CAUSAS, GESTOS Y POSTUREOS INTERNACIONALES

 23 de noviembre de 2022

Dos grandes acontecimientos internacionales coincidentes estos últimos días (la última cumbre climática y el Mundial de Fútbol) han generado un amplio despliegue de discursos supuestamente morales (o moralistas) que se confunden con las causas a las que dicen servir. La ecología y el deporte son empeños universales a los que se atribuye unos valores por encima de rivalidades políticas. Es una pretensión como mínimo ingenua, cuando no más bien tramposa.

EL COMPROMISO INSUFICIENTE DE LA COP-27

La COP-27, o vigésimo séptima edición de la Cumbre de la ONU para coordinar políticas de protección de la naturaleza ha concluido con un resultado desigual de última hora. El acuerdo sobre el apoyo financiero a los “países más vulnerables” para compensar pérdidas y daños provocados por catástrofes naturales derivadas del cambio climático evitó un fracaso completo. No se pudo, en cambio, alcanzar compromisos sobre el abandono gradual de los combustibles fósiles, al estilo del logrado en la edición del año pasado en Glasgow con el carbón (1).

En realidad, el análisis minucioso del acuerdo COP-27 arroja más sombras que luces. Incluso ese fondo para los pobres no deja de ser un desiderátum. Falta ahora arbitrar medidas y condiciones, o sea la letra pequeña, esos detalles en que se suelen endemoniar estos acuerdos internacionales forzados por la presión social, mediática y diplomática. Es habitual que, en casos como éste, la causa se confunda con el gesto y éste se ponga al servicio del postureo.

Los objetivos internacionales sobre el cambio climático nunca han sido objeto de consenso universal. Bien al contrario, constituyen un terreno de confrontación que refleja los intereses opuestos en liza, como ocurre con otros grandes asuntos económicos y sociales (el desarrollo, la superación de la pobreza, el hambre o el afrontamiento de las enfermedades).

En esta COP-27 asistimos a un polémico cruce de acusaciones. El gobierno norteamericano hace de China el villano principal, por ser el causante principal de las emisiones de gases en las tiempos actuales: el triple que EEUU. Pero Pekín replica que la catástrofe climática es el resultado de decenas y decenas de años en los que EEUU ha liderado la liberación de las partículas nocivas en la atmósfera. Los ecologistas coinciden con esta última apreciación, pero destacan también la escasa voluntad china por afrontar el problema.

La aceptación del fondo para paliar daños y pérdidas se ha visto como una concesión de Estados Unidos -y en cierto modo de la UE-, tras muchos años de oposición y resistencia. Pero este gesto no ha conciliado un ambiente general de crítica a Washington. En la delegación oficial norteamericana no se ocultaba la irritación por el ritual de reproches que, cumbre tras cumbre, les arroja los países emergentes y/o en desarrollo y las organizaciones ecologistas, mientras otras potencias contaminadoras consiguen pasar desapercibidas o menos expuestas.

El debate está plagado de trampas. La deuda climática es algo indiscutible, que destacados activistas y científicos sociales vienen denunciando desde hace mucho tiempo. Incluso algunos destacados políticos norteamericanos en ejercicio demuestran una loable honestidad al admitir la responsabilidad de su país. El senador demócrata Ed Markey, asistente a la COP-27, manifestó: “Una cuarta parte del CO2 en la atmósfera es rojo, azul y blanco [colores de la bandera norteamericana]... EEUU tiene la responsabilidad moral y planetaria de promover y no prohibir una financiación climática equitativa. No podemos permitir que los países menos responsables de la crisis climática se conviertan en zonas de sacrificio y que además soporten en solitario esa horrible carga” (2).

Esta opinión, lamentablemente, no es compartida en el Capitolio, ni por los republicanos, ni por muchos demócratas. Es probable que los fondos que el presidente Biden ha prometido para la lucha contra el cambio climático naufraguen en la Cámara de Representantes salida de las recientes elecciones, ahora bajo control republicano. Sólo si el Presidente declara la emergencia climática podría actuar  mediante orden ejecutiva. Pero es dudoso que queme esas balas en una causa que se presta más a la retórica de los gestos que a las urgencias y componendas políticas.

Mientras se libran estas batallas propagandísticas, la deriva climática sigue causando estragos. El fondo compensatorio, si se concreta, llegará tarde para millones de personas amenazadas por la desertización, la sequía o las inundaciones violentas. Somalia es un caso patético de esta urgencia. Ocho millones de personas se encuentran en estado de desnutrición. Medio millón de niños podrían morir en los próximos meses si no llega ayuda alimentaria de inmediato. La región de Baidoa es el epicentro de esta catástrofe anunciada y repetida: hace treinta años sufrió una plaga idéntica y nada ha mejorado desde entonces (3).

ALIANZAS BAJO PRESIÓN

Las hipocresías climáticas tienen otros actores. No son secundarios los productores de fósiles, muy activos en las maniobras obstruccionistas para evitar compromisos siquiera teóricos de reducción. Arabia Saudí, entre otras potencias, lleva años ejerciendo una activa resistencia contra las iniciativas de protección climática que atentan contra sus intereses económicos. El plan 2030 del Príncipe Mohamed Bin Salman prevé una transición ecológica ambiciosa para su país con proyectos ambiciosos de inversión en energías renovables. Pero para ello necesita que el mundo siga dependiendo del petróleo que el Reino exporta (4). De ahí que haya sido uno de los países que más empeño ha puesto en la COP27 para impedir el compromiso contra los combustibles fósiles. Los gestos quedan ahogados en petróleo.

Estados Unidos contempla con dúplice aprensión las maniobras de sus aliados saudíes (y del resto de las petromonarquías del Golfo). No en vano, es también una potencia extractiva y las tensiones entre el compromiso ecológico y el interés económico es constante e irresoluble. Hace tiempo que Washington y Riad han desacompasado sus políticas. La reciente cumbre de la OPEP decidió rebajar la producción para mantener al alza los precios del crudo, lo que provocó un enorme malestar en la Casa Blanca.

Meses antes, Biden había regresado de su gira por Oriente Medio con el convencimiento de que los saudíes colaborarían en el control de precios, para compensar las tensiones energéticas generadas por la guerra de Ucrania. Para favorecer ese gesto, tuvo que tragarse el sapo del caso Khashoggi, el periodista opositor asesinado por agentes saudíes en Estambul. Según la inteligencia norteamericana, las órdenes del crimen señalaban al Príncipe heredero. La contención de Biden no ha sido tan apreciada por el Palacio Real, que, al final, se ha decantado por aprovechar las ventajas de una sintonía oportuna con Rusia, desairando de nuevo al gran amigo americano. Para cerrar el círculo de la impostura, el departamento de Justicia ha concluido esta semana que Mohammed Bin Salman está protegido por la inmunidad (5). ¿No se habían percatado hasta ahora? Los gestos de condena se disuelven de nuevo en un postureo que ridiculiza  las supremas causas, en esta ocasión la de los derechos humanos y la defensa contra las tiranías y los crímenes de Estado.

PROTESTAS SELECTIVAS EN EL MUNDIAL

En esta ensalada de gestos y postureos, el Mundial de Fútbol está ofreciendo ejemplos muy sustanciosos. En su primer partido del campeonato, los jugadores de Irán se abstuvieron de cantar el himno antes del partido como gesto de protesta por la represión de  las últimas semanas en su país. Un gesto que ha irritado a los más duros del régimen, al punto de reclamar castigos ejemplares para los díscolos deportistas, la mayoría de ellos residentes en el extranjero hace tiempo. Los medios internacionales jalearon a los futbolistas iraníes casi como héroes, mientras sacudían de lo lindo a los dirigentes de la FIFA. Gianni Infantino, el presidente del máximo organismo futbolístico, quiso atemperar las críticas por su pasteleo con la Casa Real qatarí con una declaración retórica de solidaridad con las personas LGTBI, perseguidas en Qatar. Pero cuando los capitanes de algunos equipos plantearon un gesto de apoyo al colectivo -salir al campo con brazalete de color arco iris- fueron advertidos de recibir tarjetas amarillas si lo llevaban a cabo. Los futbolistas se echaron atrás. El gesto quedó en nada (6).

Ha habido otros ejemplos de inconsecuencia mediática. En contraste con los casos antes señalados de Irán y Qatar, hemos asistido a un mutis absoluto sobre la conculcación de derechos en Arabia Saudí. Sólo a modo de ejemplo, se han registrado 120 ejecuciones en los últimos seis meses (12 en los días previos al comienzo del Mundial), lo que anuncia un nuevo récord anual. La sorpresiva victoria del modesto equipo saudí sobre Argentina de Messi, una de las favoritas para ganar el Torneo, neutralizó cualquier posible referencia crítica. La hazaña deportiva es un alimento más rentable que la siempre escurridiza incursión en las trastiendas políticas.

 

NOTAS

(1) “What are the key outcomes of COP27 Climate Summit”. FIONNA HARVEY. THE GUARDIAN, 20 de noviembre; “Climate talks fall short on the most crucial test”. FINANCIAL TIMES (Editorial), 20 de noviembre; “The 1,5C climate goal died at COP27-but hope must not”. DAMIAN CARRINGTON. THE OBSERVER, 20 de noviembre.

(2) “US receives stinging criticism at COP27 despite China’s growing emissions. OLIVER MILMAN. THE GUARDIAN, 22 de noviembre.

(3) “Trapped between extremists and extreme weather, somalies brace for famine”. DECLAN WALSH. THE NEW YORK TIMES, 21 de noviembre.

(4) “Inside the Saudi strategy to keep the world hooked on Oil”. HIROKO TABUCHI. THE NEW YORK TIMES, 21 de noviembre.

(5) “US declares Saudi crown prince immune form Khashoggi killing lawsuit”. THE WASHINGTON POST, 18 de noviembre.

(6) “Au Qatar, la FIFA remporte la guerre du brassard LGBT”. COURRIER INTERNATIONAL, 21 de noviembre.

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