18 de Diciembre de 2015
Veinte
años después del Tratado de Paz que puso fin a cuatro años de guerra cruel y
devastadora, Bosnia-Herzegovina se enfrenta de nuevo a un serio riesgo de
desestabilización.
El
equilibrio étnico o pacto entre las élites nacionalistas codificado en los
acuerdos de Dayton, Ohio (EE.UU.), en noviembre de 1995, y consagrado un mes
más tarde en el Tratado de paz suscrito en París, con el aval de las grandes
potencias internacionales, parece de nuevo amenazado.
Tanto
en Bosnia como en los países de influencia directa o en las cancillerías que
asumieron la tutela y vigilancia del país, se ha mantenido estos años un debate
sobre la pertinencia de algunas de las provisiones de Dayton, la necesidad y/o
conveniencia de su revisión y las condiciones en que deberían acometerse las
reformas.
Los
que sostienen la visión más favorable de estos veinte años insisten en que
Dayton merece reconocimiento porque, con todos sus defectos y limitaciones, sirvió
para poner fin a la guerra, mantener la paz y crear un sendero de
reconciliación en Bosnia. Los críticos, en cambio, señalan que, aun cuando se
ha prevenido el estallido de un nuevo conflicto, la arquitectura política e
institucional de Dayton, bajo una apariencia de legitimidad y normalidad, ha
perpetuado algunas de las perversiones que provocaron la ruina del país.
En
lo que coinciden unos y otros, con multitud de matices intermedios, es que el
proceso de Dayton está agotado y urge modificarlo para abordar las aspiraciones
hasta ahora no satisfechas. Los principales objetivos de esta reforma serían
los siguientes: garantía de los derechos humanos por encima de las pertenencias
étnicas o comunitarias, funcionalidad de los aparatos estatales y administrativos,
adaptación a las condiciones de adhesión a la UE y a la OTAN y prevención
efectiva de los riesgos de un nuevo conflicto bélico.
UN
SISTEMA ENDIABLADO
El
panorama político, social e institucional es tan endiabladamente complicado que
resulta imposible resumirlo en un espacio como éste. Valga decir que el intento
por contentar a todos (entendiendo por todos las élites políticas con
fuertes intereses en los aparatos pseudo-productivos, el crimen organizado y la
economía irregular) obligó a unas componendas quizás inevitables en aquel
momento pero completamente superadas a día de hoy. Esas élites se resisten a
revisar el edificio de Dayton porque temen perder sus privilegios.
La
arquitectura institucional resulta un damero infernal. Bosnia cuenta con un
estado central y dos entidades semi-estatales, la Federación croata-musulmana y
la República serbia o Srpska; cada una de estas tres entidades tiene su
Constitución, su gobierno, su parlamento y su sistema judicial. Por si no esto
no fuera de por si complejo, una de las dos entidades semi-estatales, la
Federación croata-musulmana, está estructurada en cantones (10) con autonomía
administrativa, y un distrito aparte, el de Brcko, localidad que la guerra no
pudo inclinar hacia un lado u otro y es una especie de tierra de nadie. En
total, para un país con menos habitantes que Madrid o Barcelona, el sistema
político soporta 14 jefes de gobierno, 180 ministros, 760 parlamentarios y 148
ayuntamientos. ¡Una obra maestra del espíritu balcánico!
Lo
paradójico es que esta hipertrofia política y administrativa resulta poco
eficaz y, lo que es peor, asfixia el desarrollo socio-económico de un país que
aún no se ha recuperado de la destrucción bélica, porque se come el 60% de los
recursos. El entramado de intereses políticos, económicos y burocráticos que se
refugian en este mega-estructura amparada en los acuerdos de Dayton constituye
el primer obstáculo para esa necesaria reforma.
LOS
RIESGOS DE DESESTABILIZACIÓN
Hay,
sin embargo, un fuerte riesgo de desestabilización si se abre la caja de
pandora de la revisión institucional. Una de las entidades constitutivas de la
Bosnia de posguerra, la República Srpska no se encuentra cómoda. De hecho,
admitió Dayton a la fuerza, aunque ha sacado el máximo partido de sus provisiones.
A lo largo de estos años, sus líderes han amenazado con iniciativas que
hubieran hecho saltar por los aires el status quo, en particular referéndums de
autodeterminación o independencia, alegando que el poder central, y
singularmente, la Corte Suprema, cuando no el Alto Representante Internacional,
es decir, la institución que garantiza el cumplimiento del Tratado de paz, se
inmiscuye en sus asuntos.
En
las últimas semanas, se ha vuelto a exhibir la amenaza de referéndum por un
motivo aparentemente menor, como la prohibición de instituir una fiesta
nacional serbo-bosnia. El presidente
serbo-bosnio, Dodik, ha subido la apuesta y el desafío parece servido, aunque
pudiera tratarse de un nuevo intento por negociar ciertos aspectos de
equilibrio político e institucional. Los serbios se quejan, entre otras
cosas, de que la suma de jueces nombrado
por la Presidencia estatal y los designados por las instituciones
internacionales permiten la imposición de normas jurídicas que limitan en la
práctica la autonomía serbia.
También
los croatas creen llegado el momento de modificar su estatus constitucional y
liberarse de su atadura a los musulmanes (como nacionalidad, no como credo
religioso, según la denominación instaurada en su día por la Yugoslavia de Tito)
en la Federación mixta. Aspiran los croatas a la creación de una cuarta
entidad, la suya, lo que supondría la desvertebración del sistema actual. Mover
una pieza fundacional equivale a rehacer de nuevo la construcción.
LA
DESIGUAL RESPUESTA SOCIAL
Desde
la sociedad civil se han alumbrado algunos esfuerzos encomiables, como la Iniciativa
Igman o el Pleno de Sarajevo, plataformas de debate y de acción
social y política que han intentado abordar lo que Dayton descuidó o
deliberadamente marginó para apagar el rescoldo de guerra, como las garantías
de derechos y libertades individuales y ciudadanas más allá de los esquema
étnicos o nacionalistas, es decir, lo que el especialista local en derecho
constitucional Kasim Trnka llama la "hipertrofia de los intereses parciales".
Pero
más allá de las cuestiones políticas o institucionales, la preocupación más
severa de los ciudadanos bosnios es la persistencia de unas lamentables
condiciones de vida. La recuperación de posguerra ha sido exasperantemente
lenta, las oportunidades de futuro son desalentadoras y el desengaño de la
población con las promesas de la paz resulta corrosivo para la cohesión social.
En
2013 se detectó un primer conato de protesta cívica, con manifestaciones e
intentos de ocupación pacífica de edificios públicos, que apenas tuvo
consecuencias. Pero un año después, en febrero de 2014 se produjo un conato de
explosión social, que se inició en las fábricas de Tuzla, uno de los rescoldos
del movimiento obrero, y se extendió luego a Sarajevo, Mostar y Zenica.
La
población está envejecida y la juventud, desencantada y preocupada casi en
exclusiva por las condiciones materiales. Como dice uno de los principales
impulsores de las movilizaciones ciudadanas de los últimos años, Dario Ruzic, organizador
del Pleno de Sarajevo, "el sueño principal de los jóvenes es encontrar un
empleo en el sector público, un trabajo que les asegure la vida".
LA
ATONÍA INTERNACIONAL
Otro
factor que ha agravado la crisis ha sido el progresivo desentendimiento de las
potencias internacionales. Estados Unidos, una vez concluida la guerra y
encarrilado el proceso político, dejó el control de la tutela a Europa. Los
sucesivos Altos Representantes han ido combinando presión y flexibilidad,
sabedores de que el modelo era altamente disfuncional, pero no existía consenso
para una revisión en profundidad. El Parlamento europeo solicitó hace diez años
una revisión de Dayton, sin éxito alguno. Los sucesivos intentos han ido
fracasando por el instinto de conservación de los intereses en juego.
Ahora,
con el desafío de la integración en la Unión Europea y en la OTAN se espera que
pueda acometerse este esfuerzo de racionalización. Pero ello implicará mayor
dedicación de los países europeos, un notable apoyo económico y mucha
paciencia. La lentitud de la toma de decisiones, como resultado del sudoku
legislativo es apabullante. Un experto
francés en asuntos jurídicos locales. Louïc Poulain, asegura que la
"armonización del sistema legal bosnio a las normas europeas necesitaría
la promulgación de 100 a 150 leyes por semanas, mientras el contador
legislativo no pasa de 60 por año de media".
En
definitiva, Bosnia se enfrenta, veinte años después del final de la guerra, a
un escenario inquietante. Los renovados desafíos rupturistas, las resistencias
interesadas a los cambios imprescindibles, el malestar social creciente sin
expectativas y un entorno internacional ensimismado y con escasa atención al
país elevan el riesgo de que cualquier provocación, crisis mal gestionada o
acontecimiento imprevisible prendan de nuevo la llama de la destrucción.
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