20 de junio de 2013
El triunfo
incontestable de Hassan Rouhani en las elecciones presidenciales iraníes ha
sorprendido a la mayoría de los medios
occidentales y a algunos observadores más atentos a lo que sucede en el gran
país persa. Rouhani era el candidato más
moderado, después de la criba realizada por el ‘Guía Supremo’ y su cohorte
vigilante de la idoneidad religiosa, el llamado Consejo de Guardianes. Se
esperaba un sucesor más afín a la ‘línea dura’ que defendía supuestamente el
Ayatollah Jamenei. ¿Estamos por tanto ante una desautorización del ‘número uno’
del régimen? ¿Ante un voto de ‘protesta’? ¿Ante una sorpresa?
Lo cierto es que
la mayoría de los medios occidentales, y muchos expertos en Irán, no daban a
Rouhani como favorito, y se inclinaban por vaticinar que el sucesor del
flamígero Ahmadineyad iba a ser Said Jalili, considerado como el auténtico
‘protegido’ de Jamenei, responsable
actual de las negociaciones nucleares y reputado conservador. Como mucho,
otorgaban ciertas posibilidades al popular y populista alcalde de Teherán, al
que algunos atribuyen una gestión eficaz de los servicios municipales de la
capital.
LAS
RAZONES DE UNA VICTORIA
Pero ha ganado
Rouhani, y no de cualquier manera: con casi el 51% de los votos, y una participación
elevada (casi el 73%). Las razones más aparentes de su éxito serían las
siguientes:
Primera. La “moderación” de su
discurso, muy hábil, muy inteligente, muy capaz , y muy conveniente, teniendo
en cuenta que no caben dudas de su vinculación con el régimen teocrático desde
sus inicios. Ya formaba parte de la corte de seguidores de Jomeini, desde el
exilio parisino del ‘santón’ chií. Ha sido parlamentario durante dos décadas,
fue un hombre clave en la conducción de la guerra contra Irak y tiene credenciales
de fidelidad más que sobrantes. Pero Rouhani habría conectado con el
‘cansancio’ de la clase media, harta de apretones económicos y rigores
ideológicos y morales que ni dan pan ni quitan penas. Y sobre todo con la
juventud iraní, tramó demográfico mayoritario, ya que los menores de 35 años
suman las dos terceras parte de la población.
Segunda. La recogida o reunión
en su candidatura de votos reformistas o moderados, tras la eliminación,
obligada o voluntaria, de algunos candidatos afines a esas tendencias, como el
presidente en los noventa y uno de los políticos más influyentes de la reciente
historia de Irán, el Hojatoleslam Rafsanjaní, hoy en desgracia, o Mohammad Reza Aref, próximo al también expresidente
Jatamí; o incluso del protegido del presidente saliente Ahmadineyad, su jefe de
gabinete, Esfandiar Rahim
Mashaie. Es decir, el
beneficio del ‘voto útil’.
Tercera. La división del voto
más conservador, con enfrentamientos incluso agrios en los últimos días de
campaña, ya que cuatro de los seis candidatos con ciertas opciones se
reclamaban de la doctrina más oficialista. Resulta especialmente significativo
que el citado Jalili, ‘front runner’
hasta casi última hora, quedara en último lugar, con un humillante 10%.
¿UN CAMBIO DE TÁCTICA?
La gran pregunta es: ¿y si
Jamenei descartó ciertos candidatos reformistas, por qué dejó en liza a quien
podía, a la postre, beneficiarse de una percepción moderada para triunfar? ¿No
confiaba acaso en el atractivo electoral de Rouhani? ¿Tuvo un error de cálculo?
¿No supo calibrar la dimensión del malestar ciudadano y el previsible voto de
castigo a los más leales?
Puede ser. Pero hay otra
explicación más sugestiva. ¿No será que Jamenei quería precisamente que ganara
Rouhani? Es decir, que el propio Guía hubiera comprendido hace ya tiempo que la
revolución iraní no tiene salida que la apertura interna, cierta reconciliación
con vecinos y potencias, una imagen más amable.
Esta tesis la defiende Suzanne Maloney en el análisis para mí más
convincente de estos días, publicado en el FOREIGN AFFAIRS.
Rouhani ha defendido la
liberación de los presos políticos, una economía más atenta a las necesidades
populares y más derechos y libertades (especialmente a las mujeres). Pero no
parece, se ha apuntado antes, un peligro para los ayatollahs y para el equilibrio del complejo sistema
político iraní. El presidente tiene poder, por supuesto, sobre todo en el plano
económico y en ciertos aspectos de seguridad ciudadana. Pero en los asuntos
estratégicos es la autoridad religiosa suprema, el Guía Supremo, el que tiene
las riendas. O el que veta decisiones menores de otros órganos clásicos de
poder de la democracia occidental (Gobierno, Parlamento, Judicatura).
El triunfador de las
elecciones tiene, además, otra baza de primer orden. Fue responsable de las
negociaciones sobre el dossier nuclear durante la presidencia del reformista
Jatamí. Como tal, ordenó la detención del enriquecimiento de uranio, fruto de
un pacto con las grandes potencias occidentales. Los conservadores le
crucificaron luego por ello. Incluso el propio Jamenei se lo reprochó
indirectamente, insinuando invariablemente estos años que el apaciguamiento con
Occidente no es un buen camino.
Por ello, Rouhani podía parecer sospechoso. Pero el
clérigo moderado ha demostrado una habilidad poco común. Como él ha recordado a
veces, durante el supuesto ‘parón’ al que él se avino, el programa nuclear
iraní no se detuvo, sino que registró un avance importante, aunque en otros
aspectos. Ni en la campaña, ni en los años de supuesto oscurecimiento ha
renegado del proyecto estratégico más ambicionado por el régimen chií. Lo que
Rouhani defendía era otro sistema táctico. Más transparencia, ha proclamado en
la campaña. Más diplomacia, para decirlo en corto. No en vano, se le conoce
como el “sheij diplomático”.
En la actualidad, Rouhani
ocupaba la dirección del Centro de Estudios Estratégicos, es miembro del
Consejo del discernimiento, otra de la instituciones de la prolija arquitectura
institucional iraní, encargado de arbitrar y resolver disputas. Ha sobrevivido
a purgas o retiros muy severos, y pese a su relativo apartamiento de los
últimos años, ha sacado la cabeza en el momento oportuno. Lo protege
Rafsanajani y Jatamí, que no son necesariamente amigos. Pero quizás lo haya
lanzado, más o menos secretamente, el propio Jamenei, para hacer posible un
respiro para el régimen. No sólo externo, sino también, y más aún, interno: la
economía es un desastre y las tensiones entre el Guía Supremo y el presidente
saliente eran ya del dominio público. Las sanciones explican parte de este
desaguisado, pero no la inflación del 40%, la carencia de productos básicos y
un crecimiento estancado.
En su primera rueda de prensa
tras la victoria, el futuro presidente se ha esforzado notoriamente por hacer
amigos. O por tranquilizar a los enemigos. Se ha referido a los países cercanos
–monarquías suníes que recelan de Irán tanto o más que Israel, aunque por
motivos diferentes- no sólo de “vecinos”, sino de “hermanos”. Hacía tiempo que
no se oía una música semejante desde uno de los principales púlpitos de
Teherán.
En la Casa Blanca se ha
reaccionado con optimismo cauto. Se la ha instado a Rouhani a restaurar un
espíritu negociador, una vez que se ha reconocido que su triunfo es “la
victoria de la calle”. Obama ha reafirmado su propuesta de “negociación
directa”. Europa ha seguido la misma pauta. Como era de esperar, el mensaje más
frio ha llegado de Israel, que ha pedido hechos y no sólo palabras. No sería
raro ver en las próximas semanas a destacados dirigentes israelíes promover la
impaciencia en sectores republicanos del Congreso norteamericano para
dificultar un giro moderado en Teherán.
Habrá que esperar a ver si Rouhani es una nueva
versión de Jatamí o una simple marioneta operada por Jamenei. Si es capaz de construir
un perfil propio, o se limitará a hacer de ‘hombre bueno’ del régimen. De
momento, la gente que salió a la calle hace cuatro años para protestar por el
triunfo amañando de Ahmadineyad, y fue reprimida y castigada, ha celebrado el
resultado electoral como el anuncio de un tiempo diferente.
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