27 de septiembre de 2023
En puertas del otoño, la guerra
en Ucrania se atasca. La conclusión parece lejana y confusa. No se perciben
bien ni su resultado, ni sus consecuencias políticas, más allá de la miseria, que
empieza a ser palpable en amplias capas de la población de los contendientes.
La contraofensiva ucraniana,
anunciada a comienzos de primavera y luego retrasada hasta comienzos del verano,
no ha arrojado los beneficios bélicos que sus defensores vaticinaron, en Kiev,
Washington y Bruselas (1). De manera análoga, la ”operación militar especial”
lanzada por el Kremlin se ha convertido en una pesadilla de muerte, ruina y
desprestigio para Rusia. Pase lo que pase en los próximos meses, esta guerra ya
la han perdido todos, aunque, parafraseando a Tolstoi, cada cual a su manera.
Este clima de pesimismo contenido,
disimulado, ocultado o falseado, según los actores o las circunstancias es
combatido, por lo general y salvo excepciones contadas, con insistencia en las mismas
estrategias fallidas hasta ahora, con el autoconvencimiento de que saldrá
ganador (o perdedor menor) el que aguante hasta que quiebre el adversario (2).
UN APOYO EN PROBLEMAS
En Occidente, el discurso de
apoyo incondicional a Ucrania se resquebraja. Era previsible, incluso en los
momentos de mayor exhibicionismo unitario, cuando dominaba el regocijo por el
estancamiento de la incompetente campaña militar rusa. O cuando se alardeaba de
la nueva ampliación de la OTAN (atascado aún en los procedimiento ratificatorios),
como si ello tuviera una influencia decisiva en la marcha de la guerra.
El presidente ucraniano ha
desembarcado en la capital del orden liberal internacional con la enésima lista
de requerimientos armamentísticos y una mochila cargada de dudas sobre la
eficacia determinante de las adquisiciones anteriores (3). Pide Zelinsky más
armas y más dinero y se encuentra con que los bazares occidentales están bajos
mínimos, la actitud de sus protectores es cada vez más renuente o condicional y
la solidaridad de las sociedades se desliza hacia registros cercanos al olvido.
El discurso oficial,
aparentemente, no ha cambiado: se defenderá a Ucrania “el tiempo que haga falta
y con los medios que sean precisos”. Pero fuera de cámaras y micrófonos, se le
ponen al Presidente ucraniano cada vez más condiciones y se recrimina a su
estado mayor errores estratégicos y operativos. Estas reservas son
comprensibles. El cheque en blanco es inaudito en política internacional. El
mito del apoyo incondicional es una herramienta propagandística.
Se le exigió a Zelensky que
depurara su propio equipo de dirección de la guerra. El presidente respondió
depurando a la cúspide del Ministerio de Defensa, tras hacerse públicas
corruptelas en la gestión de los apoyos occidentales (4). Ahora se le reclama
que no aplace las elecciones, y el líder
ucraniano se resiste, pese a gozar de un aparente apoyo popular sólido. No parece
prioritaria ni comprensible esta petición. Sólo se avista una motivación
retórica: enseñar a las poblaciones occidentales que Ucrania es realmente una
democracia.
En realidad, no lo es. La guerra
vino a orillar las enormes taras del sistema político ucraniano, corroído por
la corrupción, el tráfico de influencias, la colonización de las instituciones
por los intereses económicos privados, etc. El propio Presidente, promocionado
en su día por uno de los oligarcas industriales y mediáticos más poderosos del
país, ha tomado la decisión de favorecer su caída o su arrinconamiento, ahora
que no lo necesita o que tiene patrones más potentes (5).
En cuando a las condiciones discretas,
hay que distinguir entre las administraciones y las formaciones políticas de la
oposición y entre ambos lados del Atlántico. El presidente Biden ha asumido el
rol paternal de la democracia ucraniana o de la libertad y la soberanía de
Ucrania. Apadrina a Zelensky con paternalismo evidente mientras los militares y
estrategas que lo asesoran se encargan de leer la cartilla a sus protegidos
ucranianos para que sus operaciones sean más precisas, mejor orientadas (6) y, a
la vez, menos arriesgadas. Dicho de otra forma: que eviten provocar a Rusia o
darle motivos para responder con medios que desencadenarían la temida escalada
militar. No sabemos si los militares ucranianos van a aceptar todas estas
recomendaciones. De momento, han incrementado sus ataques a objetivos dentro
del territorio ruso, de la misma manera que Rusia está empeñada en destruir las
infraestructuras civiles ucranianas, con intenciones que parecen destinadas a minar
la moral de resistencia de la población. Lo que algunos llaman guerra de atrición
se reduce al castigo o la venganza, sin visos de una estrategia ganadora (7).
Biden tiene también un problema
interno con la guerra de Ucrania. La facción extremista del Partido
Republicano, que puede no ser mayoritaria en representación institucional pero
es dominante en su discurso, quiere
abiertamente suprimir o reducir al apoyo económico y militar a Ucrania. Asoma
la sombra de Trump, al que se le sigue considerando un secuaz de Putin. Pero aunque
el expresidente hotelero no fuera, que lo es, una figura determinante en el
panorama político, esta generación ultraconservadora tiene sensibilidad cero hacia
los pesares de otras poblaciones. Del exterior, sólo les preocupa China en la
medida en que desafía la hegemonía norteamericana. Rusia, debilitada y secundaria,
puede ser incorporada al redil, sin importar la putrefacción de su sistema político,
Después de todo, esos republicanos están empeñados en reducir la democracia de
sus país a una cáscara completamente vacía, como ya denuncian incluso los
sectores más moderados del Partido Demócrata (8).
La moralidad aducida por la
administración Biden también está siendo cuestionada desde sectores de pensamiento
estratégico poco sospechosos de connivencia con el Kremlin. Desde estas
latitudes se opone otra perspectiva: ¿es ético que se siga apoyando una guerra de
dudosa resolución y cuyo poder destructivo será mayor cuánto más se prolongue?
(9).
En Europa, hay desconcierto e
incomodidad. La opinión pública está cada vez más alejada de la guerra. La
solidaridad con los ucranianos se acerca a la actitud evasiva, aunque aún no llegue
a la hostilidad demostrada hacia los inmigrantes africanos o asiáticos.
El apoyo a Ucrania, con armas y
dinero, enfila una cuesta arriba, ahora que la prodigalidad postpandemia se
agota, la inflación no remite y los problemas económicos no permiten que se
despeje el horizonte. El enfado en
Polonia, por la entrada en el país de grano ucraniano a bajo precio, para
perjuicio de los agricultores polacos deja en evidencia la retórica de la
solidaridad, incluso entre aquellos que se contaban como los aliados más
sólidos (10).
La invitación a Ucrania para
entrar en la Unión, prevista en diciembre, puede quedarse en un brindis al sol.
El proceso, por mucho que se recorte, será largo y penoso, y cualquier trato de
favor crearía agravios comparativos en los aspirantes balcánicos.
EL LENTO DESGASTE EN RUSIA
En Rusia, la fatiga bélica está
más ahogada por el carácter crecientemente represivo del sistema político. Pero
también por un temor cada vez más perceptible a que la guerra traiga aún mucha
más pobreza y miseria (la falta de libertades se da por descontada). Putin debe
solazarse de que los políticos o altavoces mediáticos liberales refugiados en
Occidente le colocaran en la antesala del final, después del golpe de mano de
Prigozhin. Haya habido o no venganza, la desaparición de este personaje (auxiliar,
primero; incómodo, después) ha tenido utilidad práctica, propia de los estados
autoritarios. No hay camino distinto al señalado por el líder. Las élites rusas
que han sostenido a Putin no creen llegado el momento de tratar de sustituirlo,
aunque no lo descartan, dicen algunos comentaristas liberales rusos. Tampoco
está claro que contaran con la concentración de fuerza imprescindible para
conseguirlo.
EL FIN DE NAGORNO-KARABAJ, COMO
SÍNTOMA
El factor desprestigio, en cambio,
no es manejable por el Kremlin. Y se ha visto en la reciente crisis de Nagorno-
Karabaj (Alto Karabaj), un enclave de población mayoritariamente armenia dentro
de territorio azerí.
El estatus-quo que se mantenía,
con alteraciones menores o no decisivas, desde comienzos de los noventa, ha
saltado por los aires cuando Rusia ha dejado de actuar como garante. Cuando en
2018 cambió el signo político en Armenia y sus nuevos líderes se alejaron de Moscú,
el Kremlin tomó nota. Armenia empezó a ser un protegido incómodo un poco antes,
cuando Putin decidió que el acercamiento a Turquía tenía un valor estratégico
muy considerable para Rusia. El presidente Erdogan ha sido el principal valedor
de Azerbaiyán en su disputa con Armenia y en su pretensión declarada de acabar
con la entidad armenia en el Alto Karabaj.
Durante la última década, Putin
ha jugado al palo y la zanahoria en el Cáucaso. Cuando Armenia ha dejado de ser
útil, o peor, cuando se ha atrevido a acercarse a Occidente, en vistas de las ambigüedades
rusas, el Kremlin ha hecho virtud de la necesidad. El Alto Karabaj se ha
convertido en un obsequio a Erdogan, que refuerza su influencia en el Cáucaso,
al favorecer a su protegido en la zona. En este juego móvil de favores y condiciones,
Erdogan y Putin se mueven como peces en el agua.
En el Alto Karabaj, como quizás
ocurra en Ucrania, o en las partes de Ucrania bajo ocupación rusa, las fatigas pueden
pasar a la categoría de insostenibles cuando ya no resueltan útiles para quienes
lanzan, mantienen o prolongan las opciones bélicas.
NOTAS
(1) “Ukraine’s
counteroffensive has made progress. But It has much farther to go”. THOMAS
GIBBONS-NEFF y LAUREN LEATHERBY. THE NEW YORK TIMES, 20 de septiembre;
(2) “How
Ukraine can win a long war. The West needs a strategy after the
counteroffensive”. MICK RYAN. FOREIGN AFFAIRS, 30 de agosto.
(3) “In
Washington visit, Zelensky tries to shore up critical support”. THE NEW YORK
TIMES, 21 de septiembre.
(4) “En Ukraine, la chute d’un ministre et d’un oligarque”.
EMMANUEL GRYNSZPAN. LE MONDE, 4 de septiembre.
(5) “Is
Ukraine really interested in fighting corruption”. THE ECONOMIST, 4 de
septiembre.
(6) “Ukraine’s
forces and firepower are misallocated, U.S. officials said”. THE NEW YORK
TIMES, 23 de agosto.
(7) “Russia
doesn’t have a good strategy for winning the war” (Entrevista con Michael
Kofman). DER SPIEGEL, 15 de septiembre.
(8) “Democrats
and republicans have different views on NATO and Ukraine”. WILLIAM A. GASTON y
JORDAN MUCHNICK. BROOKINGS, 11 de julio.
(9) “The
morality of Ukraine’s war is very murky”. STEPHEN WALT. FOREIGN AFFAIRS, 22
de septiembre.
(10) “Poland will no longer send weapons to
Ukraine, P.M. says, as grain dispute escalates”. THE GUARDIAN, 21 de
septiembre; “Three neighbors of Ukraine ban its grain as E.U. restrictions
expire”. THE NEW YORK TIMES, 16 de septiembre.
(11) “The end
of Nagorno-Karabaj”. THOMAS DE WAAL. FOREIGN AFFAIRS, 26 de septiembre.
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