24 de Diciembre de 2009
En una cosa están de acuerdo todos los participantes en la Cumbre sobre el Clima de Copenhague : no se han conseguido los resultados deseados. En otras dos cosas resulta imposible encontrar dos opiniones idénticas : por qué el fracaso y, sobre todo, a quién cabe atribuirle la principal responsabilidad.
Lógicamente, China y Estados Unidos, son el blanco preferido de ecologistas y observadores críticos, pero ni siquiera en este vívero donde normalmente existe cierto consenso está garantizada en este caso la unanimidad.
Los chinos, que no admiten estar entre los principales responsables del fracaso, intentan incluso ofrecer una proyección favorable de la Cumbre : « un pequeño paso, pero esencial », señalaba el editorial de China Daily, que sirve de portavoz del gobierno de Pekin para el mundo. Consciente de que la mayoría de los dedos acusadores lo señalan, el gobierno chino se afana, con su proverbial tenacidad, en defender la legitimidad de sus intereses desarrollistas y en desviar hacia el egoismo o la incomprensión occidental la principal responsabilidad de la modestia de los resultados.
Desde el otro gigante en desarrollo, la India, el análisis presenta matices diferentes. Algunos medios indios consideran que los países en desarrollo también salen perjudicados por el fracaso, ya que, si bien no se les impone un frenazo a su industrialización contaminante, tampoco han obtenido compromisos firmes de financiación occidental para acceder a tecnologías verdes. Los indios abominan de ser colocados en el mismo paquete que los chinos y ponen sordina a la supuesta concordancia entre los dos grandes asiáticos. « Esta bonhomía chino-india no durará », aventura THE TIMES OF INDIA.
El otro gran país emergente con más relevancia en el fallido proceso de Copenhague es Brasil. El presidente Lula había puesto intensidad e ilusión en la consecución de un resultado positivo, pero cuando empezó a hablar en términos de «milagro» quedó claro su escasa confianza en el resultado final. El diálogo entre Brasilia y Washington se complica y Copenhague no ha sido una excepción. Cuando se creía solventada la crisis de confianza por la crisis de Honduras, han vuelto a brotar los reproches brasileños por el reforzamiento de las bases norteamericanas en Colombia.
En fin, los africanos, perdedores sempiternos de estas Conferencias mediáticas, no ocultan su decepción. En el limosneo con el que se disimula la falta de compromisos serios, algunos ponen buena cara a las promesas de ayuda. En Copenhague se ha manejado la cifra de 30 mil millones de dólares para favorecer la transición productiva a los países subdesarrollados hasta 2020, y otros 100 mil millones después de esa fecha emblemática. Pero dirigentes poco confiados , como el presidente de Senegal, no ocultan su escepticismo : "No creo en la ayuda. Vamos a tener que contar con nuestros propios medios, porque hace años que el G-8 nos viene prometiendo una ayuda de 50 mil millones de dólares, y todavía estamos esperando »
En Europa, también hay frustración para repartir. El diario LE MONDE lo resume en términos sombríos para el futuro de la influencia europea en el devenir mundial. « En el mundo actual, sobre la cuestiones de gran alcance como las del clima, no se consigue gran cosa, si no existe un acuerdo previo entre China y Estados Unidos ». O sea, el G-2 (China y Estados Unidos) : en realidad, el único G (o grupo en términos de equilibrio mundial) que realmente cuenta. Pero los europeos no habían calibrado hasta qué punto podían sentirse marginados. Algunos diarios han contado con estupor cómo Obama se incorporó –sin que se sepa a ciencia cierta si había sido invitado- a la reunión de los países BASIC (los emergentes). Ahi se terminó abortando la iniciativa europea de compromisos firmes sobre reducción de los gases de efecto invernadero.
A partir del fracaso, tocaba hacer virtud de la necesidad y convocar nuevos esfuerzos para la próxima cita, en México, en 2010. En este punto, los líderes europeos han preferido pasar de puntillas y asumir el fracaso con una elegancia de escaso recorrido.
En Estados Unidos, el decepcionante resultado de la Cumbre no ha provocado tanta amargura. Obama ha preferido avanzar en su proyecto de economía verde, porque le resulta políticamente más rentable que una inmediata operación internacional de relaciones públicas sobre el futuro del planeta. La ecología es rentable si no se percibe como excesivamente hostil a la economía. Y a tenor de lo ocurrido con la reforma sanitaria, el respaldo del legislativo a otra política más ambiciosa resulta más que dudosa. Por esa razón, el NEW YORK TIMES le concede crédito al presidente norteamericano y le reconoce la autoría de un compromiso débil pero provechoso. En particular, valora que Pekin haya admitido el principio de la verificación, aunque sin compromisos determinados, por el momento. Como es habitual, establece la comparación con su antecesor en la Casa Blanca, para concluir un resultado favorable.
Cuestión de miradas, porque los medios progresistas han visto en Copenhague una muestra más del estilo indeciso y componedor del presidente. Noemi Klein, una de las más conspicuas portavoces del movimiento altermundista, asegura en THE NATION que Obama es el principal responsable del fracaso, porque era el único dirigente mundial con poder para haber cambiado el signo de la cumbre y no lo hizo. Klein establece un vínculo entre los tres oportunidades perdidas en la política económica de la Casa Blanca (programa de estímulo, salvamento de los bancos y reflotamiento de la industria autonomovilística) y el frenazo a la economía verde.
En todo caso, más allá –o, mejor dicho, más acá- de la falta de resultados concretos y de medidas de verificación de los esfuerzos para reducir las agresiones contra el planeta, lo que ha hecho definitivamente crisis en Copenhague ha sido el sistema de las grandes cumbres para afrontar los problemas mundiales. Como en Roma, en la Conferencia de FAO para frenar el último brote del hambre, estas dinámicas terminan mostrando sus carencias más que sus potencialidad para conseguir los objetivos deseables. Por supuesto, el problema de fondo es el rearme de los intereses nacionales frente a un empeño común. Pero el método no ayuda.
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