7 de diciembre de 2022
El invierno llama a la puerta en Europa. En Ucrania se ha instalado ya en ciudades y campos, encalleciendo aún más la vida de sus habitantes, que sobreviven a duras penas. La guerra ha entrado en una fase de castigo directo a la población civil o a los que no combaten en los frentes. Rusia lleva semanas atacando las infraestructuras y servicios básicos de Ucrania, mientras sus fuerzas militares retroceden o se repliegan en el sur y se estancan en el este. Las interrupciones frecuentes de la luz y el agua potable auguran un invierno penoso y sombrío.
No se saben muy bien los propósitos
de Moscú, aunque todo indica que pretende minar la moral de la población
ucraniana y quebrantar el espíritu de resistencia. La frustración por el
innegable fracaso de la denominada “operación militar especial” se traduce en
una respuesta de venganza contra la población de localidades como Kiev y otras
ciudades donde siempre ha sido más palpable la hostilidad hacia Rusia.
Hay, sin embargo, otra
explicación, más allá de la frustración rusa o del castigo como factor de represalia.
La creación de condiciones de vida insoportables o penosas podría generar un caldo
de cultivo favorable a la exploración de vías alternativas a la confrontación
militar, mediante la consideración de una tregua, para dar una oportunidad a la
negociación.
De momento, la respuesta del
gobierno ucraniano no ha ido en esa dirección, sino todo lo contrario. Los
ataques contra bases aéreas rusas alejadas notablemente de la frontera (casi
300 kilómetros) indicarían que no hay vacilación. Más bien se pretende demostrar
que Kiev puede hacer daño en territorio ruso y prevenir o al menos dificultar
la campaña de castigo a las poblaciones civiles emprendida por Moscú.
Esta extensión de la guerra a
territorio ruso, de momento limitada y con daños casi solamente materiales, ha reactivado
las alarmas en Occidente, que teme tanto a la victoria como a la derrota de
Rusia en esta guerra. A la victoria, porque, pese a su enorme coste, reforzaría
la capacidad de intimidación de Moscú; a la derrota, o a la inminencia de la
derrota, porque podría desencadenar respuestas desesperadas de último recurso,
véase el uso del arsenal atómico (1).
Esta delgada línea entre victoria
y derrota, este difícil e incierto equilibrio entre lo deseable y lo conveniente
consume el esfuerzo de los estrategas occidentales. Públicamente, se saludan
los avances ucranianos e incluso sus audaces golpes de efecto (en el sur, en las
cercanías de Crimea, en tornos a los núcleos estratégicos del este o ahora en
las réplicas contra bases rusas). Pero estas expresiones de solidaridad y apoyo
se combinan con discretas llamadas a la contención, a la consideración de salidas
negociadas. Desde los estamentos militares se ha sido más explícito. El jefe del
Estado Mayor norteamericano, general Milley, ha dicho sin ambages que la
posibilidad de que Ucrania consiga echar a las tropas rusas de ese 20% de su
territorio ocupado no es, de momento, muy elevada. Por tanto, parece sensato negociar.
ESPECULACIONES SOBRE LA NEGOCIACIÓN
Pero esta opción es más fácil
evocarla que plantearla en términos realistas y concretos. La conocida fórmula
de “paz por territorios” es sinónimo de fracaso en otros conflictos de larga
duración. Después de casi 300 días de guerra y de una destrucción pavorosa, no
parece muy probable que el actual gobierno ucraniano se avenga a reconocer la
pérdida territorial actual o similar. Mientras tenga capacidad de combatir,
Kiev intentará mejorar sus posiciones, o bien para acercarse a lo más parecido
a una victoria o para fortalecer sus opciones negociadoras (2).
Tampoco en Moscú se deja ver un
apetito urgente de negociación. Primero es preferente superar el ambiente de
debilidad y fracaso que empieza a filtrarse en las instancias de poder y en las
élites que respaldan el régimen de Putin. Las críticas superan desde hace
tiempo el estrecho y desorganizado ámbito de la oposición y se dejan escuchar
entre los partidarios del sistema de poder. Y eso incluye a círculos militares
oficiosos y a núcleos que apoyaron de manera ferviente la “operación especial”.
Hay reproches por exceso pero también, y mucho más sonoros, por defecto, por no
haber hecho lo suficiente o por haberlo hecho de forma tan incompetente, como documenta
Andrei Soldatov, uno de los principales conocedores del estamento militar y de
seguridad e inteligencia rusos. En todo caso, Putin parece haber controlado
estas brechas (3).
Otro enfoque de la negociación sería
no tanto el sacrificio de territorios por parte de Ucrania, sino la concesión
en materia de definiciones política y estratégicas. Dicho más claramente, la
renuncia de Ucrania a sus pretensiones de ingreso en la OTAN, a cambio de un
estatus de neutralidad reforzada con garantías de no agresión por parte de
Rusia y de defensa occidental en caso de vulneración de este compromiso. Esto
se complementaría con la incorporación a la Unión Europea, en el plazo más
corto posible.
Moscú ya dijo en su momento que
la inclusión de Ucrania en la UE no sería un gran problema, pero, naturalmente,
en las circunstancias actuales, es evidente que el Kremlin querría vincular ese
eventual pacto a un levantamiento completo de las sanciones y la recuperación
de las relaciones económicas y comerciales con Europa; y quizás a ciertas
ventajas adicionales.
Con respecto al dominio militar y
estratégico, la negociación sería más compleja e incierta, en particular en el
asunto de las garantías de la neutralidad ucraniana. Paradójicamente, sin
embargo, las reservas rusas podrían reforzarse con las reticencias occidentales
a implicarse en un conflicto militar con Rusia de forma mecánica o legalmente
obligatoria.
Finalmente, el estatus de los
territorios en disputa tampoco se prevé de fácil resolución, si tenemos en
cuenta la escasa o nula aplicación del doble acuerdo de Minsk, tras la anexión
de Ucrania y la ocupación de facto de parte de las oblats (provincias)
de Donetsk y Luhansk.
Todos estos cálculos y especulaciones,
apenas esbozados aquí, se complican con otras pretensiones de reparación y compensaciones
por destrucción y daños y determinación de responsabilidades por crímenes de
guerra, que no dejan de ser evocadas por las autoridades ucranianas, con eco en
los dirigentes occidentales, pero más en tribunas que en despachos.
LA ESCISIÓN OCCIDENTAL
Más allá del contenido concreto
de una tentativa agenda de negociaciones aparece como amenaza definitiva de
bloqueo y fracaso la presión de los principios, como señala Christopher Blattman,
un politólogo de la Universidad de Columbia especializado en guerras de larga
duración. Su análisis comparativo del conflicto ucraniano en relación con otros
anteriores le lleva a una conclusión pesimista sobre la posibilidad de un
pronto final de la guerra (4).
Lo que subyace en este debate es
una aparente irracionalidad de posiciones, según el profesor de relaciones
internacionales de Harvard Stephen Walt. La escisión entre partidarios incondicionales
de Ucrania y promotores de una salida negociada es cada vez más amplia y
espinosa. Su análisis se centra en Estados Unidos, pero es extensible a Europa.
Lo chocante es la heterogénea composición de estos dos bandos. Entre los
partidarios más fieles de Ucrania se cuentan los liberales intervencionistas,
los neoconservadores nostálgicos de las guerras preventivas o de reacción y
algunos progresistas defensores de la actuación ética en las relaciones
internacionales. En el lado contrario, se alinean actores con visiones casi
nunca coincidentes, como los realistas, para quienes el mundo se rige por intereses más que por
valores; los liberales prudentes, que defienden principios pero sin forzar conflictos
peligrosos; y los progresistas críticos, que suelen denunciar la duplicidad de las
intervenciones occidentales como puras maniobras interesadas, encubiertas por
discursos engañosamente nobles (5). Un cuarto grupo, más cínico, estaría
integrado por los republicanos trumpistas, entregados a una propaganda
grosera y sin escrúpulos, anclada en oscuras vinculaciones con el Kremlin (6).
Las escisiones doctrinales se reflejan
en el sentimiento de la opinión pública. Sondeos recientes reflejan un
debilitamiento del apoyo a Ucrania, en Estados Unidos. La Cámara baja, ahora en
poder de los republicanos, podría bloquear o condicionar adicionales paquetes
de ayuda (7).
Esta niebla ideológica y política
es la última reverberación externa de las brumas invernales que se abaten sobre
Ucrania. Meses de frío, insalubridad, hambre y miedo para la mayoría de una
población, cuyos sentimientos nacionales pueden verse sometidos a la insoportable
prueba de la supervivencia. En el otro lado de la catástrofe, los rusos que no
participan de las ventajas del poder y sus aledaños sufrirán un invierno quizás
menos cruel pero también doloroso y desesperanzado.
NOTAS
(1) “Three
scenarios for how war in Ukraine could play out”. THE ECONOMIST, 14 de
noviembre.
(2) “Guerre en Ukraine: l’impossible négociation”. ALAIN FRACHON.
LE MONDE, 1 de diciembre.
(3) “Putin’s
Warriors. How Putin has co-opted its critics and militarized the home front”.
ANDREI SOLDATOV E IRINA BOROGAN. FOREIGN AFFAIRS, 6 de diciembre.
(4) “The
hard truth about long wars. Why the conflict in Ukraine won’t end anytime
soon”. CHRISTOPHER BLATTMAN. FOREIGN AFFAIRS, 29 de noviembre.
(5) “The
perpetually irrational Ukraine debate”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 29
de noviembre.
(6) “Top
U.S. conservatives pushing Russia’s spin on Ukranian war, expert say. PETER
STONE. THE GUARDIAN, 6 de diciembre.
(7)
“Support slipping for indefinite U.S. aid to Ukraine, poll finds”. THE
WASHINGTON POST, 6 de diciembre.
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