TEMORES EUROPEOS ANTE EL HURACÁN DONALD

20 de noviembre de 2024

No hay análisis internacional estos días en Europa que no pivote sobre el efecto de una segunda administración Trump. El Presidente electo concita todas las miradas, agudiza aprensiones, condiciona estrategias y sirve también para justificar políticas.

Los tres grandes temores que la élite europea tiene ante el cambio político en Washington son los siguientes: debilitamiento -ruptura, para los más pesimistas- del vínculo transatlántico; amenaza proteccionista en forma de agresivos derechos de aduana y aranceles; y  aliento adicional a la extrema derecha.

1. EL VÍNCULO TRANSATLÁNTICO.

Trump desea modificar la dinámica que ha construido el equilibrio mundial desde 1945, se piensa en los círculos del establishment a ambos lados del Atlántico. No es que quiera romper la alianza vigente, pero desea, y con urgencia, que se revisen las minutas, que se repartan los gastos. Que Europa pague por su defensa, que la dependencia exista sólo en la medida en que sea beneficiosa para EE.UU, pero no demasiado onerosa, como él piensa que ocurre ahora.

A decir verdad, Trump tampoco es original en esto. Otros muchos presidentes y cientos de senadores y congresistas pensaron y piensan lo mismo, pero lo expresaron y expresan de otra manera: fueron y son más discretos, más sutiles, más diplomáticos.

En su primer mandato, Trump escenificó su malestar de manera intempestiva, en ocasiones hasta grotesca, con un grado de incorrección inapropiado en los grandes salones de la política internacional. Pero, al cabo, se trató de mucho ruido y pocas nueces. Sus asesores fueron reconduciendo la situación y convenciéndolo de mejor o peor grado de que había otras formas de ejercer la palanca norteamericana de persuasión.

Para los europeos, la estrategia consistió en resistir. No ridiculizar el exceso las ocurrencias y bravatas del socio y dejar que los aparatos diplomático, político, militar y académico embridaran al díscolo líder. Sólo se consiguió a medias. Pero, al final, se impuso la lógica del poder: los intereses pesaron más que los caprichos, por intensos que estos fueran.

Ahora que ya la segunda temporada del culebrón Trump está a punto de salir del horno, muchos se preguntan si la estrategia de la contención será suficiente. Crece la urgencia de la denominada “autonomía estratégica de Europa”, un concepto grandilocuente más retórico que práctico, al menos a corto plazo. En su favor, sin embargo, opera que lo defiendan ahora tanto franceses -siempre los más entusiastas- como los alemanes -tradicionalmente más precavidos, debido a la percepción de la necesidad del paraguas americano por su neutralización militar tras la segunda guerra mundial. Incluso se empiezan a escuchar voces británicas favorables, al menos en los sectores moderados de los dos partidos de la alternancia de gobierno (1).

Pero esa transformación de la política de seguridad europea exigirá mucho dinero, medios y laboriosas negociaciones. Trump se acabará mucho antes, y aunque en la Casa Blanca se instale otro Presidente al que le resulte rentable usar esa cubertería, no está asegurado que quisiera romper la vieja vajilla atlántica.

Este temor está avivado por la deriva indeseable de la guerra en Ucrania. La sospecha de que Trump puede presionar a favor de un acuerdo favorable a los intereses rusos sigue vigente. La reducción del problema a una negociación de mercadillo como sugiere el empresario hotelero es un recurso electoralista más que una estrategia seria. Contrariamente a lo que se dice, en el Kremlin no están convencidos del efecto benéfico del regreso de Trump. Putin, como espía y maestro del engaño que es, no se aparta del escalón de la cautela. Apretará lo que pueda en los frentes hasta comprobar que hay de verdad en las bravatas del retornado Presidente.
Pasado el umbral de los 1.000 días de guerra, el levantamiento parcial de la prohibición de usar los misiles norteamericanos de largo alcance (¿pronto también los británicos y franceses?) para atacar objetivos en territorio ruso ha supuesto una escalada. Moscú ha vuelto a evocar la posibilidad de una respuesta nuclear. Todo ello puede tanto incentivar el instinto de Trump de acabar con la guerra cuanto antes como lo contrario. La imprevisibilidad es su divisa (2).

Por lo tanto, el huracán Donald sobre las costas de la estabilidad transatlántica puede pronto degradarse en cortas tormentas violentas o en episodios de desaires ya conocidos o por conocer, pero no amenazar el preciado vínculo. Los estados europeos pasarán por caja con bolsas más llenas, pero a cuentagotas. A cambio de esta rémora prolongada, ofrecerán su apoyo frente al desafío chino y el peligro ruso, aunque a Trump este último no le suponga una preocupación mayor. De momento, ha seleccionado como jefe de la diplomacia al senador Rubio, que no es precisamente un amigo del Kremlin, ni tampoco un maníaco revisor de las cuentas con los amigos europeos. Más bien podría comportarse como un neocon exigente, incluso arrogante, pero remiso a romper la baraja.

2. EL PROTECCIONISMO

Es la amenaza más creíble, sin duda. El estilo de mercadeo del Presidente encaja perfectamente con este eje de su política exterior. Pero las estructuras de la globalización limitan muy seriamente su capacidad de actuación. La economía mundial está demasiado trabada como para deshacer una parte sin desbaratar el conjunto. Los aranceles que Trump quisiera imponer si las cuentas no salen como a él le gustaría -resumido en el slogan déficit comercial cero- tendrían un efecto boomerang para la economía norteamericana, como han señalado expertos de todas las escuelas económicas del país. Un incremento brutal de la inflación, la disrupción de muchas de la cadenas de distribución, la quiebra de empresas, el aumento del paro... un caos total. Aunque los efectos reales no sean tan horribles como estiman las predicciones, el daño sería considerable. Por eso, es razonable esperar que los grandes intereses utilicen todos los recursos a su alcance -todos- para neutralizar o moderar los instintos mercantilistas de ese hombre de negocios  de segunda fila convertido en intérprete político principal del capitalismo mundial (3).

Hay otro elemento que puede desenmascarar los reproches pretendidamente librecambistas de los principales estados europeos. Cuando a los principales sectores económicos les interesa, se acogen al recurso proteccionista, usando todo tipo de argumentos, desde económicos hasta ecológicos, pasando por los sociales y culturales.

Por no irnos muy lejos, lo estamos viendo estos días con la resistencia francesa a firmar el acuerdo de libre cambio con Mercosur (integrado por varios países de América del Sur). Los campesinos franceses ya están en pie de guerra y amenazan con reproducir las tractoradas de hace unos meses, pero con más munición, si cabe. La clase política se ha tomado tan serio las advertencias de los sindicatos agrarios que unos 600 diputados y senadores de todos los grupos políticos han dirigido una carta a la Presidenta de la Comisión Europea para que no remita al Consejo y al Parlamento europeos el acuerdo con Mercosur y se reevalúe la situación (4). Macron, doctrinalmente favorable a la libertad de comercio ha expresado también su oposición, frente a las posiciones favorables de Alemania y España, entre otros. Francia no está sola en el rechazo, pero carece de aliados potentes.

En categoría aparte, por su dimensión y su alcance estratégico, es la batalla comercial con China. También en este capítulo reina la división en Europa, lo que hace mucho más difícil el manejo del previsible endurecimiento de la política comercial norteamericana hacia la superpotencia asiática. Alemania se resiste a utilizar arsenal arancelario, porque teme ese efecto de retroceso que Trump parece desdeñar. Otros socios europeos con menor músculo exportador se ven obligados a responder a la voracidad mercantil china. Será muy difícil conseguir acuerdos sin desestabilizar todo el sistema.

Por tanto, presentar a Trump como el único disruptor de la globalización y un peligro para la salud general del orden económico internacional resulta exagerado.

3. EL ALIENTO A LA ULTRADERECHA

Este pilar del discurso liberal europeo es quizás el más engañoso, porque lo han adoptado sin apenas reservas la gran mayoría de medios y líderes de opinión. Pretender que el segundo triunfo de Trump, más aparatoso y amplio que el primero, supone un refuerzo de las opciones de extrema derecha en Europa (y en el resto del planeta) es sólo una verdad a medias.

En realidad, la extrema derecha surgió en Europa Occidental antes de estallar el fenómeno Trump. Y previamente, en la otra Europa (los antiguos países de la esfera de influencia soviética). Marine Le Pen, Salvini, Orbán, Wilders y otros tantos menos conocidos ya eran figuras emergentes antes de que el magnate neoyorquino saliera de su torre en Manhattan para proyectar su ambición política sobre el resto del país. Y si tenemos en cuenta el populismo capitalista, el otro elemento sobre el que se ha construido este auge autoritario, Berlusconi no fue un trasunto del trumpismo, sino un precursor.

Que Trump favorece la consistencia y consolidación de la extrema derecha puede aceptarse. Pero que constituye un factor esencial, no. Las propuestas de los ultras europeos mantendrán previsiblemente su vigencia cuando Trump sea historia, incluso si su mandato acaba en fracaso. Las fuerzas gobernantes europeas debe hacer un análisis más serio y crítico del que han hecho hasta ahora. El gran problema no es “el peligro para la democracia liberal”, sino las limitaciones que la “democracia liberal” demuestra para asegurar la prosperidad de las mayorías sociales.

Pero además, la hipocresía no ayuda. Mientras se airean los cordones sanitarios y se denuesta a la ultraderecha en las tribunas, se pacta con ella en los despachos, como hemos visto en la Comisión y en el Parlamento. Se desprecia a Víctor Orbán porque habla con fluidez con Putin y presume de ser amigo de Trump, pero ha sido el Partido Popular Europeo el que más ha contribuido a su consolidación exterior al mantenerlo como socio del grupo durante años (los años de Merkel, por cierto).

Ahora, la socia respetable es Giorgia Meloni, básicamente porque no comparte las tentaciones prorrusas de sus correligionarios franceses, húngaros o alemanes. Pero, en cambio, lleva a cabo políticas migratorias no muy distintas en sustancia que las anunciadas por Trump. La presidenta de la Comisión Europea avala estas recetas aberrantes de la dirigente italiana, otros partidos de la alternancia gobernante asienten o callan y algunos, como el laborismo británico, le conceden calificaciones favorables.

El corresponsal europeo del GUARDIAN ha añadido una línea de análisis que cuestiona este supuesto impulso de la extrema derecha por el triunfo de Trump (5). Los nacional-populismos de ultraderecha suelen chocar entre ellos, como se comprueba en su incapacidad siquiera para unirse en un solo grupo en el Parlamento europeo. En cuanto a la relación de Trump con ellos, podemos asistir a tensiones notables, sobre todo si se concretan las amenazas de guerra comercial. De confirmarse la retirada del apoyo norteamericano a Ucrania, las tensiones entre los partidos pro y anti rusos de la ultraderecha aumentarán.

El huracán Donald ha disparado las alarmas en los gabinetes de opinión europeos y, con menor dramatismo, en cancillerías y despachos. Sin querer minimizar los riesgos, parece más sensato revisar los mecanismos domésticos de prevención, es decir, los pilares fundamentales de la arquitectura europea, detectar mejor su fallas y profundizar en sus aspectos de mejora y no dejarse llevar por la tentación ventajista del catastrofismo.

 

NOTAS

(1) “Welcome to Trump’s world. His sweeping victory will shake up everything”. THE ECONOMIST, 6 de noviembre.

(2) “What Does Trump’s Election Victory Mean for Russia?”. TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE, 7 de noviembre.

(3) “Smile, Flatter and Barter_How the World Is Prepping for Trump Part II”. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.

(4) “Les agriculteurs manifestent pour mettre la pression sur le gouvernement et empêcher la signature de l’accord de libre-échange avec le Mercosur”. LE MONDE, 18 de noviembre;  “L’appel de plus de 600 parlementaires français à Ursula von der Leyen”. LE MONDE, 12 de noviembre.

(5) “Second Trump reign could make life ‘a lot harder’ for EU’s far-right leaders”. JON HENLEY, THE GUARDIAN, 17 de noviembre.

 

TRUMP, CON EL HACHA; LOS DEMÓCRATAS, EN EL DIVÁN

13 de noviembre de 2024

La triple derrota del Partido Demócrata en Estados Unidos (Casa Blanca, Senado y todo indica que también Cámara de Representantes) está provocando una marejada interna monumental. Como suele ocurrir en estos casos, la acrimonia en la identificación de las responsabilidades es muy aguda. La derecha culpa a la izquierda; la izquierda, a la derecha; y el centro, a las dos corrientes anteriores. Hasta ahora, los portavoces del reproche han sido principalmente los comentaristas afines al Partido y algunos dirigentes locales. Los notables callan. Pero se sospecha que, al cabo, se expresan a través de esas voces desenfundadas.

La interpretación de unos resultados electorales son siempre escurridizas, porque cada cual arrima el ascua a su sardina y desplaza el fracaso hacia el amigo rival. En la política norteamericana, aún más, debido a la descentralización del sistema. Las estructuras partidarias son relativamente débiles. Cada candidato se gana la posición recolectando dinero, con o sin ayuda del partido, cultivando los intereses de su circunscripción y calculando la ecuación coste-beneficio de apoyar o no a los peces gordos propios.

Lo publicado, emitido y posteado desde la madrugada del 5 de noviembre refleja una tendencia general al lamento sesgado y al reckoning (reflexión de fondo, podría decirse). Pero las orientaciones de esa supuesta autocrítica son diversas y enfrentadas.

Hay quienes han disparado ya sin retirarse al rincón de pensar. Hasta la fecha, las criticas a la cúspide se pueden agrupar en dos: las condiciones materiales de los norteamericanos y las “guerras culturales”.

LAS COSAS DE COMER

Algunos dirigen sus dardos a Biden. Aparte de afearle que tardara tanto en retirarse, le reprochan que se enredara demasiado en abstracciones democráticas en lugar de atajar más firmemente el problema de la inflación y el deterioro del nivel de vida (1). Lo que antes de ayer se presentaba como una gestión económica brillante, envidia del resto de Occidente, se torna ahora fallida. La inyección de dinero público sin precedentes en las últimas décadas para superar la depresión del COVID se defendió en su momento como contraste positivo frente a la austeridad neoliberal que gripó al país en la década anterior. Biden fue mucho más lejos que Obama y, desde luego, que Clinton. Y no sólo con el manejo puntual del keynesianismo, sino con ciertos gestos populistas, como calzarse la gorra y participar en manifestaciones junto a obreros huelguistas del automóvil (2).

Ahora resulta que no ha sido suficiente. De hecho, una de las polémicas más ácidas de los últimos días ha sido provocada por la crítica de Bernie Sanders, un senador que no pertenece a la disciplina del partido pero aparece asociado a él: una peculiaridad más de la política norteamericana. El senador que atormentó la campaña de Hillary Clinton en 2016 con sus propuestas obreristas e izquierdistas ha manifestado “que no debe sorprender que la clase obrera haya abandonado a los demócratas, ya que los demócratas han sido los primeros en abandonar a los trabajadores norteamericanos”. Muchos comentaristas liberales afines al Partido han salido en tromba para desautorizar este juicio, mientras figuras del ala izquierda, como Alexandra Ocasio-Cortez lo han defendido (3).

Desde sensibilidades centristas se han escuchado análisis más moderados. Se admite ahora que la cúspide del partido del burrito debería haber permanecido más atentas a las preocupaciones cotidianas de sus bases (4). A Harris le señalan debilidades que contrastan con los exagerados elogios recibidos cuando su candidatura recibía dinero y sondeos favorables. Otros consideran un error que acudiera a cortejar a los republicanos más moderados, como Liz Cheney, para que le ayudaran a extraer votos de las clases medias acomodadas conservadoras. La candidata demócrata tardó mucho en perfilar sus planes económicos y ni siquiera a última hora supo hacerlos creíbles (5). En general, el análisis de la estrategia de campaña demócrata ha sido demoledor (6).

La recuperación de la clase trabajadora se antoja, a día de hoy, una quimera (7). Un destacado comentarista de la izquierda europea ha constatado sobre el terreno la repugnancia que le producen a muchos obreros y empleados blancos las peroratas de líderes demócratas demasiados aseados sobre los derechos de las minorías sociales (gays, transgénero), la igualdad de género o el derecho al aborto, mientras descuidaban las raíces de la prosperidad americana. Buena parte de esa población se ha sentido cautivada por la ultraderecha populista y xenófoba (8).

A esas bases enfadadas y radicalizadas, Biden las denominó “basura”, en lo que ahora se considera como otro de sus patinazos habituales. Trump se aprovechó de ello y apareció con el chaleco de los recogedores de residuos, para solaz de sus seguidores.

LAS CONTRADICCIONES MIGRATORIAS Y CULTURALES

El otro factor vulnerable ha sido la gestión migratoria. Los demócratas han pretendido encajar dos discursos contradictorios: el “humanismo” hacia los inmigrantes y la dislocación provocada por la demagogia sobre la inseguridad. Muchos votantes potenciales de los demócratas son inmigrantes a los que, sin embargo, les preocupa que la entrada de ilegales de dudosa reputación dañe la percepción que se tiene de ellos en las clases medias y acomodadas. Muchos han comprado el discurso simplista de Trump, que se dedicó en campaña a ensalzar a los latinos buenos y denigrar a los malos.

Esta manipulación se observa también en el debate de las llamadas “guerras culturales”. A los latinos no les seducen los avances de los que están tan orgullos los “progresistas” de cuello blanco. Es la famosa polémica del wokismo, vocablo confuso que sirve para un roto y para un descosido, pero que, en todo caso, los ultraconservadores le han endilgado a Harris y a su entorno. Trump ha preferido tildarla de “marxista” (¿?) y, en su habitual juego de palabras, referirse a ella como “Camarada Kamala”.

Las penitencias demócratas durarán mucho tiempo. El triple poder (trifecta) de que van a disfrutar los republicanos en Washington no se producía desde 2008, cuando Obama arrastró mayorías en las dos Cámaras del Capitolio. Duró poco ese privilegio. En sólo dos años el movimiento reaccionario Tea Party socavó el discurso optimista del primer Presidente afro-americano de la historia y recuperó para los republicanos la Cámara Baja. La división subsiguiente en el Great Old Party durante los cuatro años de Trump propició que los demócratas volvieran a tener una barrera de contención frente a las tropelías del ahora retornado Presidente. Ahora ese poder se esfuma de nuevo.

Trump regresa con una agenda feroz, y sin frenos. Los primeros cargos conocidos (algunos a expensas de confirmación senatorial) indican que se avecina una gestión extremista, caprichosa e incompetente (9). Hará falta mucho coraje, imaginación y sensibilidad política y social para frenar la ola ultraderechista. Justo lo que no parece sobrar en el Partido Demócrata.

 

NOTAS

(1) “This is all Biden’s fault”. JOSH BARRO. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.

(2) “Maybe now Democrats will address working-class pain”. NICHOLAS KRISTOF. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.

(3) “Democrats got clobbered. Bernie Sanders and AOC thint they know why”. PHILIP ELLIOT. TIME, 7 de noviembre.

(4) “What the Democrats do now”. LORA KELLY. THE ATLANTIC, 11 de noviembre.

(5) “Harris had a Wall Street-approved economic pitch. It felt flat”. NICHOLAS NEHAMAS y ANDREW DUEHREN. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.

(6) “How Kamala Harris -and Joe Biden- lost to Donald Trump and left Democrats in shambles. THE WASHINGTON POST, 9 de noviembre; “How Trump won y how Harris lost”. THE NEW YORK TIMES, 7 de noviembre.

(7) “Democrats have to understand: Americans think they are worse”. THE ECONOMIST, 7 de noviembre.

(8) “I’ve on the road speaking to US right. Trump’s victory was not a surprise”. OWEN JONES. THE GUARDIAN, 6 de noviembre.

(9) “Trump’s first picks”. TOM NICHOLS. THE ATLANTIC, 11 de noviembre.

TRUMP ARRASA, PERO ¿CUMPLIRÁ SU MANDATO?

 6 de noviembre de 2024

Trump será el 47º Presidente de los Estados Unidos. Su victoria ha sido más clara de lo que auguraban los sondeos. Ha ganado en los denominados siete estados decisivos, donde se suponía que la lucha sería más reñida. Comparada con su victoria frente a Hillary Clinton, la de este martes ha sido más rotunda, porque ha ganado también el voto popular (es decir, el voto nacional global, sin el filtro de los estados y de sus distritos). Y no por los pelos: cuatro puntos de diferencia (51%-47%), Clinton le superó en más de 2,1 puntos (2016) y Biden en 3,6 (2020).

Con el paso de los días se irán depurando los análisis de los resultados. Pero en una primera aproximación, se puede destacar lo siguiente:

1. Es particularmente significativo el triunfo del candidato republicano en el Rust Belt (cinturón del óxido), los estados industriales venidos a menos de Michigan, Wisconsin y ese termómetro de las oscilaciones políticas que es Pensilvania. Harris se volcó durante la campaña en asegurar esas plazas, sin las cuales le resultaba imposible ganar. Pero no ha sido suficiente: sus números han sido peores que los de Hillary en 2016 (*). La victoria de Trump ha sido más contundente en los estados decisivos del Sun Belt (cinturón cálido): Arizona, Nevada, Carolina del Sur y Georgia.

2. De nuevo, un hombre blanco -el mismo, de abiertos comportamientos machistas- ha obtenido el respaldo de la mayoría del voto masculino (y mucho voto femenino), lo que parece reflejar que uno de los combates de las “guerras culturales” se ha decantado otra vez a favor de las posiciones más reaccionarias.

3. El racismo, que se creía amortiguado tras el triunfo de Obama en 2008 y 2012, sigue vivo. Trump no ha despreciado a Kamala Harris por el color de su piel o por sus orígenes, entre otras cosas, porque ella tampoco se ha querido presentar como una activa militante de la causa afro-americana, más allá de invocaciones moderadas a la igualdad de razas. El racismo de Trump se ha cebado en las masas de migrantes indefensas, a los que los demócratas han utilizado con propósitos propagandísticos, pero sin favorecer su integración y sus derechos.

4. Los demócratas siguen sin movilizar a un electorado abandonado, olvidado y marginado de las contiendas políticas: las clases populares más explotadas y perjudicadas por las sucesivas adaptaciones del sistema económico y social. Las élites demócratas sólo parecen interesadas por los sectores que han podido subir por la escalera social en que se basa el engañoso relato de la política americana.

5. Kamala Harris nunca fue una buena candidata, a pesar del aparatoso esfuerzo de propaganda con que fue acogida su nominación en verano. Un Biden exhausto la escogió como sucesora cuando se vio completamente abandonado por sus colegas del partido, tras un desastroso debate electoral. Los notables azules hicieron virtud de la necesidad y la jalearon como lo que no era: una líder capaz de neutralizar la marea reaccionaria que Trump encarnaba. En esta sección ya señalamos la debilidad de Harris. Pero la rapidez con que acumuló dinero (un factor esencial en la lucha política) y unos sondeos dopados por el alivio que supuso la retirada de Biden hicieron creer que podía ganar.

6. La ambigüedad de la oferta demócrata no ha generado mucha ilusión. Harris sólo ha dejado formulaciones generales en áreas esenciales como la economía, la política exterior y la política social. Las promesas más concretas (en materia de género, fiscalidad o salud democrática) se daban por descontadas, sin novedad alguna que ilusionara a ese electorado desmovilizado. Si la estrategia era atraerse a republicanos moderados, el fracaso ha sido total. Los conservadores norteamericanos nunca -salvo excepciones contadas- optarán por un demócrata, por mucho que desconfíen o les repugne su candidato.

7. Trump ha asegurado el voto del malestar blanco, poco o mal educado, frustrado y resentido con los efectos de la globalización económica y la presentida decadencia de Estados Unidos frente a la irrupción desafiante de China y las resistencias de otros estados emergentes.

8. Los norteamericanos que votan no han tenido problemas para elegir a un criminal convicto para dirigir de nuevo el país. Deberíamos de dejar de considerar esto como  una anomalía. Trump no es una mancha en el sistema, es un producto del sistema político y social norteamericano. El triunfo importa más que cualquier otro valor. El individualismo barre con cualquier propuesta de soluciones colectivas. La retórica patriótica de Trump es un embuste tan burdo que no importa, porque muchos millones -simpatizantes o no- la emplean con hipocresía en sus vidas cotidianas.

9. La incógnita en estos momentos es si Trump se atreverá a hacer todo lo que ha prometido: deportaciones masivas y control militar de las fronteras, rebajas masivas de impuestos, aranceles feroces contra China, Europa y el resto de países competidores en la economía global, giro reaccionario en políticas sociales y culturales y desenganche de las alianzas tradicionales en el mundo. En la campaña, y previamente, el Presidente reivindicado aseguró que no se dejará limitar por el aparato estatal, funcionarial o institucional, si éste se opone al “mandato inequívoco para sanar a América”, como ha dicho en su primer mensaje tras la victoria. En su primera presidencia, Trump vaciló, trampeó, pactó, se contradijo y, cuando tuvo que defender su sillón frente a dos tentativas de impeachment, se acobardó. Nadie se atreve a predecir lo que hará ahora.

10. ¿Agotará Trump su segundo mandato? A pesar de que los republicanos han recuperado el control del Senado y mantenido la mayoría en  la Cámara baja, Trump no disfrutará de un poder sin límites. El poder de un Presidente de Estados Unidos es muy grande, pero no es absoluto. Tiene continuamente que pactar y transigir, y no sólo con sus adversarios políticos sino también con sus propios correligionarios, que defienden intereses a veces distintos o específicos. Las instituciones funcionan en gran medida por encima -o por debajo- de las refriegas políticas. El Deep State  (Estado profundo) tiene reglas,  intereses, privilegios burocráticos y resortes para embridar a un Presidente que pretenda ignorarlos. Trump es un ejemplo paradigmático de ese combate subterráneo. Ya lo fue entre 2017 y 2021 y todo apunta a que se repetirá y profundizará el pulso.

Por eso no debe descartarse un fin prematuro de la segunda presidencia de Trump y el final definitivo de su aventura política. Hay más probabilidades que en dirigentes anteriores de que sea destituido. Bien como efecto derivado de algunas de las siete causas judiciales que pesan contra él o por alguna ilegalidad que pudiera cometer en el ejercicio de su cargo.

Tampoco debe descartarse que sus enemigos reales, los que tienen capacidad para neutralizarlo, puedan presentar un caso sólido de incompetencia, bien por motivos de salud mental o de cualquier otra naturaleza, que lo empujaría a la renuncia.

Y, finalmente, la hipótesis más dramática, que sería la eliminación física. Como todo el mundo sabe, no sería una novedad en la historia americana. Trump ha sufrido un atentado consumado y otro en grado de tentativa. Dos avisos. Pero no es la amenaza de intentonas individuales o de “lobos solitarios” lo más eficaz. Quizás lo que Trump tema más sea una operación secreta, es decir, una suerte de conspiración de perfiles difusos y actores no identificables, que utilicen a un aparente desequilibrado o cualquier otro ejecutor no rastreable.

 

(*) Estos datos son oficiales pero provisionales, emitidos en la madrugada del miércoles

TODO HA GIRADO EN TORNO A TRUMP

30 de octubre de 2024

Toca a su fin la larga e insustancial campaña electoral norteamericana y estamos donde estábamos antes de la forzada renuncia de Biden: Trump, pese a todo, parece conservar sus posibilidades de éxito. El show de la política estadounidense sigue girando en torno a él: por lo que instiga, por las réplicas de sus adversarios, por la pasividad o escepticismo de los neutros y por la adicción masoquista de los medios.

Ciertamente, Trump es un personaje detestable en la más amplia consideración del término. No por sus principios (que nos lo tiene), sino por su personalidad (narcisista ad nauseam) y comportamientos (delincuente, arbitrario, falaz, hipócrita, etc, etc).

Todo esto es demasiado conocido para abundar en ello. Pero eso es precisamente lo que ha hecho la candidata demócrata. Su estrategia ha consistido, desde el verano hasta aquí, en interpretar el papel de su anterior vida profesional (fiscal) y oponerlo al de su delincuente rival. Un versión de tele-realidad muy acorde conla política norteamericana.

LA AMBIGÜEDAD CALCULADA DE KAMALA

Hollywood exige en cualquiera de sus historias llamadas al éxito comercial que se distingan el bueno y el malo. Y Harris, californiana al fin y al cabo y, a la sazón, perteneciente a una generación todavía conformada mentalmente por el cine, ha actuado conforme a esa pauta binaria, maniquea y simplista: la agente de la ley que persigue, atrapa y encierra a los tramposos y a los criminales.

A quienes pedimos a la política algo más que un subproducto del espectáculo, nos ha faltado la explicación detallada de un programa de gobierno, de un proyecto de país, de visión internacional en un momento de crisis global. Kamala apenas ha formulado compromisos  concretos y posicionamientos claros (excepto en algunos cuestiones de género). Se ha mostrado  contradictoria ante el cambio climático, no muy alejada de los republicanos moderados en inmigración, convencional frente al coste de la vida y poco ambiciosa en la redistribución fiscal de la riqueza. En política internacional, poco más que continuista ante las grandes crisis internacionales. Su tibieza ante la tragedia palestina ha causado mucho malestar entre los musulmanes de Michigan y otros estados. En fin, se ha limitado a tocar una música que agrada a sus partidarios más incondicionales y no molesta en demasía a los republicanos incómodos con la demagogia extremista que ha capturado a su partido.

El personaje Kamala es deliberadamente blando: una sonrisa permanente (con frecuencia derivando a carcajadas excesivas, poco motivadas), un lenguaje buenista y un liderazgo precipitado y no contrastado. En tres meses de precipitada carrera ha obtenido mucho dinero (clave esencial de la política norteamericana), un respaldo a todas luces orquestado y un respaldo forzado por las urgencias. Más que una candidata demócrata, Kamala Harris no ha pasado de ser la única opción disponible que aceptaba jugar el papel de buena frente al malo. Una candidata anti-Trump.

Así que Trump, de nuevo en el centro de la trama. El expresidente hotelero ha creado nuevos habitáculos para albergar a toda esa amalgama reaccionaria de la sociedad norteamericana: desde los multimillonarios, cuyo único propósito es ganar dinero y evadírselo al fisco, engañar al Estado y seducir a sus clientes; a las fanáticas masas de cristianos desprovistos de cualquier racionalidad básica o del mínimo sentimiento de piedad teóricamente asociado a sus creencias; a millones de trabajadores manuales o funcionales, de todo oficio y condición, a los que se les ha quebrado el sueño americano en sucesivos ajustes sociales, tecnológicos y financieros.

La clase media, ésa a la que se dirigen los demócratas desde hace decenios, halagada y seducida con estímulos fiscales, cachivaches consumistas y relatos ficcionales sin descanso, es hoy territorio dividido entre los que todavía confían en el Gobierno (allí no se utiliza apenas el término Estado) y los que ya no ven otra opción que hacerlo añicos, en una actitud de suicidio aparentemente incomprensible.

A tenor del empate técnico que dibujan los sondeos (estados clave incluidos), el hechizo veraniego de Kamala Harris se ha disuelto en la corrosiva dinámica del otoño electoral. De poco le ha valido a la Vicepresidenta haber puesto en evidencia las mentiras, inconsistencias y barbaridades de su rival. La sonrisa irónica de la candidata demócrata ante el exhibicionismo lamentable de un personaje de serie B ha sido insuficiente. No hemos sabido mucho más de lo que Harris haría con su país y con el mundo en el que Estados Unidos domina amplia pero no absolutamente.

El riesgo a un ridículo mayor obligó a Trump a eludir ulteriores cuerpo a cuerpo, para refugiarse en sus baños de masas, estrictamente vigilados tras los sobresaltos. El demagogo en jefe se ha dejado deslizar sin freno por una pendiente de insultos, mentiras y amenazas (contra sus rivales, contra migrantes, contra funcionarios díscolos, contra cualquiera que se le oponga). El tono ha resultado  alarmante, incluso para los estándares del personaje. No es del todo extraño que se le haya comparado con Hitler, pese a la improcedencia de la analogía.

EL PELIGRO FASCISTA

El “peligro fascista” ha sido el penúltimo giro en el guion de los estrategas de la campaña de Harris. Del ”tipo raro” que repitió machaconamente la simpática pareja demócrata (Harris-Walz) en sus primeras apariciones como candidatos se ha pasado al “fascista tipo” de estos últimos días. Los demócratas anclan su valoración en idéntica aseveración realizada por exgeneral Kelly, uno de sus numerosos jefes de Gabinete. Otros que salieron escaldados de tan tóxica relación, como el exsecretario de Estado Tillerson o el exsecretario de Defensa Mattis le regalaron en su día epítetos tan poco amables como “imbécil” o “abusón”, entre otras lindezas. El neocon Bolton, que también sucumbió a la atracción fatal del populismo supremacista y le sirvió en el puesto clave de  Consejero de Seguridad para orquestar golpes de Estado que no cuajaron, terminó calificándolo de “ignorante”. No hay espacio para detallar otras descalificaciones y reproches.

Por eso, las gruesas acusaciones demócratas llueven sobre mojado. Al hombre que dijo, en el arranque de su carrera presidencial en 2016, que “podría disparar a cualquiera en plena Quinta Avenida de Nueva York y no perder votos”, las imputaciones de fascismo, de autoritarismo, de amenaza para la democracia le hacen poco daño, porque cuenta con la lealtad ciega pero estridente de millones de ciudadanos irritados, frustrados o simplemente molestos con unas vidas que ya son lo que les prometían.

Se dice, con impropia contundencia, que Trump es un político antisistema, por sus posiciones antiliberales, aislacionistas, xenófobas, etc. Pero, en realidad, Trump es un producto inevitable del sistema norteamericano. No aspira a destruirlo sino a demoler los controles, frenos y rectificaciones tibias y engañosas para mitigar los tremendos desequilibrios sociales. Trump no es un conservador como Reagan, ni es un neocon como la pandilla de Bush Jr. Ni siquiera es un tramposo oportunista como Nixon. Es el resultado denigrante de todos ellos: un simple demagogo capaz de haber sobrevivido a la vergozante exhibición de sus torpezas, incompetencias, disparates y delitos. Incluso los magnates que se han hecho con el control de medios liberales emblemáticos, como el Washington Post o Los Angeles Times han eludido apoyar expresamente a su oponente demócrata: temen -o simplemente creen- que puede ganar y que habrá que vivir con él.

Frente a esa marea repulsiva que no deja de fluir, los demócratas no han encontrado el discurso capaz de reconducirla al vertedero de la historia. No han ofrecido un proyecto claro para millones de norteamericanos que ni siquiera se plantean votar, que no creen en el sistema, sino que tratan de sobrevivir a sus abusos, agresiones y falsedades. La campaña de Harris ha pivotado sobre el anti-Trump, en un envoltorio de apelaciones abstractas y grandilocuentes a la democracia, a la libertad, a la esperanza, al futuro. Ideas solemnes grandes, escasas soluciones.

Aún en el caso de que Kamala Harris gane la semana próxima, Trump se resistirá a desaparecer de una escena a la que se ha aficionado con malsana adicción. Cuestionará los resultados, volverá a convocar esquinadamente a los descontentos, azuzará las más bajas pasiones pseudopolíticas. En definitiva, su presencia no dejará de atormentar a la nación como una mala digestión. 

ISRAEL QUIEBRA EL DISCURSO LIBERAL

23 de octubre de 2024

El asesinato del líder de Hamas, Yahia Sinwar (pronúnciese Sinuar), ha constituido un doble mensaje de atención sobre la carnicería de Gaza, después de algunas semanas en relativo segundo plano, debido al desplazamiento del foco internacional hacia Líbano, las derivas migratorias en Europa y el pulso electoral en Estados Unidos.

El primer mensaje es mediático y propagandístico: Israel presentó al dirigente palestino aislado, derrotado, humillado y acobardado. La imagen ya forma parte de la galería de los horrores de la iconografía deshumanizadora del enemigo. Se detecta un placer insano en este exhibicionismo que persigue continuamente personificar el mal.

Durante mucho tiempo, se atribuían estas prácticas a las dictaduras y a los terrorismos. De un tiempo a esta parte, se han acabado los filtros y el autocontrol. En Estados Unidos, algún comentarista ha escrito que la administración Obama no exhibió el cadáver de Bin Laden o sus últimos segundos de vida, como ha hecho en cambio Israel con Sinwar. Tampoco la muy poco delicada administración neocon de George W. Bush filtró la ejecución en la horca de Saddam Hussein (aunque sí vimos al dictador iraquí después de ser atrapado en el zulo donde se escondía). El final filmado de Sinwar recuerda al linchamiento de Gadafi, realizado por las bandas armadas apoyadas por Occidente que iban a liberar Libia y han hundido al país en el caos.

El segundo mensaje es especulativo: se refiere a la posibilidad de que esa muerte pueda favorecer el final del martirio de Gaza. Biden lo estimuló con uno de sus insostenibles llamamientos a la negociación. Netanyahu le respondió con su arrogancia acostumbrada: “la guerra no ha terminado”.

En efecto, la guerra terminará cuando Israel consume su venganza por el 7 de octubre. No lo parará nadie, ni siquiera le privarán de los recursos militares que precisa. No se trata ya de los rehenes, o no principalmente,  se diga lo que se diga oficialmente. Probablemente, la mayoría estén ya muertos o morirán en los bombardeos siguientes. El sector dominante del gobierno quiere la aniquilación total del enemigo. Y gran parte de la sociedad: el 78% de los votantes del Likud (la derecha que lidera Netanyahu) se opone a detener la exterminación aunque sea para favorecer la liberación de los rehenes, según una encuesta del Canal 13 de la televisión israelí.

Los radicales no se conforman con esto: quieren recolonizar Gaza y, en el frente norte, neutralizar el sur del Líbano eliminando la capacidad militar de Hezbollah, aún a costa de una pavorosa  destrucción. Pero hay más. Los partidos religiosos y los representantes del movimiento de los colonos más fanáticos quieren aprovechar el momento para completar la ocupación de Cisjordania y acabar con cualquier tentación de entendimiento futuro con los palestinos “moderados”. Generales y responsables de la seguridad interior han advertido del peligro que esto supone, pero Netanyahu juega con este hipótesis por cálculos políticos egoístas (1).

En este ambiente, , el Secretario de Estado norteamericano intenta componer un puzzle casi imposible. Blinken quiere implicar a los países aliados del Golfo en la reconstrucción material de Gaza y en un nuevo esquema de seguridad que aplaque a Israel. Pero las petromonarquías ponen condiciones: un paraguas defensivo norteamericano con fuerza legal (una especie de tratado de defensa) y, para consumo interno, el compromiso de un futuro Estado palestino (2). La cuadratura del círculo, tal y como están las cosas.

LA IMPOSIBLE VICTORIA DEFINITIVA

En 1982, el Ejército israelí invadió Líbano con el propósito de acabar con la OLP, que por entonces había establecido allí su centro de mando. Llegó hasta Beirut, arrasando con todo lo que se encontraba a su paso y delegó en sus aliados de la falange libanesa la espantosa masacre en los campamentos de refugiados palestinos de Sabrá, Shatila y Burg-el-Barajneh. Arafat y su estado mayor se vieron obligados a huir a Túnez, donde tampoco les esperaría la tranquilidad. El jefe operativo de aquella operación fue el entonces Ministro de Defensa, Ariel Sharon, uno de los héroes del sionismo. Quince años antes había transformado la derrota inicial de la guerra del Yom Kippur en una audaz victoria en el Canal de Suez, lo suficientemente contundente como para acabar con el espíritu bélico de las élites militares y políticas egipcias. Pero aquel soldado abrasivo e incontrolable aprendió que no es lo mismo un Estado que tiene algo que proteger y conservar que una resistencia armada que poco o nada tiene que perder. Egipto firmaría la paz años después de aquel último intento de derrotar a Israel. La lucha palestina continuó bajo formas distintas, con acciones armadas o levantamientos populares (Intifada), a pesar de la división política, doctrinal y religiosa.

Insensible a estas previsiones, Netanyahu aspira a convertirse en el Sharon de esta época y exterminar a Hamas como actor militar y político. Analistas poco sospechosos de simpatía palestina advierten que tal propósito es inútil o de corto vuelo. La resistencia palestina opuesta a cualquier entendimiento con Israel resurgirá, sea cual sea su denominación, estructura y liderazgo (3). La espantosa masacre de Gaza abonará el resentimiento y la hostilidad entre los palestinos que han sobrevivido y los que han presenciado la tragedia. Un nueva Nakba, como la de 1948, privará a Israel de esa tranquilidad de cementerio que sus dirigentes han prometido.

Aunque los casos sean muy distintos, puede servir de referencia la liquidación de Bin Laden, precedida del debilitamiento militar de Al Qaeda. No tardó mucho en emerger el Daesh, mucho más virulento aún. Derrotado finalmente también, el extremismo yihadista parece neutralizado, pero nadie se atreve a certificar su final.

EL PERMANENTE DOBLE RASERO

Más allá del inmenso daño infligido a las poblaciones locales de Gaza y Líbano, la barbarie israelí está quebrando el discurso liberal. Hace tiempo que Israel ha dejado de ser el exponente de esa “civilización universal” con que se la presentaba en Occidente. La complicidad activa o pasiva de las democracias occidentales  se ha visto reforzada por el inflado discurso liberal ante la guerra de Ucrania. El doble rasero no es, ni mucho menos, una novedad. Pero la coincidencia de ambas crisis desnuda cualquier propósito justificativo.

Esto es precisamente lo que aborda un libro que acaba de aparecer en Francia. Edwy Plenel, exdirector de LE MONDE y fundador de Mediapart (una plataforma de denuncia de las malas prácticas políticas) arremete contra la hipocresía de la política exterior europea. El alegato parte de una crítica a la visión del mundo que presentara en su día Josep Borrell, expresada en el contraste entre el jardín (Europa) y la jungla (el resto del mundo no occidental). Plenel deplora que, en la tragedia de Gaza, los jardineros europeos hayan “abandonado la preocupación por el mundo y la humanidad”. Para ser justos, Borrell ha sido una de las voces europeas más críticas con Israel, junto con la del Presidente Sánchez. En todo caso, el reproche de Plenel va dirigido a la “geometría variable” del discurso exterior europeo (4).

En Estados Unidos, principal garante y coparticipe de los intereses israelíes, estas contradicciones se ignoran olímpicamente. Se impone sin rubor esta política de afear públicamente los “excesos” de Israel mientras se le garantizan los medios para ejecutar sus políticas. La coordinación es total cuando se trata de infligir un correctivo a Irán. Israel informa a Estados Unidos de sus planes de represalia y la administración Biden suministra al gobierno de Netanyahu el material antiaéreo más sofisticado de su arsenal para blindarse ante una posible -aunque improbable- réplica iraní.

En la retórica electoral, los demócratas se presentan como garantes de la democracia y del orden liberal global y pintan a Trump como aliado de las autocracias. Una verdad a medias. Ningún líder demócrata se ha planteado ni por un momento cortar el suministro de armas a Israel ni dejar de darle cobertura diplomática cuando la precise, aunque lo reclamen cada vez con más fuerza parte de sus bases sociales.

Una victoria de Harris mantendrá este relato de malestar contenido, invocaciones a la concordia, defensa de la fórmula desequilibrada de los dos Estados...  y poco más. Un triunfo de Trump, se dice, eliminará este falso envoltorio moral y extenderá un cheque en blanco a Netanyahu, sin comentarios paternalistas al dorso.

 

NOTAS

(1) “Israel’s Hidden War. The Battle Between Ideologues and Generals That Will Define the Country’s Future”. MAIRAV ZONSZEIN (International Crisis Group). FOREIGN AFFAIRS, 15 octubre.

(2) “How Blinken can seize opportunity after the death of Sinwar and Nasrallah. DAVID MAKOVSKY. THE WASHINGTON INSTITUTE, 22 octubre.

(3) “Sinwar's death is serious blow to Hamas, but not the end of the war”. JEREMY BOWEN. BBC, 18 octubre; “Sinwar's death is serious blow to Hamas, but not the end of the war”. BEN HUBBARD. THE NEW YORK TIMES, 18 octubre; “Sinwar Is Dead, but Hamas Will Survive”. AUDREY KURTH CRONIN. FOREIGN AFFAIRS, 19 de octubre; “Sinwar is dead. Hamas is very much alive. History shows that you can’t kill your way out of a resistance movement”. STEVE COOK. FOREIGN POLICY, 18 octubre.

(4) “‘Le Jardin et la jungle’: Edwy Plenel s’attaque à l’hypocrisie de la diplomatie européenne”. JEAN-PIERRE STROOBANTS. LE MONDE, 18 octubre.

 

 

 

EUROPA, EN LA TRAMPA BÉLICA

16 de octubre de 2024

Los ecos de la guerras que llegan del Este se hacen más inquietantes a medida que transcurren las semanas. No hay perspectivas de conclusión en Ucrania, mientras que en Oriente Medio la vengativa y desproporcionada campaña israelí apunta a un nuevo ciclo de guerras locales, respuestas guerrilleras urbanas y amenazas de abrasamiento regional o estallidos localizados.

Europa está fuera de la gestión de la crisis bélica en Palestina y Líbano,pero sufre sus consecuencias. De forma inmediata, los ataques israelíes sobre la FINUL (fuerza de la ONU en Líbano), integrada por soldados españoles e italianos, entre otros. Estos cascos azules, como tantos otros, protegen poco, influyen menos e intimidan nada. Les aceptan los más débiles y les desprecian los más fuertes. Es una historia que se repite, con pocas excepciones, en el historial de las misiones internacionales mal llamadas de paz. Las airadas protestas de los ministros de exteriores difícilmente cambiarán el rumbo de las cosas.

A medio plazo, esta escalada bélica, más controlada de lo que parece, puede crear aún más complicaciones a Europa, si hubiera alteraciones en la circulación del petróleo procedente de esa zona. Incluso el riesgo de que eso suceda podría provocar un pánico que elevaría los precios.

El estancamiento de la guerra de Ucrania, con avances lentos pero mantenidos de las fuerzas rusas en Donetsk, ataques simultáneos contra infraestructuras civiles y militares e incrementos de armas entregadas por terceros dibujan un panorama sombrío del futuro cercano. Si la guerra afectara a los suministros de gas ruso, de una u otra manera, Europa sentiría sin duda la sacudida.

OTRA CURA DE AUSTERIDAD A LA VISTA

Los gobiernos europeos aprietan los dientes para hacen tragar a los ciudadanos otra cura de austeridad, la llamen como la llamen. Si se pone el foco en las tres grandes economías europeas (Alemania, Francia y Gran Bretaña), que influyen notablemente sobre el rumbo de las demás, lo que vemos son horizontes de crisis.

Alemania, si no hay sorpresas poco probables, cerrará 2024 con recesión, por segundo año consecutivo (-0,3% en 2023). La producción industrial ha caído, en particular la del sector de automoción (1). El pulso comercial europeo con China (la tercera guerra actual, ésta comercial) ha puesto a la primera potencia europea en estado de alarma. Berlín se ha desmarcado de la UE, pero no puede evitar el daño. Pekín sabe que los alemanes son el eslabón más débil de una guerra de nervios en el peor momento posible (2).

China es formalmente neutral en la guerra de Ucrania, pero se sabe que favorece a Rusia mediante una política de exportaciones de productos de doble uso (civil y militar) que alivia el bloqueo occidental a Moscú. El enfrentamiento comercial en forma de aranceles y tasas extras de aduana es otra forma de combate que deja víctimas por doquier.

El gobierno alemán está contra las cuerdas. La derecha democristiana ha puesto al frente a un dirigente que lleva años deseando romper con la herencia de Merkel y acabar con cualquier forma de restricción de la austeridad. Friedrich Merz puede ser canciller a finales del año próximo y, si en estos meses no se suaviza el clima político interno y externo, con mayoría absoluta. La extrema derecha, tras avanzar sus peones en el Este, podría ofrecerse como fuerza de reserva en caso de que las crisis bélicas se prolongasen y la base de la derecha se erosionara.

FRANCIA: COALICIÓN BAJO TENSIÓN

En Francia, también hay clima de alarma. Los indicadores macroeconómicos no pueden ser peores, en particular, los de déficit y deuda. El gobierno de derechas es minoritario en el ánimo de la nación, pero ha sido cocinado a partir de una receta inspirada desde el Eliseo, con los ingredientes autoritarios tradicionales de la V República. El primer ministro Barnier ha terminado colocando a sus correligionarios, antiguos gaullistas, conservadores de toda hora, en puestos clave del gobierno, en especial el Ministerio del Interior. Bruno Retailleau no ha dejado pasar mucho tiempo antes de anunciar que, pese al rechazo de los macronistas, va a proponer una nueva Ley de Emigración, más restrictiva aún que la aprobada por decreto en diciembre. Como responsable de la policía se espera de él mano dura, si la austeridad anunciada por Barnier y sus ministros liberales del área económica provoca respuestas sociales contundentes.

Hay que “sacar” 60 mil millones de francos imperativamente para reducir el déficit, rebajar la deuda y cumplir con las promesas de corrección que París ha hecho a Bruselas. Barnier plantea un recorte de 40.000 millones en gastos y obtener los 20 mil millones restantes de una mayor presión fiscal (2). En este punto aparecen las contradicciones de la actual alianza de gobierno. Los liberales y centristas próximos a Macron no quieren subidas importantes de  los impuestos y presionan a favor de reducción de gastos, pero el primer ministros y sus colegas conservadores son tradicionalmente renuentes a políticas demasiado liberales (3).

A cuenta de este debate sobre fiscalidad y déficit, tiene mucho interés la propuesta de Thomas Piketty. Bastaría con imponer una tasa excepcional de un 10% a las 500 mayores fortunas del país, para obtener 100.000 millones de euros, lo que resolvería el agujero en las arcas públicas. Las resistencias, que Piketty examina y desautoriza, reflejan las trampas políticas de la economía.

Desde la izquierda se protesta con la debilidad propia de una unidad cogida con alfileres, asaltada por continuas presiones del ala derecha del Partido Socialista y sobreactuaciones innecesarias de los insumisos frente a sus socios de coalición. No está claro que la izquierda controle la calle, en caso de desbordamiento social. O que sepa orientar esa presión hacia un desgaste insoportable de una derecha, cuya legitimidad para gobernar se encuentra desde un principio en entredicho. La beneficiaria de esta crisis política sin solución a la vista es la extrema derecha, que ha puesto un precio muy preciso a su apoyo exterior al gobierno: postulados migratorios y de orden público sin concesiones. Las huestes de Le Pen adoptan discursos equívocos contra la austeridad y la “preferencia nacional” en el reparto de las ayudas sociales.

EL LABORISMO, ATASCADO

En Gran Bretaña, el nuevo gobierno laborista no termina de arrancar. A finales de mes debe presentar sus Presupuestos al Parlamento. Lo que se ha filtrado hasta la fecha no cumple con la expectativas de una amplia base social que le devolvió la confianza electoral el pasado verano. Los indicios son tan claros que decenas de diputados laboristas se han anticipado en sus reservas y han pedido a la canciller (Ministra de Economía), Angela Reeves, que no se desvíe de las promesas hechas a los electores, en particular sobre el reforzamiento de los servicios públicos, ahora bajo mínimos. Pero el programa laborista exigiría 25 mil millones de libras suplementarios anuales, que sólo podrían obtenerse de una subida impositiva.

El primer ministro Starmer no termina de definirse. Para complicar la cosas, le ha estallado uno de esos mini escándalos tan habituales en la política británica. Se le acusa de haber aceptado regalos y prebendas, menores pero inapropiados y sobre todo muy incómodos en este momento de definición. Por lo demás, ese centrismo -que supuestamente le sirvió para desterrar de nuevo las tentaciones izquierdistas cíclicas en el laborismo- ha virado hacia una posición derechista en materias como inmigración o relaciones exteriores. 

Los elogios de Starmer a su colega italiana, Giorgia Meloni, por la “eficacia” de su política migratoria han causado una profunda irritación en sectores laboristas. Se teme que el primer ministro esté preparando a su base electoral para que asimile medidas muy restrictivas en la materia, sólo diferentes en estilo, que no en sustancia, de las aplicadas por los tories.

En política exterior, el primer ministro laborista ha confirmado sus posiciones proisraelíes, ya desplegadas durante la campaña contra el supuesto antisemitismo en su partido, lo que permitió purgar a cargos y dirigentes críticos con Israel.  Starmer se ha alineado con Biden, en esa reedición invariable de la “relación especial”, que convierte a Downing St. en  la sucursal europea de la Casa Blanca.

ESPERANDO A NOVIEMBRE

En la guerra de Ucrania, los laboristas británicos también adoptan el libreto que se escribe en Washington: apoyo firme al gobierno de Kiev, pero con el claro límite de no provocar a Moscú, lo que se traduce en la prohibición de usar las armas para atacar objetivos sensibles dentro del territorio ruso. El resto de los países europeos, salvo bálticos y polacos, comparten esta línea.

Las contradicciones británicas sobre Ucrania no son distintas a las europeas. El interés general empuja hacia alguna forma de solución negociada, pero, en las actuales circunstancias, esa opción favorecería con matices a Rusia, y eso es algo que los gobiernos europeos, presos de su retórica, no se pueden permitir. Ciertamente, ese opaco “Plan de la Victoria” que Zelenski ha presentado en las principales capitales occidentales no ha despertado mucho entusiasmo, pero no se reconoce abiertamente. De ahí que se apriete el nudo de las sanciones a Moscú y  se aumenten los préstamos a Kiev:  otros 35 mil millones de euros en 2025.  Para no agravar más las finanzas europeas, se tirará de los intereses que han generado los fondos rusos congelados en bancos e instituciones financieras europeas (7). De esta forma se ayuda a Biden a mantener abierto el grifo de asistencia a Ucrania, frente a las resistencias crecientes de los republicanos. Al menos en lo que resta de año.

Después de las elecciones de noviembre, se verá. Si gana Harris, se prevé continuismo en política exterior; es decir, más guerra, contenida en Ucrania y barra libre rebajada con regañinas a Israel en Oriente Medio. Pero se trata de previsiones inciertas: las encuestas predicen que los republicanos recuperarán el control del Senado y, aunque pierdan la Cámara Baja, ganarán espacio político para obligar a reconsiderar la política ucraniana de Estados Unidos y ampliar aún más el respaldo a Israel.

¿Y si gana Trump? Nadie quiere formularse ahora esa pregunta... públicamente al menos.


NOTAS

(1) “An Existential Crisis in the German Auto Industry”. DER SPIEGEL, 27 de marzo.

(2) “The EU hits China’s carmakers with hefty new tariffs”. THE ECONOMIST, 12 de junio.

(3) ”Le gouvernement promet 40 milliards d’économies dès 2025”. LE MONDE, 2 de octubre.

(4) ”Les propositions de Gabriel Attal, une mise en garde à Michel Barnier”. LE MONDE, 10 de octubre.

(5) ”L’imposition des milliardaires est un débat politique et non juridique”. THOMAS PIKETTY. LE MONDE, 12 de octubre.

(6) “Labour needs £25bn a year in tax rises to rebuild public services”. THE GUARDIAN, 10 de octubre.

(7) “Les Européens s’accordent sur une nouvelle aide financière à l’Ukraine”. LE MONDE, 10 de octubre.

 

LA AUSENCIA EUROPEA EN ORIENTE MEDIO

 9 de octubre de 2024

Un año después del ataque de Hamas contra territorio israelí fronterizo con la banda de  Gaza, se ha producido un esperado aluvión de reportajes, análisis y prospectivas sobre ese acontecimiento y sus consecuencias. El espectro de una guerra general en la región es más intenso cada día. Además de Israel y los palestinos, otros países se han visto involucrados de forma directa, con mayor o menor intensidad: Líbano, Irán, Irak, Yemen y Siria. Las grandes potencias no han podido, sabido o querido frenar la escalada, por complicidad con Israel (Estados Unidos), por falta de instrumentos efectivos o por cálculo estratégico (China y Rusia). En el caso de Europa, por una combinación de factores.  

Esta semana, el Alto representante para la política exterior europeo, ya saliente, Josep Borrell, lamentaba ante el Parlamento de los 27 la “ausencia” de Europa ante la nueva catástrofe en Oriente Medio. “Es fundamentalmente por la división”, dijo. Las palabras de Borrell son acertadas, pero obvias. Aunque se encuentre en retirada, se supone que aún tiene responsabilidades que le obligan a ser prudente.

Los contrastes europeos reflejan las contradicciones de las políticas oficiales, pero también el pluralismo de opiniones ciudadanas. La división, en realidad, es una constante de la política exterior europea. Esto viene determinado menos por las diferentes posiciones políticas de los partidos gobernantes en cada país que por los intereses no siempre convergentes. En el caso de Israel, Palestina y Líbano se ha podido apreciar claramente.

Los socialdemócratas alemanes coinciden con sus socios de gobierno, verdes y liberales, sin apenas problemas, pero también con la derecha francesa y los ultraconservadores italianos que mandan en Roma. Incluso fuera de la UE, pero europeos al fin, los laboristas ahora gobernantes en Londres no tienen fricciones con los tories recientemente expulsados del poder. Todos ellos han mantenido una posición marcadamente proisraelí, aunque se hayan mostrado un tanto compungidos por la abrumadora dimensión ante la muerte, la destrucción, el hambre y las enfermedades que asolan Gaza.

Europa arrastra aún la vergüenza del holocausto. En el caso alemán, el apoyo a Israel ha sido acrítico, y costoso (1). En otros países europeos enemigos del III Reich en la segunda guerra mundial, la pasividad cuando no la complicidad ante la persecución, la desposesión y la masacre de los judíos es menos conocida o ha sido menos aireada.

La división de Palestina, la creación del Estado sionista y las sucesivas guerras árabe-israelíes con sus secuelas de “terrorismo” y crisis energéticas han ido moldeando pero no necesariamente unificando la posición europea ante el conflicto.

Sin duda, se han hecho esfuerzos, como por ejemplo la ya muy lejana Declaración de Venecia (1980), que pretendía equilibrar la defensa de los derechos derechos palestinos e israelíes.  En esa línea se ha venido trabajando hasta ahora, pero desde una posición subsidiaria de Estados Unidos, como superpotencia decisoria, formalmente mediadora pero en la práctica completamente alineada con las posiciones israelíes. Hasta los noventa, Washington tuvo que pactar su política con Moscú, que se erigió en defensor de la “causa árabe”, más por la lógica de los bloques que por convicción.

Desde la desaparición de la URSS , la pax americana (es decir, el enquistamiento del problema palestino en una región sacudida por guerras sin fin) ha sido una constante. Europa ha puesto mucho dinero y apoyo técnico y civil para endulzar la amargura palestina. Estados Unidos ha dado cobertura política, diplomática y militar a Israel, sin importarle demasiado que éste haya minado sistemáticamente la viabilidad de ese futuro Estado palestino multiplicando sin cesar las colonias. Desde Oslo hasta aquí, la falacia de la convivencia asimétrica ha quedado definitivamente enterrada en Gaza.

En Europa, esa sensación de impotencia que Borrell expuso en la tribuna del PE ha tenido su lado menos malo. Habría sido peor ser cómplice activo de las equívocas negociaciones de alto el fuego en Gaza (2). Privada de influencia relevante, la energía europea se ha consumido en aplacar los contrastes provocados por las distintas sensibilidades.

España ha mantenido una posición destacada en la crítica de la actuación sin medida de Israel y su defensa de los derechos palestinos con el anuncio del reconocimiento de su Estado. Pero se trata de un gesto simbólico, solo acompañado por Irlanda y, fuera de la UE, por Noruega, por falta de consecuencias prácticas. Israel se ha despachado a gusto con falsas acusaciones de antisemitismo y la retahíla de descalificaciones vertidas contra quienes rechazan sus venganzas o se oponen a sus designios de poder absoluto.

Francia ha emitido señales contrarias, pero tardías. No es casualidad que el Presidente Macron haya levantado la voz después de los feroces bombardeos israelíes sobre Líbano. Paris todavía opera allí con un lógica neocolonial. Ese país sigue siendo un coto francés para sus socios europeos. Estados Unidos le consulta habitualmente, aunque sirve de muy poco. En esta ocasión, el Presidente francés se ha mostrado irritado por la nula disposición norteamericana para frenar a Israel en su fiebre militarista, al reprochar a su socio americano que siga proporcionándole armas con las que ejecuta la masacre (3). Ningún otro socio europeo, salvo los mencionados, ha hecho coro al Presidente francés.

En la escala de complicidad occidental sobre el tormento palestino, Estados Unidos ocupa el lugar preeminente, no solo por el citado suministro de armamento, sino también por una práctica negociadora hipócrita. La candidata demócrata, en su línea de calculada ambigüedad, ha tratado de desmarcarse tímidamente del apoyo férreo e incondicional de Biden a Israel. Este lunes, en la CBS, Kamala Harris evitó considerar a Netanyahu como un “aliado cercano” (4). Pero no parece suficiente para despejar dudas y disolver el malestar entre sus propios ciudadanos de origen árabe, con cuyos portavoces se ha reunido varias veces. El descontento es tan grande que, en un estado tan decisivo como Michigan, en el Medio Oeste, la falta de respaldo de esta minoría puede costarle las elecciones en noviembre (5).

NOTAS

(1) “Berlin's Support for Israel Is Damaging Its International Standing”. DER SPIEGEL, 5 de abril.

(2) “Guerre à Gaza: la faillite diplomatique de l’Union européenne”. LE MONDE, 2 de junio.

(3) “Emmanuel Macron se prononce en faveur de l’arrêt des livraisons d’armes à Israël pour la guerre à Gaza”. LE MONDE, 5 de octubre.

(4) https://www.cbsnews.com/video/kamala-harris-us-israel-relatioinship-60-minutes-video/

(5) “The Mideast War Threatens Harris in Michigan as Arab Voters Reject Her”. THE NEW YORK TIMES, 7 de octubre