24 de Julio de 2015
Por
estos días se recuerda en Hungría el aniversario de la crisis de las embajadas,
el movimiento de miles de ciudadanos que aprovecharon las vacaciones de verano
para solicitar asilo en países occidentales. Aquella chispa que desencadenó el
proceso de derrumbamiento de los regímenes comunistas, simbolizado en la caída
del muro de Berlín.
Veintiséis
años después de aquel verano inolvidable de 1989, Hungría, país pionero en las
crisis del comunismo, erige ahora otro muro, de otra naturaleza pero igualmente
reprobable.
HUNGRÍA,
COMO SÍNTOMA
Hungría
es hoy el país más sospechoso de la Unión Europea en materia de derechos
humanos y libertades. Gobierna con mayoría cómoda el populista Viktor Orban,
aferrado a unas políticas nacionalistas, no exentas de provocaciones
exhibicionistas, aunque últimamente haya moderado sus excesos, para apaciguar a
sus socios europeos.
Aprovechando
la falta de una política clara y firme de la Unión Europea en materia de migración,
el gobierno de Orban decidió en primavera construir un muro de 175 kilómetros
de longitud y cuatro metros de altura a lo largo de la frontera con Serbia. El
objetivo de esta instalación es impedir el acceso al país de los migrantes, la
gran mayoría procedentes de distintos lugares de conflicto en Oriente Medio
(especialmente, Siria, claro está), siguen la ruta de los Balcanes con la
pretensión de alcanzar tierras supuestamente seguras en Europa.
Las
autoridades húngaras aseguran que, en lo que va de año, más de 80.000 personas
desplazadas de sus lugares de origen han cruzado las fronteras húngaras. El
ministro de exteriores magiar aseguraba estos días que, a este ritmo, a lo
largo del año se superaría la cifra de 150.000 inmigrantes itinerantes.
La
ruta balcánica sigue un trazado que arranca de Turquía, continua por Grecia y
luego atraviesa las antiguas repúblicas yugoslavas de Macedonia y Serbia, y
desde última se aboca a Hungría. En las últimas semanas se ha experimentado un
flujo creciente de personas. Los especialistas de FRONTEX, el dispositivo de
seguridad europeo establecido al efecto, creen esto puede deberse a las
tragedias de los últimos meses en el Mediterráneo. Aunque se apuntan también a las
restricciones en la concesión de visados que se han registrado recientemente en
países circundantes de las áreas de crisis. En el caso húngaro, se alude al
endurecimiento de las medidas del control migratorio en Bulgaria.
El Comité
Helsinki de Derechos Humanos, una organización que tiene sus orígenes en la
lucha por los derechos humanos en la fase final del comunismo europeo, se ha
destacado ahora por la atención y protección de los derechos de los migrantes.
Desde su oficina en Budapest realizado un importante trabajo de información y
asesoramiento (1).
Tanto el
Comité Helsinki como otras organizaciones humanitarias denuncian acciones
populistas del gobierno húngaro para escamotear derechos a los migrantes.
Previamente a la construcción de ese muro de contención, el ejecutivo de Orban había
lanzado una consulta a la población sobre las políticas a adoptar. Algunas de
las preguntas tenían un sesgo xenófobo indudable. Se demandaba a los
ciudadanos, por ejemplo, si creían que existía una relación entre la
inmigración y el terrorismo. Como era de esperar, tras un trabajo
propagandístico ad hoc, el 80% de los participantes reclamó políticas de mayor
control y restricción. La maniobra de legitimación estaba concluida.
Los húngaros
arguyen que, después de todo, estas medidas de control vienen en parte forzadas
por las adoptadas anteriormente en otros países. Bulgaria ya procedido a
clausurar ciertos puntos fronterizos con Turquía y Serbia, con medidas
similares. El gobierno procederá también a desmantelar cuatro campamentos de
refugiados instalados en áreas muy pobladas y trasladarlos a zonas remotas, en
las que se reduzca el impacto social (2).
La impresión
de las organizaciones humanitarias es que el gobierno húngaro, criticado
habitualmente por su retórica xenófoba, nacionalista y populista, ha adoptado
medidas coherentes con sus planteamientos políticos e ideológicos, pero antes
con una dosis conveniente de apoyo social. Otro factor que puede haber
facilitado la tarea a los dirigentes magiares es el desconcierto, la falta de
acuerdo y cierta parálisis de sus socios europeos. Aunque se están adoptando
medidas de urgencia, es palmario el fracaso de la UE en definir una estrategia
a largo plazo. Los propios líderes europeos lo admiten abiertamente.
OTRO ENFOQUE
ES POSIBLE
Hace unas
semanas, el diario francés LE MONDE publicaba en el suplemento de Cultura e Ideas un formidable informe (3)
en el que se recogían las iniciativas más innovadoras e imaginativas sobre el
movimiento migratorio global. Destacados especialistas con formación muy
acreditada cuestionan algunos tópicos y falsas creencias sobre la inmigración,
que los partidos populistas y xenófobos han utilizado para confundir a amplias
capas de las poblaciones europeas y “tetanizar” a no pocos dirigentes
políticos.
Estos
especialistas han analizado históricamente los procesos migratorios y han
detectado una serie de constantes que permitirían establecer hipótesis
positivas sobre las consecuencias de otras políticas diferentes a las adoptadas
hasta el momento. Los recursos consumidos en seguridad de fronteras alcanzan
una media de cien millones de euros anuales desde comienzos de siglo, sin
resultados satisfactorios.
Las ideas
alternativas expuestas en el mencionado están orientadas en el sentido inverso:
en vez de cerrar las fronteras, abrirlas. Es muy probable que, como ha ocurrido
en el pasado, en ciertos momentos, la migración libre tendría efectos
positivos, contrariamente a la propaganda xenófoba. “Una apertura global de las
fronteras no conduciría a una explosión de llegadas en Europa”, según François
Gemenne. Otro de estos expertos, Michael Clemens, asegura que “una apertura
total de las fronteras aumentaría considerablemente el producto interior bruto
mundial”. Estas y otras propuestas son,
como poco, sugerentes.
Los partidarios
de este modelo creen, entre otras cosas, que las medidas represivas no pueden
impedir el movimiento de población, que la situación actual está muy lejos de
la saturación migratoria, que los flujos
migratorios tienden al equilibrio y que los gobiernos son poco receptivos a
estudios y proyecciones que contradigan el relato político dominante,
crecientemente hostil al fenómeno migratorio. El asunto merece, al menos, una
amplia y profunda reflexión.
(2) THE GUARDIAN, 22 de Junio y NEW YORK TIMES, 18 de Julio.
(3) “Migrants: y si ouvrir les frontiéres générait de la richesse? Idées.
LE MONDE, Culture et Idées. 25 de Junio.
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