28 de diciembre de 2022
Ucrania seguirá dominando la
atención internacional en 2023. Pero no está aún claro si la actual guerra de
movimientos (lentos y trabajosos) se prolongará durante todo el año o dejará
paso a una guerra de posiciones, si se ensayan intentos o simulacros de
intentos de negociación. Que Putin haya evocado esta tesitura recientemente,
que los aliados de Ucrania lo vengan insinuando desde hace meses y que el
propio Presidente ucraniano se haya abierto a ello (aunque condicionado a unas
exigencias que parecen fuera de alcance) hacen pensar en que algo ocurrirá. Se
está alcanzando el nivel de agotamiento y, lo que es más importante, las
opciones de cada bando de conseguir avances significativos y determinantes se
reducen.
A Rusia le queda la baza nuclear
táctica, pero es más que improbable, porque ello supondría cruzar una línea roja
de consecuencias incontrolables para el Kremlin, aparte de los efectos
destructivos para el ecosistema de sus regiones más occidentales. Ucrania
depende de una nueva escalada en el suministro de material militar, que no
parece viable. Las empresas del complejo industrial-militar han hecho su agosto,
pero su capacidad de producción a corto plazo parece exhausta.
Por lo demás, aparecen ya síntomas
evidentes de fatiga, tensiones presupuestarias y cierto desinterés en Occidente.
Las medidas anticrisis (control de la inflación, fondos de compensación a los
consumidores, etc) están llegando al límite. Casi todo el mundo quiere que se
intente un fin razonable de la guerra. Es probable que, en 2023, las diplomacias
se vean consumidas en este esfuerzo, aunque de momento casi nadie atisbe una
vía eficaz. La fórmula paz por territorios es inaceptable para Kiev; por
el contrario, Moscú no parece que vaya a renunciar en una mesa a las precarias
ganancias territoriales en el este del país vecino. La clave de las negociaciones
residiría en las compensaciones no territoriales que una y otra parte pudiera
obtener, pero, a día de hoy, no se antojan decisivas para desbloquear la
situación.
IRÁN: CRISIS SIN ALTERNATIVA
El otro foco de interés seguirá
centrado en Irán, donde la protesta contra el régimen islámico no remite y se
ha convertido ya en la más importante y longeva desde 1979. La inicial revuelta
juvenil tras la muerte en custodia de una joven por llevar inadecuadamente el hijab
alcanza ya niveles de contestación
ciudadana en numerosas regiones del país.
La represión no parece, en esta ocasión, suficientemente disuasoria. Los
ayatollahs están preocupados, según algunas fuentes citadas en Occidente. Sin
embargo, la ausencia de una alternativa política organizada y con apoyo social
suficiente impide contemplar una salida razonable a la crisis. Ni siquiera los
moderados del régimen parecen contar con la confianza de una mayoría de la población.
PALESTINA: ¿INTIFADA O SUMISIÓN?
Otros conflictos latentes tienen
pinta de empeorar. El que más asoma, sin duda, es el de Palestina. La nueva
coalición ultraderechista ha pasado ya la investidura en la Knesset, no sin
problemas, debido a las exigencias de los partidos más extremistas, que han porfiado
por lograr posiciones de poder e influencia superiores a su representatividad. Se
saben necesarios -imprescindibles, más bien- para Netanyahu, el primer ministro
del “eterno retorno”, cuya principal motivación política tras un episódico ostracismo
es su propio salvamento personal: de la acción judicial, de la ignominia pública
y quizás de la cárcel.
Lo más llamativo de estas
concesiones obligadas ha sido la creación de una especie de viceministerio de
Defensa para los territorios ocupados, que ocupará el líder del Partido sionista
religioso, Bezalel Smotrich, cuyas posiciones sobre el asunto palestino son las
más extremistas que haya podido tener cualquier ministro anterior. Smotrich inició
su andadura política en el campo del racismo terrorista del rabino Koch
(condenado incluso en Estados Unidos) y no ha abandonado lo fundamental de ese
ideario. Es partidario abierto de la anexión de Judea y Samaria (como ellos denominan
a los territorios ocupados) y, entretanto, de la represión sin contemplaciones
de cualquier forma de protesta o reivindicación palestina.
El estado comatoso en que se
halla el gobierno autónomo y el hartazgo de la población hacen temer nuevos
estallidos de violencia, que podrían servir de justificación a medidas de fuerza.
La antipatía que este gobierno despierta en la Casa Blanca no será un impedimento
decisivo. En Washington andan preocupados por otras crisis de mayor envergadura
y alcance. El caso es similar al que se puede observar con Arabia Saudí: se
preferirían otros gobiernos u otro estilo, pero no será imposible acomodarse a
lo que hay, tratando de atemperar sus actuaciones. Hay una cierta resignación
en las esferas de poder sobre Oriente Medio, un abandono de los grandes planes
para la región. Los canales que la derecha israelí y las petromonarquías tienen
abiertos con el Kremlin en plena guerra no han favorecido los intentos de diplomatizar
las desavenencias. En 2023 se cumplirá medio siglo de la guerra del Yom Kippur,
que provocó el primer shock petrolero, primera ruptura seria entre el
mundo árabe y Occidente. Entonces, Israel y Arabia estaban en bandos distintos;
hoy, se hallan embarcados en un proyecto de buena vecindad regional. Aunque los
saudíes no se han unido de manera formal a los acuerdos Abraham, actúan ya en
la misma longitud de onda: una relación puramente pragmática con Israel, frente
común contra Irán y autonomía estratégica relativa de Estados Unidos. Lo que coloca
a los palestinos al borde de la desesperación: o huida hacia adelante o
rendición.
ÁFRICA: GUERRAS FUERA DE RADAR
Otros conflictos de envergadura
que suelen merecer menos atención mediática se concentran en África. En Etiopía
se alcanzó en noviembre un acuerdo de alto el fuego entre las fuerzas del
gobierno y los rebeldes del Tigré (en el norte del país). Pero es sólo un
primer paso precario. Las tensiones regionales y étnicas son múltiples. Y las
injerencias externas, poderosas, sobre todo la de Eritrea, que está colaborando
activamente con el gobierno de Addis Abeba en la lucha contra los tigriños. En
Asmara no olvidan la dolorosísima guerra de independencia contra Etiopía cuando
en este país gobernaba Meles Zenawi, originario del Tigré. Otros estados de la región,
como Egipto y Sudán, tienen mucho interés en el rumbo de esta guerra. Está
lejos de resolverse una disputa tripartita sobre el proyecto etíope de una gran
presa en el Alto Nilo.
También debe seguirse con
atención la atribulada situación en el Congo, donde también se vive una
tensa situación de tregua en una guerra interminable, en la que los países
vecinos (Uganda, Ruanda) ejercen un papel fundamental. La riqueza mineralógica
del país le hacer ser un botín irresistible. Las grandes potencias (Estados
Unidos, China y Rusia, sin olvidar a la UE) han recalibrado sus respectivas políticas
africanas. Todas dicen actuar en beneficio de un continente atormentado, pero estos
esfuerzos tienen una motivación puramente egoísta.
La mayor crisis, en todo caso, se
concentrará en Somalia, donde el 40% de la población se encuentran en
serio riesgo de malnutrición severa, de hambre, según la ONU. La sequía es el principal
factor de esta amenaza. Pero también la guerra interna entre el actual gobierno
islamista moderado y los extremistas de Al-Shabab, en su día franquicia de Al Qaeda,
todavía con notable capacidad de lucha y, sobre todo, de realizar audaces
operaciones de acoso.
OTRAS ÁREAS DE INESTABILIDAD
Fuera de África, existe un alto
riesgo de que se reaviven conflictos armados en el Cáucaso, entre Azerbaiyán y
Armenia, por el control del Alto Karabaj. Los azeríes se encuentran en
posición de fuerza, tras las últimas ofensivas y la debilidad de la posición mediadora
de Moscú, que ha perjudicado notablemente a los armenios. Los drones turcos han
posibilitado ganancias territoriales significativas de Azerbaiyán. No cabe pensar
en una guerra abierta, pero si pueden producirse escaramuzas puntuales.
En la propia Turquía, los problemas
de Erdogan (elecciones este próximo año sin que pueda darse por segura su continuidad,
por primera vez desde su acceso al poder) hacen temer la salpicadura de brotes
conflictivos dentro y fuera del país. Es previsible un agravamiento de la
situación en el Kurdistán. El reciente atentado de París puede servir de
excusa para exacerbar los agravios en las dos partes. El conflicto kurdo-turco reverberaría
inevitablemente en el norte de Siria, en la región kurda, que el presidente
turco sólo controla a medias.
Más improbable, pero más peligrosa,
sería una crisis forzada en el Egeo. Los yacimientos gasísticos mediterráneos
resultan un potente estímulo para generar cierta inestabilidad. Erdogan se ha
permitido amenazas contra Grecia en las últimas semanas.
En Kosovo se han agravado
las tensiones entre el gobierno y la minoría serbia por cuestiones de convivencia.
Serbia ha puesto a sus fuerzas armadas en estado de alerta máxima. Europa ha
podido hasta ahora evitar el desbordamiento, pero se viven horas de indudable
peligro.
Tampoco debe descartarse un nuevo
afloramiento de las tensiones chino-indias en el Himalaya. Tras el brote
bélico limitado de 2020, en el que India salió más perjudicada, se mantiene un
tenso statu quo. La tensión geoestratégica mundial sobrevuela un
conflicto fronterizo que se lleva arrastrando durante décadas sin solución pronta
a la vista.
Taiwan, pese a la
abundante literatura geoestratégica, no debería convertirse en la “Ucrania de
Asia”, como sostienen algunos gabinetes de análisis en Estados Unidos. La difícil
salida del Covid y la delicada situación económica no aconseja aventuras
militares de China. En Taipei se adoptan medidas suplementarias de defensa y
Washington revisa sus mecanismos de apoyo a la isla. Pero un estallido bélico o
una crisis mayor sería una sorpresa.
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