14 de diciembre de 2022
Las alianzas ya no son lo que
eran. Estructuras otrora sólidas, estables y confiables han pasado a ser
referencias líquidas, mudables, flexibles y, en ocasiones, altamente
inquietantes. En realidad, siempre ha sido así en la historia de las relaciones
internacionales. Pero este diagnóstico debe entenderse como aplicable al tiempo
de nuestras vidas o, por decirlo de manera académica, al mundo que surgió del
final de la última guerra planetaria. Setenta y cinco años o quince lustros, de
los cuales los nueve primeros fueron de férrea estabilidad (codificada como
“guerra fría”); en los seis siguientes, el mundo bipolar
soviético-norteamericano dio paso a otro no multipolar sino unipolar (bajo
dominio de Estados Unidos), aunque sometido a ajustes regionales dispares, que
alumbraron una nueva rivalidad entre dos grupos heterogéneos.
El primero está constituido por
un núcleo dominante (el denominado “orden liberal”), articulado en dos ejes
geoestratégicos (Atlántico y Pacífico) y vectores subsidiarios (y
problemáticos) en el Oriente Medio, África, Asia interior y América central y
meridional. Frente a este núcleo hegemónico se ha venido alzando una corriente
emergente, heterogénea, desigual y débilmente estructurada. Sólo en los últimos
años, no más de diez o quince, alentadas por la gran crisis depresiva de
finales de la primera década del siglo, una serie de potencias incómodas o
abiertamente hostiles al “orden liberal” se han ido acercando, hablando,
intercambiando visiones, pero sin llegar a definir un bloque o una alternativa
global de poder.
Desde Occidente se quiere ver en
China al motor de ese grupo de descontentos o de aspirantes a modificar las
actuales bases del sistema mundial. Para Estados Unidos, la nueva rivalidad es
un pulso entre democracias y autocracias. En Pekín se impugna el enfoque: no se
trata de crear un bloque que pretenda aspirar a la hegemonía, sino de cuestionar
la noción misma de hegemonía o de orden universal, que en realidad encubre un
sistema de dominación.
En este proceso de ajuste de las
relaciones internacionales, las alianzas secundarias se ven continuamente
sacudidas por posicionamientos coyunturales y movimientos tácticos, que no
llegan a alterar el equilibrio básico, o mejor dicho, el desequilibrio real a
favor de Occidente, pero sí abren espacios de relación más plural, más abierta
y menos previsible.
EL ENCUENTRO DE DOS ABSOLUTISMOS
Este largo introito puede servir
para ayudar a entender los últimos movimientos en la esfera mundial, que pueden
sorprender desde visiones superficiales o apresuradas. Ciertamente, es chocante
que un Presidente de Estados Unidos pasara el verano pasado un mal momento en
Arabia Saudí, país líder del cartel de exportadores de petróleo, la materia
prima que todavía engrasa la economía capitalista global, y aliado secular
periférico de Occidente.
Por el contrario, el líder chino
y el Príncipe con poder real escenifican un cálido y sustancioso encuentro. Las
relaciones económicas entre China y Arabia Saudí han alcanzado ya niveles de
importancia estratégica (1). Los chinos se abastecen en los pozos saudíes de la
cuarta parte del petróleo que necesita su economía para afianzarse en el
segundo puesto del ranking mundial (del 40% si consideramos a todos los países
árabes exportadores de crudo). En sentido inverso, los saudíes adquieren en el gran
taller chino una proporción muy notable de mercancías que aseguran su modelo
de vida consumista, imitación del occidental. Pero la interdependencia bilateral
va mucho más allá de las transacciones energéticas o de bienes de consumo. La cooperación
de los últimos años se fortalecerá con proyectos en sectores estratégicos como
las telecomunicaciones y en otros convencionales pero muy importantes como la
construcción o el turismo, por un valor cercano a los 30.000 millones de
dólares (2).
En esta convergencia de absolutismos
pragmáticos han cabido actores secundarios de las petromonarquías del Golfo y del
resto de la región. Egipto es un ejemplo casi paradigmático. Después de recibir
durante decenios la más cuantiosa ayuda exterior de Estados Unidos (a la paz
con Israel), en este agente esencial de la arquitectura occidental en la zona se
aprecian grietas preocupantes. Desde el fracasado de la primavera aperturista, las
pirámides ya no se inclinan solamente hacia el oeste. En el país del Nilo, la diversificación
es la nueva divisa.
La reciente cumbre chino-árabe no
ha sido sólo un espectáculo de relaciones públicas o una mera operación de
afirmación autocrática como se quiere ver en Washington. Es realidad, es una
consecuencia lógica de las contradicciones internas en el orden liberal, que se
asienta, para su estabilidad, en estructuras autoritarias de poder en la
periferia, en esos vectores geoestratégicos secundarios.
Estas relaciones inquietan en
Washington, debido al enfriamiento de sus vínculos con las petromonarquías (3).
Los desencuentros de RIad y sus socios regionales con las administraciones
demócratas no han sido resueltos, al punto de que en el Golfo se anhela el
regreso de Trump.
Aaron David Miller, un fino
analista de la región y veterano en las negociaciones de paz entre israelíes y
palestinos, recordaba hace unos días un irónico comentario que en su día
hiciera el entonces jefe de la diplomacia saudí sobre la naturaleza de las relaciones
bilaterales. Saud Al Faisal venía a decir que Washington pretendía mantener un
matrimonio católico con Arabia Saudí, mientras que ellos preferían las uniones
polígamas, conforme a la tradición musulmana. Varias esposas, valga decir
varios aliados, cada cual con su papel asignado y su función definida. Ya sea
China (para la expansión económica), Rusia (para asegurar la estabilidad de la
OPEP+), Europa (socio múltiple), incluso Israel (una relación en ciernes, secreta,
casi impía, pero prometedora). Y, por supuesto, Estados Unidos, garante imprescindible
de la seguridad del reino, frente a las “amenazas iraníes”. Sin que eso
implique exclusividad (4).
LA DIPLOMACIA MULTIFACÉTICA DE
TURQUÍA
Algo similar, aunque con características
diversas, ha ocurrido con la visita del líder turco al reino saudí. Erdogan no
olvida que el ejército turco es el segundo de la OTAN y no reniega del Tratado
atlántico, pero su mirada es periférica. Juega sus bazas en las zonas más
turbulentas del mundo árabe (Siria, Libia) en posiciones distintas a las que
sostienen los países occidentales. Para ello pacta con el Kremlin sin que
defender opciones rivales en esos conflictos suponga un inconveniente mayor. Prueba
de ello es que negocia contratos de armamento en Moscú, aunque ello le prive de
los más sofisticados aviones norteamericanos del futuro/presente.
Y, por si no fuera poco, Erdogan se
permite bravuconear ahora con una acción militar contra Grecia, un aliado en la
OTAN, con quien mantiene una relación de vecindad siempre espinosa, a cuenta de
las islas del Mar Egeo (asunto complicado recientemente por el control de los yacimientos
de gas en el Mediterráneo oriental).
En esta diplomacia multifacética,
hace ahora el camino de la Meca, después de años de incómoda convivencia, para
conseguir dinero, inversiones, negocios con que combatir la pavorosa crisis que
atenaza a la economía turca, con una inflación cercana al 85% y una divisa depreciada.
Es una operación de supervivencia: Erdogan afrontará por primera vez desde su ascenso
al poder la perspectiva razonable de una derrota electoral (5).
LA LUCHA POR ÁFRICA
Mientras toda esta actividad
periférica seguía su curso, la diplomacia americana, en alianza con el nutrido
tejido empresarial, reunía en Washington a los gobiernos africanos para corregir
una deficiencia histórica (el desinterés selectivo en la región) y sanar las promesas
incumplidas, hechas por Obama en 2014, despreciadas por Trump y ahora
recuperadas por Biden (6).
África puede ser terreno menor en
el pulso mundial, si atendemos a sus poblaciones (17% de los habitantes planetarios)
o a su desarrollo económico, social y humano, pero muy lucrativo en materia
primas de indiscutible valor estratégico (7). China le ha ganado la partida a
Estados Unidos en África (el valor del comercio chino en la región cuadriplica al
americano). Incluso Rusia ha establecido cabezas de puente en materia de
seguridad y control. La posición de dominio occidental en el continente,
asegurada desde el final de la guerra fría ha perdido empuje y vigencia. Se
impone una reconsideración de las alianzas, pero el esfuerzo es ahora un camino
cuesta arriba.
NOTAS
(1) “Xi Jinping en Arabie Saoudite, une visite à
multiples enjeux géopolitiques and
économiques”. COURRIER INTERNACIONAL, 7 de diciembre;
(2) “The Gulf looks to China”. THE ECONOMIST
7 de diciembre;
(3) “What Saudi Arabia wants from President
Xi’s visit”. SIMON HENDERSON y CAROL SILBER. THE WASHINGTON INSTITUTE ON
NEAR AND MIDDLE EAST, 6 de diciembre.
(4) “Xi’s Saudi visit shows Rydadh’s monogamous
marriage to Washington is over”. AARON DAVID MILLER. FOREIGN POLICY, 7 de
diciembre.
(5) “Les pétrodollars du Golfe á
la rescousse de la Turquie et d’Erdogan”. PAULINE VACHER. L’ORIENT LE JOUR, 8 de diciembre.
(6) “The United States is back in Africa”. NOSMOT
GBADAMOSI. FOREIGN POLICY, 14 diciembre.
(7) “Africa past is not its future”.
MO IBRAHIM. FOREIGN AFFAIRS, noviembre-diciembre.
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