28 de Julio de 2015
La
escalada bélica -no puede llamársela de otra forma- contra los militantes
kurdos constituye una peligrosa decisión del gobierno turco, derivada de un
pacto con Estados Unidos para aumentar la presión contra el Daesh (ISIS)
y, quizás, modificar la estrategia de
apoyo a un sector indefinido de la oposición contra el régimen sirio. Una
concatenación de objetivos, dudosamente concertados entre Washington y Ankara,
al menos en la definición de las prioridades, que genera riesgos evidentes, reconocidos
por las partes.
KURDISTÁN,
PIEZA MÓVIL DEL TABLERO REGIONAL
El
Kurdistán es, junto con Palestina, la gran nación de Oriente Medio sin Estado.
La complejidad de las interacciones con los estados a lo largo de los cuales se
extiende (Turquía, Irak, Siria e Irán) es enorme. Y voluble. Como son las
confrontaciones y alianzas que las distintas formaciones kurdas (todas ellas
militarizadas) mantienen entre sí y con agentes externos, próximos y lejanos,
de la región y del exterior.
Contrariamente
al caso palestino, no hay un proyecto estatal-nacional definido que abarque
todo el territorio. Cada facción de cada país -y, en algún caso, en cada país-
mantiene agendas diferentes. Convergen o no en funciones de intereses concretos
y coyunturales. De ahí la dificultad de entender, y más aún de prever, las
derivaciones de una u otra decisión.
Turquía
e Irak han sido los países donde el asunto kurdo ha tenido un mayor desarrollo
en las últimas décadas. Con resultados muy dispares. En Turquía, después de un
prolongado periodo de conflicto armado, abierto o soterrado, se abrió un
proceso negociador que ahora parece saltar por los aires. En Irak, las dos
guerras promovidas por Estados Unidos, han hecho posible una especie de semi-Estado
kurdo, con autonomía creciente pero no consolidada con respecto a Bagdad.
LA
GUERRA SIRIA, FACTOR MAYOR DE DESESTABILIZACIÓN
La
guerra de Siria, donde el problema kurdo se encontraba bajo el control férreo
de las autoridades centrales, ha desbaratado y complicado el tablero, porque ha
ligado la suerte de estos territoriales a la inestabilidad general. La relación
de Estados Unidos y de las potencias occidentales con las distintas milicias
kurdas ha sido siempre interesada y desigual.
Turquía,
por mucha desconfianza que se perciba en Washington y en otras capitales
europeas, antes del AKP de Erdogan y ahora, no deja de ser un aliado de la
OTAN, y especialmente sensible como cabeza de puente de la región más turbulenta
del planeta. La principal organización militarizada kurda, el PKK, de
orientación izquierdista (Partido de los Trabajadores del Kurdistán, significan
sus siglas) ha sido y sigue siendo considerada formalmente como
"organización terrorista". El
periodo de negociación relajó la actitud occidental, y la guerra de Siria
contribuyó a profundizar esa nueva actitud de tolerancia.
Los
kurdos han sido un aliado clave de Estados Unidos en los intentos de frenar e
incluso hacer retroceder al Daesh en Siria e Irak. En el caso sirio, la
cooperación ha estado sujeta a contradicciones y riesgos. El principal grupo
armado kurdo en el norte de Siria es el YPG (Fuerzas de Protección del Pueblo),
que ha actuado en los últimos meses con el apoyo material y logístico de su aliado,
el P.K.K., a ambos lados de la frontera sirio-turca. Fueron los kurdos de ambas
formaciones los que expulsaron al Daesh de la ciudad de Kobani, tras
meses de feroces combates y esta misma semana de Tel Abyad, localidad clave
para el abastecimiento de Raqqa, la capital yihadista en Siria.
El
gobierno turco, nacionalista pero también islamista moderado, ha contemplado
con desconfianza este protagonismo creciente de las milicias kurdas, tanto por
razones de política interna como de estrategia regional. Para Erdogan, el
objetivo prioritario no ha sido, estos últimos meses, la derrota de Estado
Islámico, pese al auge experimentado desde sus avances en Siria hasta la
conquista de Mosul y otros avances en el noroeste de Irak. Lo que el gobierno
del islamista sunní AKP desea principalmente es la caída de Assad, al fin y al
cabo, cabeza de los intereses alauíes, una rama local del Islam cercana al chiismo.
El
aliado turco ha sido casi siempre esquivo y, con Erdogan, un tanto imprevisible. Bush tuvo que soportar cómo
el Parlamento echaba atrás la aparente decisión gubernamental de cederle el uso
de las bases aéreas para el bombardeo de Irak. Lo cual hubiera sido impensable
sin la aquiescencia del entonces primer ministro.
Ahora,
un atentado yihadista cerca de la frontera con Siria ha facilitado que
Turquía acepte brindar la cooperación que Washington demandaba desde hace meses:
la participación directa de la aviación turca en el bombardeo de las posiciones
del Daesh en Siria y, por supuesto, el uso de las bases aéreas turcas por
los aviones norteamericanos.
Este
cambio de conducta lleva aparejado una
importante aspiración turca: que se establezca en el norte de Siria una 'zona
segura', al norte de Alepo y a lo largo del curso del río Éufrates. Washington
acepta este objetivo pero no le otorga el mismo contenido que Ankara. Para los
norteamericanos se trata, fundamentalmente, de privar al Daesh de una
importante línea de aprovisionamiento. Para los turcos, el propósito es que puedan
asentarse los cientos de miles de personas expulsadas de sus hogares por el
conflicto, sin temer al bombardeo de la aviación siria. Estados Unidos se
resiste a un giro en su estrategia militar que le lleve a un enfrentamiento
directo con Assad, sobre todo porque el Presidente sirio ha sido muy
escrupuloso en no obstaculizar las operaciones militares norteamericanos contra
los extremistas, enemigos comunes. Los norteamericanos se ven atrapados entre
la conveniencia de contar con la notable cooperación de Turquía y enajenarse el
apoyo local sobre el terreno de las milicias kurdas del YPG, que han sido muy
eficaces hasta ahora.
Sin
embargo, hay otro elemento de convergencia entre Washington y Ankara en la
creación de esta zona tampón: la oportunidad de disponer de territorio franco
donde organizar y entrenar a nuevas remesas de milicianos opuestos al régimen
de Damasco. Las reticencias de Obama a implicarse más a fondo en la guerra
siria, más allá del debilitamiento del Daesh, pueden verse suavizadas por
exigencia del acuerdo nuclear con Irán. Los críticos reprochan al Presidente
norteamericano que ese pacto permitirá a Teherán destinar parte de los recursos
económicos propiciados por el levantamiento de las sanciones para fortalecer a
sus aliados regionales, uno de los cuales, el más importante, pero a su
precaria situación actual, es el Presidente sirio. Un mayor compromiso
norteamericano en apoyo de la oposición moderada siria sería un importante
elemento en el debate interno y también de cara a sus aliados regionales, que resaltan
la 'ingenuidad' de Obama ante los ayatollahs.
LOS
CÁLCULOS POLÍTICOS DE ERDOGAN
En
todo caso, el giro de Erdogan no se debe a las consecuencias que estas
variantes regionales puedan acarrear, sino a razones internas.
Las
elecciones del pasado junio en Turquía propiciaron un cambio de panorama
político. El partido pro-kurdo del HDP superó el umbral del 10% de los votos y
obtuvo una importante representación parlamentaria. Pero más importante que
eso, el AKP perdió la mayoría absoluta y se ha visto obligado a encontrar una
coalición sólida, si quiera mantenerse en el poder. Erdogan, como Presidente,
le ha dado hasta noviembre al actual primer ministro, su hombre de confianza, Ahmed
Davotoglu, para forjar esa alianza poselectoral. En caso de fracaso, cada día más
probable, convocará de nuevo elecciones.
Un
deterioro de la situación en el Kurdistán puede provocar un cambio notable de
tendencia en esas eventuales elecciones de otoño. Hacía falta que se produjeran
algunas provocaciones, en forma de chispa, para encender de nuevo el conflicto
kurdo. Y se han producido. Un coche bomba accionado por un yihadista
ocasionó más de treinta muertos el pasado 20 de julio en una localidad kurda próxima
a la frontera siria. Éste fue el detonante de la implicación turca contra los
extremistas. Pero el PKK respondió incomprensiblemente asesinando a dos
policías turcos, quizás interpretando que Turquía mantiene un doble lenguaje
frente al Daesh, con el verdadero objetivo de acabar con la resistencia
kurda. La chispa necesaria había
prendido. En los últimos días hemos asistido a la dialéctica familiar de acción
y reacción entre represalias militares y más atentados, incluido bombardeos
turcos de las bases del PKK en el norte de Irak. La tregua de 2013 ha saltado
en pedazos y el llamado 'proceso de paz'
se da por terminado expresamente.
Esta
escalada ya está favoreciendo el rebrote de un clima nacionalista en Turquía.
La presión contra el HDP aumentará en las próximas semanas, si la tensión
continúa. El Partido socialdemócrata-kemalista
parece dispuesto a participar en este clima de desconfianza frente a los kurdos.
La escena política recupera lenguaje y tramoya de los años ochenta y noventa.
Algunos
observadores comparten con el HDP la visión de que Erdogan estaba buscando una 'excusa
kurda' para intentar recuperar el control férreo del poder. Una apuesta
arriesgada, en todo caso, como señalan algunos analistas turcos independientes.
No está claro que, a la postre, la confrontación comporte beneficios a Erdogan
y menos al PKK. Y, para Washington, la
cooperación turca puede terminar resultado demasiado costosa o indeseable.
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