31 de Julio de 2015
Este
año se cumple el septuagésimo aniversario del lanzamiento de las bombas
nucleares norteamericanas sobre Japón, que aceleró el final de la Segunda
Guerra Mundial en el Pacífico y cambió las relaciones de poder en el mundo (de
entonces en adelante empezamos a hablar de la 'era nuclear'). Los residentes en
Hiroshima y Nagasaki sufrieron atroces consecuencias y Japón soportó la
humillación más dolorosa de su historia. Las bombas transformaron su destino
político, económico y social.
El
derrotado Imperio del Sol Naciente, ferozmente escarmentado, consagró en
la nueva Constitución (artículo 9) el abandono del militarismo y la adopción de
un 'pacifismo' inédito en su historia. Sus fuerzas armadas serían reducidas
dramáticamente y confinadas a un papel estrictamente defensivo. Con ligeras
modificaciones recientes, tras el final de la Guerra Fría, ese concepto
se ha mantenido hasta ahora. Pero, en este último aniversario de Hiroshima y
Nagasaki se cierran setenta años de repliegue, de timidez militar, de
vergüenza. Japón afronta una nueva era de su historia en cuanto se refiere a la
concepción de su seguridad, la de sus vecinos, la de sus aliados.... Y,
naturalmente, la de sus rivales o enemigos.
LA
MANIOBRA DE ABE
El
primer ministro, Shinzo Abe, nacionalista, cree que ha llegado el momento de
clausurar los años de expiación. Le ofrece a Japón un nuevo horizonte
defensivo. Después de aumentar notablemente el presupuesto militar, crear un
Consejo de Seguridad e impulsar el mercado armamentístico, se ha decidido a
afrontar el asunto fundamental. En julio consiguió que la Cámara Baja del
Parlamento (Dieta), donde su partido, el Liberal Demócrata,
conservador, goza de mayoría, aprobara 11 leyes que consagran la nueva
dimensión militar del país. El Senado abordará el desafío en septiembre. No hay
duda de que el resultado será también afirmativo. Pero, en todo caso, si no es
así, la Dieta puede neutralizar ese eventual voto negativo al disponer
el primer ministro del suficiente apoyo para hacerlo.
De
confirmarse el voto, Japón podrá ampliar su ámbito de actuación militar, podrá
participar en conflictos internacionales no sólo con apoyo logístico o
humanitario (como ya empezó a hacer en los años noventa), sino con plena
capacidad militar, ampliar el ámbito de la cooperación con sus aliados
(singularmente Estados Unidos) y un significativo etcétera. En fin, Japón
normalizará su perfil militar y de seguridad. Será un país más. El impacto será
global.
La
oposición se ha opuesto firmemente a este proyecto de Abe, protagonizando
incluso una retirada ruidosamente del Parlamento el día de la votación. Aparte
de todo tipo de acciones políticas, se espera una denuncia ante los jueces,
porque se considera que las leyes infringen los principios constitucionales, ya
que suponen, en la práctica, una alteración de los límites expresos que la
Carta Magna establece para las competencias militares del país. Por este
motivo, los opuestos a esta modificación fundamental exigen a Abe un
referéndum. Pero el primer ministro, aunque admite la pertinencia de un cambio
constitucional, elude la consulta a la nación, porque tiene muchas probabilidades
de perder el envite. Su jugada ha sido presentar las leyes como una lectura
interpretativa dentro de los límites constitucionales.
LA
VISIÓN EXTERIOR
Desde
fuera de Japón, el apoyo es claro por parte de Estados Unidos, que comparte el
objetivo fundamental de adaptar la potencia de Japón a las necesidades
actuales. No es una posición nueva o reciente. Pero la emergencia fabulosa de
China, también en el plano militar, ha reforzado este propósito, con bastante
respaldo de la opinión pública (1).
Por
el contrario, Pekín considera que la iniciativa del primer ministro japonés
"pone en peligro la integridad y los legítimos intereses de seguridad
chinos ", constituye una "potencial amenaza" para la seguridad y
la estabilidad" en Asia, y conmina a Tokio a "extraer las duras
lecciones de la historia" (2).
Los
expertos en la seguridad de Asia se muestran, por lo general, favorables a esta
iniciativa de Abe, por considerarla acorde con la realidad geoestratégica. Pero
hablamos de enfoques coincidentes con los intereses norteamericanos y/u
occidentales, por lo general (3).
Durante
décadas, Washington ha venido promoviendo la conveniencia de que Japón emprenda
una reflexión profunda sobre sus compromisos de seguridad. La lenta superación
de los traumas bélicos, su rehabilitación política y, sobre todo, su pujanza
económica convirtió en obsoletas las provisiones constitucionales sobre el
papel de Japón en un ámbito regional y global cambiante.
Lo
que consideramos como guerra fría en Europa, fue guerra caliente
en Asia. Para Estados Unidos, la revolución china y las sucesivas guerras de Indochina
no fueron interpretadas como luchas de liberación nacional y popular, sino como
episodios de la confrontación entre Occidente y el comunismo internacional,
apoyado por la URSS. Japón permaneció claramente anclado en el bando occidental
entre 1945 y 1989, hasta el hundimiento del sistema soviético. En los años
siguientes se mantuvo esa tendencia, pero el debate sobre la seguridad en Asia
ha tenido contenidos, agentes y dinámicas diferentes a las que hemos vivido en
Europa.
El
crecimiento espectacular de la potencia militar China, en paralelo a su
gigantismo económico, y el programa nuclear norcoreano han modificado las
percepciones regionales, aunque persistan posiciones contrastadas. Filipinas,
aliado tradicional de Washington, acepta el cambio japonés, porque teme la
asertividad de Pekín en el Mar del Sur de la China o en los archipiélagos.
Vietnam, un antiguo enemigo de EEUU que ha dejado de serlo, mantiene una
desconfianza histórica hacia China. En cambio, Corea del Sur recela del
incremento del poderío militar nipón. China trata de explotar estas fisuras.
Cuando
Obama proclamó su "giro hacia Asia" (pivot to Asia), al
comienzo de su mandato, tenía en mente éste y otros desafíos regionales. La
dimensión militar es sólo la otra cara de la auténtica batalla que se libra en
esa parte del mundo: la hegemonía económica y comercial global. Setenta años
después de Hiroshima, el único país que ha experimentado la que debería ser
irrepetible experiencia del terror nuclear, se enfrenta a un dilema histórico.
(1) Con motivo de la visita
oficial de Shinzo Abe a Estados Unidos, en abril, se publicó una encuesta
realizada en ambos paises sobre las percepciones de sus poblaciones respectivas
sobre el presente y futuro de sus relaciones, que reflejarían un alto grado de
confianza mutua. "How Strong is the U.S.-Japan Relationship". FOREIGN
POLICY, 14 de abril.
(2) Sobre el futuro de las
relaciones chino -japonesas, bajo este enfoque del nacionalismo emergente en
ambos países, es interesante el trabajo publicado por el INSTITUTO FRANCÉS DE
RELACIONES INTERNACIONALES (IFRI), en su colección "Asie Visions", de
marzo de este año, obra de ALICE EJMAN Y CÉLINEE PAJON.
(3) Dos especialistas en Japón en
el CENTRO DE ESTUDIOS INTERNACIONALES Y ESTRATÉGICOS, de Washington, los
profesores MICHAEL GREEN Y JEFFREY HORNUNG,
son autores de una pieza titulada "Ten Myths about Japan's
Collective Self-Defence Change", en la que pretenden desmontar tanto la
inconstitucionalidad de las Leyes de Abe, como la tesis de la oposición mayoritaria
a la iniciativa. THE DIPLOMAT, 14 de Julio de 2014.
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