13 de Marzo de 2014
Mientras los dirigentes occidentales
continúan dudando acerca de la respuesta más adecuada (y conveniente) a la
crisis de Ucrania, analistas, expertos y entendidos tratan de escudriñar las
motivaciones y estrategias del Kremlin. Con matices, sin duda importantes, lo cierto es que la gran mayoría de las evaluaciones que han
podido leerse estas dos semanas coinciden en fijar la responsabilidad de lo
ocurrido en una especie de designio personal o particular del presidente ruso. Putin sería el gran villano. Un zar moderno.
O una siniestra combinación de ‘superespía’
y ‘apparatchik’ adaptado a las
exigencias actuales.
El
comportamiento de Putin en su década y media de funambulismo en las alturas del
Kremlin le otorga una merecida mala fama democrática. Pero muchos analistas que
ahora lo consideran como el ‘némesis’
de Occidente fueron condescendientes cuando ese acendrado autoritarismo parecía
puesto al servicio de la construcción de un sistema neocapitalista, liberado de
la anarquía y el desastre de los primeros años del post-sovietismo.
La
expansión de los primeros años del siglo, motivada por alto precio de las
materias primas y los productos energéticos, forjaron intereses cruzados entre
los nuevos capitalistas rusos, incluidos los patronos de las empresas
estatales, y potentes inversores occidentales. Las dudosas maneras del ‘gran patrón Putin’ preocupaban poco en
gabinetes y consejos de administración de este lado del mundo.
La
crisis que sacudió los cimientos del capitalismo occidental terminaron por
alcanzar también a las potencias emergentes en los últimos dos años y la
estrategia integradora de Putin mostró sus limitaciones y contradicciones. El
presidente ruso puso en práctica entonces una estrategia alternativa, más
autárquica o de repliegue, menos vinculada a Occidente. No pocos analistas
creyeron ver en esa rectificación un plan hasta entonces oculto, encaminado a
recuperar para Rusia la condición de superpotencia. La treta política de
retirarse al banquillo como primer ministro para retornar luego a la jefatura
del Estado fue considerada como un síntoma más de sus aviesas intenciones. Ucrania ha
sido la confirmación definitiva. Y dolorosa.
MENSAJES DE GUERRA FRÍA
Repasemos lo que algunos de estos
expertos convertidos en ‘putinólogos’
han escrito estas dos semanas sobre el designio estratégico del Zar Putin.
-
Putin no pretendería proteger a la población rusa o asegurar la protección de
la flota del Mar Negro, sino “demostrar que la gran potencia rusa ha vuelto (…)
con la pretensión de dominar a sus
vecinos tanto económica como, ahora, militarmente”. (Kathryn Stoner,
Universidad de Stanford).
- Para movilizar el apoyo político
que necesita, Putín habría apelado a un
“nacionalismo emocional” que “desdeña a Occidente y alienta el rechazo al
supuesto intento de imperialismo cultural” (Daniel Treisman, Universidad de California,
autor del libro ‘The
Return: Russia’s Journey From Gorbachev to Medvedev).
- Putin ha mostrado un “instinto político
astuto”, pero se ha arriesgado a una “furiosa reacción de la minoría tártara”,
una “batalla con el relativamente fuerte ejército de Ucrania” o una “explosión
de violencia entre los grupos étnicos rusos y ucranianos por todo el país”
(Kimberley Marten, profesor de la Universidad de Columbia)
- El “objetivo estratégico” de Putin
“no es la secesión de Crimea, como los recientes acontecimientos podrían
sugerir, sino provocar una crisis constitucional que recompondría Ucrania como
estado confederal, con un centro muy
débil, el sector oriental más integrado con Rusia y el occidental con Polonia y
la UE”. Uno de los inspiradores de Putin sería Iván Ilyn, filósofo e ideólogo
de la Unión Militar Panrusa. Putin se vería a si mismo como el “último bastión
del orden y los valores tradicionales” de la vieja Rusia que vuelve con
renovada fortaleza, para resistir el “contagio del liberalismo occidental”, que
constituye “un peligro real” para los intereses nacionales (Ivan Krastev,
Presidente del Centro de Estrategia liberales de Sofía e investigador del
Investigador del Instituto de Ciencias Humanas de Viena).
- Putin sería un “megalómano” que
aspiraría a “desafiar el orden internacional”. No puede ser interpretado “en
términos exclusivamente racionales”. Su “irracional demostración de fuerza
podría reformar su legitimidad interna y estabilizar el sistema que ha
construido”; pero, al cabo, “el comportamiento imperialista convertirá a Rusia
es un estado gamberro y a Putin en persona non grata” (Alexander Motyl.
Universidad Rutgers, New Jersey).
- Putin “puede guardarse Crimea ‘en
compensación’ por la ‘pérdida’ de Ucrania, como baza de una negociación en la
que imponga a los occidentales un derecho preferencial sobre Ucrania. Puede
tratarse del anticipo de una intervención militar más amplia” (Richard Haas.
Presidente del Presidente del Consejo
de Relaciones Exteriores de Estados Unidos).
- Putin es un ”game changer”
(literalmente, un alterador del sistema internacional). Con él no funcionará la
política de “pequeños pasos”; es decir, la respuesta flexible de sanciones
escaladas y medidas (Strobe Talbott. Presidente de la Brooking Institution y
ExSecretario de Estado).
- Putin “tiene una visión, una
doctrina, fundada sobre una convicción: la desaparición de la URSS ha sido ‘el
desastre geopolítico más importante del siglo XX’. Se ha dado a sí mismo una
misión: restaurar todo lo que pueda el imperio soviético. Putin no imagina
Rusia sin una especie de imperio a su alrededor, como si el expansionismo fuera
un componente de la identidad rusa” (Alain Franchon. Editorialista de LE
MONDE).
UNA VISIÓN MÁS EQUILIBRADA
Hasta aquí la muestra de una visión
parcial o sesgada de lo ocurrido. Son muchos menos los analistas que resaltan
otros factores que han contribuido a desencadenar la crisis. O que explicarían
con más equilibrio el comportamiento o el instinto del presidente ruso.
Uno de ellos es poco sospechoso.
Robert Gates, el que fuera Secretario de Defensa con Bush Jr. y con Barack
Obama, a la sazón veterano combatiente de la guerra fría, admite que la “arrogancia
occidental ha alimentado el revanchismo ruso”. La pretensión de los círculos de
poder norteamericanos (y también europeos) de ampliar la OTAN hasta las mismas
fronteras rusas no ha hecho mucho para favorecer
un ánimo constructivo en el Kremlin.
En 2008, cuando la OTAN amagó con
invitar a Ucrania a incorporarse a la Alianza militar occidental, Putin dio un
puñetazo verbal y frenó la iniciativa. Ahora, después de que los aliados
occidentales no honraran el acuerdo político alcanzado para superar la crisis
en Kiev –y obligaran a la oposición a hacer lo propio-, ¿no era de esperar que
se reavivarán en Moscú las percepciones de acoso?
También tiene particular interés tiene la reflexión
de otro profesor norteamericano, Keith Darden (Profesor de la Escuela del
Servicio Exterior de la Universidad Americana), en FOREIGN AFFAIRS. Lejos de
refugiarse en clichés simplistas, Darden resalta factores esenciales como la
división real del país entre la opción rusa y la europea o la crisis de
legitimidad de las nuevas autoridades de Kiev, tanto por la forma de conquistar
el poder como por los cargos y prebendas otorgados a las fuerzas más
extremistas y reaccionarias, o las medidas dudosamente democráticas como la
abolición del ruso como lengua oficial.