14 de Diciembre de 2015
En
la reacción del socialismo francés a las elecciones regionales francesas del
domingo puede advertirse cierta contradicción. Parecía acertado y convincente
el primer ministro, Manuel Valls, cuando evitaba un discurso triunfalista. El
Frente Nacional no había conseguido imponerse en región alguna, pese a su buen
resultado en la primera vuelta, cuando
obtuvo el 30% de los votos y se confirmó como el primer partido de Francia (ya
lo había sido en las europeas de 2014). Esta 'derrota', advertía Valls, "no
supone que el peligro de la extrema derecha haya quedado descartado". En
cambio, es más inquietante que tanto el primer ministro como el Presidente
Hollande anuncien que "no habrá "inflexión" del Gobierno.
La izquierda -y en particular el PS- tienen
muy poco que celebrar en Francia, desde hace meses, si no años. La cúpula
socialista francesa sabe que lo que ha evitado el espaldarazo institucional del
FN ha sido una decisión táctica, una maniobra desesperada de convergencia de
votos contra la fuerza emergente. Sin
duda exagera Marine Le Pen al decir que son "coletazos de un régimen
agónico". Pero lo cierto es que se ha interpuesto un dique, no se ha
conjurado el malestar que acecha del otro lado sin que se advierta
debilitamiento alguno. La responsabilidad incube en primer lugar a la clase
política, pero no únicamente, como afirma lúcidamente LE MONDE en su comentario
editorial (1).
Con
el Frente Nacional suelen producirse confusiones y juicios sumarios, provocados
parcialmente por su mensaje, no pocas veces simplista y grosero. Pero ha habido
también errores de percepción. Durante años, la clase política francesa creyó
que podía desactivar la persistencia de esta fuerza incómoda con puros
argumentos racionales, salpicados oportunamente
con algunas arremetidas descalificadoras. El efecto ha sido el contrario: la
hostilidad política y mediática ha consolidado al Frente Nacional, no sólo como
elemento de expresión de disgusto o malestar, sino como síntoma del fracaso del
sistema político francés.
Queda
sin resolver la incógnita sobre si el Frente Nacional ya es una alternativa de
gobierno. Para algunos, el éxito de la política de contención en estas
elecciones regionales demostraría que no, que "la República es más
fuerte". Se trata de una estimación discutible. El contrafrentismo
no es sólo es peligroso, sino que presenta muchas grietas.
Es
peligroso porque esta política de negativa, de frenazo, de contención pone en
evidencia la debilidad de los partidos o fuerzas políticas tradicionales. Para
alejar del poder al Frente Nacional, estos se ven obligados a pactos, acuerdos,
compromisos y componendas de pura matemática electoral, sin base programática;
peor aún sería que la hubiera, porque entonces se estaría avalando uno de los
principales elementos del discurso lepenista: que conservadores y
socialistas son las dos caras de una misma moneda.
¿EL
SOCIALISMO, PARTIDO-TAPÓN?
Resultaría
catastrófico para los socialistas quedarse fuera de la segunda vuelta en las
elecciones presidenciales de 2017, como ya ocurriera en 2002. Si para un
partido con vocación y experiencia de gobierno, verse rebajado a la condición
de bisagra supone un descalabro, ¿qué efectos tendría si diera un paso más en
su degradación y se confirmará como partido-tapón, cuya utilidad práctica se redujera a cerrar el
camino del Eliseo a Marine Le Pen?
Pero,
además de peligrosa, esta política de contención presenta grietas alarmantes.
Sarkozy dio la voz de orden de no desistir en favor de socialistas mejor
colocados en la primera vuelta de las regionales, aunque algunos de sus
correligionarios favorecieran esta opción. El ex-presidente sabe que ese
discurso puede perjudicar puntualmente a Marine Le Pen, pero a largo plazo
fortalece y consolida su discurso de única fuerza renovadora. La estrategia de
Sarkozy no es oponerse frontalmente al Frente Nacional, y menos en alianza
republicana con el centro-izquierda. Cree, y tiene algunos motivos para
hacerlo, que será siempre más eficaz asumir ciertas partes de su discurso para
recuperar el electorado prestado conservador y presentarse como opción
más viable con el fin de conseguir objetivos compartidos.
Para alcanzar el 30% de los votos, el Frente
Nacional ha penetrado en sectores sociales muy tradicionales, pero sobre todo,
en las supuestas antípodas de su ideario. La clave de su ascenso, más que la
competencia exitosa con los conservadores, se ancla en la atracción de sectores
populares descontentos, desencantados, descreídos de sus referencias ideológicas
durante generaciones, incluso desesperados. A la izquierda francesa le va a
resultar mucho más difícil que a la derecha recuperar los votos fugados hacia
las arcas electorales del FN.
UNA
APROXIMACIÓN MÁS CUIDADOSA
Existe
cierta inercia en seguir calificando al Frente Nacional como partido de extrema
derecha. Ciertamente lo es, en no pocos aspectos. Pero la evolución de los
últimos años, bajo la conducción de Marine Le Pen, lo ha alejado del extremo,
de las posiciones más radicales defendidas por su padre. La estrepitosa ruptura
entre ambos no es pura comedia política: refleja la reconfiguración de esta
formación política y la pluralidad creciente de su base social.
Es
lógico que en el actual panorama de confusión en el sistema político europeo,
debido a la frustración por la prolongación de la crisis económica y social y
la falta de soluciones eficaces, se tienda a presentar bajo el mismo paraguas a
la distintas fuerzas rupturistas. Se asimila con cierta ligereza 'populismo',
'euroescepticismo' y 'ultraderechismo'. Se trata, efectivamente, de rasgos con
elementos coincidentes, pero existen diferencias notables que conviene no
desatender.
El
Frente Nacional puede mantener algunas posiciones propias de la extrema derecha
(la 'xenofobia', la aversión hacia la inmigración incontrolada, o cierta
concepción retórica del nacionalismo), pero lo que constituye hoy el motor de
su crecimiento electoral no es principalmente eso, sino la capacidad para
sostener una posición contraria a las políticas europeas contra la crisis, los
efectos de la globalización, la debilidad del Estado para compensar a los más
desfavorecidos. El Frente Nacional está más cuajado que otros partidos europeos
afines, tiene una base social más sólida. En definitiva, constituye un riesgo mayor.
Como
síntoma de este esfuerzo por ganar respetabilidad, Marine Le Pen rechazó hace
unos días que se la identificara con Donald Trump, y en particular con su ridícula propuesta de
prohibir la entrada de musulmanes en Estados Unidos. La 'xenofobia' de
la dirigente francesa tiene un contenido cultural y un arraigo social, por
lamentable que esto sea. En cambio, los exabruptos del candidato republicano
son manifestación de puro oportunismo político, demagogia a secas,
exhibicionismo del miedo, un miedo irracional e injustificado a un peligro
terrorista absolutamente exagerado y manipulado.
(1) "Agir avant la
catatrophe". LE MONDE, 14 de Diciembre.
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