHBUBANI. FOREIGN
AFFAIRS, 28 febrero.
(2) “South Korea-Japan rapprochement creates
new opportunities in the Indo-Pacific”. ANDREW YEO. BROOKINGS INSTITUTION,
17 marzo.
(3) “A defense agreement likely to deepen
Chinese rancor”. DAVID PIERSON, OLIVIA WANG. NEW YORK TIMES, 19 agosto.
(4) “The nimble new minilaterals”. C. RAJA
MOHAN. FOREIGN POLICY, 11 septiembre.
(5) “The dangers posed by a deal between Russia
and North Korea. THE ECONOMIST, 13 septiembre.
(6) “Kim Jong-un’s visit to Russia hints a grim
battlefield math to Putin”. ADAM TAYLOR. WASHINGTON POST, 14 septiembre.
(7) “What Putin and Kim want from each other”.
ANKIT PANDA (CARNEGIE CENTER). FOREIGN POLICY, 15 septiembre.
(8) “Putin and Kim’s embrace may place Xi in a
bind”. DAVID PIERSON. NEW YORK TIMES, 16 septiembre.
(9) “Entre la China et Etats-Unis,
le Vietnam joue la strátegie du bambou”. BRICE PEDROLETTI. LE MONDE, 5 mayo.
(10) “Biden forges deeper ties with Vietnam as
China’s ambition mounts”. PETER BAKER y KATIE ROGERS. NEW YORK TIMES, 10
septiembre.
(11) “Hanoi’s American edge”. HUONG LE THU. FOREIGN
AFFAIRS, 12 septiembre; “How to survive a Great-Power competition.
Southeast Asia’s precarious balancing act”. HUONG LE THU. FOREIGN AFFAIRS,
mayo-junio 2023.
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