16 de febrero de 2009
Bush le ha dejado un legado complicado a Obama en Irán. Durante meses, la opción de un ataque militar para abortar el programa nuclear iraní estuvo en la mesa del despacho Oval. Pero las exigencias en Irak y las discrepancias en el Pentágono demoraron la decisión.
Obama ganó las elecciones con una promesa de recuperar el diálogo diplomático, pero sin descartar las opciones de fuerza. El último elemento de “aguda preocupación” para la nueva administración de tensión ha sido la puesta en órbita del primer satélite iraní.
Los escenarios de una eventual acción militar norteamericana serían los siguientes: destrucción de la central nuclear de Natanz, bombardeo aéreo de las bases militares iraníes para neutralizar la respuesta, infiltración de fuerzas de élite desde Afganistán e Irak y un eventual bloqueo naval.
Los riesgos que presentarían estas operaciones militares serían los siguientes:
- El ejército iraní no es desdeñable, y menos si se trata de defender el suelon patrio.
- Misiles iraníes, pero también palestinos (Hamas) y libaneses (Hezbollah) podrían golpear Israel, lo que complicaría todo el escenario regional.
- Posible cierre del estrecho de Ormuz, lo que entrañaría el peligro de alterar el suministro de petróleo desde el Golfo Pérsico.
- Riesgo de no destruir por completo las instalaciones, lo que evitaría una “solución” para siempre y convertiría la crisis en un asunto por resolver.
Y si Washington no lo hace, tal vez Israel tomaría el relevo. Esta posibilidad aumentaría, si se confirmara una deriva extremista en el estado judío. La cuestión es si Obama podría evitarlo, como hizo Bush el año pasado, cuando le negó apoyo a Olmert en tres demandas, como reveló David Sanger en el NEW YORK TIMES: munición específica para destruir la central de Natanz (Israel no dispone de ella), permiso para sobrevolar Irak y suministro en vuelo de sus aviones.
Mohsen Rezai, ex-jefe de los Guardianes de la Revolución, le ha dicho al analista norteamericano Roger Cohen que Estados Unidos tiene limitada su capacidad de intervención militar durante una década (hasta que se recupere de la guerra iraquí). Subcontratar en Israel esa tarea de aniquilación militar de las capacidades nucleares de Irán constituye un riesgo inmanejable y la “más estúpida de las decisiones”, según Rezai.
Desde luego, para apaciguar a Israel lo mejor sería conseguir entablar ese diálogo que Obama prometió durante la campaña y que le costó ciertas críticas, incluso de quien ahora será la ejecutora de su diplomacia: Hillary Clinton.
Los medios norteamericanos han revelado contactos discretos del equipo encargado del dossier iraní en Washington con aliados europeos. Destacados actores del establishment norteamericano también están aconsejando claramente la negociación: el propio zar militar de la zona, General Petreus, el ex embajador especial para Afganistán, James Dobbins, o el ex embajador ante la ONU, Thomas Pickering.
Recientemente, en una entrevista para la cadena de televisión Al Arabiya, Obama empleó un tono constructivo y dialogante. Afirmó que Estados Unidos no es enemigo de Irán y admitió –esto es muy importante- que Estados Unidos “ha cometido errores” durante todos estos años. Treinta años de errores, en realidad. Errores ya previos a la caída del Shah, cuando emergía la corriente islámica, durante la crisis y después de la crisis. El catálogo precisa de más espacio del que disponemos, pero el reconocimiento de Obama cambió el discurso de las relaciones bilaterales, sea cual sea el resultado del esfuerzo diplomático.
En Irán, han recibido este discurso condicionadamente conciliador con cautela. Tanto “radicales” como “moderados”. Es preciso recordar que el impulso del programa nuclear se hizo durante los años de la presidencia de Jatamí, que puede regresar al poder si los máximo sacerdotes autorizan su candidatura en las elecciones presidenciales de junio. El actual presidente, Ahmadinejad, aseguró en el discurso conmemorativo del trigésimo aniversario de la Revolución, que Irán está dispuesto a entablar un diálogo basado en el “respeto mutuo”.
El momento es óptimo para negociar, puesto que el descenso brusco de los precios del petróleo ha agravado las dificultades económicas iraníes. Obama maneja persuasivos incentivos diplomáticos, que Bush desdeñó: el fin de las sanciones y la promoción de nuevas relaciones económicas y comerciales y, sobre todo, ciertas garantías de seguridad.
La metodología consistiría en englobar la cuestión iraní en el contexto regional y construir una visión de conjunto, que incluya el porvenir viable de Irak y la derrota definitiva de la amenaza jihadista en Afganistán. Curiosamente, Irán puede ser un socio de valía incalculable en la evolución positiva para Washington de ambos países vecinos.
En Irak, la ayuda iraní puede ser muy útil, en dos sentidos. Primero, por la influencia que la República islámica ejerce sobre la mayoría chií que detenta el gobierno central; y, segundo, por la neutralización de los grupos chiíes más radicales, quienes, sin el apoyo efectivo de Teherán, se verían muy debilitados. A cambio, Washington puede ofrecerle a Irán garantías de que sean preservados allí sus intereses, completada la retirada norteamericana. Irak nunca volverá a ser el mismo país, quizás si igual de próspero, pero políticamente más vulnerable. Todos los vecinos mantendrán una notable influencia, al menos durante un tiempo, e Irán aspira a no ser menos que Arabia Saudí, por ejemplo.
En Afganistán, ya hay un antecedente de colaboración iraní. Se trataría ahora de recuperar el espíritu de 1998, cuando Washington encontró en Irán un aliado inesperado frente al triunfo de los talibán. Hasta el punto de que los estudiantes radicales sunníes y los clérigos chiíes estuvieron al borde de un conflicto militar. Luego, la torpeza de la administración Bush favoreció una inverosímil inversión, que llegó a situar a los talibanes derrotados y a los mullahs amenazados en el mismo bando. Esta alianza circunstancial se ha ido debilitando, pero podría reavivarse si Obama no genera un cambio real de política en la zona. Hace unos días en el foro de Munich, los aliados de la OTAN coincidieron en que el puerto iraní de Chabahar sería una la alternativa más idónea a Pakistan para el suministro de sus efectivos en Afganistán.
Cohen evoca el ejemplo de Jomeini: contra su voluntad, se avino a hacer la paz con Irak, aunque había prometido no detener la guerra hasta la derrota de Saddam. Su sucesor en la conducción espiritual del país, Ali Jamenei, puede interrumpir o limitar el programa nuclear si es capaz de entender que lo que está en juego es la supervivencia de la Revolución.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario