31 de marzo de 2014
La
segunda vuelta de las elecciones municipales en Francia ha dejado tres grandes
lecciones:
1) Un número creciente, y ya
preocupante, de ciudadanos no confía en la capacidad del actual sistema
político para ofrecer soluciones. Abstención record en unas municipales durante
los cuarenta años de V República. Anticipo más que probable de las europeas de
mayo. El desinterés o la falta de confianza en el sistema es el elemento más
importante de estos comicios, por encima de otros alarmismos excesivos.
2) La izquierda no puede seguir
prendida a las recetas liberales y a la medicina de la austeridad para gestionar
la crisis. La gran derrota de los candidatos socialistas (pierden un centenar y
medio de municipios) es, también, la sanción electoral al Presidente Hollande.
La rectificación es un clamor. Pero no puede limitarse al sacrificio del primer
ministro Ayrault, a la confirmación de Valls como recambio populista o a una
limpieza de ministros grises. Es un cambio de rumbo, como le exige el ala
izquierda del partido. Y si el líder socialista cree que tal enmienda no es
deseable o posible, debería afrontar al electorado progresista y asumir sus
responsabilidades.
3) La derecha más o menos
moderada o conservadora toma el relevo en más de un centenar de ciudades
francesas mayores de 9.000 habitantes y frena el impulso demasiado publicitado
del Frente Nacional. El ascenso de la ultraderecha nacional-populista es más
que resistible. La decena de alcaldías conquistadas suponen un avance
reconocible, pero, con menos del 7% del voto total, es excesivo hablar del
"fin del bipartidismo". La UMP y el PS han concentrado máS del 90%
del favor de quienes han creído útil ir a votar. Hay cierta exageración en
algunos analistas sobre el "peligro ultra". El voto del malestar no
ha tenido una deriva extremista inquietante. La crisis ha producido una
alternancia dentro de los cauces.
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