7 de Mayo de 2012
Hollande
ya es presidente electo de la República Francesa. No hubo sorpresas: el
candidato socialista ha ganado a Sarkozy por tres puntos holgados (51,7-48,3),
un margen inferior al que obtuvo Sarkozy sobre Royal en 2007. Votaron ocho de
cada diez franceses, algo menos que hace cinco años. Para la gran mayoría de
los progresistas europeos, la elección del candidato socialista representa una
oportunidad después de varios años de frustración.
Del
primer discurso tras su victoria merecen destacarse estas dos frases: “Estoy
orgulloso de haber devuelto la esperanza” y “la austeridad no debe ser una
fatalidad en Europa”. Es justo lo que quería escuchar la inmensa mayoría que
considera enormemente injustas y mezquinas las políticas ahora en vigor. Hollande
ha acertado con el mensaje. Ahora debe poner todo el empeño en hacerlas
realidad.
No
será fácil. La clase dirigente europea aguarda al nuevo presidente francés con
una mezcla de recelo y expectación. La apuesta por el crecimiento, con la que
Hollande se ha comprometido frente a la obstinación suicida por una austeridad
sin recorrido, cobra una dimensión nueva si se defiende, no desde cualquier lugar,
sino desde París. El presidente francés saliente, Nicolás Sarkozy, o lo comprendió demasiado tarde, o simplemente
creyó que sin adoptar esa divisa no podía ganar.
A
Françoise Hollande le esperan todo tipo de obstáculos. La canciller alemana, la
tecno-burocracia de Bruselas y la élite financiera podrán mostrarse aparentemente
flexible con el recién llegado, no tanto porque hayan iniciado un ejercicio de
autocrítica, sino porque querrán evitar una polémica que dificulte su
estrategia frente a la crisis. Le brindarán un discurso conciliador para, es de
temer, apretar a la hora de hacer concesiones realmente significativas sobre
los ajustes, los préstamos, la promoción de políticas activas de empleo y otras
herramientas que dibujen un horizonte diferente.
Justicia
y Juventud serán sus dos prioridades, aseguró Hollande en su discurso de
victoria. Una síntesis esencial, que toca el núcleo de la crisis de
civilización y valores, mucho más profunda que la económica o social. Justicia
implica volver a redistribuir la riqueza y reequilibrar la carga fiscal. A la
juventud se la promete más recursos en formación para reforzar las
oportunidades de acceder el empleo.
Pero además,
el próximo Presidente de Francia quiere sumar a la trinidad de principios
fundacionales de la República (libertad, igualdad y fraternidad) otros dos:
legalidad y laicidad. Un binomio más sutil, abierto a varias interpretaciones.
La legalidad, como respuesta a los favoritismos, excesos y trampas del periodo
sarkoziano. La laicidad, en tanto espíritu de concordia, frente a la intolerancia,
para superar las contradicciones culturales o religiosas.
Hollande
acertó en su mensaje inicial. Merece confianza, por supuesto, aunque es difícil
despejar las dudas sobre la capacidad que tendrá de honrar sus compromisos. Le
hará falta algo más que su personalidad pragmática y su voluntad inquebrantable
de ‘reussir’, de triunfar. Estas elecciones tendrán una ‘tercera vuelta’ con
las legislativas de junio. La izquierda necesita una mayoría contundente para
afianzar la primacía de la política sobre los chantajes las finanzas
especulativas. La incógnita: el resultado del Frente Nacional.
LA DESPEDIDA
DE SARKOZY
Nicolás
Sarkozy compareció ante sus entregados seguidores con una declaración solemne
de dignidad. El presidente saliente asumió enseguida su total responsabilidad
por la derrota. Sus palabras –a la vez grandilocuentes y emocionales-
juguetearon con la idea de retirarse de la política, sin mencionarlo
expresamente. “Me dispongo a volver a ser un francés más entre todos los
franceses”. Pero a continuación aseguró –entre aclamaciones- que seguirá
defendiendo los valores de Francia, “desde otro lugar”.
Sarkozy defendió
su mandato, sus diez años en la cúspide de la política francesa: como ministro,
primero; como Presidente, después. No resistió la tentación de denostar a
quienes le han criticado o han ofrecido una valoración distorsionada de su
gestión “al servicio de la Nación”. Una despedida –temporal o definitiva, eso
se verá- en la que pudo detectarse cierto resentimiento sobre el presente más
cercano, una ambigüedad sobre el futuro y nula autocrítica por sus acciones
públicas.
ESTRAMBOTE
GRIEGO
En todo caso, sigue
confirmándose que la crisis económica y social pasa facturas a los que
gobiernan. En Francia, desde luego, y por
supuesto también en Grecia, donde los socialistas del PASOK, diluidos en el
gobierno técnico de coalición, han sido reducidos al 15% en las elecciones
legislativas del domingo, lo que les convierte en los principales perdedores.
Los conservadores de Nueva Democracia pasan a ser la primera fuerza política,
pero con penas el 22% de los votos. Los dos grandes partidos tendrán que
gobernar juntos. Pero, en el caso de que lo consigan, será una ‘pequeña
coalición’: han perdido cuarenta puntos (del 77% a sólo 37%). Frenar a los extremos
del espectro político se antoja difícil.
La extrema izquierda cuadriplica sus resultados y se coloca apenas unas décimas
por debajo de los socialistas. Los neonazis tendrán una veintena de diputados
en el Parlamento. Grecia quizás sea uno de los países europeos que más confían
en que las nuevas luces del Eliseo favorezcan un clima menos agobiante. Hoy por
hoy, la cuna de la democracia occidental se ha convertido en un cementerio político.
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