9 de octubre
Donald
Trump ha puesto las semillas del caos en el norte de Siria al ordenar la retirada
del millar de soldados norteamericanos desplegados en la zona. Se ignora aún si
el repliegue será total o parcial. El objetivo de estos efectivos, la mayoría
miembros de fuerzas especiales, ha sido doble: impedir un enfrentamiento entre
milicias kurdas y fuerzas militares turcas y prevenir el reagrupamiento y la
recuperación de los militantes extremistas del Daesh.
La
decisión ha provocado algo cercano al pánico en los aliados de Estados Unidos
en Oriente Medio y, lo que resulta más asombroso, entre sus colaboradores más
próximos en la Casa Blanca, el gobierno, el legislativo y el Pentágono (1).
Una
vez más, Trump ha hecho uso de su especialidad, el golpe de teléfono, para
modificar la estrategia de seguridad norteamericana en una zona explosiva como
pocas. Tras una charla telefónica con el presidente turco, hizo saber a sus
colaboradores la orden de traer de vuelta a los soldados norteamericanos, de
inmediato.
No
es la primera vez que esto ocurre. En diciembre de 2018 adoptó una decisión
similar, que precipitó la dimisión del Secretario de Defensa, el general
retirado James Mattis, y del enviado especial norteamericano en la zona, el diplomático,
Brett Mac Gurk. Este último criticó entonces duramente a Trump y ahora le niega
su calidad de comandante en jefe (2).
Entonces
como ahora, los responsables de la política exterior y de seguridad en Siria
consideraban imprescindible la presencia militar norteamericana, sin la cual,
los resultados obtenidos en los últimos años podrían verse desbaratados dramáticamente.
Fiel a su estilo improvisado y irreflexivo y a su instinto de conectar con el
rechazo de buena parte de los ciudadanos a mantener guerras largas e inciertas,
el presidente ha tirado por la calle de en medio, sin pararse a considerar
seria y concienzudamente efectos y consecuencias (3).
TRAICIÓN
A LOS KURDOS
Lo
más grave de la retirada militar norteamericana es que facilita una operación
de limpieza que gobierno y ejército turcos anhelan desde hace tiempo: la
expulsión de las milicias kurdas que resultaron decisivas en la derrota de los
extremistas islámicos. Sin ellas, todo el mundo coincide en que Estados Unidos
no hubiera podido vencer al Daesh.
Las
milicias kurdas que operan el territorio componen el grueso del brazo armado de
la Fuerza Democrática de Siria, uno de los principales grupos de oposición
armada al régimen de Assad, que se vieron luego obligados a cambiar de prioridad
bélica, para frenar primero y derrotar más tarde a los extremistas islamistas.
Los
kurdos sirios han sacrificado más de diez mil vidas y empeñado un enorme desgaste
humano. Después de doblegar a los extremistas islámicos, aseguran ahora la
vigilancia de miles de yihadistas. Sin la presencia norteamericana y ante el
riesgo seguro de una ofensiva turca, los kurdos abandonaran sus posiciones, lo
que tendrá como consecuencia la puesta en liberación práctica de esos presos (3).
La
amargura de los kurdos sirios es comprensible. Se temen lo peor, y con razón:
recuerdan el ataque turco en Afrin, en el noroeste de la zona. Después de hacer
el gasto, se ven ahora traicionados. Es probable que acudan ahora a Moscú para
que sirvan de mediadores en una conciliación forzada con Damasco, algo que espanta
al establishment norteamericano.
ERDOGAN
ACIERTA CON LA TECLA
Turquía
considera que las milicias kurdo-sirias están apoyadas, penetradas y hasta controladas
por el PKK, una formación político-militar kurdo-turca, cuyo objetivo es lograr
la independencia del Kurdistán turco. Curiosamente, Erdogan intentó en el
pasado la paz con el PKK, pero después de fracasar se embarcó en una lucha a muerte
para destruirlo.
Fuentes
kurdas han advertido que resistirán un ataque turco, pero no descartan que el
objetivo de esa ofensiva sea más ambicioso que control militar de la frontera: dominar
otras el zonas del territorio sirio, para ganar influencia en la discusión internacional
sobre el futuro político del país.
Alertado
por esta primera consecuencia del desaguisado, el Pentágono ha intentado hacer
virtud de la necesidad y se ha esforzado por explicar que la decisión del
presidente no implica el aval a una hipotética ofensiva turca. El propio Trump,
ansioso por limitar daños, aseguró en un tweet que podría “destruir la
economía turca” (sic) si Erdogan intentara sacar provecho de la situación.
Pero
eso es exactamente lo que el llamado nuevo sultán turco pretendía justamente
con su llamada telefónica al despacho oval: obtener una luz verde implícita
para imponer una nueva realidad acorde a sus intereses en la frontera
turco-siria.
No
sólo ha habido precipitado y juicio deficiente en el presidente hotelero. Puede
decirse que Erdogan forma parte de la corte de autócratas internacionales con
los que Trump confiesa sentirse especialmente a gusto, él a quien incomodan los
dirigentes aliados a los que considera demasiados convencionales y aprovechados,
muchos de ellos.
¿OXÍGENO
PARA EL DAESH?
Aparte
de alentar el rebrote del nunca resuelto conflicto turco-kurdo, la retirada
militar norteamericana del norte de Siria puede dar oxígeno al Estado Islámico.
Los extremistas islámicos pueden estar derrotados, pero no eliminados, a pesar
de la retórica triunfalista de Trump. Consideran los expertos que la retirada
militar norteamericana puede propiciar una recuperación logística y militar del
Daesh, una vez que Turquía haya forzado la evacuación de las milicias kurdas.
El previsible vacío de poder incitará a los extremistas islámicos que se verán
libre de vigilancia y a otros muchos que permanecen agazapados, durmientes o en
reserva, tanto en Siria como en Irak, a reagruparse y fortalecerse en esa zona
fronteriza.
Para
Trump resulta especialmente negativo que su decisión haya sido criticada sin suavidad por algunos de sus principales
aliados en el Congreso como el jefe de la minoría republicana en la Cámara,
Mitch McDonnell, o el senador Lindsey Graham, quienes consideran que sólo los
enemigos de Estados Unidos se verán beneficiados: el régimen sirio, Irán y
Rusia.
No
es descartable que el entramado político-diplomático-militar norteamericano exagere
los riesgos de la decisión de un presidente sometido a una presión tremenda por
sus vergonzosos chalaneos con dirigentes mundiales para obtener basura que arrojar
a sus oponentes políticos. Es cierto que Trump prometió acabar con las guerras
interminables e inútiles en Oriente Medio y que buena parte de la opinión
pública lo apoya en esa posición. Pero hay formas y formas de actuar en procura
de un objetivo razonable y deseable. Y Trump lo ha vuelto a hacer, como dice
agudamente el profesor de Harvard Stephen Walt (5), de la peor manera posible.
NOTAS
(1) Defying Pentagon, Trump endorses Turkish operation
in Syria”. LARA SELIGMAN. FOREIGN POLICY, 7 de octubre.
(2) “Hard truths in Syria”. BRETT MC GURK. FOREIGN
AFFAIRS, mayo-junio 2019.
(3) “Does Donald Trump know what his Syria
policy is? EDITORIAL. THE NEW YORK TIMES, 7 de octubre.
(4) “Syrian Kurds see American betrayal and
warn fight against ISIS is now in doubt”. THE WASHINGTON POST, 8 de octubre.
(5) “Welcome
to the Impeachment Foreign Policy”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 7 de
octubre.
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