6 de Marzo de 2014
La
crisis de Ucrania parece haber entrado
en una pausa, necesaria para calmar ánimos y calibrar salidas. La agitación
mediática, bien alimentada por actitudes políticas hipócritas cuando no
extremistas, parece haber remitido, afortunadamente.
Algunos
responsables políticos y analistas se apresuraron a proponer respuestas
contundentes de castigo a Putin. Así se dice: a Putin. Se singulariza en el
presidente ruso una política que, no lo olvidemos, es aceptada o comprendida por
la mayoría de los ciudadanos rusos. Ucrania no es la 'guerra de Putin', ni
Putin ha empuñado el fusil por una ambición personal de liderazgo imperial,
como se ha simplificado en exceso estos días.
PUTIN
FRENA; KIEV BAJA EL TONO
Después
de la exhibición moderada de fuerza del fin de semana, cuando Moscú se aseguró
el control de la península de Crimea en el territorio, no ha ocurrido nada
irreparable. No ha habido muertos y la tensión no se ha desbordado. Putin ha
pisado el freno. Las operaciones militares no se extenderán al Este del país y se
cancelaron las maniobras militares. Da la impresión de que el presidente ruso ha
acumulado bazas para que una eventual negociación no pueda cuestionar lo que la
mayoría de la élite y buena parte de la ciudadanía rusa considera como
intereses irrenunciables.
Los
nuevos dirigentes ucranianos, seguramente bien aconsejados por las cancillerías
occidentales, han controlado su lenguaje provocador y han aceptado la situación
con apreciable moderación, sin gestos inútiles ni alborotos para la galería. El
dinero fresco europeo servirá de estimulo para poner sordinas a sus quejas.
INDESEABLE
'UNIDAD' OCCIDENTAL
Occidente
ha actuado de oficio, con más moderación en los actos que en la retórica de la
indignación. Obama ha tenido que equilibrar la incomodidad que el presidente
ruso le provoca y el presumible deseo de replicar a la demagogia de los
republicanos que, como era de esperar, le han tildado de inexperto y
pusilánime. Las sanciones anunciadas por la Casa Blanca (multilaterales y
bilaterales, económicas y militares, políticas y diplomáticas) son las que
figuran en el manual de estos casos. Se puede dudar, razonablemente, de su
eficacia, pero otras actuaciones de mayor músculo serían insensatas. Quienes
las promueven son nostálgicos del mismo espíritu de guerra fría que ellos
imputan al presidente ruso.
La combinación de firmeza y templanza del Presidente
Obama es de agradecer. Por otro lado, no hay que olvidar que la Casa Blanca
necesita al Kremlin, si quiere acelerar el final de la guerra en Siria y
mantener el rumbo en las negociaciones sobre el proyecto nuclear de Irán. Por
no hablar del equilibrio estratégico en Asia, donde Estados Unidos no se puede
permitir el riesgo de un acercamiento interesado entre Moscú y Pekín. Ambas
potencias, por diferendos que arrastren, no dudarían en practicar una
colaboración oportunista frente a la superpotencia, llegado el caso.
Los
dirigentes de la UE han sido cautos y no se han dejado arrastrar por un
ficticio ambiente catastrofista, pese a
las ciertas licencias verbales de algunos de ellos. Europa no puede apuntarse a
un catálogo de sanciones económicas que le perjudicarían tanto o más que a la
propia Rusia. El valor de los intercambios comerciales de la UE con Moscú es
doce veces superior al bilateral ruso-norteamericano. La dependencia energética
europea del gas siberiano es inexistente en Estados Unidos.
UNA
UCRANIA PARA TODOS
Lo
razonable ahora sería negociar sin condiciones previas una serie de garantías
legítimas para todos las partes interesadas. La integridad territorial de
Ucrania debería ser preservada, pero sin atropellos, torpes proclamaciones e imposiciones
absurdas a los distintos sectores de la población.
No
basta con agarrarse a la convocatoria de elecciones. A la actual coalición en
Kiev le falta legitimidad para organizar en solitario el proceso. Debería
intervenir la comunidad internacional para garantizar neutralidad y limpieza.
Por ende, el resultado, sea el que sea, no puede servir de arma arrojadiza para
el vencedor.
El
país necesita revisar su arquitectura institucional y dar un equilibrio a todos
sus componentes de población, sin exclusiones ni presiones. Crimea y el resto
de regiones de mayoría rusa en el este y sur del país deben disfrutar de
garantías solventes de que sus legítimos derechos serán respetados. La intención
de los separatistas crimeos de sancionar en un referéndum su unión a Rusia
puede quedarse en un gesto si se plantea una opción federal en Ucrania. Es
preciso aislar a los extremistas en todos los bandos, aunque después de
haberlos utilizado con profusión esa tarea se antoje esforzada.
UNA
RELACIÓN CONSTRUCTIVA CON RUSIA
Rusia
puede reclamar garantías de que no será objeto de cerco, acorralamiento o
presión. Pero no ejercer una especie de violencia preventiva. Washington debe
demostrar a Moscú que no está aprovechando la crisis para seguir ganando
batallas de guerra fría ya resueltas, ni pretende reducirlo a un país cualquiera
del concierto mundial, porque eso sólo alentaría los instintos rusos más
beligerantes.
Putin
y su círculo deben comprender que han llegado casi al límite. Una anexión de la
mitad de Ucrania resulta inaceptable, si es que alguna vez han contemplado en
serio tal proyecto. La incompetencia con la que han gestionado el deterioro de
la convivencia en Ucrania les obliga a resignarse a un acomodo en el que
pro-rusos y pro-occidentales convivan en paz y en libertad, sin amenazas ni
imposiciones. Los nostálgicos de la guerra fría han estado prestos a reavivar
esos fantasmas sobredimensionando la operación de Crimea. El presidente de
Rusia sabe que las fuerzas armadas a su mando podrían tragarse Ucrania, si las
somete a un esfuerzo extraordinario. Lo que no parece posible es que pudieran digerir
la presa. La catástrofe se instalaría a ambos lados de esa frontera porosa.
Rusia vería frenada su prosperidad económica o arruinado del todo su prestigio
internacional.
Putin
lo sabe y la élite occidental sabe que él lo sabe. Alentar otros escenarios es
jugar a aprendiz de brujo.
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