10 de mayo de 2012
De
la respuesta electoral griega a la brutal cura de austeridad impuesta desde los
centros de poder tecnoburocrático y financiero europeos se ha dicho casi todo.
Lo ha sintetizado muy bien María Margaronis para THE GUARDIAN Y THE NATION: el
pueblo griego ha demostrado una actitud entre "desafiante y
desesperada".
NUEVA
DEMOCRACIA Y PASOK -los partidos del sistema- suman 149 escaños, 27 menos de
los que necesitan para la mayoría en el Parlamento. La coalición de izquierdas
Syriza -finalmente segunda por delante de los socialistas- no ha querido renunciar a sus posiciones
críticas y ha reprochado a los dos partidos tradicionales de gobierno que no se
atreven a "rechazar las políticas de rigor". Como el líder del PASOK
tampoco encontrará la fórmula mágica, la
gobernabilidad se jugará con casi toda seguridad en otros comicios inmediatos,
a celebrar el próximo mes, seguramente el mismo día que se celebre la segunda
vuelta de las legislativas francesas (17-J).
No está claro que el riesgo del abismo
produzca una ligera rectificación que permita una coalición
conservadora-socialista. Esa mayoría se jugará sobre el filo de la navaja. Si
las presiones sobre Grecia aumentan, con el objetivo de acobardar a los
ciudadanos helenos, la fracción de electores más irritada con la situación podría
reforzarse. Y aunque los dos grandes partidos obtuvieran los escaños
suficientes para consagrar su matrimonio de conveniencia, el clima social
seguiría degradándose. El derrumbe podría producirse en agosto, si las
instituciones que deben decidir sobre el próximo paquete de rescate pronuncian
un veredicto negativo. De momento, se anuncia un adelanto de dinero para
liberar presión.
La
sombra parda que asoma por detrás de las ruinas de la democracia griega es
inquietante, no en sí misma, sino por lo que tiene de síntoma de
envalentonamiento de las opciones más indeseables y desesperadas. El progreso
de la izquierda crítica, por saludable que sea, puede verse desbordado por esa
otra marea infame que no tiene empacho alguno en rescatar lo más odioso de la
historia europea. AURORA DORADA constituye un fenómeno mucho más preocupante y
peligroso que el Frente Nacional, aunque ambas expresiones políticas beban de
la misma turbiedad.
El
lunes, en los pasillos de Bruselas y en muchos gabinetes, no se hablaba tanto
de la victoria de Hollande, cuanto de la deriva griega. Algunos analistas,
jugando quizás de forma irresponsable, por hacer el juego a quienes utilizan el
chantaje sobre Atenas, proclaman sin disimulo que una quiebra de Grecia
provocaría tal nerviosismo e inestabilidad que no podría evitarse el efecto
dominó sobre Italia y España. El
hundimiento del 'frente mediterráneo' dejaría seriamente expuesta a Francia -y
en consecuencia, a Alemania- y provocaría el colapso.
ALEMANIA,
ATRINCHERADA
El
domingo, hay elecciones regionales en Renania-Westfalia, el principal länder
alemán. El aviso del fin de semana en el pequeño Slechswig-Holstein anticipa
tiempos inciertos para Ángela Merkel. A sus electores no les gusta que la
canciller juegue a la conciliación. Por eso, es más que probable que en Berlín
el plan B ya haya pasado a ser plan A; es decir, que la salida griega del euro
se contemple como deseable o como mal menos, frente a la insistencia en lograr
la continuación del tratamiento de choque actual. Eso al menos los sostienen
varios expertos consultados por los corresponsales económicos del NEW YORK
TIMES en Alemania.
La
clase política alemana y la élite burocrático-financiera se atrincheran ante
las embestidas anunciadas de este primavera convulsa, con un ojo en las
pretensiones de Hollande y otro en la descomposición griega. El ministro de
Finanzas y hombre fuerte del Gabinete, el incombustible Wolfgang Schäuble, dijo
el pasado viernes que "la pertenencia a Europa no es obligatoria, es
voluntaria, y que los griegos debían elegir". Un aviso imperturbable sobre
la tentación helena de confirmar en junio la rebelión del 6 de mayo.
En
realidad, esta aparente frialdad alemana sobre un eventual naufragio griego
puede tratarse de un farol más. Varios analistas alemanes, vinculados o no con
el mundo financiero, consideran que el descuelgue de Grecia tendría,
inevitablemente, repercusiones políticas muy serias. Y ni siquiera serviría
para aliviar la presión sobre Italia y España (en consecuencia, para Francia y
la propia Alemania, también). Todo el proyecto político de Europa se
tambalearía.
Por
eso, se habla también de un plan C como opción mixta: ni la presión sostenida,
ni la salida griega del euro. Consistiría en una renegociación de las
condiciones de austeridad. Una especie de intervención masiva, para garantizar
desde Bruselas y Frankfurt el sostenimiento de los servicios básicos mediante
entrega de dinero con cuentagotas.
La
intransigencia alemana no es sólo ideológica o psicológica, por temor a un
descontrol generalizado de la crisis de la deuda. Es interesada. Muy
interesada. No se trata de que Europa hable alemán. Se trata de que permita a
Alemania seguir blindando su relativa prosperidad actual, basada en dos pilares
fundamentales interrelacionados: la fortaleza de su sector industrial
exportador y un mercado laboral precarizado, abaratado y puesto al servicio de
una competitividad sin piedad.
LA
COMPLICADA MISIÓN DE HOLLANDE
En
estos escenarios -desagradables todos ellos-, se perfila el intento
constructivo de Hollande por forzar una orientación no fundamentalista de las
políticas europeas. Su propósito de
incorporar un pacto de crecimiento que vaya más allá del nominalismo
'merkeliano' tropieza con dificultades sin cuento. En este sentido, la prensa
anglosajona ha tratado estos últimos días de enfriar el entusiasmo relativo de
la izquierda por el triunfo socialista en Francia proyectando diagnósticos más
bien pesimistas sobre la salud de la economía francesa. Algunas de las cuales
vienen de lejos, y otras se han generado por los errores del mandato
'sarkoziano'.
Francia
soporta el mayor déficit de la zona euro en relación con el PIB (5,2%), lo que
hace muy difícil que puede ser rebajado al 3% a finales de 2013, como se ha
comprometido el próximo presidente en la campaña electoral. Es más, el FMI
pronostica que las promesas electorales de Hollande (la creación de empleo
público en el sector educativo, la recuperación de servicios ligados a la
atención social, el adelanto en dos años de la edad de jubilación, etc.) podría
situar el déficit en el 3,9%, según informa THE ECONOMIST.
Frente
a estos augurios, Hollande tendrá que demostrar que no ha vendido humo, ni
esperanza, ni buenos deseos exclusivamente. Que la luz que se ha encendido en
París puede iluminar el camino de salida de la crisis.
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