EL INVEROSÍMIL EQUILIBRIO EUROPEO EN LA GUERRA DE GAZA

25 de octubre de 2023

La invasión terrestre de Gaza por la Fuerzas de Defensa de Israel se demora, al parecer por recomendación norteamericana. Pero la aviación bombardea sin cesar. El mando militar israelí dice haber eliminado algunos dirigentes islamistas. Pero los muertos civiles son ya cerca de seis mil, casi la mitad de ellos niños. Ya no hay apenas agua, comida y luz, comida y los hospitales han dejado de funcionar. ¿Puede considerarse esto una acción de “legítima defensa”? Parece obvio que no. La sed de venganza por la matanza del 7 de octubre no se ha aplacado.

Estados Unidos, como siempre, marcó la pauta de la actuación internacional. El viaje de Biden dio cobertura política, diplomática y militar a Israel, aunque no lo necesitara estrictamente. Las consideraciones sobre los riesgos de la operación militar extendida quedaron fuera del foco público, para no empañar el apoyo incondicional. Las gestiones en favor de las migajas de la “ayuda humanitaria” resonaron como una pálida y casi vergozante compensación.

Es hora de preguntarse también sobre el papel de Europa en la crisis. Una vez más, se ha comprobado que la capacidad de influencia de los 27 sigue estando muy por debajo de su peso internacional. Lo hemos visto en la guerra de Ucrania, en el conflicto larvado con China y ahora, de nuevo, en la crisis entre Israel y Hamas, donde Europa ha exhibido, y con estrépito, sus disfuncionalidades habituales.

LA TRAMPA DEL TERRORISMO

El ataque de Hamas ha sido considerado de forma unánime como un “acto de terrorismo” por los gobiernos europeos, aunque no en todos ellos haya habido unanimidad, como hemos comprobado aquí, en España. La calificación tiene que ver con la generación de víctimas civiles. La naturaleza del conflicto palestino-israelí y las legítimas formas de lucha ante la situación prolongada de ocupación y las pésimas condiciones de vida que soportan los palestinos, en especial los que residen en Gaza, han quedado opacadas en los discursos oficiales.

A lo largo de los años, la UE ha intentado mantener un equilibrio entre el derecho de Israel a la seguridad y el de los palestinos a gozar de libertad para dotarse de instituciones viables sobre un territorio reconocido por la comunidad internacional y en condiciones aceptables de seguridad. El problema es que el conflicto israelo-palestino pone continuamente a prueba este equilibrio solo aparentemente ecuánime. El desproporcionado poder de actuación de una y otra parte exige un compromiso mayor que el que la diplomacia europea parece capaz de asumir.

Que Hamas haya cometido crímenes no se puede desligar del contexto en que su ataque se ha producido. Aunque la agresividad israelí parecía haberse atenuado recientemente en Gaza, debido a la ilusoria percepción de la neutralización de las milicias islamistas, en Cisjordania se ha está viviendo el año más violento desde principios de siglo. La presión de los colonos radicales, amparados por un gobierno plagado de extremistas mesiánicos, ha generado una situación explosiva. La “solución” biestatal ha sido sistemáticamente boicoteada por Israel. Y ante todo ello, Europa ha sido muy pasiva o tímida, quizás por encontrarse absorbida en la guerra de Ucrania y en sus consecuencias económicas.

La contundencia con la que los principales dirigentes europeos salieron en apoyo del “derecho de Israel” a defenderse, obviando las condiciones en que Israel ejerce un poder ilegítimo en los territorios ocupados, resulta incoherente con su trayectoria diplomática. Parecería que ha habido un interés extremo en no ofrecer una mínima apariencia de antisemitismo, cliché que utilizan los israelíes y sus protectores emplean cada vez que se critican sus actuaciones abusivas.

Los atentados sufridos en Europa en la última década como consecuencia de la guerra contra el terror lanzada por Estados Unidos tras el 11 de septiembre y la subsiguiente respuesta de unos nuevos grupos islamistas más radicales y sangrientos han influido muy decisivamente en las políticas europeas en la región. El tradicional apoyo a la causa palestina, concretado en ayuda financiera, material y técnica, apenas ha podido compensar la parcialidad habitual del aliado norteamericano en  favor de Israel. Incluso en las sucesivas operaciones israelíes de castigo en Gaza, tras oleadas de cohetes de las milicias palestinas, los europeos no asumían por completo las justificaciones del gobierno israelí de turno.

Ahora, todo parece haber cambiado. Hamas ha franqueado una línea roja, al golpear directa y personalmente a ciudadanos indefensos en territorio israelí, no en territorio palestino ocupado. Esta vez, las víctimas israelíes se han conectado emocionalmente con las registradas en Madrid, París, Bruselas, Estocolmo, Berlín, Niza y tantas otras ciudades europeas.

Sin embargo, esa equiparación no puede hacerse sin forzar la narrativa del problema. Hamas ha atacado a civiles, pero Israel, con sus prácticas militares indiscriminadas, lleva años matando ciudadanos ajenos a cualquier actividad armada. El Estado israelí se quita de en medio la carga de responsabilidad criminal aduciendo que las guerrillas palestinas se cobijan entre la población civil para provocar esas matanzas y presentarse como víctima. Argumento insostenible. En una guerra tan desigual, el bando más débil no tiene muchos recursos para elegir.

Quizás haya contribuido a desequilibrar el pronunciamiento europeo de estos días los dos atentados registrados tras el 7 de octubre, en Bruselas y en Arrás (Francia). Pero se trata de dos acciones cometidas por individuos aislados, sin relación algunos con grupos organizados. Por tanto, carentes de significación política relevante.

La presión del estigma terrorista ha llevado incluso a cometer torpezas innecesarias, como la de prohibir manifestaciones de apoyo a la causa palestina, ante un temor exagerado a que pudieran convertirse en exaltaciones de Hamas.

LA “BOMBA” DE MACRON

A todo esto se añade los vicios o defectos habituales de la política exterior europea. El más recurrente, la tentación, ante una crisis, de afirmar las posiciones nacionales antes de intentar una respuesta más coordinada. Ha vuelto a ocurrir en esta ocasión.

Francia es la protagonista habitual de estos desmarques. Lo vimos en el inicio de la guerra de Ucrania o en el debate sobre la política hacia China. Y, a veces, la singularización francesa no carece de mérito. El Presidente francés también ha adoptado un perfil alto. Desde un principio apoyó sin reservas el “derecho legítimo de Israel a defenderse” .La “preocupación” por la población civil de Gaza y los derechos palestinos fueron relegados a la letra pequeña. A continuación viajó a Israel para escenificar su posición. Y se guardó para esta ocasión la “bomba” que ocupará la atención mediática de los próximos días: recuperar la coalición internacional contra el Daesh para luchar contra Hamas. Una vez más , Macron parece haber ido demasiado lejos y, como a él le gusta, en figura de avanzado. No ha esperado a la cumbre europea prevista para este fin de semana donde debe aclararse la actuación futura de la UE. Ahora parte del debate, lo más sustancial, quizás gire sobre la propuesta de Macron.

El presidente francés ha dicho a sus anfitriones israelíes lo que quieren oír, sin enfriar el mensaje de solidaridad. Pero al colocar en el mismo plano a Hamas y al Daesh, Macron ha hecho un flaco favor a la posición europea, aunque ese no haya sido su propósito, porque sitúa la cuestión terrorista en el núcleo del conflicto, cuando el pivote de actuación debería ser la ocupación. La equiparación de ambas organizaciones puede resultar seductora para muchos estados árabes conservadores, que se vieron amenazados por el empuje de los extremistas. Pero lo cierto es que Hamas, aunque profesa una ideología islamista, de hecho es enemiga del del Daesh y su violento nihilismo. Por lo demás, es dudoso que Europa quiera meterse en semejante desafío.

En la “bomba” de Macron quizás haya que buscar otras motivaciones de política interior francesa. El gobierno se está escorando cada vez con menos disimulo a la derecha y priorizando los aspectos policiales y de seguridad para abordar asuntos espinosos como las protestas públicas o la inmigración. La derecha lo intimida con sus imputaciones de pasividad, debilidad o incompetencia y le está obligando a endurecer mensajes y políticas. El acercamiento de Macron a la italiana Meloni, después de haberla descalificado hace sólo unos meses, es un síntoma claro del giro en París. El proyecto de ley sobre inmigración está en fase de desarrollo y el debate se recrudecerá en las próximas semanas.

Hay otro elemento de política interior francesa que no debe descuidarse. Los acontecimientos del 7 de octubre han puesto al borde del colapso a la NUPES, la incómoda coalición que aglutina a socialistas, comunistas, insumisos y ecologistas. El PSF ha considerado insuficiente el apoyo a Israel tras el acto “terrorista” de Hamas y ha decretado una “moratoria” en la pertenencia a la coalición. El líder comunista ensayó hace poco un inicio de divorcio, pero las bases neutralizaron la iniciativa. Si se rompe el frente de la izquierda, puede flexibilizarse el panorama de las alineaciones políticas y el gobierno podría gozar de más capacidad de maniobra en el legislativo.

LA MALA CONCIENCIA ALEMANA

Macron no ha sido el único en agitar el patio europeo. En su primer posicionamiento oficial, la Presidenta de la Comisión Europea asumió el relato israelí sin matices ni condicionamientos, enfatizando la “amenaza terrorista” y el derecho israelí a la defensa, en línea con la posición norteamericana, sin mencionar el problema palestino.

No puede olvidarse que Ursula Von der Leyen es una política alemana y, como tal, se siente impelida a reaccionar con contundencia ante cualquier acción contra Israel que genere víctimas civiles. La mala conciencia por el holocausto es un factor muy poderoso. Los políticos democráticos se han impuesto tal intransigencia, que a veces los lleva a confundir la barbarie nazi contra la población judía en los años treinta con las críticas a las prácticas agresivas de Israel en los territorios ocupados o contra sus vecinos militarmente más débiles. Ya en los años setenta, después del ataque de los fedayines contra los atletas israelíes en la ciudad olímpica de Múnich, se reforzó esta presión sobre la clase política. Willy Brandt tuvo que encajar algunas críticas por no seguir el libreto a pies juntillas. Sus herederos políticos se atienen a esta lección envenenada. El jefe del gobierno actual, el socialdemócrata Scholz, se ha sumado a la defensa de Israel, lo que ha provocado cierta incomodidad en sus socios verdes, pese a la evolución de estos hacia posiciones convencionales en política exterior.

Cuando empezaron a llover las bombas israelíes sobre Gaza y a envilecerse las condiciones de la población, el jefe de la diplomacia europea tuvo que corregir a su superior al recordar que todas  las partes están obligadas a cumplir con las leyes civilizadas de la guerra. Fue una forma discreta de equilibrar las condenas unilaterales del “terrorismo” de Hamas. Pero Borrell fue más allá. Este martes, el jefe de la ONU, el europeo y socialista Antonio Guterres, ha dejado un aviso atronador: el 7 de octubre no justifica este “castigo colectivo” del pueblo palestino ni puede desligarse de la “sofocante ocupación israelí”. Israel ha pedido su dimisión. Los líderes europeos deberían sacar conclusiones.

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