20 de febrero de 2009
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha conseguido, a la segunda, garantizar legalmente la posibilidad de ser reelegido sin limite. El triunfo en el referéndum del 15 de febrero por un convincente 54,4% de los votos rectifica la derrota de diciembre de 2007 y cumple uno de sus sueños: optar a permanecer en el poder hasta el bicentenario de la muerte de Bolívar.
Chávez está acostumbrado a volver después de fallar. Es una constante de su carrera política. Si se repasan sus biografías (léase la de Gott, prosélita, o la de Alberto Barrera, crítica), se comprende perfectamente cómo debajo de esa apariencia pintoresca -por momentos lindando con lo grotesco- se ha ido forjando una fortísima determinación de cumplir con lo que él mismo considera que es su destino. En sus años de formación militar, en la desafortunada operación del golpe militar de 1992, en los días de la esperpéntica conspiración con la que en 2002 Estados Unidos (¿con la anuencia de Aznar?) trató de desalojarlo del poder, en la transformación de PVDSA en un instrumento de su proyecto político.... En todos esos momentos cardinales de su trayectoria política, siempre hubo un disparo fallido antes de acertar con el blanco.
Ahora, ha vuelto a ocurrir. La claridad no es una fortaleza de Chávez. Perdió la apuesta de la permanencia porque la embarulló con confusas propuestas de orden constitucional y jurídico que resultaban indigeribles, en primer lugar para sus propios partidarios. El líder bolivariano ha construido una proyecto político doctrinalmente inverosímil, de difícil explicación y, por tanto, de imposible comprensión en Europa y entre las élites intelectuales tibiamente progresistas de América Latina. Como militar que es, que no ha dejado de serlo, Chávez sacrifica a la estrategia todos los recursos tácticos. El fin justifica –y confunde- todos los medios.
Esos medios son, en un momento dado, unos; más tarde, otros. De ahí su falta de consideración con los procedimientos, lo que sirve a algunos –mal intencionados- para motejarlo de “dictador” y a otros para calificarlo de “esperpéntico”. Los pretendidamente neutrales lo despachan con el apelativo de “populista”. La habilidad de Chávez, estos diez años de permanencia en el poder, ha consistido en vestir trajes de estos tres atributos, en función de sus intereses inmediatos. Chávez es un hombre de acción, por eso no le preocupa equivocarse. Intuye que los errores sirven para avanzar: tropezar, y no caer es adelantar camino.
Pero si nos esforzamos por hacer un análisis objetivo de lo que ha cambiado esta última década en Venezuela, debemos admitir que algunos logros de esta “revolución bolivariana” son innegables. Por primera vez en la historia de Venezuela, el petróleo ha dejado de ser el “excremento del diablo” para beneficiar a toda la población. Lo que gobiernos conservadores, democristianos o socialistas no pudieron o no supieron hacer, lo ha hecho Chávez. Todos tuvieron su boom: ninguno lo aprovechó para reducir las desigualdades y para darle un proyecto de desarrollo viable al país.
Para ser justos, Chávez ha hecho lo primero, pero no lo segundo. La pobreza se ha reducido en Venezuela como en ningún otro país de la región. Las clases populares, por primera vez en la historia, pueden disfrutar de un cuidado médico. El analfabetismo ha sido erradicado. El salario mínimo es el más alto de América Latina. Las pensiones llegan para vivir. La gente humilde siente que tiene un Gobierno.
Dicho lo cual, las debilidades bolivarianas son apabullantes. Se ha repartido riqueza, pero no se ha creado. Como dice Alberto Barrera, “la revolución es un sueño de liquidez, una riqueza que no necesita producirse, que sólo requiere ser distribuida: la gran utopía del consumo de todo país petrolero”. La corrupción se mantiene: existía antes y sigue existiendo ahora. No debe imputarse a Chávez: es un fenómeno cultural muy profundamente arraigado en el país.
A los pobres se les proporciona ahora más atención, pero Chávez no ha podido cambiar el Estado que heredó. Los servicios públicos tradicionales están en ruinas. Como decía uno de sus altos colaboradores, Chávez los considera irreformables y por eso ha construido una estructura paralela, provisional. De nuevo, medios accidentales para hacer posible los fines perseguidos. En esto, Chávez no ha copiado a Fidel, pero ha inspirado a Evo Morales, aunque el gas boliviano no tenga la capacidad “transformadora” del petróleo venezolano.
El chavismo ha descansado sobre la determinación de su líder e inspirador, pero también sobre la debilidad de sus rivales. La oposición es incoherente y carece, probablemente, de proyecto político, más allá de acabar con Chávez. Hace un par de años, con motivo de las últimas elecciones presidenciales, recorrí algunas regiones de Venezuela y hablé con el candidato forzadamente unitario de la oposición, Manuel Rosales. Era el líder incontestable de Zulia, el departamento más rico del país, donde se produce la mayor parte del petróleo. Rosales criticaba el populismo de Chávez, pero incurría en lo mismo que denunciaba. Montaba tenderetes con atención médica y reparto de medicamentos en bolsas con su nombre y su imagen, siendo como era todavía gobernador y no simplemente candidato.
Después de su derrota, Rosales se ha recolocado en la alcaldía de Maracaibo, la capital de Zulia, pero seguramente nunca será presidente de Venezuela. Otros líderes con minúsculas han ido emergiendo, como el alcalde metropolitano de Caracas, para alimentar la esperanza del recambio. A falta de formaciones políticas, grupos sociales se erigen en portavoces del descontento, como los medios de comunicación o, ahora, los estudiantes. Son expresiones coyunturales de una clase media que detesta a quien ha sacado a la superficie a los más pobres y les ha dado visibilidad, voz y mensaje. Aunque, seguramente, no les haya garantizado, ni mucho menos, futuro.
El capital extranjero ha huido por las nacionalizaciones. En 2008, el petróleo representó el 93% de las exportaciones de Venezuela, frente al 69% hace diez años. Ahora que la demanda mundial de petróleo es débil, la oligarquía confía en que el motor desbocado del chavismo se quede sin gasolina y el fervor popular se torne en amargo desencanto. Consciente de las dificultades, el versátil militar ha vuelto a corregir el tiro. Después de haber nacionalizado los pozos en 2007, y obviando litigios pendientes, ofrece ahora concesiones a las multinacionales, para asegurar la explotación más eficaz de las mayores reservas mundiales de crudo, en el Orinoco. Así, cuando se produzca la recuperación mundial, la debilidad productiva venezolana ya no sería un problema, como hasta ahora. Todavía hoy, Venezuela produce menos barriles diarios que en 1998.
Está por ver si, como consecuencia de estas maniobras y contradicciones, llegará el día en que, cuando quiera volver a llamar por segunda vez a las puertas de la historia, Chávez se encuentre con las manos atadas. A su espalda.
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